Dom 19.06.2011
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ENTREVISTAS > MARIANO OTERO: JAZZ, POLíTICA Y TODO LO DEMáS

Avellaneda Jazz

Mariano Otero es parte de una camada que con 400 discos originales dio forma a lo que se conoció como Nuevo Jazz Argentino. Pero inquieto, frontal y apasionado, su figura se despegó de la del prolijo músico que el género acostumbra mostrar. Ahí están como pruebas su pelea pública y privada con Adrián Iaies por Macri, las posiciones políticas que comparte con su mujer Florencia Peña, su cansancio con las formas cómodas para asimilarlo y su rigurosa heterodoxia musical. Y por supuesto, Rojo, el disco que acaba de sacar y por el que pasan nombres como Spinetta, Liliana Herrero, el Che Guevara y Yupanqui. Y eso que es sólo –dice– un disco de transición.

› Por Mariano del Mazo

Román Mentaberry apareció ahorcado con su propio cinturón en el medio de la redacción del semanario comunista Informe la noche del 28 de noviembre de 1979. Una vez por semana, Mentaberry tomaba un colectivo hasta el barrio Crucecita, Avellaneda, para jugar al ajedrez con Joty, el padre de Mariano Otero. “Mi vieja me cuenta que no conversaban. Era un ritual silencioso. La muerte de Román pegó muy fuerte en casa, era algo de lo que no se hablaba: mi viejo también había sido militante del Partido Comunista. Yo crecí con esos silencios. Una vez, como todo pibe, me metí en un placard y descubrí el ajedrez. Era hermoso, las piezas de madera, la base de felpa verde... Cuando mi viejo se enteró de que se lo había agarrado casi me mata. Yo no entendí nada hasta que mi mamá me contó la historia de Román.”

Mariano Otero nació el 22 de marzo de 1976. Su primera infancia está atravesada por un miedo inconsciente que recién pudo asumir cuando se le fueron revelando esa y otras historias. Hijo de la escuela pública, del compromiso entre militante y progre de cierta clase media suburbana, su papá es músico y trabajaba como docente y su madre, maestra jardinera. “Para mí fueron años felices. No era consciente del terror. Salía de la escuela, me comía dos tostadas y me iba a jugar a la pelota hasta las ocho de la noche a la canchita que quedaba a la vuelta del terraplén. Mi papá era director del Instituto Roma y mi casa estaba repleta de instrumentos. Llegó a tocar el bajo eléctrico en una banda de rock de los ‘70. Yo toqueteaba lo que había en casa y lo que más me tiraba era la guitarra. Pero la verdad es que mi viejo me ortivaba los instrumentos. No sé, era medio parco, se nota que sufrió. Lo amo, pero planteó una relación distante como la que él tuvo con su padre... Tiene un corazón y una honestidad gigantes. Hace poco le sacaron un cáncer. Por suerte está bien, pero me hizo revisar un montón de cosas: mi relación con él, con la muerte, con mis dos hijos. Y todo eso se trasladó a mi música.”

