Dom 06.03.2011
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CINE 2 > EL DOCUMENTAL SOBRE LA AUTOPISTA 3 QUE NUNCA SE HIZO

La autopista fantasma

Para unir el norte y el sur de la ciudad, el intendente Cacciatore planeó, durante la dictadura, una larguísima autopista 3. Pero con demoliciones y desalojos a medio hacer, el proyecto se detuvo sin explicaciones y a la ciudad le quedó un tajo de terrenos devaluados, ocupaciones irregulares y un panorama absurdo que lleva treinta años sin solución. El documental AU3 da voz a estos porteños abandonados en el corazón de la ciudad.

› Por Sergio Kiernan

Una de las cosas más brutales que se le pueden hacer a una ciudad es tajearle una autopista, y por eso es una de las cosas que menos se le hacen. Y por eso, quizás, es una de las cosas que más quisieron hacer los militares, el sueño de Osvaldo Cacciatore, la definición verde oliva del progreso. No extraña, porque una autopista implica demoler de a cientos, joder de a miles, expulsar por orden superior y crear una cinta muerta donde antes había un tejido vivo.

Para cuando la dictadura hizo su autopista urbana, el mismo concepto se caía a pedazos. Los norteamericanos, que las inventaron, ya estaban arrepentidos de la criatura y hasta estaban demoliéndolas. Jane Jacobs, Lewis Mumford y casi cualquier urbanista con seso podía refutarlas largamente. Nada de eso importó y si importaba no se podía ignorar que había cientos de millones de dólares en juego.

En la película AU3 hay una imagen terrible, la del mapa de la nueva red vial que pensaban hacer. Es un dibujito de la Capital cuadriculada de vías rápidas, con un disparate como eje central: para unir el sur y el norte se demolía una amplia S que arrancaba arriba de Belgrano y terminaba en Barracas. Esa era la Autopista Urbana 3, la madre de todas las autopistas.

La película que acaba de estrenar Alejandro Hartmann cuenta la historia de lo que no fue y del saldo que quedó. Los militares expulsaron a cientos de vecinos en la zona de clase media y baja clase media que se recuesta justo atrás de lo mejor de Belgrano R. Dejaron un tendal de lotes vacíos, montañas de escombros, casas vacías, pero no edificaron nada. Un día, sin que todavía se sepa por qué, abandonaron el proyecto. Los sobrevivientes se encontraron viviendo en una herida, aislados. El pobrerío urbano se encontró con casas para ocupar, un techo malandra pero, como explica uno en la película, “un paraíso con el bondi en la puerta, una plaza, paredes de ladrillo”.

Treinta años después, el tema sigue. Partes del tajo urbano de una manzana de ancho fueron parquizados. Partes son casas devaluadas y baqueteadas. Partes son ocupas, villas urbanas, terrenos cubiertos con cartonería y chapas. AU3, que no es una película sobre urbanismo, se concentra en este lado social, el de la difícil convivencia entre clases rejuntadas por la violencia de las demoliciones y el de la falta de soluciones.

Es que el problema sigue sin resolverse y la AU3 sigue siendo algo roto en Buenos Aires. Y lo que se rompe suele ser negocio para alguno... como muestra el plan del macrismo, exhibido con maqueta animada y todo, de hacer un muro de torres en el lugar. Como gente de la construcción, personajes como el ministro de Desarrollo Urbano Daniel Chain y el encargado de cerrar el tema, Carlos Regazzoni, saben hacer los números. Por ejemplo, darles a los vecinos entre 75.000 y 90.000 pesos –apenas 15.000, si son ocupas recientes– para que despejen terrenos que se cotizarán de a miles de dólares el metro una vez que sean licitados.

Hartmann muestra las voces de vecinos, legisladores y funcionarios con neutralidad. Muestra documentalmente el drama personal que es un desalojo y la violencia de una demolición con una maquinaria gigante que parece algo de Terminator. Y termina avisando que la mitad de los terrenos serán vendidos para edificar cosas no tan altas y la otra mitad para parques y vivienda social, un parche conquistado después de años de bloquear el negocio. Lo destruido para autopista volverá a ser barrio. Habrá que ver qué pasa con estos parches en los que el macrismo, según los personajes de la película, tiene una fe ciega, una fe de contadores y no de urbanistas.

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