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Domingo, 16 de marzo de 2003

La ira de Dios

Se estrena Ciudad de Dios, la película que sacude a Brasil. Lula hizo declaraciones públicas después de verla. Uno de los narcos más poderosos del país apareció en la première. Los chicos de las favelas que actúan fueron ovacionados de pie en el Festival de Cannes. Su estreno consiguió poner en marcha programas sociales. Y su calidad es indiscutible: retrata con ferocidad la vida de tres niños a lo largo de tres décadas en el infierno del narcotráfico, la violencia, la miseria y una favela casualmente llamada Ciudad de Dios.

 Por Mariana Enriquez

60/70/80
Ciudad de Dios comienza con una persecución de gallinas frenética por los pasillos de una favela. Es apenas el preludio a poco más de dos horas de un relato estrepitoso que cubre tres décadas de violencia y narcotráfico en una favela que, en los años 60, nació como un proyecto habitacional construido en un terreno deshabitado para albergar a habitantes de otras veintitrés favelas cariocas, financiado con dinero de la Alianza para el Progreso de la administración de JFK. En los ’70, el barrio se convirtió en favela y comenzó a gestarse el narcotráfico. En los ’80, estalló en una guerra entre pandillas, verdadera masacre que tuvo relevancia nacional. Es una de las favelas de Río que no se asienta en un morro, una verdadera ciudad oculta.
Los protagonistas principales son tres: Buscapé, el que no quiere involucrarse con la violencia pero providencialmente logra estar en el ojo del huracán durante la batalla final y fotografiarla para un importante diario; Bené, el narcotraficante de poca monta, códigos y buen corazón, que trata de redimirse por amor y hacerse hippie con una bella chica de piel dorada pero no puede escapar a su destino trágico; y Dadinho/Ze Pequenho, el que logra adueñarse del crimen organizado en la favela y libra una batalla final con Manu Galinha, otro joven que quiere vengar la violación de su novia y destronar a Ze.
Para los años 60, el director Fernando Meirelles y la co-directora y documentalista Katia Lund (Noticias de una guerra particular) eligen un sepia nostálgico; para los ‘70, color y playa; para los ’80, edición vertiginosa y estética de videoclip que les valió más de una crítica, porque, se los acusa, “banalizan” o le dan cierto “glamour” a esa situación tan trágica. Meirelles viene de la publicidad y la televisión, y esperaba las objeciones. Cree que son una tontería. “Es como decir que un periodista no puede ser novelista. ¿Acaso no son ambas cosas Norman Mailer y Ernest Hemingway?”, se pregunta. Ciudad de Dios es moderna y arriesgada, tiene influencias de MTV y Pulp Fiction pero también una estructura coral, una resolución de escenas, una astucia y un impacto pocas veces visto. Y hay que tener sangre de lagarto para mantenerse firme en la butaca cuando los narcos adolescentes ejecutan, en una escena aterradora, a niños de menos de diez años porque, con sus pequeños y constantes hurtos, les atraen la no deseada policía a los pasillos de la favela. La dolorosa escena quizá dura cinco minutos, pero parecen una eternidad.

Buscapé
Paulo Lins, militante del PT y autor de la novela en que se basa la película, vivió treinta años en Ciudad de Dios. Aún hoy vuelve seguido, a visitar a su familia y amigos. Cuando todavía vivía allí, participó en el movimiento negro, fundó un cineclub y una biblioteca pública en su propia casa y logró entrar a la universidad. Entre 1983 y 1993 participó de un proyecto antropológico de la Dra. Alba Zaluar e investigó la vida cotidiana en las favelas en relación con el tráfico de drogas y la violencia. Pero decidió que su trabajo, si se quedaba en lo académico, no podría contar lo que es convivir desde la infancia con el miedo a ser asesinado, la educación criminal de los chicos, la falta de opciones, la desesperación, ni explicaría la fascinación y el terror que provocan los narcotraficantes. Por eso se decidió a escribir una ficción, una historia de veinte años de criminalidad en Ciudad de Dios (de 1960 a 1980) con un personaje como hilo conductor, Ze Pequenho, un final de guerra entre pandillas que en su momento trascendió a los medios brasileños y centenares de historias que se entrelazan, nacen y mueren. Se tomó diez años para escribir la novela, con una beca que le otorgó la universidad y el apoyo del crítico literario Roberto Scwarz. La editó en 1997, y fue un éxito de crítica y ventas. Hoy está muy conforme con el film (salvo porque considera “lombrosiano” el tratamiento dado al narco Ze Pequenho), que recortó y destacó algunos personajes de la novela, y eligió como narradora Buscapé, un jovencito negro que no tiene pasta de delincuente, quiere ser fotógrafo y huir de la favela. Muchos ven en Buscapé un alter ego de Lins. “El personaje de Buscapé –dice Lins– no está inspirado en nadie en especial. Son millones las personas que quieren cambiar de vida, que luchan, sueñan, desean y sufren en las malezas de la segregación social, racial y económica. En las favelas, existen muchos más Buscapés que Ze Pequenhos.”

