CINE > LAZOS DE SANGRE, LA INDEPENDIENTE DE LOS OSCAR
Entre los tanques nominados a los Oscar hay una película modesta, filmada en un pueblo con sus habitantes mezclados entre los actores y basada en una novela de Daniel Woodrell, un autor que retrata desde hace años “la zona más ingobernable de Estados Unidos”. Con cuatro nominaciones, la sorprendente Jennifer Lawrence en el protagónico, un ritmo de suspenso, un pulso de tragedia y ninguna concesión a la industria, Winter’s Bone (Lazos de sangre) muestra por qué el noir también puede suceder en un bosque.
› Por Martín Pérez
“No se debe pedir lo que tiene que ser ofrecido”, le explica muy seria la joven Ree a sus hermanitos menores, Sonny y Ashley, que acaban de ver a sus vecinos carneando un animal, y sugirieron ir a pedirles un trozo. La sabiduría de semejante frase se verá confirmada cuando, un rato después, su vecina Sonya golpee la puerta cargando una caja que contiene los ingredientes necesarios para un guiso de cordero.
A pesar de que se preocupa por Ree, Sonny y Ashley, y siempre está dispuesta a darles una mano, Sonya no lucirá jamás maternal ni cariñosa con sus pequeños vecinos. Tal vez porque nadie en los Ozark parece ser capaz de un gesto similar, pero también porque debe estar agobiada por los continuos problemas con que se enfrentan estos niños criados por una madre depresiva e incapaz de asumir ninguna responsabilidad, y un padre generalmente ausente. Por eso es Ree la que debe alimentar, educar y encargarse de llevar a la escuela a sus hermanos en el crudo paisaje boscoso y agreste de Missouri.
Pero como siempre todo puede empeorar, el sheriff local llegará de visita al hogar de la familia Dolly para preguntarle a Ree si sabe dónde se encuentra su padre. Nadie sabe dónde está Jessup, que hace poco fue arrestado, acusado de cocinar crystal meth, la droga casera por excelencia de la zona. Lo que el sheriff le informa a Ree es que para salir libre su padre puso como fianza la casa y los terrenos de la familia. Y si no se presenta en el juzgado cuando le corresponda hacerlo, perderán todo derecho sobre ellos.
Así es como la joven deberá olvidar la enseñanza que ella misma predica, y salir a pedir por algo que nadie le ofrece: el paradero de Jessup. Con una autenticidad admirable para enmarcar su duro entorno y un pulso increíble para sumergirse en la oscuridad de su historia, Lazos de sangre –Winter’s Bone es su título original– cuenta la odisea de Ree detrás de los pasos de su padre, algo que nadie parece saber y, si lo sabe, preferiría olvidarlo. Basada en una admirable novela de Daniel Woodrell –una suerte de Cormac McCarthy noir– y ambientada –y filmada– en los particulares montes Ozark, el segundo opus de la directora Debra Granik es casi un milagro de película, que comienza siendo un ejemplar estudio de personajes y ambiente, dobla la apuesta transformándose lentamente en un particular policial, y en su oscurísimo final incluso se interna en territorios dignos de los cuentos de hadas más macabros.
Al entrevistarla para una nota sobre nuevas directoras norteamericanas, la periodista Hermione Hoby, del diario británico The Observer, felicitó a Granik por hacer aprobado el test de Bedchel. Inventado por la historietista Alison Bedchel en 1985, para su tira Dykes to watch out for, consta de apenas una larga pregunta: ¿Tiene la película en cuestión al menos dos personajes femeninos, que hablen entre ellas, sobre algo que no tenga que ver con un hombre? Entre carcajadas, Granik se quejaba ante Hoby de que eso no era pedir demasiado, pero lo cierto es que la mayoría de las películas aún siguen fallando ante el test. No es el caso de Winter’s Bone, sin embargo, un film que –a pesar de toda su dureza– descansa sobre los hombros de un poderoso personaje femenino que aparece en casi todas las escenas, interpretado por la casi debutante Jennifer Lawrence (ya actuó en Camino a la redención, de Guillermo Arriaga, y acaba de filmar The Beaver, dirigida por Jodie Foster). “No sólo es la adolescente más interesante que hay por ahí”, escribió David Denby en The New Yorker. “Sino que es más creíble encarnando un personaje heroico que cualquiera de los hombres que hemos visto cacareando en recientes películas”.
“No me gusta que en cada film de estudio grande una tenga que ser fea e inteligente o bella y tonta, o si no fea pero buena o linda pero mala. No hay mucha imaginación dando vueltas. Salvo en las películas independientes, nadie piensa de otra manera. Es algo que me vuelve loca”, ha dicho Lawrence, que recién cumplió 18 justo antes de rodar con Granik, una directora que ya había descubierto a Vera Farmiga –candidata al Oscar el año pasado por Amor sin escalas– seis años atrás en su ópera prima, Down To The Bone. “Después de haber hecho una película sobre un ama de casa que quiere abandonar la droga, me aburrí de recibir guiones sobre mujeres quebradas. No había ni un solo personaje femenino sano, cada uno era más patético y psicológicamente destruido que el anterior. Por eso cuando recibimos la novela de Woodrell, con Anne Rossellini, mi productora y coguionista, casi celebramos al ver que estaba protagonizado por una joven tenaz, competente y con respuestas impredecibles, y casi nos enamoramos de ella”, explicó la directora, que está orgullosa del tono casi neorrealista del film, pero que no se agota en sí mismo, sino que enmarca una poderosa historia.
