Dom 23.02.2003
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CINE

Soy un truhán, soy un señor

En la cima de una ola de productividad, Steven Spielberg dice que su flamante Atrápame si puedes es la película con la que intenta desquitarse por no haber podido filmar nunca una de Bond. Pero la cosa es mucho más interesante y divertida: basada en la vida de un estafador de los ‘60 que en plena adolescencia se hizo pasar por piloto de PanAm, médico de Harvard y doctor en leyes, Spielberg enfrenta uno de los grandes retos de su carrera: reivindicar a un truhán o apegarse a su legendaria corrección.

Por Mariano Kairuz
Dice Steven Spielberg que hace unos veinticinco, treinta años, le pidió a “Cubby” Broccoli que le permitiera dirigir una de James Bond, pero que sólo obtuvo una negativa del productor y licenciatario de la serie. Y que primero con Indiana Jones y finalmente ahora, encontró una posibilidad de desquitarse. Esta vez, con la pintoresca historia de Frank Abagnale Jr., estafador millonario autofabricado, desde abajo, en plena década del 60. “Engañador profesional self-made”, parece postular la película, sobre las bases para concursar por el Gran Sueño Norteamericano y, a su vez, sobre la destrucción de esas mismas bases. Abagnale Jr. sería, dice Spielberg y lo dice el Frank de la película (Leonardo Di Caprio), “un James Bond del aire”. Pero, a pesar de los planos de Goldfinger que se alcanzan a ver, la breve pero exacta imitación que hace Di Caprio de Sean Connery y la inclusión del famoso leitmotiv musical compuesto por Monty Norman –durante toda una secuencia–, para el espectador iniciado en Bond y en Spielberg, queda muy claro, a los pocos minutos del comienzo, que Atrápame si puedes no tiene nada que ver con 007 sino que pertenece a un mundo completamente distinto. Tampoco es que el Frank Abagnale del film sea exactamente el héroe romántico del que habla Spielberg, ni, para el caso, podría serlo si se pareciera al agente británico: Bond y el romanticismo no mezclan bien. En todo caso, si es necesario encontrarle un referente cinematográfico, tal vez ninguno le cuadre mejor que el Pato Lucas, ilustre personaje creado para la pantalla grande, siempre hambriento de respetabilidad, y que alguna vez, enfrentado a un malhabido cofre con monedas de oro, se dijo a sí mismo: “Voy a darles todo este dinero a los pobres. A un pobre: al pobre de mí”.
El mayor conflicto de Atrápame si puedes es uno que nunca queda resuelto. Es un conflicto que se dirime entre lo privado y lo público, y que encuentra a Spielberg atrapado entre la glorificación de un truhán y cierto deber de corrección política. No puede decirse que esto se deba al origen “verídico” del argumento: como bien se aclara al comienzo de la película, Atrápame... está “inspirada por”, y no tanto “basada en” una historia real. Los hechos: Frank Abagnale Jr. escapó de su hogar en 1964, a los 16 años y poco después del divorcio de sus padres, y comenzó su “carrera” estafando a bancos y empresas con sus cheques cada vez más perfectamente falsos hasta eventualmente hacerse, de a unos cientos o unos pocos miles de dólares por vez, de un par de millones. Tras hacerse pasar por piloto de Pan Am –por entonces “la” aerolínea de bandera norteamericana–, fue brevemente “médico” recibido en Harvard y abogado. Estuvo preso en Francia pero fue arrestado definitivamente en Estados Unidos en 1969, donde cumplió parte de su condena tras las rejas y otra parte prestando sus servicios de experto en falsificaciones para el FBI. Hoy dirige su propia empresa de asesoramiento sobre seguridad financiera, es decir, se dedica a la prevención del tipo de delitos que él mismo desarrolló con pericia y, según se indica al final de la película, gana cientos de millones de dólares anuales por ello. Su libro autobiográfico (Atrápame si puedes: la sorprendente historia real del más extraordinario mentiroso en la historia de la diversión y el rédito), publicado en 1980, fue coescrito por un tal Stan Redding, quien lo entrevistó largamente y luego ficcionalizó algunas de sus experiencias. El propio Abagnale se declaró insatisfecho con ciertos aspectos y algunas exageraciones de la novela y hoy dice, sí, estar mucho más contento con la película, que de todas maneras tampoco es completamente fiel a la realidad. Y sin embargo, el verdadero conflicto de Atrápame si puedes nada tiene que ver con ese prescindible detalle.
