PERSONAJES > LISBETH SALANDER, EL PERSONAJE DE LA SAGA MILLENNIUM
› Por Juan Pablo Bertazza
Da un poquito de impresión rastrear información de Noomi Rapace. No por el riesgo de dar con algún dato morboso de su biografía que coincida con la agitada vida de Lisbeth Salander –apenas podría apuntarse un extraño vínculo con su padre: es hija de un cantaor de flamenco español al que conoció recién a los quince años–, sino más bien por todo aquello que permanece de su personaje apenas vemos y somos observados por su mirada tan distante como invasiva. Lo cual sucede incluso en las pocos fotos en que no está caracterizada y más que sueca parece una francesa, una especie de Amélie con sangre moderna. Cualquiera que intente fisgonear en la vida de la joven actriz sueca que encarna a la detective petacona y bisexual, a la hacker hermética y genial de pocas palabras y banda ancha que descolló en Millennium, la trilogía de Stieg Larsson, se sentiría un espía observado o un voyeur sin gracia. Especialmente ahora que se está por estrenar en nuestro país La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina. Si en la primera película la Salander de Rapace es una tipa aún más rapaz, hipnótica, intransigente y egoísta que su par del libro, donde al menos era capaz de reconocer su naturaleza freak, en esta parece dejar de lado los últimos vestigios de fragilidad para volverse una mujer maravilla. Lo interesante es que justo en esta película empieza a revelarse también la tremenda fragilidad de su pasado, un pasado traumático que tiene que ver, precisamente, con su padre.
Si estamos ante un milagro cada vez que un personaje trasciende y se para por encima de una obra, el hecho de que ese personaje sea superado por la adaptación cinematográfica es un milagro al cuadrado muy pocas veces visto. Eso sucedía con la Salander de la película Los hombres que no amaban a las mujeres, que terminaba eclipsando totalmente al periodista Mikael Blomkvist solamente con dos escenas: aquella en que se vengaba de su tutor abusador y, sobre todo, en la que decidía sacarse de un tirón las ganas sexuales con Mikael. ¿Qué más podía esperarse de ese personaje y de esta actriz que, con su estupendo trabajo, complicó sin querer queriendo la elección de la Salander hollywoodense junto a Daniel Craig? Luego de barajarse los nombres de Scarlett Johansson, Natalie Portman y Kristen Stewart, David Fincher se decidió por la inglesa Carey Mulligan y la comparación, antes de empezar a rodar, ya es odiosa.
Luego de haber vivido un año sabático de reina en Australia, Nueva Zelanda y el Caribe, Lisbeth Salander regresa de incógnito a Suecia y las pocas personas que la quieren le echan en cara que nunca le importaron los demás. Por culpa de un arma se ve involucrada en una nueva serie de asesinatos al mismo tiempo que muere también su tutor. Es por eso que Mikael Blomkvist, que no la ve desde hace un año pero se siente eternamente observado por ella, se larga a la carrera de demostrar su inocencia antes de reencontrarla y, sobre todo, antes de que la policía compruebe su culpabilidad.
Aunque no es justo hablar así de una trilogía que, para colmo, fue filmada en simultáneo, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina no es tan buena como Los hombres que no amaban a las mujeres. Sin embargo, hay que decir que sólo la supera en aquello que era lo mejor de la película anterior, es decir, el personaje de Salander. Un personaje innovador dentro del género policial que se vuelve clásico en el cine; una tipa que, al mismo tiempo que denuncia el abuso de mujeres, se convierte en símbolo sexual.
La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina se estrena el jueves que viene en Buenos Aires.
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