La intro –sensible, nostálgica, más cercana a una película de Campanella que a lo que se prejuzga que proyecta un músico de jazz– es la puerta de entrada a Rojo, su séptimo disco, segundo que graba con Sony. Por motivos que irá tratando de explicar a lo largo de la entrevista, Mariano Otero está diciendo que está harto del contrabajo y del jazz. Que éste es un disco de quiebre y que Rojo no es sólo por su querido Club Atlético Independiente. “Es también lo primitivo, el rojo de la sangre, el rojo de mi forma de pensar. Mis ideas de vida y políticas están contenidas en ese color.” De hecho, Rojo es un disco del algún modo cancionístico atravesado por dedicatorias, homenajes y citas manifiestas. Más allá de su comienzo al estilo del Miles Davis eléctrico, del swing de “Rojo” (el tema), “Snob” y otras excepciones, lo que diferencia al álbum de la variopinta producción previa de Otero es lo melódico más que lo rítmico (dirá, después, que compone en guitarra y que quiere que la guitarra sea su primer instrumento). “Hay” es una canción inspirada en su mujer, Florencia Peña, cantada por Luis Alberto Spinetta y por Liliana Herrero; “D.P.” “es una conversación con mi abuelo Daniel Pollio”; “Gordini” fue hecha para su hijo menor, Juan, “que cuando nació se parecía a un Renault Gordini”, “Mike T” apunta al guitarrista Miguel Tarzia; “Rojo” (el tema) tiene dos versiones, la última es un track oculto con rítmica de cancha y una letra de arenga que no condice con la aciaga actualidad del CAI y su fama de amargura; “Guevara” descubre su admiración por el Che e incluye un fragmento de “Hasta siempre” cantada por Herrero, que también pone la voz en el único cover del disco, “Guitarra, dímelo tú” de Yupanqui. “Hay mucha canción, es cierto. Hago cosas sencillas y después las cubro: de un motivo te creo algo más poderoso. Siempre fue así, pero aquí se nota más. Es la mezcla entre lo técnico y lo visceral, lo intuitivo. Mi música la vivo como un proyecto, como una ópera. Todos mis discos tienen una idea, los títulos mismos lo marcan... Soy fan de la totalidad, del balance entre el corazón y la cabeza. Siento igual que es un disco bisagra.”

¿Por qué?

–Desde hace unos dos años estoy como en un momento de sinceramiento artístico. Siento que no tengo necesidad de demostrarle nada a nadie. Me estoy sacando una mochila y tratando de ser más libre. Me cuestiono todo... ¿quiero tocar el contrabajo?, ¿quiero ser músico de jazz?

¿Y? ¿Querés?

–No. Yo siempre quise tocar el piano. Me daba cuenta, pero me encargué de esconderlo. A mí me gusta escribir música y el contrabajo es muy sórdido, muy ingrato para componer. Es un instrumento que cumple una función. Yo escribía canciones, melodías y letras, las llevaba al grupo y después ¡tocaba el contrabajo!... Es una disociación. El contrabajo ni siquiera es el mejor instrumento que sé tocar, toco mejor la guitarra. Me fluye más.

¿Y en cuanto al jazz?

–Lo que me ocurre es que no tengo necesidad de pertenecer a nada. No quiero ningún límite, ¡no quiero que me pregunten nunca más en mi vida si existe el jazz argentino! (se ríe). Cuando uno empieza, escribe para los maestros; ahora tiendo a algo más elemental. Siento que no hay tiempo que perder... porque te agarra un cáncer y fuiste. Tengo que asumir una honestidad artística absoluta en los hechos, no en las palabras.

¿Antes no eras honesto?

–Todo lo que hice es honesto, pero me escondía cosas a mí mismo. No contemplé necesidades ocultas. No mentí, pero se ve que precisé ocultarme aspectos de mi personalidad para salir adelante. Hay algo en el músico de jazz que lleva implícito cierto esnobismo, ¿no? Es atractivo ser músico de jazz, esa pose... Esa es una parte. La otra es que yo no reniego de mi pasado. Pero tengo la obligación de forzarme a mejorar. Siempre fui así: quería aprender a escribir, y lo hice; quería tener una orquesta grande, y la tuve. Hay riesgos y es que no esté bueno lo que hacés, que no resista el paso del tiempo. Tengo un espíritu kamikaze, rockero. Yo me mando. Voy, llamo a los tipos que mejor tocan y me mando. Siento fortaleza en este proceso, me siento respaldado por mis colegas, mis alumnos y mis maestros... Esa fuerza hizo que pudiera avanzar con un disco con mucha identidad. Cuando uno para, afuera se muestra lo más parecido a lo que es, ayuda.

