ICONOS CLASE B > CHICAS Y MONSTRUOS MARINOS EN PIRAñA 3D
› Por Mariano Kairuz
No, los afiches de cine ya no son lo que eran –no tienen ni el poder conceptual ni la imaginación de los de otras épocas–, pero hay que decir que el de Piraña 3D honra al del film de fines de los ’70 en el que está basado. El concepto es simple y preciso: la chica de cuerpo perfecto flotando en la superficie del mar, las monstruosas criaturas con aletas y dientes filosos acechando desde abajo. El concepto es sencillo y afanado: demasiado parecido al del afiche de Tiburón, el superclásico que convirtió a Steven Spielberg en el cineasta más exitoso de su generación. Tan emblemática resultó aquella publicidad, con el escualo gigante apuntando su cabezota en dirección a la damisela que nada sin advertir el peligro, que se convirtió en una imagen icónica y pasó a ocupar la portada de las reediciones de la novela de Peter Benchley. El robo gráfico tiene lógica: Piraña, la versión de 1978, era una producción de bajo presupuesto que, como le gustaba hacer a su productor Roger Corman, rapiñaba sin vergüenza un éxito de su época. Que además se haya tratado de una buena película, a mitad de camino entre el hurto descarado y la reinvención paródica, se le debe al guión escrito por un joven John Sayles, y a la inspirada dirección de Joe Dante, que no mucho después pasó a trabajar para Spielberg.
Pero la cuestión, en el fondo, es la chica y el monstruo, la bella y la bestia, que es un tema del cine desde siempre; y en particular el monstruo marino (y horrible) y la muchacha (hermosa) en peligro. El primer avatar célebre de esta suerte de subgénero fue El monstruo de la laguna negra, una pequeña obra maestra de la clase B filmada por el gran Jack Arnold en 1954. La naturaleza de la relación entre el antropomórfico bicho titular (que tenía brazos, piernas y aletas) y la cautivante Julia Adams tenía algún elemento romántico a lo King Kong, película que la precedió en más de dos décadas. A pesar de ese antecedente, El monstruo... era una película absolutamente moderna, por sus tempranas inquietudes ecológicas y por su tratamiento visual: al ver sus escenas subacuáticas, maravillosamente fotografiadas, es imposible dejar de pensar que el joven Spielberg también las vio y tomó nota antes de filmar Tiburón. El punto de vista subacuático, que observa los pies de los nadadores sumergidos en el mar desde abajo, sugiriendo la presencia del pez asesino, se convirtió en una de las marcas visuales más fuertes de la película, como la de su legendario afiche. La primera víctima de la película era la pobre rubia (la desconocida Denise Cheshire) que intentaba aprovechar la soledad de la playa tras la caída del sol. Joe Dante se apropió del punto de vista sumergido en Piraña, aportándole humor y truculencia: muchos planos de piecitos (los de los nenes de una colonia de verano) pataleando felices, ignorando la amenaza que se cierne debajo de ellos, y también el de algún trasero asomando desde el aro de un flotador. Despejando de entrada toda duda acerca de la “influencia” de Tiburón, la primera secuencia de Piraña también estaba protagonizada por una chica que se echaba desnuda al agua sólo para ser atacada por el bicharraco de turno. Circulaba por entonces en el cine de terror un entusiasmo sexual que una década más tarde ya habría sido liquidado sin remedio.
Sin embargo, si hay algo que puede decirse de la flamante remake de Piraña, que está dirigida por el parisino Alexandre Aja, es que es generosa en cuerpos desnudos y calentones, y que su 3D los sabe aprovechar. A ese pretexto para ver carne y sangre que es el argumento, el guión incorpora esta vez a un director de cine porno y dos de sus actrices, y a decenas de chicos y chicas que bailan sin parar, casi en bolas, como si alguien les hubiera avisado que se viene el fin del mundo. Pero además de ofrecer unos cuantos momentos de divertido morbo e imágenes estereoscópicas de tetas desafiando la gravedad en el agua, Piraña 3D efectúa un impensado giro sobre el asunto de las bestias marinas que se devoran a las chicas hermosas. Al principio pone a hervir el agua con sus dos actrices porno convertidas en sirenas (la modelo Kelly Brook y Riley Steele, verdadera intérprete XXX), y muchas otras muchachas no identificadas a las que el guión les reclama que se quiten la ropa o mojen sus tops transparentes sin dejar de moverse. Los personajes masculinos, por su parte y con alguna excepción, resultan ser bastante cretinos, y maltratan a las chicas sin miramientos, en particular cuando empieza el festival de carne desgarrada a dentelladas. Más de uno de estos maltratadores recibirá su merecido, tal como la película nos hace esperar con ansias y sadismo. Hay, incluso, una castración, quizá la primera del cine en 3D. ¿Es por eso Piraña una de terror feminista? Ni por asomo: es una película a la que le gustan sus chicas de cuerpos firmes y desnudos. Pero sí ejecuta esa pequeña venganza de sexo; lo que no es poco, al menos para este pequeño subgénero erótico en el que por lo general las chicas más lindas se ven obligadas a lidiar con algunos de los pescados más podridos.
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