TELEVISIóN
Empezó como una reacción a la negativa financiera de los grandes estudios, pero en cinco años produjo casi doscientas películas, se convirtió en un negocio multimillonario y quebró la cultura norteamericana. Hoy, una retrospectiva por el canal Retro permite repasar ese fenómeno llamado blaxploitation que volvió con Tarantino y el gangsta rap y que en su momento puso fin a la carrera de Sidney Poitier para reemplazarlo por dealers, sexo, y el sonido de unos Estados Unidos en llamas.
› Por Mariana Enriquez
Poder Negro
En el cine blaxploitation,
los estereotipos negativos funcionan como afirmación de identidad. Al
apropiarse de los prejuicios de los blancos y usarlos, el blaxploitation se
convertía en cine de poder negro; estas películas fueron las primeras
en usar “nigger” (“negro” como insulto) y “bitch”
(“puta”) como lenguaje cotidiano del ghetto, sin connotaciones peyorativas.
Dicho en forma más sencilla: si un blanco filma una película sobre
negros traficantes y violentos, puede resultar racista; si lo hace un negro,
la perspectiva cambia totalmente. No es que las películas trataran de
reflejar la realidad social de las grandes urbes: se planteaban como simple
entretenimiento, con mujeres bellas, tiros y argumentos endebles. Pero el hecho
de que los directores y productores tuvieran control total del producto en films
hechos por negros para negros era una postura política. Y los realizadores
tenían una agenda, que se filtraba permanentemente, incluso en las películas
menos interesantes: pusieron en pantalla y ante el público conflictos
y asuntos que hasta entonces permanecían en la oscuridad.
El blaxploitation marcó un corte en la imagen que hasta entonces ofrecía
la pantalla acerca de la negritud. Antes, el negro estaba representado por Sidney
Poitier (Adivina quién vino a cenar, En el calor de la noche), culto,
de clase media, asexuado, guapo, no tolerado sino aceptado por la sociedad blanca.
Poitier era un anacronismo cuando los disturbios raciales incendiaban Estados
Unidos y las Panteras Negras demandaban pasar a la acción armada. El
cine blaxploitation quebró ese reflejo y lo reemplazó por la ultraviolencia
e hipersexualidad, el lenguaje de ghetto, los proxenetas y las prostitutas,
las cárceles y los pubs gays, la noche y la corrupción. Las películas
o bien se apropiaban de géneros que Hollywood ya no usaba (ciencia ficción,
western, y hasta kung fu) o utilizaban el melodrama en dos variantes: el gángster
negro atrapado en un dilema moral que implica traición, o el vengador
que sale ileso después de calmar su furia. Se trataba de pastiches de
bajo presupuesto; hoy, treinta años después, es difícil
encontrarle un atractivo visual a este género de culto, sólo interesante
como producto cultural. Salvo por el glamour callejero de las solapas anchas,
las plataformas y los afro (hoy en pleno revival). Y la música. En los
primeros años ‘70, los sellos Stax y Motown peleaban por incluir
a sus artistas en las bandas sonoras de las películas: escribieron para
el blaxploitation Marvin Gaye, Bobby Womack, Curtis Mayfield (soberbia banda
sonora de Superfly, 1972), James Brown para Black Caesar (1973) y Slaughter’s
Big Rip-Off (1974) y Solomon Burke (Cool Breeze, 1972), entre otros. E incluso
fueron aceptados por el establishment blanco: en 1971, el héroe del soul
Isaac Hayes (de Stax) consiguió un Oscar por la canción de Shaft,
“Theme from Shaft”.
Héroes de acción
Antes de Sylvester
Stallone, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger estuvo Richard Roundtree. Hoy
pocos recuerdan su nombre, pero algunos saben que protagonizó Shaft (1971),
dirigida por Gordon Parks, la primera película blaxploitation realizada
por grandes estudios (MGM), y embrión del film (y el héroe) de
acción tal como se lo conoce hoy. John Shaft es un atractivo detective
negro, bueno con las armas y las mujeres, una máquina sexual que no recibe
órdenes de nadie; no quiere ser un criminal, pero tampoco someterse a
la autoridad. Claro que en aquella época, un héroe de acción
no ganaba cincuenta millones de dólares; Roundtree, modelo de profesión,
cobró apenas trece mil. Su estilo suave lo encasilló como un James
Bond negro, y después de las dos secuelas de Shaft (Shaft’s Big
Score y Shaft in Africa), sólo volvió a aparecer en algunas series
y desapareció en el limbo de las leyendas. Hace dos años, John
Singleton estrenó la remake de Shaft, con Samuel L. Jackson, y sin un
ápice del encanto del original.