La entrevista se hace en el estudio de su casa de Palermo, un garaje reciclado que hoy es sala de ensayo y grabación. Tiene decenas de instrumentos tirados (alrededor de los cuales orbita Juan –dos años y medio–), un piano, una batería y en el rincón el hoy desahuciado contrabajo. Afiches de Jimi Hendrix, mate y termo, premios –ups, por ahí asoma un premio Clarín–, el arte de sus seis discos anteriores, una consola. Hay algunos fetiches de Independiente, a pesar de que toda su familia es de Racing, incluido su tío Osvaldo Otero, ex presidente de la Academia. Invita a escuchar algunas canciones del disco que le está produciendo a Iván Noble como parte de un arreglo global con Sony, y lo que se escucha es un rock bastante crudo pero cuidado con el que se intenta relanzar la figura de Noble. “Estoy muy contento con cómo se porta Sony conmigo. Uno siempre critica a los sellos multinacionales y hay motivos, claro. Pero yo no puedo decir nada: Damián Amato, su presidente, me demostró ser un tipo excepcional. Fijate que además está el tema político, que yo sé que llegado el caso les jode a las corporaciones.”

El “tema político” que menciona Otero es ni más ni menos que su apoyo ferviente a las políticas del gobierno nacional, casi una extensión del de Florencia Peña. Proceso de simbiosis o lo que fuere, lo concreto es que la pareja aparece blindada ideológicamente y es uno de los temas que, también, desvela al músico. “Estuvo bueno que pudimos profundizar, juntos, en un área específica como la política. Yo tal vez no estoy tan de acuerdo con que Flor tenga tanta exposición, porque sé cuánto le afecta cuando la lastiman. Hace poco la escuché a Beatriz Sarlo pegarle gratuitamente. Sarlo, a quien en mi casa se le rendía culto, opina de puro prejuicio. Para ella Florencia Peña es tetas, culo y televisión, y yo, como toco jazz, le debo parecer culto. Estoy cansado de los intelectuales que opinan pero que nunca se manchan.

¿Cómo hacen para conciliar los diferentes ámbitos, el de la televisión y el de la música?

–Mi relación con el mundo que rodea a Florencia, el mundo del espectáculo, fue conflictivo de entrada. Fue lo que más me costó de ella. Es decir: no ella, el mundo que la rodea. Ese mundo fue siempre muy hostil con mi modo de pensar. Hice todos los esfuerzos posibles y soy muy respetuoso con los que no me agreden. Pero qué querés que te diga: no me siento cómodo en los Martín Fierro... En nueve años no acepté nunca una nota con Caras o Gente, y mirá que desde que nos conocemos con Flor me ofrecieron 365 notas por año. Yo solo, con el contrabajo, con los chicos, en una isla, en casa... Donde sea y con quien sea, ¡pero para hablar de Florencia! De mí dicen que tengo perfil bajo... Yo nunca tuve perfil bajo, todos mis amigos lo saben. Andá a preguntar por mí en Avellaneda... Pero para estos cosos yo soy perfil bajo.

El tema te enoja...

–Sí, sufro mucho la observación ajena. La otra vez alguien me dijo: “Nadie daba dos mangos por tu pareja con Florencia Peña”. Eso me saca... ese tipo de observación. Si bien uno aprende a surfear lo que le va tocando, estamos buscando una vida más simple, más chica... Yo no sé si Florencia tiene muchas ganas de seguir en televisión.

Hace casi dos años, Otero se trenzó en una polémica con Adrián Iaies, pianista, compositor y director del Festival de Jazz de Buenos Aires. Criticó a Mauricio Macri desde el escenario y a partir de entonces se sintió proscripto. Con Iaies tuvo una discusión fuerte pública pero también, y mucho más áspera, privada. “Ya está, ya pasó. Quedaron en claro varias cosas y nos cagamos a puteadas por teléfono. Yo critiqué a Macri, pero en todo momento dije que era positivo que Adrián estuviera al frente del festival, que los músicos fueron respetados y que se cumplieron los contratos. El sintió que yo lo había traicionado y yo creo que no porque destaqué su labor y simplemente dije lo que pensaba. Me hubieran puesto en el contrato que no se podía hablar del gobierno de Macri. Debo decir que tampoco estoy conforme con un montón de cosas que ocurren en la cultura en el ámbito nacional.”

