Domingo, 23 de marzo de 2003 | Hoy
El 20 de abril de 1999, dos adolescentes entraron en su secundaria de Columbine (Littleton, Colorado) con sendos sobretodos bajo los que escondían una TEC-9 semiautomática, rifles 9 mm y dos escopetas, además de munición y granadas. El resultado: quince muertos, dieciséis heridos y dos suicidios. ¿Por qué pasan estas cosas en Estados Unidos? En busca de una explicación, el periodista Michael Moore emprendió su primer trabajo para cine. La respuesta es Bowling for Columbine, un escalofriante documental sobre el furor armamentístico norteamericano, en el que se mezclan el delirio supremacista de Charlton Heston, la confusión adolescente y hasta un perro armado y asesino.
Por Mariana Enriquez
LOS IRACUNDOS
Los investigadores,
las víctimas y virtualmente todos los norteamericanos se devanaron los
sesos para encontrarle explicación al día de furia de Dylan y
Eric. Hoy, casi cuatro años después, la falta de esa respuesta
tranquilizadora los angustia. También por eso el “caso Columbine”
es tan adecuado como paradigmático para el documental de Moore: porque
en ese microcosmos escolar se refleja lo que sucede en todo el país a
gran escala. Los medios, la opinión pública, los maestros, culparon
a los padres de los chicos, a la supuesta pertenencia de los jóvenes
a un grupo gótico-satánico-nazi llamado Trench Coat Mafia (La
Mafia de los Sobretodos), a Marilyn Manson, a los videojuegos, a los estudiantes
populares siempre tan crueles y burlones... Hoy no se desprenden chivos expiatorios
de la investigación. Y ese odio vacío, indiscriminado, asusta.
Nadie sabe por qué Dylan y Eric mataron a sus compañeros el 20
de abril de 1999 en la secundaria Columbine de Littleton, Colorado. No eligieron
víctimas previamente, como se creyó al principio. Las hipótesis
de unamasacre “racista” se derrumbó pronto: sólo mataron
a un joven negro; además, los negros forman sólo el 3 por ciento
de la población de Columbine, un colegio de chicos blancos suburbanos
de clase media. No mataron a los deportistas populares y a punto de egresar:
cuando Dylan y Eric entraron a la escuela, esos chicos ni siquiera estaban en
el edificio. Sencillamente dispararon contra todo lo que encontraron. Pero el
plan original era más ambicioso. Habían colocado dos bombas de
propano en la cafetería, que no explotaron; los asesinos esperaron hasta
a las 11.30 de la mañana y cuando vieron que el colegio no estallaba,
se decidieron a entrar, pertrechados. No usaron los sobretodos por cuestiones
rituales, como se aventuró, sino sólo por cuestiones logísticas
y prácticas: cada uno escondía una TEC-9 semiautomática,
rifles 9 mm y dos escopetas, además de munición y granadas. Llegaron
primero a la biblioteca, y dispararon. Allí murieron diez personas. Los
estudiantes, aterrados, se refugiaron en la cafetería, donde estaban
las bombas. Los asesinos trataron de hacerlas funcionar estimulándolas
con molotovs. Cuando no dio resultado, arremetieron contra los alumnos escondidos
bajo las mesas. La cuenta final fue de quince muertos, y dieciséis heridos,
once con secuelas muy graves. En la cafetería había quinientas
personas: lo curioso no es que mataran a tantos sino a tan pocos. Dylan y Eric
guardaron las últimas balas para suicidarse.
Un año después de la masacre, los investigadores dieron a conocer
el diario de Eric Harris. La primera frase escrita, en caligrafía urgente,
era: “Odio a todo el puto mundo”. El resto es contradictorio, diatribas
de un adolescente confundido, no se puede saber qué sentía, probablemente
él tampoco lo sabía. Hay párrafos claramente racistas:
“Si recuerdan un poco de Historia, los nazis llegaron a una solución
final para los judíos: matarlos a todos. Bueno, yo digo: ¡maten
a toda la humanidad! Nadie debe sobrevivir”. En el siguiente párrafo,
Harris explica su odio por los negros. Pero enseguida afirma que odia a los
racistas: “Odio a todos los que odian a los asiáticos, mexicanos
o lo que sea porque su color de piel es diferente”. Y más adelante:
“¿Saben qué odio? A los fanáticos de La Guerra de
las Galaxias. Consíganse una vida, tarados de mierda. Odio a la gente
que pronuncia mal, a la gente que maneja despacio en una autopista, Dios, esa
gente no debería estar detrás de un volante. ¿Saben que
odio? ¡Al canal Warner! Lo odio con toda mi alma y mi corazón”.
