Domingo, 13 de junio de 2010 | Hoy
PERSONAJES > OPRAH WINFREY: BIOGRAFíA, OSCAR, POLéMICA, POLíTICA Y RETIRO
La reina de la televisión norteamericana, la mujer más influyente de Estados Unidos, la dueña del programa capaz de crear best-sellers, la persona cuyo apoyo le habría garantizado a Obama un millón más de votos, anunció su retiro para fin de año. Pero ya todos saben que las cosas no son tan así: con su revista propia en los kioscos, sus libros en las librerías y una próspera productora de cine que este año se llevó un Oscar con Precious, deja el aire para largar el año que viene su propia señal de cable. La flamante edición de una polémica biografía que señala las lagunas más brumosas del pasado de la mujer que construyó un emporio apoyado en la transparencia sólo la ha puesto aún más bajo los reflectores. Y ella no deja de brillar
Por Violeta Gorodischer
“Amo este programa y lo amo lo suficiente como para saber cuándo decir adiós. Veinticinco años se sienten bien, es el número perfecto: lo siento en mi espíritu y en mis huesos. La cuenta regresiva para el final de Oprah Winfrey Show empieza ahora.” Con esta jugada estratégica, la conductora más popular de Estados Unidos anunciaba su retiro en el primer programa del año. Hábil como pocas, la mujer a la que siguen a diario siete millones de televidentes lloraba a moco tendido, aunque ya todos sepan que el plan es debutar en 2011 con OWN (Oprah Winfrey Network), su propio canal de cable. Pero ¿a quién le importa? Si Oprah llora, el público se conmueve. Siempre fue así. Aunque en Argentina sea prácticamente una desconocida, en Estados Unidos es una megacelebridad adorada por representar como nadie (mejor que nadie) el sueño americano. Porque Oprah Winfrey es una self made woman que nació pobre y relegada en el racista estado de Mississippi y que, 56 años después, aparece en la revista Forbes como la mujer negra más rica del mundo. Y la historia que les contó a todos, inaugurando la honestidad brutal del talk show, repite los tópicos infalibles del melodrama: una infancia de miserias (“ni siquiera podía tener perros, así que adopté a dos cucarachas a las que llamé Melisa y Sandy”, dijo alguna vez), abusos de su tío y su primo, maltratos maternos, una adolescencia conflictiva, una huida temprana del hogar. Hasta admitió que odiaba ser negra y que rezaba cada noche para tener “los tirabuzones dorados de Shirley Temple” porque creía que a los niños blancos se los quería y se los mimaba más. Algo así como la versión soft de Precious, película que ella mismo produjo a principios de este año y que, basada en el libro Push, de Sapphire, muestra la tragedia hiperbólica de una adolescente obesa, nacida en Harlem, maltratada por su madre y abusada por un padre del que tuvo dos hijos y que, además, la contagió de HIV. Aunque bastante forzado, el final de la película anticipa una posible felicidad. Poco antes de la epifanía, Precious Jones menciona El Show de Oprah. “¿Qué pensaría ella de todo esto?”, se pregunta.
Seguramente, se mostraría interesada. No sólo porque el caso de incesto rankearía muy bien en el programa sino porque, como Precious, también Winfrey escapó del abuso y encontró salvación. Con matices algo diferentes, claro: se fue de su casa a los 13 pero a los 19 ya trabajaba como movilera en una radio de Nashville. Entró becada a la universidad de Tennessee para estudiar Comunica-ción, ganó un concurso de belleza y a los 22 se mudó a Baltimore, dispuesta a presentar el programa de televisión People are talking. La chica compró a todos con su carisma a prueba de balas y se quedó ocho años más, hasta que la contrataron para conducir su propio talk show en la televisión de Chicago. Ya no había dudas: el éxito era directamente proporcional a la habilidad de la conductora. En septiembre de 1985, A. M. Chicago pasó a llamarse The Oprah Winfrey Show. Desde ese momento, la línea ascendente no dejó de crecer. Los relatos en primera persona de casos dramáticos, la exposición de su vida personal, la toma clara de posición ante cualquier tema, hicieron que Oprah fuera difícil de igualar. Hizo públicos sus problemas de peso, habló “del idiota que la enamoró en la adolescencia” y que puso en riesgo su vida, confesó en una entrevista a ex adictas que ella también había consumido crack. Además, supo manejar el brote de Tom Cruise saltando cual niño excitado sobre el sillón del set, fue la primera en entrar a la mítica Neverland de Michael Jackson, estuvo cara a cara con Elizabeth Taylor, habló con Bret Michaels, el cantante de Poison, después de su reciente hemorragia cerebral. La fórmula es imbatible porque Oprah Winfrey lo tiene todo: el desparpajo de Susana Giménez, pero con inteligencia. La impunidad de Mirtha Legrand, pero con timing. La osadía de Moria, sin la veta fachistoide en el discurso.