¿Cuáles?

–En general, te digo. Me parece que falta profundidad, que se confunde arte popular con lo masivo. ¿Por qué, para decirlo de un modo, Barenboim pertenece al PRO? A través de la enseñanza, los gobiernos populares tienen que cambiar paradigmas también en el arte... A mí me gusta 6,7,8, pero no entiendo por qué tengo que escuchar a No Te Va Gustar cuando van al corte. ¿Te acordás cuando en la apertura de Fútbol de Primera estaba Salgán o Pepi Taveira? Yo creo que esas cosas son una asignatura pendiente. Podemos hablar horas de todo lo que hizo bien el gobierno y también podemos hablar de mis desacuerdos con algunos aspectos. Tengo desacuerdos como los tengo con mi obra, o como los tengo con Cuba, a pesar de que me parece maravilloso lo que hizo el socialismo en la isla. Pero bueno, lo que ganamos en estos años de kirchnerismo tiene un costo. Nada es gratis. Flor lo dijo hace poco: “En un hipotético menemismo yo estaría forrada en plata y lo único que tengo es una casa y un auto”. Y la realidad es que Loli, la mujer que crió a mis hijos, a quien adoramos, pudo ahorrar, puso un kiosco y dejó de laburar con nosotros. Todo gracias a este gobierno. Gobierno que voy a defender a muerte”.

El discurso de Otero por momentos suena arrebatado. Da rodeos para llegar a una idea y cuando llega le va puliendo los perfiles con palabras fuertes, lunfardas, hasta dejarla más o menos redonda. Le gusta volver a Avellaneda. “Yo tocaba el bajo eléctrico en una banda de rock bastante junada en la zona, Martes 12. Me había convocado Andrés Linetzky, que ahora es un pianista de tango muy grosso. Competíamos con La Mancha de Rolando. Ellos en aquel tiempo eran muy Sumo; nosotros éramos más blanditos, más Beatles. Llegamos a tocar en Capital, en The Roxy: fue todo un acontecimiento. Hasta que un día me regalaron un disco de Jaco Pastorius. Me empecé a copar con el jazz, con el funk, me empezó a gustar tocar bien. Tenía 19 años, me había ido a vivir solo a un departamento y cobraba seguros para mi abuelo. Me contacté con Gustavo Giles: empecé a estudiar con él. Venía casa a darme clases y no me cobraba. Por él conocí a Oscar Giunta, a Javier Malosetti, a Luis Salinas. Después me metí en la Escuela de Música Contemporánea y tuve de profesores a Pepi Taveira, a Ernesto Jodos, a Juan Cruz de Urquiza, y tal vez porque casi no había contrabajistas, me empezaron a llamar a tocar.”

Y se empezó a delinear... el nuevo jazz argentino.

–(Se ríe). Y... sí. Es una camada.

¿Por qué si existe el jazz argentino ninguno de ustedes participó de los festejos del Bicentenario?

–¿La verdad? No tengo idea. Lo concreto es que de ahí en adelante se grabaron 400 discos de jazz original. Yo creo que todo se gestó en esa escuela, la de Música Contemporánea. Los profesores sabían transmitir y aglutinaron a un montón de pibes que estaban haciendo rock, pero que les estalló el jazz en la cabeza.

El proceso inverso a lo que te pasa ahora.

–Tal cual. Pero yo nunca dejé de ser rockero, un chabón que hace lo que puede y le pega para adelante. Soy descendiente de italianos y españoles: creo en el laburo, en el progreso, me la juego. Desde aquel ajedrez que descubrí en el placard de mi viejo hasta ahora, siempre ando buscando por donde no se debe.

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