Dom 09.10.2011
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ARTE > LA CAMINATA FLOTANTE DE ERNESTO NETO EN EL MOLINO DE PUERTO MADERO

La buena nueva del caminante

Ernesto Neto es uno de los artistas más reconocidos, prestigiosos y divertidos de Brasil. Sus intervenciones, que toman los edificios por adentro y por afuera, que invitan siempre a participar y a romper las reglas del circunspecto mundo de las exposiciones, son el avatar más actual de ese axioma artístico brasileño que pareciera pedir: hay que pensar también con el cuerpo. Un inmenso tejido para caminar en el aire es la obra elegida para su primera exposición en la Argentina y la inauguración del Faena Arts Center.

› Por Leopoldo Estol

Hay un relato del arte brasileño que ve en Abaporu, el mítico cuadro de Tarsila de Amaral, la vocación y si esa palabra queda grande –entonces– las ganas de un pueblo de pensar con el cuerpo. Por eso, cuando vemos la pintura, los pies son gigantes, los tobillos los siguen en amplitud hasta la cadera que, establecida sobre el suelo, avanza dando asiento a una espalda todavía grande. Una mano apoyada junto al pie, la otra cerca de la cabeza que, pequeña, se yergue con apenas algunos rasgos.

Si con libertad se interpreta esta poderosa imagen que Tarsila regaló a Oswald de Andrade en 1928 para celebrar un aniversario de su amor, es importante saber mirar en la figuración los detalles que propicia el fabuloso cambio de escala: los pies pesan más, pero igualmente grande será su potencia, caminarán tanto como un salto. Y ¿qué pasa por la cabeza? Algunos pensamientos como melodías. Se puede fantasear con una playa cercana, si la fantasía es intensa, entonces el olor a arena caliente se impone. Río, como un cosmos, se despliega frente a nosotros y adopta muchas formas antes de dejarse atrapar, una galaxia súper excitante de aprender y disfrutar con los sentidos.

La llegada de un carioca ilustre amerita algo más que un prólogo. Fue un arribo demorado el de Ernesto Neto a Buenos Aires. Se fue postergando día tras día. Había dos containers llenos de tejidos y pelotitas plásticas retenidos en la Aduana y un centro de arte en construcción. Ninguna suspicacia en el tráfico de pelotitas sino un nombre que aparece mal escrito y la burocracia que anida en cualquier ecosistema vagabundo estirando ridículamente tanto la distancia que separa a dos países vecinos. “Es el crochet más grande del mundo”, dice Jorge, un simpático skater con mérito en arte que comanda parte del montaje cantando bajito sus saudades. En eso aparece el jefe: “Cuando me preguntan en Brasil qué voy a mostrar en Buenos Aires digo eso, crochet” y desaparece veloz. Luego de siete intensísimos días de trabajo en Puerto Madero que a su vez fueron precedidos por varios meses de preparación en su estudio de tres pisos de Río de Janeiro, un camino con piso y paredes tejidos en una paleta cuidadosamente elegida se eleva como una única gran pieza confeccionada en miles de horas, hoy la vemos al entrar en la sala cómodamente tendida en el... ¡aire!

Imaginen al artista como un joven con algo de panza y rulos que habla rápido, cansado de tener que disputar su estilo frente a los reglamentos de seguridad. Así de sofocantes pueden llegar a ser las medidas de seguridad de los museos: tanto como las de los bares para escuchar música en vivo en Buenos Aires. No importa: Neto hizo intervenciones en el interior y exterior de los museos, donde alguna vez los ingleses le insistieron tautológicamente que al lado de la salida sólo podía ir un cartel que dijera salida. En su trabajo el cuerpo es un elemento más y los espacios de arte no están acostumbrados a tener un público tan activo, eso genera riesgos. En París se zarpó: con la elasticidad de una media de lycra –uno de sus materiales fetiche– una forma orgánica se fue cociendo entre las aberturas centenarias del Panteón en un crossover estilístico que tomó por sorpresa a la sólida arquitectura neoclásica. Aérea, elocuente, atada al piso por su propio peso, lo humano se expande y toca sus límites de una manera blanda, circular, fresca. La siguiente polémica fue en la playa. El método tradicional de tomar el agua de coco hace que sus proveedores anden con una gran cuchilla encima y en tres golpes le hagan un agujero de donde beber. Enseguida, aparecieron los que vieron en el cuchillo una posible arma y hasta el negocio: vender jugo de coco envasado. El carioca se quejó con estilo: un video en YouTube (coco + neto) defiende a los vendedores con ritmo y humor. Y es que Neto es inquieto y definir su labor como la de un hacedor de instalaciones es cierto pero al mismo tiempo, algo mezquino. “Te despertás un día en un dormitorio rectangular caja y vas al baño caja a darte una ducha. Salís al living caja a desayunar”. Su impulso generador ablanda la reiterativa métrica espacial y ablandar significa estirar, amoldar, coser, tocar. Peligro: tocar dentro de los salones del arte es un riesgo existencial y, cuándo no, un crimen que los guardianes de sala sancionarán con un inquebrantable gesto de sacrilegio. Quebrar esa ley de permanencia es un principio de cambio. Como un eco paleontológico más bien moderno vamos a decir tres nombres que son precursores y fuerte viento a favor de esta forma de vivir y sentir el arte: Lygia Clark con sus bichos que no tienen una única forma sino que son sumatoria de chapas con bisagras y dependen de cuantas vueltas uno le quiera dar. 2: Lygia Pape (¡cuántas Lygias!) a finales de los ‘60, desplegó una amplísima sábana blanca con agujeros por donde los partícipes sacaban la cabeza, un vestido de muchos como una marea humana que caminando por las calles practicaban un paisaje surrealista. Y por último: Helio Oiticica con sus espacios construidos con simpleza, separados con arpillera en donde poner los pies sobre arena se vuelve algo abstracto y la convivencia con música de Hendrix en hamacas es parte, un cruce social que auspicia su propuesta.