En su show hay también un “club de lectura” que funciona como varita mágica: libro que Oprah comenta, libro que se convierte en best-seller. Cosas raras, impensables en Argentina, ocurrieron allí. Por ejemplo: que Cormac McCarthy (ganador del Pulitzer, recluso y fóbico) haya elegido ese programa para dar su primera entrevista pública convirtiéndose en el favorito de las masas pese a su oscuridad (La carretera no es precisamente un libro fácil de digerir). O que después de que Oprah dijera que A little million pieces, la memoir de James Frey, era el libro del mes por su “crudeza y realismo”, invitara al autor a su programa para acusarlo de mentiroso. Es más: obligó a su editor a admitir en cámara que los datos de la supuesta biografía no habían sido chequeados (South Park tiene un capítulo memorable al respecto). El escritor Jonathan Frazen, por su parte, se mostró ofendido cuando su novela Las correcciones fue nombrada en el show. Y así. Este enfoque mediático de la literatura norteamericana borra divisiones entre lo alto y lo bajo. El criterio literario de Winfrey, sin ir más lejos, es tan variable como arbitrario: ahora dice que está fascinada con Comer, rezar, amar, un chick-lit de Elizabeth Gilbert que pronto será llevado al cine con Julia Roberts como protagonista.
Su filantropía es otro de los rasgos más admirados por el americano medio. Durante la presidencia de Clinton, propuso crear una base de datos de todo Estados Unidos referida a los abusadores de menores y el proyecto se transformó en la ley conocida como la “Oprah-Bill” (bill, en inglés, también significa ley). Fundó la organización Angelic Network, que ayuda a gente careciente (educación para chicos, asistencia para ancianos, soluciones para familias sin hogar) y abrió una escuela para niñas en Sudáfrica en el año 2007. Cuando, unos meses después, el Times publicó la noticia de que una de las celadoras había abusado de varias de ellas en sus dormitorios, Winfrey dio la cara, viajó personalmente para hacerse cargo de la situación y fue felicitada por los diarios sudafricanos que resaltaban que ella no había tenido la culpa de nada.
Hoy en día, su palabra es ley. No casualmente uno de sus libros se llama El evangelio según Oprah: alcanza con ver la repercusión de la campaña “si conducís, no textees” que lanzó hace unas semanas, para entender la veracidad del título. Poco después de que Erica Forney, de 9 años, muriese aplastada por el auto de un conductor que mandaba mensajes de texto desde su celular, Oprah contó la tragedia en su programa y propuso poner en marcha la campaña en cuestión. Según los analistas políticos, la iniciativa tuvo más repercusión que todas las ensayadas hasta ahora por los organismos públicos. Y sí, la mujer es una empresa de comunicación en sí misma, y no tendría por qué sorprender que se la considere líder de opinión. Tiene página web, decenas de libros, dirige su propia revista (llamada O.), conduce un programa de radio, produjo e interpretó películas como Beloved (dirigida por Jonathan Demme y basada en la novela de Toni Morrison) y montó una productora propia a la que bautizó con su nombre al revés (Harpo Entertainment Group). Si más de un medio afirmó que su apoyo manifiesto hacia Obama definió un millón de votos a su favor, la misma Winfrey se atribuye el mérito: “Mi trabajo consistía en hacer que la gente conociera y supiera quién era Obama. Quería que fuera elegido, y creo que lo conseguí”.
Con esa frase, justamente, termina Oprah, la biografía no autorizada de su vida que viene levantando polvareda de abril a esta parte. La idea de Kitty Kelley, quien también es autora de biografías polémicas (nunca autorizadas) como las de Frank Sinatra, Nancy Reagan y la familia Bush, fue ilustrar el enorme poder de la diva con la frase en la que ella misma se atribuye el triunfo del presidente norteamericano. Después de haber visto las 2732 entrevistas que Winfrey dio durante los últimos veinticinco años y de haber tenido más de 800 encuentros con gente de su entorno, Kelley, que tardó cuatro años en terminar el libro, afirmó que existen claroscuros (más oscuros que claros) en las versiones de su vida. Porque Oprah cuenta una historia, y la familia otra. Niegan la extrema pobreza en la que vivían. Niegan que el primo y el tío hayan abusado de ella. Aseguran que la diva los excluye de su círculo.
