Dom 19.06.2011
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TEATRO > LA VIDA COMO SUPERVIVENCIA EN NEóN, DE AGUSTINA MUñOZ

Detrás de las paredes

Un grupo de jóvenes sobrevivientes intenta recomponer su vida cotidiana en medio de cambios inexplicables: sueños premonitorios, personas que van y vienen, crímenes invisibles. Con ese aire ominoso y la muerte latiendo del otro lado de las paredes, Agustina Muñoz consigue con su obra Neón que lo peor se vuelva hilarante.

› Por Soledad Barruti

¿De qué se trata exactamente la normalidad? ¿Cuántos grados hay que correr el límite de lo conocido para que se descoloquen las emociones? En el cimbronazo, ¿se recupera algún instinto perdido en la civilización? En Neón –la última obra de Agustina Muñoz–, los espectadores están frente a una (¿última?) generación de jóvenes que intentan mantenerse en pie sobre un mundo que cambió. Lo que sucedió exactamente, el por qué de ese cambio, es inimaginable, pero sus efectos son claros. Detrás de un cartel que ya no se ilumina completamente, hay una ciudad (que tal vez esté) semidestruida a la que sus habitantes ya se acostumbraron. Al menos los seis que aparecen y desaparecen de esta habitación que emerge como una grieta desde donde el espectador irá descubriendo alguna forma de mutación colectiva, con todas sus rarezas.

En un principio el efecto es como mirar fuera de foco. ¿Están todos al control de lo que les sucede o están todos sufriendo un brote silencioso? Por ejemplo a Ro (Laura Paredes) le parece de lo más normal que Gus (Matías Umpierrez), el primo de su novio Juan (Lalo Rotavería), un escritor frustrado y prófugo de Berlín, duerma en una cama en el living mientras ella digita sus sueños. También recibir a Juan que llega de una escena de crimen con una caja con regalos (una pulsera de la muerta, un pececito de juguete, una hogaza de pan recién horneado). Para todos ellos, es normal ir a un acuario en vez de a una plaza (¿qué mejor que reflexionar sobre el cambio frente a un axolote?). Que otra vez haya una procesión de la Virgen en la esquina mezclada con las presentaciones pseudoeróticas que Ro hace junto a su hermana en algún lugar del barrio. A Ro le parecen raras otras cosas, como soñar que Juan le regala un bebé al que no le puede ver la cara. “¿Era un hijo lo que me dabas? ¿O era una trampa?”, le pregunta sabiendo que él no le puede contestar. Y ambos se quedan un rato así: mirándose. Porque en esta nueva realidad lo que les parece raro es lo que todavía pasa la prueba del asombro o lo que promete sorprenderlos (aunque sea para peor). Como si la fe estuviera depositada con toda su fuerza en la fantasía.

“Me interesaba explorar situaciones de poscrisis. Personas que pasaron por experiencias muy dolorosas o por tragedias pero que siguen funcionando. No importa cuál sea esa tragedia. En Fukushima, por ejemplo, tres días después había japoneses que seguían haciéndose sus documentos y yendo al supermercado. Y vos los ves y no notás nada extraño en esas personas. Hasta que, de pronto, empiezan a aparecer los puntos de fuga. Porque lo siniestro siempre se ubica en algún lugar, el dolor se termina filtrando. A no ser que decidas suicidarte o abandonar, te adaptás y hacés un ejercicio. Y en eso hay algo heroico que tiene un costo”, explica Agustina Muñoz.

En el edificio en el que está centrado Neón, la desgracia más evidente es la intermitencia de la luz. Ro, Juan y Gus la ven pendular a cada momento lo que los deja todo el tiempo entre la intensidad y la penumbra. Es una desgracia que comparten también con sus vecinos: una pareja de viejitos encerrados sin agua ni comida a los que nunca se ve pero se sabe que hay que asistir; una loca sexy (Cecilia Rainero) aterrada que vive casi atrincherada y que cuando aparece perturba a todos, y Gabi (Elisa Carricajo), la hermana de Ro que alguna vez tuvo sueños premonitorios y que tal vez esté recuperando sus poderes. “Soné que Leo se moría”, dice. Y enseguida aparece el último de estos seis personajes: Leo (Alberto Rojas Apel), su novio, que atraviesa el living con esa maldición a cuestas, trayendo a escena la aparición que completa la puesta: la amenaza de la muerte en todas sus formas posibles.

Los puntos de fuga en Neón son conversaciones o decisiones descabelladas de estos jóvenes que no se asumen locos ni raros, ni siquiera excéntricos, pero que provocan en los espectadores una risa constante que cambia su objeto entre el absurdo y el humor negro. “Eso es algo que hablamos mucho con los actores: la necesidad de que haya humor. El humor es importante por varios motivos, en primer lugar da cuenta de lo complejas que resultan siempre las cosas. Por otro lado, da libertad. Te condiciona menos. Y, finalmente, hace justicia con las emociones del espectador que tal vez esté siendo testigo del momento previo al desmoronamiento del mundo. Al haber humor, no te pone frente a ‘esta es una de tristeza’ o ‘es una de acción’, deja que te rías y así puedas llegar más hondo, mientras afuera todos pueden estar comiéndose unos a los otros.”

“Cuando Gabi dice mar, ¿qué mar?”, le pregunta Juan a Leo. “El mar es una casa. Lo que ella dice mar es una casa que encontramos hace algunos años en un viaje. Una casa atrás de un bosque. Ella la llama la casa del mar, pero está lejísimos del mar. Está vacía, no sabemos de quién es, nunca nadie nos echó, nunca vimos a nadie. Dejamos dos vasos, una frazada y dibujamos una montaña con nuestros nombres, ya es nuestra esa casa. Ella siempre me pide de ir allá cuando siente que la estoy dejando de querer.” “¿En qué van?” “En camión. Nos lleva un amigo que debe unos favores.” “¿No te da miedo?” “No.”

En Neón nada es del todo lo que parece y sin embargo los conflictos de celos, hartazgo, desencanto, búsqueda del amor son los mismos que los que hay siempre en cualquier grupo de amigos. Y es ahí donde radica una de sus principales virtudes: en iluminar de un modo diferente la realidad para mostrar sus absurdos. Sobre todo ese que dicta que mientras la casa quede en pie y los servicios básicos se mantengan, mientras haya algún trabajo por el que cobrar y qué para comer, las personas deben encontrar el modo de hacerlo funcionar. Aunque el precio sea no hablar jamás en voz alta de lo que sucede realmente, de lo que sienten. Aunque se tengan que reacomodar con las creencias más descabelladas y por dentro sueñen sueños diferentes. Porque lo importante así como están las cosas es seguir adelante.


Neón

El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960

Reservas: 4862-0655

Viernes a las 21.

Entrada general: $45; jubilados y estudiantes universitarios: $30 (presentando acreditación)

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