“Una trama ajustada como la de la novela, que obliga a su protagonista a salir a buscar una verdad, es algo que podría decir que me cayó del cielo. No sabría cómo escribir algo así. Siempre he sentido curiosidad por cualquier cultura ajena, y con eso a mí me alcanza para seguir una vida. Pero me doy cuenta que el público suele necesitar algo más”, ha confesado Granik, que rodó la película en las Ozark, preocupándose por incluir actores del lugar y también locaciones casi documentales. “La niña de seis años que hace de hermana menor de Ree vive en la casa donde se filmó la película. Así que cuando le decía que vaya a jugar para filmarla, lo hacía con la mayor naturalidad del mundo”, apunta Debra, que celebra la forma en que cada detalle del paisaje suma al clima de la película, como los objetos abandonados entre la maleza. “¡Quisiera hacer un documental sobre cada uno de ellos!”, asegura.
“Cuando vi la película en su estreno en el Festival de Sundance, me voló la cabeza la magnitud de su autenticidad”, declaró Meredith Sisco, historiadora de los Ozark pero principalmente también una suerte de leyenda de la maravillosa música de la zona, incluida en la película. “Aun cuando lo intentase, no podría encontrar una sola imagen del film que no retratase la profundidad de esta tierra tan difícil de revelar de una manera absolutamente apropiada.”
“Existe gente tan alienada de las fuentes principales de la cultura norteamericana, que vive en un universo paralelo”, señaló alguna vez el escritor Daniel Woodrell. “No esperan otra cosa que problemas del mundo real. Porque cada vez que interactúan con ese mundo reciben una multa, los mandan a prisión o los meten en el ejército. Nunca les sucede algo bueno. Por eso es que pasan su vida dentro de un diferente sistema de valores”, es su forma de explicar el mundo de los personajes de todos sus libros.
Celebrado por sus pares, desde Annie Proulx hasta Roddy Doyle, y con una novela llevada al cine por Ang Lee, Woodrell lleva veinticinco años y casi una decena de libros escribiendo sobre los personajes que habitan la tierra en que nació. “Aquí fue donde los hermanos Young en los años ’30 perpetraron la mayor cantidad de asesinatos de policías en un mismo día, antes del 9/11, por supuesto”, le explicó al periodista Dustin Atkinson. “La gente ha llegado a denominar a los Ozark como la región de Norteamérica menos gobernable. Y esa es la clase de linaje de la que emergen mis personajes.”
Según confiesa Woodrell, siempre se sintió atraído tanto por la verba como por el músculo de la buena literatura policial. “El principio que subyace por debajo de todo buen policial es la insistencia en una suerte de democracia natural. Siempre me ha atraído esa noción”, explica, aunque agrega que el noir para él es otra cosa. “Tiene que tener un final trágico, es algo fundamental. Sólo porque esté ambientado en un bar oscuro y haya una rubia en la barra que no use ropa interior, no significa que sea una novela negra”, dice el autor de Winter’s Bone, una novela a la que, aunque muchos han calificado como negra, él no cree que sea así. Por ese pequeño detalle de la tragedia al final. “Pero es que cuando la escribía pensé: ¿por qué ser tan arbitrario y forzar semejante final sobre Ree? Esa chica me había sorprendido, por sus nervios y su presencia. Así que podía perder un par de dientes pero seguir adelante, ¿por qué no? En un típico final noir eso no debería suceder. Pero vivo en esos barrios, y hay gente que alcanza a llegar a una salida.”
Pese a que se considera fanático de directores como Bruno Dumont o los hermanos Dardenne, Woodrell sabe que semejante sensibilidad no se ajusta a la del gran público norteamericano. O la de libros como Jesus’ Son, de Denis Johnston. “Me gusta cuando un artista llega hasta el hueso”, ha afirmado. Tal vez por eso le confesó a The New York Times haberse asombrado por lo fiel que es la adaptación cinematográfica de Winter’s Bone a la novela. “Es sobre una subcultura, no sobre toda la cultura de los Ozark. Pero el estilo de Debra funcionó realmente bien ante ese material, sin ninguna nota en falso o condescendencia”, se admira Woodrell ante una película que, cuando se estrenó en Sundance, al comienzo del año pasado, terminó consiguiendo el premio mayor del Festival, el mismo que años anteriores habían ganado películas como Frozen River o Precious. Y un digno final de un recorrido comercial plagado de premios y reseñas elogiosas han sido sus recientes nominaciones a los Oscar en los rubros Mejor película, Mejor actriz, Mejor actor de reparto y Mejor guión adaptado.
“Aunque nos gustó la historia, la verdad que en un principio no sabíamos si íbamos a poder filmarla”, ha confesado Granik, que finalmente sostiene una lectura de su adaptación de Winter’s Bone que va más allá sobre si es o no es noir. “Cuando exhibimos la película en Europa, más que nada en Alemania, entendieron un poco mejor el costado de cuento de hadas que tiene, que el bosque es un lugar donde uno va a testearse a sí mismo, y del que vuelve con un testimonio de esa prueba. Desde Antígona a Hansel y Gretel, los bosques siempre han sido un lugar traicionero.”
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