TELEVISIóN > GAME OF THRONES, ENTRE TOLKIEN Y LOS SOPRANO
Aprovechando el hambre por las intrigas de poder y el fanatismo por el fantasy que revivieron las películas de El señor de los anillos, HBO se embarcó en la adaptación de una saga con millones de lectores y una ambición política y shakespereana. Mientras acá se estrena la primera temporada de Game of Thrones, ya anunciaron la segunda. Y su autor, el gran George R. R. Martin, lucha su propia batalla sin cuartel con los fans que lo acosan, lo aprietan y lo amenazan si no termina la saga.
› Por Mariano Kairuz
“Dejaría que te cogiera toda su tribu, los 40 mil hombres y también sus caballos, si eso fuera lo que se necesita.” El que dice esto es un tipo bastante desagradable, de larga cabellera rubia, como salido de algún lugar de la Tierra Media de El señor de los anillos, y se lo está diciendo nada menos que a su jovencísima, nívea y virginal hermana. ¿Qué vendría a ser lo que se necesita? ¿Lo que se necesita para qué? Para recuperar un reino que estos dos hermanos de lazos poco menos que incestuosos han perdido, y que él aspira a tomar por la fuerza. Para lo cual, ha diseñado una alianza con una tribu de guerreros feroces, y como garantía de esa alianza ha decidido entregar a su hermana: la chica deberá casarse con un tipo enorme y con cara de pocos amigos al que llaman Khal Drogo, al que se podría comparar, digamos, con el desproporcionado Jerjes de la épica espartana 300. Esto –este diálogo, la conspiración, la ceremonia nupcial en la que, como corresponde a los enlaces celebrados por este pueblo de bárbaros, hay al menos dos o tres evisceraciones humanas– ocurre en el primero de los diez capítulos de la mayor apuesta de HBO para este año: la miniserie Game of Thrones. Y quien para esta altura del relato no haya abandonado todo, mareado por la cantidad de personajes presentados, guerreros y reinas y princesas pertenecientes a diferentes castas que están destinados a enfrentarse, o por los elementos sobrenaturales sugeridos pero aún no mostrados y por esos nombres medio impronunciables que suelen abundar en el género del fantasy (y de espadas y hechicería y todo eso), ya habrá registrado que esto es, como señaló la crítica televisiva Mary McNamara en su reseña para Los Angeles Times, una auténtica “celebración de la gloria del cable”. Es decir, una sucesión de todo aquello que la televisión abierta no puede mostrar de manera explícita y el cine dirigido a los adolescentes debe restringir, en materia de violencia, sangre y sexo. Aunque esa no sea, defiende McNamara, otra cosa que la primera impresión, porque “Game of Thrones pronto se convierte en una gran, atronadora saga de intriga política y psicológica, con personajes vívidos y líneas argumentales que se cruzan, y un poco de fantasía”.
Y ese “un poco” es clave a la hora de definir la relación de Game of Thrones con la “fantasía” y “lo fantástico”, y no por nada sus ejecutores, los guionistas y productores David Benioff (el autor de La hora 25, que Spike Lee llevó al cine una década atrás) y D. B. Weiss, salieron a vendérsela a HBO y al público como una suerte de “los Soprano en la Tierra Media”. Porque antes que blandir la varita mágica de los efectos visuales o desplegar una manada de criaturas increíbles, Game of Thrones se dedica a describir un mundo que sí, será ficticio –la Tierra de los Siete Reinos–, pero no deja de remitir de un modo verosímil, más o menos probable, a la Edad Media, mediante detalles históricos que no se agotan en un imaginario de caballeros valerosos y armaduras y espadas y castillos sino que también hay burdeles (con prostitutas, es cierto, tal vez demasiado hermosas), relaciones sexuales intensas y violentas y en más de una ocasión incestuosas; hambre e inequidades de todo tipo, enfermedades y decapitaciones injustas (a manos de hombres buenos y mucho menos que buenos) y varios otros elementos que forman y formaron parte históricamente del mundo real. También hay, es verdad, detalles no mundanos: lobos capaces de desarrollar algo más que una simple empatía con los humanos que los toman a su cuidado, presencias siniestras atravesando los bosques provenientes del Norte; inviernos crudos y devastadores que a veces pueden extenderse por años (porque así son las estaciones en este mundo); y unos huevos de dragón fosilizados que, seguro –y por más que las serpientes aladas, se nos informa, se extinguieron hace siglo y medio–, van eventualmente a sacar algo de su interior. Pero Game of Thrones pone especialmente énfasis en la zona menos geek y menos nerd, más “realista” de un tipo de relato que la mayoría de las veces se presta al cualquier-cosa-puede-pasar y a las soluciones mágicas desprovistas de lógica narrativa alguna. Y esto es así porque así lo planeó el autor de la novela en la que está basada esta miniserie, un escritor que lleva unos 35 años publicando, pero cuyo nombre recién empezó a hacerse valer (millones) en el último lustro. El hombre se llama George R. R. Martin, y ya tiene legiones de fanáticos ansiosos por el próximo episodio de la saga que empezó con Game of Thrones.