Mais grande
Ciudad de Dios es la película más vista en Brasil en los últimos quince años: ya la vieron cuatro millones de personas y recaudó más que la ganadora del Oscar Estación Central de Walter Salles. Ciudad de Dios, la favela, es una en seiscientas en Río de Janeiro, apenas un punto entre las miles de barriadas marginales donde viven cincuenta y cuatro millones de brasileños. Ciudad de Dios, la novela, es una obra de seiscientas páginas y doscientas cincuenta historias. Para adaptarla, audicionaron dos mil niños y jóvenes de las favelas cariocas, y quedaron ciento diez. No fue difícil encontrarlos. Una de cada cuatro personas en Río vive en una favela, y un millón de ellos son jóvenes menores de 21 años.

Señores de la guerra
Brasil vive en una suerte de guerra civil no declarada. Basta recordar lo que sucedió en Río de Janeiro hace apenas quince días. Meirelles, paulista, se sumergió en esa realidad durante la preparación de Ciudad de Dios, entre el 2000 y el 2001. “La virtual guerra de Río es algo que ahora vemos todos los días en los medios, pero no sé si tomamos conciencia de su dimensión. Desgraciadamente, no puedo ver más que perspectivas sombrías para los próximos años. La situación es como un castillo de cartas que en cualquier momento se puede desmoronar. En pocos años, la cocaína va a ser sustituida por drogas sintéticas, es decir, se trata de un negocio en crisis, en manos de un gran ejército armado y caro de financiar. Rinde cada vez menos. ¿Qué va a suceder cuando el negocio entre en decadencia? ¿Cómo van a cerrar sus cuentas esos ejércitos? Encarcelar a los líderes criminales no es una solución, porque provoca inestabilidad, porque los menores van a empezar a pelear entre ellos por el liderazgo. Y son de verdad muy jóvenes, son niños. Intervenir con las fuerzas armadas en las favelas me parece una barbaridad, porque la mayoría de la gente que vive allí es honesta y no se la puede poner en riesgo. Y además, es arriesgado acabar con el negocio del tráfico, porque para las comunidades significa un ingreso. Yo no le encuentro solución. Salvo por el trabajo de la ONG de las favelas. Ellos sí pueden gestar un cambio. Pero los procesos de cambio son lentos.”
La co-directora de la película, Katia Lund, había desarrollado varios trabajos en Río y por ella lograron entrar a Cidade Alta, una de las mayores favelas cariocas, y obtuvieron el visto bueno de los jefes. “A los cinco minutos de poner un pie en Cidade Alta –cuenta Meirelles –apareció un chico con un arma gigantesca. Me encañonó. Por suerte estaba acompañado, si no no estaría contando esta historia.” No se sabe cuán fuertes fueron los lazos entre la producción y los señores de la guerra de las favelas. Pero Paulo Sergio Samino Magno, uno de los narcos más buscados de Brasil, apareció en la fiesta de estreno de la película. Fue detenido.

