Dom 17.04.2011
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PLáSTICA > CACHORROS, LOS DIBUJOS DE INFANCIA DE ARTISTAS ADULTOS

Niños en el tiempo

La muestra Cachorros presenta dibujos de chicos, pero no cualquier garabato de jardín de infantes: se trata de los primeros trazos de artistas hoy adultos y consagrados, como Liliana Porter, Alfredo Prior, Fernanda Laguna, Nahuel Vecino o Clorindo Testa. No sólo abre preguntas sobre qué convierte a un dibujo infantil en arte y cuáles son las mediaciones que llevan a esta apreciación, sino que tiende un puente entre el talento fresco de la niñez y el arte maduro del mundo adulto. Y si bien no hay entre estos dibujos evidencias de niños prodigio, sí quedan claras las huellas en la nieve de los futuros artistas.

› Por María Gainza

Damas y caballeros, bienvenidos a los paraísos perdidos de la infancia. A su derecha podrán ustedes observar las verdes pasturas de la niñez barnizadas con los colores del arco iris. A su izquierda, a medida que cae el sol, verán aparecer una constelación de planetas como caramelos masticables al alcance de la mano. Si son tan amables y levantan la vista distinguirán arriba un simpático Pegaso como monumento ecuestre, y más atrás, sobre una nube, la mítica flor Mélanie Lemaire, una antigua variedad de la rosa china que sólo crece en el cielo. Cada uno de ustedes durante los primeros años de vida ha caminado por estos parajes, aunque ahora, por las caras de desconcierto, juraría que los han olvidado.

Ahora bien, no busquen aquí una crítica de arte porque no la encontrarán. Esperen, sé que quieren sangre pero este no es el momento para hacerla correr. Aquí sólo escucharán un poco de historia y algunas preguntas. Después de todo, no se puede juzgar el mundo de un niño con los mismos parámetros con que uno juzgaría el de un adulto. ¿Sería eso, acaso, un juicio justo? Y ese es el problema al que nos enfrentamos: porque lo que tenemos acá es Cachorros, una muestra curada por Domitila Bedel que exhibe dibujos de niños con un giro. Ya no son los garabatos del jardín de infantes de la esquina sino los primeros dibujos de artistas hoy adultos y consagrados. Liliana Porter, Alfredo Prior, Fernanda Laguna o Clorindo Testa, por nombrar algunos. Veamos qué hacemos con todo esto.

nahuel vecino

INOCENCIA INFALIBLE

Una de las paradojas más bonitas que pone en evidencia la muestra es que el arte de los niños no puede estar mal. No existen los malos dibujos hechos por niños. Como aquella ingenuidad que parecía inmunizar a Maxwell Smart frente a sus enemigos de KAOS, la inocencia vuelve a los dibujos infalibles. La falsa perspectiva en el Italpark de Nahuel Vecino, la fantasía del pájaro-avión de Diego Gravinese o los colores de Jill Mulleady, no importa cuán impredecibles, siempre están rigurosamente correctos, como las armonías ácidas en las escamas de un pez.

La muestra es una ametralladora de preguntas. Y una de las que primero se dispara tiene que ver con la idea del niño prodigio. Acá no hay prodigios ni genios en el sentido estricto de esas palabras. Se ven buenos dibujos, algunos muy buenos, como el de la solitaria niña bajo un árbol de Liliana Porter, realizado a los ocho años, o las manchas sobre las tapas de cuadernos Laprida firmadas “Alfredito 1962” realizadas a los once años de edad por Alfredo Prior (tan priorescas que echan sospechas sobre la fecha de ejecución) pero no hay un Jan Lievens, “el Mozart de la pintura”, aquel pintor holandés que a los doce años maravillaba a la ciudad de Lievens con ambiciosas pinturas históricas no sólo de una maestría técnica asombrosa sino también de una madurez emocional única. Que no haya prodigios sugiere quizá que éstos rara vez logran mantener su don intacto hasta la edad adulta, pero también que los niños genios no son tan comunes en las artes plásticas así como lo son en la música (¿significa esto que parte de nuestro cerebro que gobierna la música se desarrolla en una etapa más temprana que nuestra mente visual?).

Lo que sí podemos encontrar son huellas en la nieve del futuro artista. Sabemos que ese Italpark desvencijado se volverá con los años, en la mano de Nahuel Vecino, un dibujo tan clásico como un fresco pompeyano, que las líneas nerviosas de Pablo Siquier se ordenarán bajo la fuerza de la razón arquitectónica, que el imaginario pulp fiction de marcadores de colores de Ignacio Valdez quedará sepultado en dibujos orgánicos en lápiz negro, que el ejército Taily (un despliegue impresionante de mutantes con reminiscencias Eternautas) de Manuel Mendanha será la fuerza demoledora detrás de un grupo como Mondongo, que el universo femenino de la bijoux seguirá latiendo en las obras de Amaya Bouquet con su gusto por las cosas bellas y delicadas y que el dibujo naïve de Fernanda Laguna permanecerá, curiosamente, similar.

Es un juego detectivesco y un fetiche para coleccionistas. Después de todo el dibujo es el medio al que se recurre cuando un niño tiene la necesidad de ver. Es también el medio de la mano, que es el emblema orgánico de la individualidad y la sinceridad. Cuando un niño pinta todo su corazón, sus sentidos, su mente, están siendo destiladas a través del lápiz. Aquí hay Porters y Siquiers en esencia concentrada, antes de que el mercado del arte, el Moby Dick que todo lo engulle, los arrastrara al fondo de sus entrañas.