Martin no es un advenedizo que de pronto “la pegó”, sino que el hombre –nacido en 1948 en Bayonne, New Jersey, y que vendió de niño sus primeros cuentos de monstruos a sus vecinitos– publicó sus dos primeros y premiados libros entre 1976 y 1977. En 1981 escribió un cuento extraordinario titulado Los reyes de la arena que ya fue filmado dos veces para la televisión, y entre los ‘80 y los ‘90 desaceleró un poco su trabajo literario para dedicarse a ganar algo de dinero en Hollywood. Allí, durante algo más de una década, escribió y editó guiones para distintas series, como una de las varias resurrecciones de La dimensión desconocida, o La bella y la bestia (aquella versión con Linda Hamilton y Ron Perlman) y desarrolló pilotos para otros programas que en casi todos los casos –bajo el pretexto de que sus ideas argumentales eran demasiado grandes y caras de producir– quedaron en la nada. Mientras tanto, también inició, inspirado en un juego de rol, la serie de libros Wild Cards, para la que escribió varios relatos y se dedicó a convocar y editar a los distintos autores que, a lo largo de más de veinte volúmenes, continuaron una historia de superhéroes y supervillanos nacidos de un ataque viral lanzado sobre Nueva York en 1946.
El argumento para Game of Thrones, primer libro de la saga titulada A Song of Ice & Fire, se le ocurrió a principios de los ‘90, pero como se encontraba justo en medio de su década hollywoodense, no estuvo listo para publicarse hasta 1996. Y en ese entonces –todavía faltaban cinco años para que las adaptaciones de El Señor de los Anillos a cargo de Peter Jackson comenzaran a revivir de sus cenizas a la épica fantástica– la editorial Random House salió a venderla como una obra “de fantasy, para la gente que odia el fantasy”. Y aunque no hubo un gran presupuesto de prensa y publicidad, con el tiempo y el boca a boca la estrategia funcionó y la saga –que ya lleva cuatro libros publicados y otros tres anunciados para los próximos años– generó un culto a su alrededor, con cientos de miles de seguidores. Martin le dio entonces un poco la razón a su editorial, convencido de que sus libros intentan aportar la perspectiva histórica que a la mayor parte de las obras de género, muchas veces por pereza, les falta.
“Las mías son definitivamente novelas de fantasía, ya que tienen dragones y esas cosas –explica Martin–, pero quiero que se las perciba como ficciones históricas. Amo la historia, y es cierto que la ficción histórica, que es maravillosa, tiene para mí la contra de que como sé mucho de historia siempre sé de antemano lo que va a pasar. Así que estás leyendo una historia sobre la Guerra de las Rosas –un evento central de la historia inglesa y que es una de las principales inspiraciones de A Song of Ice and Fire– y no importa qué tan buena o mala sea, ya sabés quién va a ganar. La fantasía, en cambio, tiene una capacidad mayor para sorprender, pero habría que tratar de darle un espesor histórico mayor; menos magia y hechicería y más énfasis en las batallas, la intriga política y los personajes. Castillos y caballeros ya hay en Disneylandia, lo que hace falta es investigar y describir esos perros salvajes que rasgan bajo las mesas, y las enfermedades, y cómo era realmente un torneo y cómo se ganaba una batalla. En el centro de mis libros está la disputa por el poder, lo que la gente es capaz de hacer por obtenerlo y lo que le hace a la gente cuando lo obtiene. No pretende ser una alegoría sobre la política contemporánea, sino que simplemente presenta algunas cuestiones que son universales.”
Y si los libros son fantasy para gente que no lee fantasy, HBO ya confirmó que habrá una segunda temporada de uno de los éxitos del año (basada en el segundo libro de la saga), después de que público y crítica lo recibieran como un programa fantástico para gente que no ve programas fantásticos. Una producción costosa (cerca de 60 millones por toda la temporada), filmada con una puesta cinematográfica en locaciones de Irlanda y Malta, y destinada al público que se hizo adicto a Roma, a Deadwood, y, por supuesto, o la pionera de “la nueva ficción televisiva norteamericana”, Los Soprano.
