Dom 06.04.2003
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TELEVISIóN

That 70’s show

Empezó como una reacción a la negativa financiera de los grandes estudios, pero en cinco años produjo casi doscientas películas, se convirtió en un negocio multimillonario y quebró la cultura norteamericana. Hoy, una retrospectiva por el canal Retro permite repasar ese fenómeno llamado blaxploitation que volvió con Tarantino y el gangsta rap y que en su momento puso fin a la carrera de Sidney Poitier para reemplazarlo por dealers, sexo, y el sonido de unos Estados Unidos en llamas.

› Por Mariana Enriquez

En 1970, el director Melvin Van Peebles filmó Watermelon Man, una comedia protagonizada por un racista que despierta y descubre que tiene la piel negra. Fue un éxito, y el director decidió producir una película escrita exclusivamente para público negro. Pero se encontró con que los estudios no querían darle un centavo para semejante proyecto. Entonces se cortó solo, financió la película de su bolsillo y la llamó Sweet Sweetback’s Badaass Song. La historia de un cafishio que se radicaliza políticamente cuando ayuda a un revolucionario golpeado por policías blancos no conseguía lanzamiento hasta que Van Peebles cerró un arreglo con cines de barrios negros pobres de Detroit, San Francisco y Nueva York. Y fue un éxito enorme, con una asistencia inédita de público negro a cines. Así nació el blaxploitation, género clase B que entre 1971 y 1975 produjo casi doscientas películas, fue un gran y efímero negocio y cambió para siempre la imagen de la negritud en el cine.

Poder Negro
En el cine blaxploitation, los estereotipos negativos funcionan como afirmación de identidad. Al apropiarse de los prejuicios de los blancos y usarlos, el blaxploitation se convertía en cine de poder negro; estas películas fueron las primeras en usar “nigger” (“negro” como insulto) y “bitch” (“puta”) como lenguaje cotidiano del ghetto, sin connotaciones peyorativas. Dicho en forma más sencilla: si un blanco filma una película sobre negros traficantes y violentos, puede resultar racista; si lo hace un negro, la perspectiva cambia totalmente. No es que las películas trataran de reflejar la realidad social de las grandes urbes: se planteaban como simple entretenimiento, con mujeres bellas, tiros y argumentos endebles. Pero el hecho de que los directores y productores tuvieran control total del producto en films hechos por negros para negros era una postura política. Y los realizadores tenían una agenda, que se filtraba permanentemente, incluso en las películas menos interesantes: pusieron en pantalla y ante el público conflictos y asuntos que hasta entonces permanecían en la oscuridad.
El blaxploitation marcó un corte en la imagen que hasta entonces ofrecía la pantalla acerca de la negritud. Antes, el negro estaba representado por Sidney Poitier (Adivina quién vino a cenar, En el calor de la noche), culto, de clase media, asexuado, guapo, no tolerado sino aceptado por la sociedad blanca. Poitier era un anacronismo cuando los disturbios raciales incendiaban Estados Unidos y las Panteras Negras demandaban pasar a la acción armada. El cine blaxploitation quebró ese reflejo y lo reemplazó por la ultraviolencia e hipersexualidad, el lenguaje de ghetto, los proxenetas y las prostitutas, las cárceles y los pubs gays, la noche y la corrupción. Las películas o bien se apropiaban de géneros que Hollywood ya no usaba (ciencia ficción, western, y hasta kung fu) o utilizaban el melodrama en dos variantes: el gángster negro atrapado en un dilema moral que implica traición, o el vengador que sale ileso después de calmar su furia. Se trataba de pastiches de bajo presupuesto; hoy, treinta años después, es difícil encontrarle un atractivo visual a este género de culto, sólo interesante como producto cultural. Salvo por el glamour callejero de las solapas anchas, las plataformas y los afro (hoy en pleno revival). Y la música. En los primeros años ‘70, los sellos Stax y Motown peleaban por incluir a sus artistas en las bandas sonoras de las películas: escribieron para el blaxploitation Marvin Gaye, Bobby Womack, Curtis Mayfield (soberbia banda sonora de Superfly, 1972), James Brown para Black Caesar (1973) y Slaughter’s Big Rip-Off (1974) y Solomon Burke (Cool Breeze, 1972), entre otros. E incluso fueron aceptados por el establishment blanco: en 1971, el héroe del soul Isaac Hayes (de Stax) consiguió un Oscar por la canción de Shaft, “Theme from Shaft”.

