Dom 13.03.2011
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POLéMICAS > ELISABETH ROUDINESCO RESPONDE A MICHEL ONFRAY Y A LOS ATAQUES CONTRA FREUD

No digas oui, di psi

El año pasado, el filósofo Michel Onfray publicó en Francia Le Crépuscule d’une idole (El crepúsculo de un ídolo), un brulote de 500 páginas contra “la fabulación freudiana” en el que impugna la obra del padre del psicoanálisis acusándolo de mezquino, mentiroso, perverso, misógino, homofóbico y admirador de Hitler y Mussolini. La repercusión mediática fue tan estridente como irreflexiva. La brillante Elizabeth Roudinesco le respondió de manera fulminante, así como después se sumaron varios psicoanalistas, psiquiatras, filósofos y profesores universitarios. Ahora, esas respuestas fueron recopiladas en el libro ¿Por qué tanto odio? (Libros del Zorzal), junto con esta entrevista y un ensayo en el que Roudinesco investiga y refuta las dos mayores mentiras creadas contra Freud: la del abuso de su propia cuñada y la de que favorecía la persecución de judíos, pergeñada mientras sus libros eran quemados por los nazis.

› Por Sylvain Courage

¿Por qué las teorías de Freud siempre han generado cierto rechazo?

–El odio hacia Freud ya se manifestó desde sus primeros escritos. Es de la misma naturaleza que el odio hacia Darwin. Freud aportó algo que parece intolerable a la humanidad. Es la revolución de lo íntimo. Es la explicación del inconsciente y de la sexualidad. Este es el primer escándalo, que aún sigue chocando. Así como todas las iglesias reprochan a Darwin el haber hecho del hombre un descendiente del mono, así también están resentidas contra Freud por haber hecho de la sexualidad algo normal y ya no algo patológico. En los inicios de Freud, todos los psicólogos se interesaban en la sexualidad, pero para reprimir las sexualidades que parecían perversas: los verdaderos perversos sexuales, por cierto, pero también y sobre todo las mujeres histéricas consideradas malsanas porque desviaban su cuerpo de la maternidad, los “invertidos” porque rechazaban la procreación, y los llamados “niños degenerados” porque se masturbaban.

Era la gran pregunta en 1890-1900. Freud se esfuerza en responderla. Dice que para comprender la sexualidad humana hay que desprenderse de las descripciones puramente sexológicas. Dicho de otro modo, es normal que un niño se masturbe, ¡el asunto sólo se vuelve patológico si exclusivamente hace eso! Según Freud, la sexualidad perversa polimorfa está potencialmente en el corazón de cada uno de nosotros. No hay, por un lado, perversos degenerados y, por otro, individuos normales. Hay grados de norma y de patología. El ser humano, en lo que tiene de más monstruoso, forma parte de la humanidad. Y el niño está en el corazón de nosotros mismos. Por lo tanto, hay que liberar al niño y redefinir los criterios de la perversión. Para liberar a la mujer histérica de sus conflictos y de su sufrimiento, está la palabra.

También siempre se ha reprochado al psicoanálisis el no ser una ciencia. ¿Qué relación mantiene Freud con las ciencias naturales, de las que reclama formar parte en sus inicios?

–Muy temprano, a partir de 1896, Freud, que era médico, abandonó el modelo neurológico. Más allá de lo que digan quienes querrían ver hoy en él a un partidario antes de tiempo de las neurociencias, comprendió que había que romper con las mitologías cerebrales. Esperaba que algún día progresara la medicina del cerebro. No tenía nada en contra de la ciencia. Pero fundó el psicoanálisis a partir de otra racionalidad que no es del mismo orden que la de las ciencias naturales. Comprendió que el hombre no era solamente neuronal, sino que estaba hecho de mitos, de fantasías, de cultura. Y ubicó la tragedia griega –la de Sófocles (Edipo)–, pero también la conciencia culpable de Hamlet, en el centro de la subjetividad. En resumen, el psicoanálisis es una ciencia humana al igual que la antropología: no es una rama de la neurología. Y si biologizamos las ciencias humanas, caemos rápido en el oscurantismo, e incluso en el ocultismo: descubrimos causalidades allí donde no las hay. El desencadenante psíquico de las enfermedades orgánicas –el cáncer, por ejemplo– no está en absoluto probado científicamente, y si confundimos todo, aterrorizamos a la gente al hacerle creer que, si tiene una vida psíquica “higiénica”, no tendrá enfermedades, lo que es opuesto a lo que dice la ciencia médica y también al orden natural del mundo y de la vida.

¿Cuál es, según su opinión, la especificidad de la crítica de Freud en Francia?

–En Estados Unidos, el puritanismo aliado al cientificismo alimenta los ataques contra el freudismo. El debate historiográfico se centró, por ejemplo, en la sexualidad de Freud. ¿Acaso se acostó con su cuñada en 1898? Según el gran rumor norteamericano, completamente inventado, Freud la habría embarazado y obligado a abortar. En Francia, este tipo de polémica no prende. Originalmente, la elite intelectual se apoderó de las tesis de Freud. Los surrealistas y los progresistas vieron en ellas una revolución, en la línea del “yo es otro” de Rimbaud. En el contexto del caso Dreyfus, el freudismo se vio asociado a la ideología de 1789. Pero nuestra historia es de dos caras: Francia generó Valmy y Vichy. Desde esa época, asistimos a una lucha feroz entre los partidarios de una psicología francesa con eje en la fisiología –Théodule Ribot o Pierre Janet– y el freudismo considerado como una “ciencia boche”, antinacional, especulativa. No hay que olvidar que un buen número de psicólogos franceses también fueron teóricos de la desigualdad de los pueblos y las razas a fin de justificar la colonización. Es por eso que suele haber en Francia una confluencia inconsciente entre antifreudismo, racismo, chauvinismo y antisemitismo, fundada en el odio de las elites y el populismo. En los años 1970, Pierre Debray-Ritzen hizo resurgir el viejo fondo antijudeocristiano tratando al psicoanálisis de “ciencia judía”. Y también el libelo antifreudiano de Jacques Bénesteau. Los eternos complots y fabulaciones atribuidos a los psicoanalistas por los adeptos del conspiracionismo son discutibles.