Ahora que Martin lleva vendidos más de quince millones de ejemplares de sus libros (un millón sólo de Game of Thrones, que va por su 35ª edición gracias en parte a la popularidad incrementada por la serie), también lleva algunas temporadas asomándose al lado oscuro del éxito y sufriendo el fanatismo fundamentalista de sus seguidores. Cuando, sobrecargado de trabajos y presentaciones, el escritor empezó a dilatar demasiado la entrega del quinto tomo de la serie, muchos de sus fans empezaron a acecharlo, a controlar sus movimientos, los viajes promocionales que hacía, la cantidad de convenciones en las que se presentaba, es decir, todo el tiempo que no estaba dedicando a escribir. Ahora parece que el quinto libro finalmente verá la luz el mes que viene, casi seis años después del cuarto, pero parece que el monitoreo de sus fans pasó de ser una expresión de entusiasmo y devoción a un apriete extorsivo. En la extensa nota publicada en The New Yorker dos meses atrás sobre este caso de acoso único, la periodista Laura Miller escribió: “Fans desesperados por averiguar qué fue de personajes como Tyrion Lannister –el inteligente y cínico enano nacido en el seno de una de las familias más poderosas de los Siete Reinos–, al encontrarse con que Martin no actualizaba el avance de su nueva novela, empezaron a quejarse en los comentarios de su blog y en el sitio de fans Westeros.org”. El moderador de dicho site, el sueco Elio García, trató de ir borrando los mensajes ofensivos de los fans ofuscados, pero los ataques se multiplicaron en otros foros: en Amazon.com aparecieron comentarios como: “Martin, sos un asco, sacate la máquina de escribir del culo y poné tus putas manos a escribir”; o “Martin escribió un libro titulado Cómo facturar a lo grande después de escribir media saga”. Existe, dice Miller, toda una “comunidad de apóstatas consagrada a burlarse de Martin, lo que sugiere que hay una nueva idea acerca de qué es lo que los lectores creen que un autor les debe: se ven a sí mismos como clientes, no como devotos, y esperan un servicio rápido y consistente”. Otros sencillamente declaran temer que Martin, que tiene 62 años y está más bien obeso, siga el camino de Robert Jordan, un autor de ficción fantástica post-Tolkien cuya muy popular serie Wheel of Time quedó inconclusa cuando el escritor tuvo la poco considerada idea de morirse en 2007, a los 59, de una enfermedad. A Martin le llegan amenazas del tipo de: “Más vale que no hagas la de Jordan”.
Alguno que otro de los fans, conocedores enciclopédicos del universo de Song of Ice and Fire –de esos que le marcan al autor erratas de continuidad que ni él mismo está en condiciones de detectar– han sido contratados como consultores por desarrolladores de videojuegos y merchandising basados en la serie. Mientras tanto, los blogs de ex adictos de la saga enojados por las demoras de Martin se reproducen, en especial después de que éste publicó una entrada en su blog titulada “A mis detractores”, en la que decía: “Algunos de ustedes se enojan porque veo fútbol durante el comienzo de la temporada. No quieren que haga nada excepto A Song of Ice and Fire, jamás. ¿Está bien si voy a mear de vez en cuando?”. En respuesta, ahí hay “iniciativas” online de nombres sutiles como Finish the Book, Martin (Terminá el libro, Martin), llevado adelante por dos buenos muchachos que se hacen llamar, sugestivamente, Liotta y Pesci, o como Is Winter Coming? (titulado así en referencia a uno de los leitmotivs de la serie: El invierno está llegando), que ha publicado tablas detallando la escasa cantidad de horas que Martin ha dedicado al libro en lo que va de los últimos años, así como un informe pseudo legal titulado El pueblo contra George R. R. Martin.
En cualquier caso, Martin ha estado a ambos lados del mostrador y debería saber el tipo de aprietos en que se metió. Como fanático de la serie Lost, él mismo no se privó de manifestar su decepción y enojo por el episodio final de la serie de Abrams y Lindelof y su resolución mística. “Lo seguí semana a semana tratando de descifrarlo, y a medida que me sumergía más y más, me decía a mí mismo: más vale que ya se les haya ocurrido algo bueno para cerrar todo esto. Así que me sentí engañado cuando terminó.” Aunque ese mismo argumento es también, dice, su mejor defensa: a sus fans no debe entregarles nada de apuro; cuando el libro esté listo estará listo, pero habrá de ser lo mejor que su autor pueda darles de sí. “Porque, ¿qué pasa si hago la de Lost? Después me van a venir a buscar con palos y antorchas.”
Y rodarán cabezas, como en Game of Thrones.
Game of Thrones estrena capítulos los sábados a la 01.30 por HBO y repite en distintos horarios.
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