Oprah, mientras tanto, no dijo ni una palabra al respecto. No es la primera vez que se inclina por el silencio. Si la versión oficial es que levantó un imperio montado en la transparencia de sus historias, es vox populi que algunos detalles le quedaron en el tintero. Nunca había dicho que fue madre a los quince y que el bebé murió a las pocas semanas, historia que recién se conoció cuando su hermana Patricia, adicta a la heroína, vendió el secreto a la prensa por 19 mil dólares. Patricia también contó que Winfrey podía regalarle autos y ropa a su propia madre, pero que no le daba su número de teléfono privado. Y aunque la conductora repitió una y mil veces que no tuvo zapatos hasta los 6 años, una de sus primas declaró: “Nunca fuimos tan pobres, no sé por qué cuenta todas esas historias”.
Oprah tampoco dijo por qué nunca se casó, a pesar de estar en pareja con uno de los guardias de seguridad del canal desde hace tiempo. Y he aquí otro punto álgido del libro de Kelley: según la autora, la conductora es lesbiana y está en pareja con su íntima amiga Gayle King, quien tiene un puesto en la dirección de la revista, está divorciada y es madre de dos hijos. Algo sobre lo que también especuló más de un medio sensacionalista y el único tema que Oprah se dignó mencionar en público, durante una entrega de premios en Nueva York: “Fueron días difíciles para Gayle desde que esa denominada biografía salió a la luz”, dijo. En esa entrega, además, se burló de Kelley, que también asegura saber quién es su verdadero padre pero prefiere guardarse el dato y dejar que se lo cuente alguien de su propia familia: “Cada día me salen nuevos papis”, dijo Oprah con una sonrisa. “Papis que me llaman para decirme hola y pedirme que les pague un nuevo tejado.”
Aunque el libro se agotó, existe un código de silencio entre quienes trabajan con Oprah, incluso en el resto de los programas de aire. Más allá de que la conductora les haga firmar un contrato de confidencialidad a sus empleados, ni Barbara Walters ni David Letterman, ni siquiera Larry King, quisieron entrevistar a la autora de la biografía. Kelley, a su vez, salió a gritar a los cuatro vientos que todos temen las represalias de la dueña de las tardes televisivas y ejercen la censura sobre el libro. ¿O será una cuestión de códigos? “Tal vez sea demasiado tarde para hacer que Oprah cuente todo”, reseñaron en el New York Times. “Sus seguidores son demasiado leales para caer en la trampa de Kelley.” El New Yorker, por su parte, aseguró que la biografía tiene un claro tono “persecutorio”. Eso sin mencionar que a Kitty Kelley se la conoce por la poca rigurosidad investigativa, por la facilidad con que enarbola rumores como verdades, por citar sin especificar fuentes...
Oprah sigue como si nada. Prepara su debut en cable y ya anunció que quiere profundizar su faceta de productora de cine. Y la gente todavía la adora: hace poco, dio un discurso en la Universidad de Stanford (el video puede rastrearse en YouTube) donde los estudiantes la ovacionaron de pie. Ahí habló de su propia vida, de su ascenso televisivo, sus conflictos de imagen y la decisión de mantener la esencia a toda costa; mencionó su paso por la Universidad de Tennessee y dijo que había rendido hacía sólo unos años su última materia. Nombró varios libros, citó a Luther King, habló de las lecciones que el mundo tenía para los inminentes egresados y demostró, una vez más, su increíble carisma. Demagogias aparte, hay algo central que hace la diferencia de este lado del mapa: mientras nuestras divas salían a pedir pena de muerte, la reina de la televisión norteamericana aseguraba que es necesario ponerse al servicio de otros.
Ahora, Winfrey vuelve a repetir esa pose ante la repercusión del polémico libro. Y hasta en eso, la biografía (falsa o verdadera) termina siéndole funcional. “Como todo, esto también pasará”, fue lo último que le escucharon decir al respecto. Reina de un país sin aristocracia, Oprah está tranquila. Tal vez porque sabe que una realeza elegida también puede durar para siempre.
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