Hay toda una línea que es lo más interesante de la película y que el guionista Jeff Nathanson (el mismo de la aberrante Máxima velocidad 2) y Spielberg no llevan a fondo. Frank Abagnale, padre (Christopher Walken, en una de sus cada vez más escasas incursiones “clase A”), es presentado comoun veterano de guerra, hombre de familia y comerciante básicamente honesto y emprendedor. Frank padre tiene siempre a mano un cuento protagonizado por dos ratones, que expresa la ética y la épica del manual del sueño americano, un discursillo sobre el triunfo a través del esfuerzo y del espíritu de superación personal que saca a relucir públicamente tanto como en la intimidad familiar. Y sin embargo, al comienzo de la película se lo encuentra ya atrapado en un juego de apariencias y engaño, jaqueado por las autoridades impositivas, cuya presión (sumada a la indiferencia de las firmas financieras) lo está llevando a la ruina. El engaño, entonces, surge como un recurso de defensa y fundamentalmente como respuesta a un engaño previo, al engaño original: Frank jugó según las reglas pero está perdiendo. Herido al ver a su padre desmoronarse, Frank empieza a participar del juego: juega a que es piloto aeronáutico (y playboy, por extensión) y acumula dólares jugando desde adentro, examinando los mecanismos, estudiando esa sección de las reglas que es esencial al juego y que tal vez esté a la vista de todos pero que, como las letras chicas de los contratos, pocos alcanzan a ver sin dificultad. Frank cree, y lo dice una y otra vez, que pronto podrá recuperar todo lo que la familia ha perdido. En cada reencuentro, su padre se le aparece un poco más desintegrado, cada vez más inmerso en el juego de las apariencias, y sin embargo acosado no tanto por el Sueño que se ha esfumado para siempre, como por la pérdida de su mujer a manos de un mucho más solvente miembro del Rotary Club. Pero la película no abandona esa línea inicial por apego a los acontecimientos reales, sino que, muy por el contrario, hace una elección absolutamente consciente, y a partir de entonces insiste una y otra vez en un único big bang que pretende fundar y fundir todas las explicaciones: el divorcio de los padres, la ruptura familiar. Casi como olvidando que la debacle económica-doméstica seguramente precedió a la crisis matrimonial. El hecho de que Spielberg haya trazado en diversas entrevistas una analogía entre la historia de Abagnale y la suya propia (ambos provienen de “hogares fracturados”) y que Abagnale hoy promocione el film insistiendo en cierta “moraleja” acerca de “el divorcio y su efecto en los niños”, resulta, con todo, menos sugestivo que el dato de que, en la vida real, Frank Jr. nunca volvió a ver a su padre después de escaparse de su casa a los 16.
El guión inventa también una relación con el personaje de Carl Hanratty (Tom Hanks), agente del FBI que, si bien básicamente existió –con otro nombre– fue compuesto en rigor como una condensación de varios agentes del departamento federal yanqui, encargados en su momento de seguirle el rastro a Abagnale. Hanratty, el único agente suficientemente avispado entre un manojo de inútiles burócratas, se presenta como una especie de contracara del también solitario Frank. También a través de este personaje la película insiste en la idea de la desintegración familiar como origen de todos los problemas y olvida el engaño original, el engaño de la letra chica.
Todo lo cual no impide que Atrápame si puedes sea una de las películas más divertidas de Steven Spielberg en años y de lo mejor que se haya estrenado en lo que va del 2003; sólo que conviene tomar distancia de las comparaciones fáciles –que los propios responsables de la película vienen alentando– entre el Frank Abagnale Jr. cinematográfico y, por poner uno de los ejemplos más citados, las dos duplas salvajes de Redford y Newman, Butch & Sundance y los estafadores de El golpe, que en los años ‘70 llenaron la pantalla de energía sin empeñarse en andar justificándolo ni mucho menos redimiéndolo todo. Por otro lado, nada está nunca del todo perdido cuando aparece Christopher Walken, nominado al Oscar por segunda vez en su vida por su complejo y magnético Frank Abagnale Sr.; nominado por primera vez en casi veinticinco años, casi setenta películas despuésde aquella vez en que lo ganó por El francotirador. Es decir, desde aquella vez en que se voló la cabeza, de una vez y para siempre.

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