Pam Grier, la actriz negra más importante de los ‘70, apenas tuvo
mejor suerte. Quentin Tarantino, fan confeso del blaxploitation (Pulp Fiction
cita al género, y mucho tiene que ver con su rescate) la llamó
en 1997 para protagonizar Jackie Brown. Después consiguió más
papeles, pero en sus interpretaciones recientes apenas se vislumbra a esa reina
semidesnuda de Coffy, Friday Foster o Foxy Brown. Grier no era una gran actriz,
pero era la única que podía crear personajes de mujeres duras
y callejeras que usan su cerebro y su sexualidad para conseguir sus objetivos
con tanto aplomo. En Coffy (1973) venga a su hermana menor (doce años)
adicta a la heroína; la matanza vengadora le sirve al director Jack Hill
para mostrar el submundo de dealers, mafiosos y prostitutas (con música
de Roy Ayers) con liviandad pero evidente conocimiento de causa. En Foxy Brown
(1974), Grier se disfraza de prostituta para vengar la muerte de su novio policía
y destruir la conexión del dealer asesino con un juez. Muñeca
brava, en una secuencia Foxy arranca los ojos de sus secuestradores y en otra,
castra al dealer y le manda el pene seccionado a su novia. En su momento, se
acusó a las películas blaxploitation de “sexistas”.
Es cierto que abundan las prostitutas y madamas (en Friday Foster hace una aparición
inolvidable la legendaria Eartha Kitt), pero la acusación fue una miopía
políticamente correcta: las mujeres del blaxploitation hacen uso de su
sexualidad, y sí, están ahí porque son esculturales, pero
jamás por inofensivas.
Rastros
Después
de Pulp Fiction, el blaxploitation tuvo su momento de reconocimiento, como marca
cultural y expresión popular de una identidad. Hoy el retrato gráfico
de la violencia y la sexualidad tiene su continuación en uno de los estilos
del universo hip-hop: el gangsta-rap. Sus cultores lo reconocen: Pam Grier interpretó
a la novia de Dr. Dre (el productor de Eminem) en el video de Snoop Doggy Dogg
“It’s a Doggy Dogg World”. El gangsta rap, como el blaxploitation,
mezcla sexo, violencia, diversión, agresión y latente tensión
racial. Claro está que es mucho más radicalizado, y por supuesto
casi exclusivamente musical. Pero tuvo su correlato cinematográfico durante
el breve auge de lo que se llamó el “gangsploitation” en la
primera mitad de los ‘90. A diferencia de los años ‘70, estas
películas querían dar una mirada naturalista de la vida en el
ghetto; pero igual que aquellos films, focalizaban en la música, el look
y la violencia. Boyz in the Hood de John Singleton, Menace II Society de Albert
& Allen Hughes son algunos ejemplos, pero el más significativo, el
que cierra el círculo es New Jack City (1991) de Mario Van Peebles, hijo
de Melvin, padre del blaxploitation. Ahora las ciudades son grises, la ropa
ancha, las joyas enormes y doradas, y abunda el melodrama y la brutal violencia
sin nada de glamour. Aquellas películas de los ‘70, con toda su
inocencia y espontaneidad, llenas de color y sexo, aparecen nostálgicas,
retazos de un tiempo que por pasado parece mejor.
Los lunes por Retro. Mañana
a las 23, Black
Caesar (1973) de Larry Cohen. El resto del mes, Black Mama, White Mama (1972)
a las 23, Friday Foster (1975) a las 23, El monstruo de dos cabezas (1972) a
las 22 y Coffy (1973) a las 23.45.
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