Alina Perkins

ARTE Y GARABATO

En 1902 Paul Klee revolvía la buhardilla de la casa de sus padres en busca de unos marcos antiguos cuando se encontró con una pila de dibujos. Eran unos cartones llenos de trazos de colores que su madre había guardado: mamarachos del pequeño Paul realizados entre los tres y los diez años. Esa tarde, en una carta a su novia, Klee los describió como “los dibujos más significativos que he hecho hasta ahora”. El pintor acababa de regresar de cuatro años de intenso entrenamiento en una escuela de arte en Roma pero de golpe todo su estudio académico le pareció inútil al lado de la emoción cruda que brotaba de esos, sus primeros intentos. Ese año incluyó 18 de esos dibujos en un catálogo de su trabajo, descartando buena parte del arte que había hecho de adulto. ¿Qué había ahí que tanto atraía al artista? Una fuerza nueva, una exuberancia infantil que Klee se propuso recuperar.

La idea de la niñez como un lugar de inocencia y libertad fue un invento del siglo XVIII, un territorio intelectual promovido en buena parte por Rousseau y Locke en sus tratados sobre la educación (hasta entonces los niños habían sido considerados como “miniadultos” y educados en base a las normas y reglas de un mundo de grandes). Rousseau creía que había que alejar a los niños de las cárceles mentales de la sociedad, dejar que sus mentes vagaran y se desarrollaran según su propio ritmo. Casi un siglo después estas ideas fueron tomadas por educadores como Freidrich Froebel (el inventor del Kindegarten) para crear dos nuevos campos de estudio, “el arte de los niños” y “la educación a través del arte”, conceptos que a su vez repercutirían con fuerza en las vanguardias y colocarían los cimientos para el arte abstracto: los bloques que usaba Froebel para enseñar a los niños a apreciar formas y colores fueron las piedras de toque del modernismo: Braque, Mondrian, Kandinsky, Klee todos fueron a kindergarten y muchos explícitamente han reconocido su deuda con el educador.

En su libro Los elementos del dibujo, 1857, John Ruskin promovía que los artistas recuperaran su “ojo inocente” para representar a la naturaleza con la frescura de un niño o de una persona ciega que ha recuperado de repente la vista. Monet y Cézanne intentaron recrear el momento “camino a Damasco”, captando en la pintura aquella primera visión. Por entonces los niños eran vistos como nobles salvajes criados en casa, purificadores de la decadencia de fin de siglo XIX. Pero recién con la fiebre por el arte primitivo en las primeras décadas del siglo XX los artistas empezaron a mirar a los niños con caras serias. En 1908 Kokoschka mostró sus obras al lado de los garabatos de niños; entre 1912 y 1916 Alfred Stieglitz abrió cuatro muestras de arte hechas por niños en su legendaria galería 291 en Nueva York y en 1917 y 1919 Roger Fry mostró pinturas de niños en Londres. El furor creció con el Art Brut y después de la Segunda Guerra Mundial la gran mayoría de los artistas se involucró con el psicoanálisis y el existencialismo y eso, introspección mediante, los depositó directamente en la niñez. Y así, en grandes manchas, fue como el “arte de los niños” pasó de Cenicienta a princesa de la belleza en el reino de la plástica.

liliana porter

LA PRIMERA ENERGIA

Hace unos años, en Tailandia, los artistas conceptuales rusos Vitaly Komar y Alex Melamid les enseñaron a los elefantes domesticados a sostener con sus trompas los pinceles y luego aplicar pintura sobre una tela. El proyecto era satírico, por supuesto, pero los elefantes realmente pintaron y sus grandes manchones resultaron muy similares a los de Pollock. Como los elefantes, los niños en esta muestra parecen acercarse al papel sin inhibiciones y pocas ideas preconcebidas sobre cómo debería verse un cuadro (hay dibujos de edades diferentes y se puede ver bien cómo, a medida que van creciendo, los chicos empiezan a incorporar información, lo que en los buenos casos no repercute directamente en la calidad del dibujo pero sí en la desfachatez). Dibujos deliciosos, pero el arte, como lo entendemos los grandes, no trata sólo sobre hacer cosas sino también sobre un proceso de pensar y mirar. Los niños pintan sin idea de lo que ese acto pone en juego, lo que no significa que esos dibujos no puedan ser apreciados, más tarde, como arte.

Finalmente Cachorros es también un acto de amor. El de las madres que guardaron esos dibujos, las primeras que creyeron en ellos, que confiaron en su potencia creadora, cuando ellos eran unos don nadie. “A medida que los chicos crecen el dibujo tiende a achicarse, a comprimirse”, explica la artista Regina Mocovez, autora del libro Deseducando a Nina. “Una vez que empiezan la escolarización toda la energía desbordante del comienzo se ordena y muchas veces directamente desaparece”. Heinrich von Kleist contó la historia de un joven que sin saberlo se sienta sobre un taburete en la misma posición que la escultura romana El niño de la espina hasta que alguien le advierte y entonces el joven se mira al espejo e intenta repetir la pose pero ya no lo consigue. La gracia que viene de la inocencia, ha desaparecido. Está en la naturaleza de todos los estilos perder fuerza pero ninguno se extingue tan abrupta e irremediablemente como el estilo de los niños. Cuando miramos una muestra de jardín de infantes es inevitable sentir cierta melancolía por el futuro, por todo lo que va a desaparecer en el camino, pero recorrer Cachorros provoca el efecto contrario, una sensación de júbilo, de posibilidades. Uno sabe que estos niños lo lograrán, dentro de unos años, ellos cruzarán las arenas movedizas que median entre el talento fresco de la niñez y el arte maduro del mundo adulto. Y desde la otra orilla blandirán sus pinturas como la bandera en un barco pirata que ha logrado hacerse de los tesoros y ahora zarpa rumbo a altamar.

Cachorros
Obras de infancia
En Galería Miau Miau, Bulnes 2705
Del 7 de abril al 6 de mayo

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