El síndrome Pixote
En 1981, Héctor Babenco estrenó Pixote, la historia de un niño delincuente de las favelas y su trágica caída. El protagonista, Fernando Ramos Da Silva, seleccionado entre más de mil chicos de los barrios marginales, se convirtió en una estrella y vivió rodeado de lujos hasta que cayó él mismo en la delincuencia. Murió en 1987, acribillado por la policía. Fernando Meirelles y Katia Lund reunieron a ciento diez actores no profesionales de distintas comunidades de Río de Janeiro, y trabajaron con ellos durante ocho meses en un taller especial, enriqueciendo el guión con sugerencias de los chicos, que conviven con la violencia. Los resultados son asombrosos: en Ciudad de Dios la idea no es usar al “actor no profesional” desde el naturalismo: actúan con sutileza, bajo una dirección estricta; no son “ellos mismos”. La mayoría son integrantes de “Nos do morro”, la ONG de resistencia y acción cultural del trabajador social Guti Fraga en Vidigal. “La única solución para Brasil sería clonar a Guti”, dijo Fernando Meirelles. “Basta conocer a los chicos que se desenvuelven en su proyecto para percibir la diferencia y el avance que acciones como ésta logran. Durante doce años Guti organizó ‘Nos do Morro’ prácticamente solo. Hace sólo dos años que recibe un pequeño apoyo de Petrobras. En nuestro taller de preparación de actores, se destacaban los que venían del grupo de Guti: los chicos tenían mayor autoestima, perspectivas de vida, voluntad de cambiar las cosas y construir un futuro. Están informados, son críticos, y su entusiasmo es arrebatador.”
Meirelles y Lund le tienen terror a la perspectiva de que alguno de sus actores tenga el final trágico de Ramos Da Silva. “Sería muy ingenuo pensar que ninguno de mis actores puede seguir el camino de Pixote”, dice Meirelles. “Pero vamos a tratar de evitarlo. A los que quieran entrar a la Universidad les pagaremos la carrera, y estamos en contacto con los más chicos para que sigan con la escolarización. Además de los tres protagonistas, necesitábamos unos cien niños familiarizados con la violencia. Son muchos. Nos hicimos cargo de ellos, les pagábamos el transporte, les dimos clases. Creo que gracias a la película la mayoría va a convertirse en actor profesional. Leandro Firmino Da Hora, que interpreta Ze Pequenho en la infancia, está haciendo una obra de teatro con mucho éxito. Antes de empezar Ciudad de Dios quería ser militar, no había actuado nunca, y ahora está contento de haber descubierto que tiene tanto talento.” En Cannes, los actores Leandro Firmino Da Hora, Alexandre Rodrigues, Jonathan Haagensen y Robderta Rodrigues recibieron, emocionados, una ovación de pie, durante más de diez minutos.

Operativo Rescate
Brasil vive en estado de debate por Ciudad de Dios. Un debate que desmenuza las cualidades artísticas y la relevancia social de la película en un momento de convulsión y cambio político. El astro del hip hop MV Bill, residente de Ciudad de Dios, es uno de los críticos de la película: publicó una suerte de carta abierta donde denuncia que hay mucho más que violencia en la favela, y que el film sólo estigmatizará aún más a sus ciudadanos. El propio Paulo Lins le contestó: “Está claro que ni el film ni el libro retratan la violencia en la favela, porque no se trata ni de un documental ni de una investigación sociológica. Es ficción basada en algunos hechos y personajes reales. Mi compromiso es con lo real de la obra de arte y no con la realidad histórica que como ciudadano quiero cambiar. Y los habitantes de Ciudad de Dios no tienen por qué avergonzarse. Los que deben sentir vergüenza cuando ven la película son los que perpetúan la pobreza, los que discriminan por el color de la piel y el origen social, los especuladores que se enriquecen con la miseria ajena. Ellos están estigmatizados. Y yo no digo que la pobreza lleva inevitablemente a la vida criminal. Pero ayuda. Ayuda bastante”.
La película y la polémica aceleraron un programa del gobierno para la prevención y el combate de la violencia en Ciudad de Dios. Ya comenzó a montarse un centro multimedia para jóvenes y mujeres con capacitación profesional, y otras medidas en las que intervienen los ministerios de Cultura, Acción Social, Educación y Deportes, además de las secretarías de Seguridad y Derechos Humanos. Para mejorar las condiciones de vida e interactuar con los habitantes de la favela, ya organizados en la Asociación de Moradores de Ciudad de Dios, se convocó a investigadores de la Universidad de San Pablo. El programa, claro está, se extiende a muchas otras favelas del país, y tiene como base otorgar existencia legal a sus habitantes, por lo general no censados, en un esfuerzo de integración, y darles trabajo y amparo legal a jóvenes involucrados con la violencia. La inversión en Ciudad de Dios alcanza los nueve millones de reales. El propio Lula, durante la campaña presidencial, hizo declaraciones después de ver la película en San Pablo. Dijo: “El problema de la violencia no puede ser resuelto con represión policial, pero es preciso darles a esos jóvenes abandonados de las periferias de Brasil mejores oportunidades para que encuentren un camino mejor que el que les ofrece la criminalidad. La película es un perfecto retrato de la marginación cultural de muchos ciudadanos brasileños. Tiene que hacernos pensar en formas de combatir esa marginación”. La ex gobernadora de Río de Janeiro Bendita Da Silva, hoy ministra de Gobierno de Lula, le dijo a Lins cuando salió del cine que ella había perdido a dos parientes en el infierno de violencia urbana de las favelas. Y que Ciudad de Dios era un retrato de su vida.

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