Una página ofrece una nota claramente suicida: “No culpen a la escuela.
No la llenen de canas. Que nosotros hayamos decidido cometer una masacre no
significa que los demás chicos nos vayan a imitar. La administración
de la escuela trabaja muy bien. No sé quién va a quedar vivo,
pero por favor no cambien la política y las reglas de la escuela por
nosotros. Sería estúpido. Si hay alguna forma en este universo
de mierda de volver a este mundo como fantasmas, vamos a acechar a todos los
que culpen a los demás. Los únicos culpables somos Dylan y yo”.
Más tarde llegaron los videos caseros que Dylan y Eric filmaron durante
la preparación de la masacre. Allí fantasean con que su historia
sea llevada al cine por Steven Spielberg o Quentin Tarantino, y les comunican
a las víctimas que van a pagar muy caro haberse burlado de ellos durante
años. Los únicos que no caen fulminados por el odio ciego de los
chicos son sus padres. En una de las cintas, Eric dice: “Mis padres son
los mejores padres del mundo. Ojalá fuera un sociópata, así
no tendría remordimientos... Esto va a destrozarlos. Es un bajón
hacerles una cosa así”. Dylan Klebold afirma que sus padres también
son gente bárbara, y que les perdona todos los errores que pudieran haber
cometido.
Todo el arsenal que usaron aparece documentado en las imágenes caseras.
¿Cómo, entonces, no se dieron cuenta los padres? Moore sí
puede contestar esa pregunta en Bowling for Columbine: aparentemente, tener
ese tipo de armas es de lo más normal en Estados Unidos. En su ciudad
natal, Moore entrevista a la integrantes de la “Milicia de Michigan”,
sencillos civiles que, afirman, usan armas desde edad temprana y entrenan como
marines enlos bosques cercanos a sus cómodas casas suburbanas. “Como
norteamericano, es tu deber defenderte”, dice uno de ellos, de profesión
agente inmobiliario. “¿Defenderse de qué?”, pregunta
Moore. “De todo”, le contestan.
Moore entrevista también a uno de los acusados de instigar la masacre
de Columbine, Marilyn Manson. Con su lucidez habitual, el rocker reflexiona
con el periodista y define lo que pasa en Estados Unidos como una cultura del
miedo. “En la televisión –dice– te muestran con espectacularidad
todos los crímenes, atentados y lo que sea, y luego publicidades, una
detrás de otra. Como si dijeran: ‘Si tiene miedo, consuma’.
Y eso es exactamente lo que la gente hace.” Un increíble segmento
de animación producido por Moore muestra una historia alternativa de
Estados Unidos, con blancos aterrados que temen, y compran armas, y temen y
compran, una y otra vez. Otro segmento aún más espeluznante muestra
los últimos cincuenta años de intervenciones militares del gobierno
de Estados Unidos en el tercer mundo y aledaños, y sus nefastas consecuencias.
El documental afirma que los índices de criminalidad en Estados Unidos
están en baja, pero las ventas de armas están en alza, y explica
que los blancos de los suburbios tienen más armas que los negros, dado
su mayor poder adquisitivo. Y que esta tendencia se multiplicó después
del 11 de septiembre. Como si un rifle en el placard pudiera detener al “Mal”,
tal como identificó George W. a los enemigos de la Unión. Como
si armarse hasta los dientes los pusiera a salvo del miedo.
Las balas que mataron a los estudiantes de Columbine fueron compradas en K-Mart,
una cadena de grandes tiendas comerciales. Promediando la película, Moore
lleva a dos sobrevivientes de la masacre (uno de ellos paralizado de la cintura
para abajo, el otro con cicatrices por todo el cuerpo) hasta una de las tiendas,
y juntos le piden por favor al gerente comercial que deje de vender armas. Más
tarde, Moore descubre que en Littleton se encuentra una de las mayores fábricas
de armas del país, que emplea al grueso de los habitantes de la ciudad.
Es decir: los padres de los adolescentes que concurren a Columbine construyen
misiles.
