PERSONAJES > UNA NUEVA NATALIE PORTMAN ASOMA, PERO ¿CUáL?
› Por Mariano Kairuz
Hasta hace apenas una semana, algunos periodistas norteamericanos se preguntaban si, con las películas que estaba estrenando y por estrenar después de El cisne negro, la favorita para el Oscar a mejor actriz protagónica no había perjudicado su imagen y por lo tanto sus posibilidades de quedarse con la estatuita. Se sabe que la comedia no ranquea alto en la consideración de los críticos y al parecer tampoco de los votantes de la Academia, pero la verdad es que haber estrenado una película como Amigos con derechos (del veterano Ivan Reitman, en cartel en Buenos Aires desde la semana pasada) revela bastante acerca de quién es o quién quiere ser Natalie Portman en este momento de reinvención al que parece haberse lanzado. Pero ahora que tiene el Oscar en sus manos, podemos imaginar lo peor; ya lo vimos en otras actrices oscarizadas, como Julia Roberts y en especial Nicole Kidman: desaparecen un poco, “reservándose” para papeles de intensidad y prestigio, dejan de lado casi toda ligereza y se convierten en susurrantes reinas del hielo. Hasta que eso suceda, la entretenida comedia de Reitman parece saber qué hacer con esa seriedad que ha caracterizado la ya larga carrera de esta estrellita que consiguió crecer en público sin carbonizarse.
Entre esas otras películas que hizo Natalie Portman después de la de Aronofsky, hay una comedia medieval titulada Your Highness (que, todo indica, puede ser una verdadera locura) y, por supuesto, Thor, que se estrena en los próximos meses, y en la que sí, va a ser el romantic interest del dios-superhéroe escandinavo bajo la dirección de Kenneth Branagh. Ya veremos qué tal, pero en el peor de los casos, ¿quién va a acusarla de venderse barato?
La cuestión es que la película que finalmente le dio el Oscar –su segunda nominación, tras un esforzado e intenso intento cinco años atrás, con Closer– la tiene poniendo cara de angustia y aflicción desde el minuto uno, cuando todavía le quedan muchas angustias y aflicciones por atravesar hasta convertirse en el pato oscuro del título y del ballet de Tchaikovsky. El arrogante director de la puesta de El lago de los cisnes, interpretado por Vincent Cassel, le recomienda a esta bailarina al límite de sus posibilidades que se vaya a su casa y “se toque”, a ver si afloja un poco. Que use el sexo para liberarse, porque así de dura como la encuentra no va a sacar nunca a relucir sus plumas negras. “¿Vos te cogerías a esta chica?”, le pregunta en medio de un ensayo, exasperado, a uno de los bailarines. “¡No, nadie lo haría!”, se contesta él mismo, porque la chica es una auténtica frígida y hasta que se suelte un poco no va a ser la gran bailarina que requiere la pieza. Lo notable es que Natalie Portman interpreta esta tensión de su personaje a la vez que interpreta su propia lucha personal por liberarse, en la pantalla, ante nuestros ojos.
Y es que ella siempre fue tan bonita y tan amable pero también taaan seria. La conocimos a los trece, cuando era tan linda que parecía una pequeña muñeca de porcelana. Tan linda, con esa cara límpida, inocente, venida de algún otro lado del mundo, que era imposible no preguntarse por la naturaleza de su relación con el tosco cachalote humano (Jean Reno) con quien protagonizaban El perfecto asesino, de Luc Besson. Un tiempo después, rechazaba el ofrecimiento más obvio que los productores de cine tenían para hacerle: el papel de Lolita en la versión que filmó Adrian Lyne con Jeremy Irons. Un par de años más tarde, esta hija única y protegida de una pareja que se conoció en Estados Unidos pero la concibió y empezó a criarla en Israel (Jerusalén, 1981), se retiró un tiempo para ir a Harvard, diciendo que estaba menos interesada en sostener su estrellato que en ser una “persona buena e inteligente”. En esos cuatro años de semi retiro su belleza no sólo no se perdió, sino que se fue refinando, manteniendo sus rasgos siempre un poco juveniles y hasta algo ingenuos, y con ellos toda su frialdad. Cuando volvió, intentó ensuciar un poco su inmaculada imagen –con su escena de stripper en Closer, como la chica rapada con las facciones más perfectas del cine contemporáneo en V de Venganza– pero siguió siendo tan hermosa como gélida. Su “cuidado” desnudo en Hotel Chevalier, el corto de Wes Anderson que precedía a su igualmente careta Viaje a Darjeeling fue el extremo de este modelo de brillo y mentira, no muy distinto de lo que puede verse por estos días en la publicidad televisiva de Dior que la tiene como protagonista: mucha piel entre sábanas, nada de sudor.
Sugestivamente, en El cisne negro consigue subir la temperatura, aunque no tanto en su muy comentada encamada con Mila Kunis como en esa otra, brevísima escena en la que se entrega al sexo consigo misma (hasta que aparece Mamá). Mientras que en la película de Reitman tiene mucho sexo a la ligera, tal como lo ha pactado con su amigo (Ashton Kutcher), a condición de mantener a raya cualquier sentimiento romántico que asome: de una manera u otra, Natalie interpreta a dos reprimidas y su necesidad de escapar de su jaula. Finalmente, sus rasgos de porcelana empiezan a descascararse un poco para mostrar un rostro más adulto mientras saca a relucir todas esas plumas de colores que tenía escondidas. Ojalá que el Oscar no la arruine.
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