Dom 20.02.2011
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TELEVISIóN > COMMUNITY, LA INCORRECCIóN POLíTICA HECHA SITCOM

Viva la diferencia

Después de un reinado absoluto con hitos como Seinfeld o Friends, la sitcom ha entrado en franco declive y no le quedó más remedio que reinventarse. ¿Cómo? Echando mano de la metadiscursividad, de la misma manera que el género de terror slasher se renovó en los ’90 con Scream. Haciéndose, en fin, posmoderna. En este nuevo estilo, plagado de citas y bárbara incorrección política, una de las sitcom más destacadas es Community, que empieza su nueva temporada por Sony. Y la gran paradoja es que, con frecuencia, logra sus mejores momentos de comedia cuando olvida su agobiante autoconciencia.

› Por Mariano Kairuz

“¿Qué es una universidad comunitaria? Bueno, ustedes han escuchado todo tipo de cosas. Han escuchado que es una universidad de perdedores para adolescentes que se quedaron atrás, para desertores estudiantiles de veintipico, para divorciados de mediana edad y para viejos que intentan mantener sus mentes activas mientras avanzan hacia las alcantarillas de la eternidad. Les deseo suerte.” Es con estas palabras, dudosamente inspiradoras, que el decano de la Universidad de Greendale, un hombre joven y calvo (que se parece a Moby, dice alguien por ahí), recibe a los estudiantes de un nuevo ciclo lectivo en la institución que dirige, y da por empezada una de las pocas sitcoms divertidas que quedan: Community. Creada por Dan Harmon –un ex guionista de The Sarah Silverman Program–, en un principio quizá parezca que el propósito de Community será tratar de conseguir que un grupo de personajes mediocres, un poco patéticos y fracasados, nos permitan reírnos de su mediocridad, su patetismo y sus fracasos. Y bastante de eso hay, pero sin misantropía: hay mucho reírse de, pero también bastante reírse con. Después de todo, son mediocridades y frustraciones que todos más o menos conocemos de cerca y, en el fondo, el espacio del Community College no es otra cosa que un pretexto para juntar a un grupo de personajes heterogéneo y convertirlos en otra familia disfuncional televisiva.

El improbable grupo de “estudio de idioma castellano” en el que se nuclean sus protagonistas toma forma cuando, en el primer episodio, el ex abogado Jeff Winger (Joel McHale, conductor del programa The Soup) convoca a una falsa reunión en la biblioteca a una rubia llamada Britta (Gillian Jacobs), a la que pretende levantarse desde que puso un pie en el campus. El resto de los miembros parece haber sido elegido un poco siguiendo un sistema de cuotas étnicas: entre otros personajes, están Troy, un muchacho negro, ex estrella del fútbol colegial; y Abed, un chico árabe un poco bizarro. Pero no es que Harmon esté tratando de ser políticamente correcto sino que todo parece diseñado para hacer chistes sobre la diversidad y la corrección política. Hasta cierto punto, es algo que comediantes como Sarah Silverman (o los autores de South Park, por citar dos ejemplos más extremos) conocen bien: los críticos norteamericanos lo llaman “meta-intolerancia”, y consiste en reírse con los estereotipos sexuales, raciales y religiosos, por ejemplo, en lugar de neutralizar toda discusión mediante un abúlico procedimiento de “sanitarización” de los guiones. Otro miembro del grupo es el viejo Pierce, interpretado por el único actor realmente conocido del reparto: un Chevy Chase viejo, haciendo de viejo. El viejo Pierce hace permanentemente comentarios racistas, e inapropiados en general, con una ligereza tal que parece estar viviendo 60 años atrás. Sus chistes no son siempre graciosos, pero es gracioso que los haga. También es gracioso ver al ridículo señor Chang a la defensiva: “¿Acaso no puedo ser el profesor de español porque soy chino?”. Por otro lado, el absurdo rector de Greendale insiste en mantener las cosas lo más políticamente correctas posible dentro de la institución –si no por convicción, al menos por miedo a una demanda legal–, a tal punto que, a la hora de crear la mascota del equipo deportivo de la universidad, engendra un bicho horrible sin facciones, ni marcas visibles de raza, ni género (ni humanidad, en definitiva). Community se carga los viejos prejuicios, pero también y especialmente las nuevas paranoias generadas por la histérica política actual de no arriesgarse a ofender a nadie. Este procedimiento requiere, por supuesto, de una enorme autoconciencia de parte de sus guionistas.

Y Community es indudablemente autoconsciente y autorreferencial: una sitcom esencialmente posmoderna. Como decía John Carpenter sobre el cine de terror en la época de Scream –ese clásico tan posmoderno que pretendía deconstruir el cine de género, sus fórmulas y sus clichés–, el nuevo terror está hecho para un público que se cree mucho más inteligente que lo que está viendo. Algo así parece haber pasado con la renacida televisión norteamericana. Pasados los años del último largo reinado de la sitcom –tan efectiva en su ajustada media hora, sus veloces diálogos, sus pocos personajes y sus escenarios de interiores–, es decir, los años de Seinfeld, La niñera o Friends, hoy reemplazadas por dramas corales y heroicos de una hora de duración, sólo quedan unos pocos avatares de ese mundo perdido, que valga la pena destacar: la brillante 30 Rock, tal vez Modern Family, The Office y poco más. Pero incluso 30 Rock es una obra posmoderna, autoconsciente y autorreferencial. Las nuevas series de televisión parecen estar pensadas para un espectador que siente que ya lo vio todo. De modo que Community decide compartir algunos de sus procedimientos con el espectador, y empieza por hacer explícito su juego de referecias cinematográficas y televisivas. Alguien en el primer capítulo dirá que la situación de grupo de estudio le recuerda al clásico adolescente ochentoso El club de los cinco (y el episodio está dedicado a John Hughes). ¿Creemos que podemos anticipar lo que va a pasar con alguno de los personajes, porque es una situación que ya vimos antes? Probablemente Abed, cinéfilo y consumidor de televisión compulsivo, esté citando dónde fue que vimos esta situación primero, antes de que nosotros consigamos recordarlo. Y quizá también se tome el trabajo de agregar una pequeña lección sobre las reglas narrativas de una sitcom modelo. Community es uno de los picos de la metadiscursividad televisiva pop: uno no necesita haber visto Buenos muchachos para entender el gran episodio en el que el grupo de estudio toma el control del patio de comidas universitario, pero reconocerá mil lugares comunes citados casi al pie de la letra de innumerables películas mafiosas. El antepenúltimo de los 25 capítulos del primer año ya alcanzó status instantáneo de culto al transformar a sus personajes en los protagonistas de una película de acción capaz de reciclar elementos que van de Duro de matar al cine bélico clásico, pasando por las balaceras cool a lo John Woo y las películas de zombis. Para mediados de la segunda temporada, que está estrenando actualmente el cable, se dará un episodio navideño hecho enteramente con muñequitos animados a la manera de algunas viejas producciones infantiles protagonizadas por renos y papanoeles.

Dicho lo cual, queda claro de todas maneras que Community es muy divertida, pero no tanto gracias a su autoconciencia y a su maníaca metadiscursividad sino a pesar de ella. Después de todo, y aunque Abed no pueda dejar de comparar a sus compañeros con Ross y Rachel o algún otro personaje de Friends, todavía queremos ver si, al final del día, el chico consigue a la chica. Sin ironía.

La primera temporada de Community acaba de ser editada en DVD, en una caja de cuatro discos, por el sello BluShine. La segunda temporada puede verse actualmente, los jueves a las 22.30, por Sony.

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