¿Estas polémicas no provienen sobre todo del hecho de que el psicoanálisis fue superado por el progreso médico?

–En lo más mínimo. Después de la Segunda Guerra Mundial, ocurrió la revolución de los psicotrópicos y, en especial, de los neurolépticos. Eso permitió suprimir el asilo. Los medicamentos de la mente permitieron poner fin a las camisas de fuerza. Pudimos tratar, o al menos estabilizar, las psicosis. Pero no las neurosis, ni siquiera las depresiones. Y los tratamientos medicamentosos no alcanzan en ningún caso. En verdad, para tratar las psicosis, hay que asociar la administración razonada de psicotrópicos con curas psíquicas basadas en la palabra, y también hay que ocuparse de reintegrar a los enfermos en la ciudad. Ahora bien, este triple enfoque, el único que permite progresar, cuesta muy caro. Es por eso que las sociedades occidentales prefieren renunciar a él y conformarse con una ideología cientificista en apariencia menos costosa.

¿Cómo se manifiesta esta ideología cientificista?

–Se impuso con la nomenclatura del Manuel estadístico y diagnóstico de los Trastornos Mentales (DSM). De origen norteamericano, este nuevo mapa de las clasificaciones, adoptado por la Organización Mundial de la Salud, se supone que sirve para hacer un repertorio de los trastornos psíquicos a fin de prescribir los tratamientos. A todos los médicos se les impone. Pero, según mi opinión, es pura ideología. Decidieron creer que todo refería a un mecanismo cerebral. En lugar de considerar al sujeto según lo que vive, sólo se toman en cuenta sus comportamientos. El problema, por consiguiente, es que ya no se sabe quién está loco y quién no. ¿Usted chequea tres veces si su puerta está bien cerrada? Está angustiado, por lo tanto, es un enfermo mental. No se preocupan en saber a qué reenvían los comportamientos. El sujeto está cortado, dividido, normado. Ya no quieren saber nada de la intimidad. A tal punto que la influencia del DSM dio pie a una revuelta de los propios sujetos. En especial, contra el proyecto de incluir en el DSM, en preparación para 2013, las nuevas adicciones a Internet y otros medios como si fueran drogas dañinas. Sin embargo, sabemos bien que para determinar si alguien está realmente alienado por su adicción hay que pasar por la palabra y oír lo que tiene para decir. En la próxima entrega del DSM, también está previsto anexar los comportamientos sexuales bajo el ángulo de las adicciones. En este ámbito, ¿dónde está la norma? ¿Cuántas veces por semana? ¿Cómo? Nos hallamos en un callejón sin salida.

Ante la competencia de otros enfoques, en especial, las terapias cognitivas conductuales (TCC), ¿la cura analítica clásica debe evolucionar?

–Creo que sí. Hemos asistido a la rigidificación de la cura clásica: hoy, el silencio del analista durante años ya no es aceptable, si es que alguna vez lo fue. De allí proviene el éxito de las terapias conductuales y cognitivas, que pretenden frenar los síntomas de las enfermedades psíquicas que nos son presentadas como los males del siglo: fobias, trastornos obsesivo-compulsivos (TOC), pérdida de autoestima, etc. Por comparación, se les reprocha a los analistas su no intervención sobre los síntomas. Ahora bien, el análisis puede responder mucho mejor que las TCC. Pero es necesario, sin embargo, proponer curas cortas y activas como las que practicaba el propio Freud. Todo debe reinventarse en el campo clínico..., de manera que la cura se adapte a cada sujeto.

El movimiento psicoanalítico, dividido en una multiplicidad de capillas enfrentadas, ¿puede reaccionar?

–Al estructurarse, el movimiento psicoanalítico se volvió conservador corporativo. En los años 1930-1960, la refundición kleiniana, que puso en evidencia el papel central de la madre, luego la revolución lacaniana (1950-1970), que asoció psicoanálisis y teoría del lenguaje, aportaron ideas novedosas. Pero estas revoluciones produjeron también nuevos conforismos. Esto se hizo visible de manera notoria cuando la emancipación de las mujeres y después de los homosexuales vino a chocar contra la vulgata freudiana. Hubo que rever el viejo modelo patriarcal, revisar las viejas concepciones de la sexualidad femenina, permitir a los homosexuales convertirse en psicoanalistas y padres. Después de haber sido atacado por la derecha, el freudismo fue sacudido por la izquierda y por brillantes filósofos de quienes estuve cerca: Deleuze, Derrida, Lyotard, etc. Y la crítica ha sido fecunda. Hoy, lamentablemente, la mayoría de los analistas parecen dejar de lado el compromiso ciudadano. Están despolitizados y suelen ignorar su historia, lo que les impide ser eficaces en la lucha ideológica que los antifreudianos radicales llevan en su contra. Por otro lado, demasiados psicoanalistas se aferran a tesis de otra época condenando, por ejemplo, la familia monoparental, homoparental o la gestación en vientre de alquiler, aun cuando estas nuevas formas de filiación son perfectamente pensables y los conciernen de lleno.

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