Héroes de acción
Antes de Sylvester Stallone, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger estuvo Richard Roundtree. Hoy pocos recuerdan su nombre, pero algunos saben que protagonizó Shaft (1971), dirigida por Gordon Parks, la primera película blaxploitation realizada por grandes estudios (MGM), y embrión del film (y el héroe) de acción tal como se lo conoce hoy. John Shaft es un atractivo detective negro, bueno con las armas y las mujeres, una máquina sexual que no recibe órdenes de nadie; no quiere ser un criminal, pero tampoco someterse a la autoridad. Claro que en aquella época, un héroe de acción no ganaba cincuenta millones de dólares; Roundtree, modelo de profesión, cobró apenas trece mil. Su estilo suave lo encasilló como un James Bond negro, y después de las dos secuelas de Shaft (Shaft’s Big Score y Shaft in Africa), sólo volvió a aparecer en algunas series y desapareció en el limbo de las leyendas. Hace dos años, John Singleton estrenó la remake de Shaft, con Samuel L. Jackson, y sin un ápice del encanto del original.
Pam Grier, la actriz negra más importante de los ‘70, apenas tuvo mejor suerte. Quentin Tarantino, fan confeso del blaxploitation (Pulp Fiction cita al género, y mucho tiene que ver con su rescate) la llamó en 1997 para protagonizar Jackie Brown. Después consiguió más papeles, pero en sus interpretaciones recientes apenas se vislumbra a esa reina semidesnuda de Coffy, Friday Foster o Foxy Brown. Grier no era una gran actriz, pero era la única que podía crear personajes de mujeres duras y callejeras que usan su cerebro y su sexualidad para conseguir sus objetivos con tanto aplomo. En Coffy (1973) venga a su hermana menor (doce años) adicta a la heroína; la matanza vengadora le sirve al director Jack Hill para mostrar el submundo de dealers, mafiosos y prostitutas (con música de Roy Ayers) con liviandad pero evidente conocimiento de causa. En Foxy Brown (1974), Grier se disfraza de prostituta para vengar la muerte de su novio policía y destruir la conexión del dealer asesino con un juez. Muñeca brava, en una secuencia Foxy arranca los ojos de sus secuestradores y en otra, castra al dealer y le manda el pene seccionado a su novia. En su momento, se acusó a las películas blaxploitation de “sexistas”. Es cierto que abundan las prostitutas y madamas (en Friday Foster hace una aparición inolvidable la legendaria Eartha Kitt), pero la acusación fue una miopía políticamente correcta: las mujeres del blaxploitation hacen uso de su sexualidad, y sí, están ahí porque son esculturales, pero jamás por inofensivas.

Rastros
Después de Pulp Fiction, el blaxploitation tuvo su momento de reconocimiento, como marca cultural y expresión popular de una identidad. Hoy el retrato gráfico de la violencia y la sexualidad tiene su continuación en uno de los estilos del universo hip-hop: el gangsta-rap. Sus cultores lo reconocen: Pam Grier interpretó a la novia de Dr. Dre (el productor de Eminem) en el video de Snoop Doggy Dogg “It’s a Doggy Dogg World”. El gangsta rap, como el blaxploitation, mezcla sexo, violencia, diversión, agresión y latente tensión racial. Claro está que es mucho más radicalizado, y por supuesto casi exclusivamente musical. Pero tuvo su correlato cinematográfico durante el breve auge de lo que se llamó el “gangsploitation” en la primera mitad de los ‘90. A diferencia de los años ‘70, estas películas querían dar una mirada naturalista de la vida en el ghetto; pero igual que aquellos films, focalizaban en la música, el look y la violencia. Boyz in the Hood de John Singleton, Menace II Society de Albert & Allen Hughes son algunos ejemplos, pero el más significativo, el que cierra el círculo es New Jack City (1991) de Mario Van Peebles, hijo de Melvin, padre del blaxploitation. Ahora las ciudades son grises, la ropa ancha, las joyas enormes y doradas, y abunda el melodrama y la brutal violencia sin nada de glamour. Aquellas películas de los ‘70, con toda su inocencia y espontaneidad, llenas de color y sexo, aparecen nostálgicas, retazos de un tiempo que por pasado parece mejor.

Los lunes por Retro. Mañana a las 23, Black
Caesar (1973) de Larry Cohen. El resto del mes, Black Mama, White Mama (1972) a las 23, Friday Foster (1975) a las 23, El monstruo de dos cabezas (1972) a las 22 y Coffy (1973) a las 23.45.

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