LA
EPIDEMIA
Dylan y Eric no son los únicos adolescentes que alguna vez
abrieron fuego en una escuela norteamericana. Desde 1996, los casos se multiplican
por todo el país, y todavía el Congreso no aprobó ninguna
ley que limite o controle la posesión de armas, influenciado por grupos
de presión entre los que se destaca la NRA de Charlton Heston. Casi como
una provocación, Heston no detuvo sus charlas armamentistas en las ciudades
donde florecen niños asesinos; en Littleton convocó a su gente
tan sólo dos semanas después de la masacre. Moore lo expone en
todo su fervor religioso, rifle en alto, clamando que le sacarán el derecho
de portarlo sólo sobre su cadáver.
Mientras tanto, los chicos matan. En febrero de 1996, Barry Loukaitis (14 años)
entró a su clase de álgebra y con un rifle mató a la profesora
y a dos estudiantes en Moses Lake, Washington. En 1997, en West Paducah, Kentucky,
Michael Carneal (14) mató a tres e hirió a dos cuando disparó
sobre un grupo que rezaba en un pasillo de la escuela; habría planeado
el ataque después de ver The Basketball Diaries, la película basada
en el diario adolescente del poeta Jim Carroll protagonizada por Leonardo DiCaprio.
En octubre de ese mismo año, en Pearl, Mississippi, Luke Woodham (16)
apuñaló a su madre y después se fue a la escuela donde
mató a dos estudiantes, uno de ellos su ex novia. Pearl es una de las
ciudades del “cinturón bíblico” del sur norteamericano,
con treinta y siete iglesias, la mayoría bautistas; un auténtico
escenario del gótico sureño de Flannery O’Connor, lleno de
fanatismo y temor a Dios. En marzo de 1998, Jonesboro (Arkansas), un pueblo
de 50 mil habitantes, conoció el horror cuando Andrew Golden (11) y Mitchell
Johnson (13) esperaron acostados sobre el pasto, fusiles en mano, a que sus
compañeros salieran al patio de la escuela alertados por una falsa alarma
contra incendios que ellos mismoshabían activado. Vestidos de fajina
y ocultos como francotiradores, mataron a cuatro chicos y a una maestra, y dejaron
diez heridos graves. Ese mismo año, Andrew Wurst (14) mató a una
profesora durante el baile de graduación en Edinboro, Pennsylvania. Y
en mayo de 1998 le tocó a Springfield, Oregon, la ciudad de Los Simpson.
Kip Kinkel (15) entró a la secundaria Thurston High y en la cafetería
mató a un chico e hirió a diecinueve. Antes, en casa, había
asesinado a sus padres.
Este último caso ya obtuvo trascendencia fuera de la crónica policial
y las lucubraciones sociológicas. Dennis Cooper, escritor especialista
en combinar la violencia, el deseo y la confusión, intérprete
agudo de las vicisitudes adolescentes, acaba de publicar una nouvelle cuyo protagonista,
Larry, está inspirado en el joven Kinkel. Se llama My Loose Thread, y
el narrador es un chico que no puede diferenciar ficción de realidad.
“Al principio –dijo Cooper– quise escribir una non-fiction, una
crónica de los crímenes en las escuelas. La novela no es una respuesta
a Columbine sino a esa problemática en general. Me horroriza la forma
en que los medios retratan a estos chicos, como si se tratara de asesinos seriales.
No lo son. Son jóvenes confundidos. Eso es lo terrible. Me ayudó
a escribir la novela el caso de Kip Kinkel. Vi su confesión por televisión
y me conmovió, fue una de las cosas más fantásticas que
haya escuchado jamás. Me dio el tono de la voz de mi personaje, era justo
lo que quería contar y cómo debía hacerlo. Es un libro
intenso sobre un chico que está perdiendo la cabeza, una construcción
de horror y ruptura emocional que lleva a –y culmina en– una masacre
escolar. Creo que es importante intentar mostrar el estado mental de estos chicos.”
Cooper, sin embargo, se quedó corto. Ahora tendrá que escribir
una novela sobre niñitos criminales. El asesino más joven de Estados
Unidos está preso en Michigan, la ciudad de Michael Moore. Tenía
seis años cuando el 29 de febrero de 2000 mató de un tiro a una
compañerita de su misma edad con la que había peleado el día
anterior. Su madre trabajaba todo el día en un programa social del Estado
que apenas le dejaba tiempo para verlo. En Bowling for Columbine, Moore le lleva
la foto de la niña muerta a Charlton Heston, para intentar que el hombre
que fue Moisés se conmueva. El anciano se niega a mirarla, y a continuar
con la entrevista. Pero Moore le deja la foto en el parque de su mansión
de Beverly Hills, junto a la enorme pileta de natación.
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