Retomando, un maduro crítico inglés se sintió como Tinky Winky, un amistoso Teletubby entrando en la obra de Neto –superado el prejuicio inicial del pelotero para adultos–, tiró los zapatos lejos y se olvidó por un rato del mundo real sintiéndose feliz, sí, y feliz es una palabra que el crítico no escribe a menudo. Neto es un abanderado de su propio ánimo: en la presentación pública que hizo en la Universidad Di Tella además de mostrar un powerpoint de su trabajo, cantó, bailó y –cuasi talkshow– alzó el celular presentando su esposa a la audiencia. Gesto carismático que puede no ser bien recibido pero sería extremadamente descortés no reconocer su impronta vital. Teñida de su experiencia de vida y siendo una invitación a la experiencia de los otros, así se abren las puertas de su nueva obra.

Más acostumbrado a granos de cereal que a pelotitas, a El Molino, antiguo edificio portuario, le cuesta creer que después de décadas de abandono está volviendo a pasar algo en su interior. Rodeado de lo que para la gran mayoría de paseantes son los espacios más utópicos del barrio, con rampas y la diversidad de flores que la primavera despierta, los parques auspician un próspero rato de dispersión. Lecturas mecidas por alguna brisa rioplatense o la proliferación de skates, bicicletas y patines. Ojalá –anota el cronista– los domingueros vayan armados de paciencia. Porque sábado y domingo son los días más concurridos. Subiendo las carísimas escaleras del Faena Arts Center, primero se ve un afuera: una gran madeja colgante, cuyo volumen se refleja sobre el piso de mármol. Para el mundillo del arte, educado en la austeridad franciscana, la abundancia de mármol es shockeante y despierta una catarata de pensamientos marxistas. Pero el cronista persiste en la contradicción, no da perderse lo que sigue... Esperemos no hacer mucha cola, porque es una obra con interior. Como una menesunda que esconde sus ingenios en forma de una gigantesca artesanía: son muchos los que han pasado la tarde crocheteando aquí. Es la atención enfocada en uno, dos, tres, catorce, doscientos puntos. Son miles de tejidos unidos pero cada tejido lleva el cuidado de alguien. Olvidémonos de si tejer es masculino o femenino. Horas y horas de atención, puntos que se achican o expanden con una razón propia. Es la sumatoria, una conciencia articulada por muchísimas manos que van cruzando los hilos, haciendo nudos. Metiéndole pelotitas para amortizar un poco el sendero, piedras para que el vaivén no se pase de rosca. Tijera para cortar, encendedor para cauterizar el hilo y bocetos de laptop, dan a lugar esto... que se prueba con el cuerpo. Tremenda instauración de una realidad inventada. De un mundo ficticio e innecesario que estimula otro estilo de andar: podríamos probar caminar hacia atrás para siempre y en su lugar rebobinar una serie de vueltas carnero a una época sin final.

Más adelante, aparecen los hijos de Neto, que no tardan en zambullirse en la obra como si la imaginación de su padre fuese una pileta a la que se asoman, los niños corren carreras por el aire sin miedo a reprimendas.

Bicho suspendido en el paisaje es una obra que se recorre sin zapatos, a varios metros del piso, en donde la tentación de ser envuelto por la obra es... quedarse a dormir la siesta. Es una obra generadora de conversaciones sin necesidad de presentarse. Ernesto, al igual que sus gentiles colaboradores Jorge, Glaucia y el Arquero, ponen de manifiesto que una bohemia diferente no está tan lejos. Su vitalidad es un imán para los porteños porque los cariocas cantan y bailan en las calles todos los años. Así, una instalación se vuelve el espacio de encuentro de muchas realidades en donde Brasil es de nuevo noticia por un gran artefacto que vuela y es divertido.


Híper cultura locura en el vértigo del mundo

Ernesto Neto

Faena Arts Center

Aimé Paine 1169

Entrada $ 20. Martes a domingo de 11 a 19 hs.

Hasta el 20 de noviembre

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