FOTOGRAFíA > EDUARDO GROSSMAN HABLA DE SUS NUEVAS MUESTRAS
Hace dos años y medio que Eduardo Grossman dejó de trabajar en medios gráficos y desde entonces se dedica sólo a fotografiar por gusto, a concentrarse en sus obsesiones. Y desde esta semana, dos muestras exhiben su versatilidad: por un lado, tres décadas de imágenes en 24.10.11 / 2, compuesta por retratos en blanco y negro de artistas plásticos hechos entre 1979 y 1999, y la serie a la que llama concreto, imágenes-detalle abstractas capturadas en caminatas por el barrio –La Boca– y que suelen parecerse a obras de Mark Rothko o de Jackson Pollock.
› Por Angel Berlanga
“Eso me lo dio Carlos Alonso, por la foto que le hice”, dice Eduardo Grossman, y señala un dibujo en la pared de su departamento-estudio en La Boca, un piso once al que le llega el murmullo de unos pibes jugando allá abajo, el zumbido del parque automotor en la autopista que lleva más al sur, el brillo de una tarde de primavera aliviada de cenizas. Habla pausado, Grossman, que ha convidado con un café fuerte y ha encendido un cigarrillo negro. En la toma a la que refiere, de 1980, el pintor está en su estudio de la calle Esmeralda. La imagen es parte de las quince fotos de 24.10.11 / 2, la muestra que desde mañana podrá verse en Galería Arcimboldo, compuesta en parte por retratos en blanco y negro de artistas plásticos hechos entre 1979 y 1999 (técnica analógica), y en parte por una serie a la que puede llamar concreto, en la que viene trabajando en los últimos años, hecha con cámara digital, en color, con imágenes-detalle de recortes de un cartel, una pared, una baldosa, un cacho de asfalto, superficies tan invisibles como evidentes, que captura en caminatas por el barrio.
Entre los artistas retratados también están Alberto Breccia, Marcia Schvartz, Jorge Romero Brest y Federico Manuel Peralta Ramos. “A la de Federico la encontré hace poco, entre unos negativos”, dice Grossman. En esta semana podrá verse otra acotada serie de retratos hechos por él, también, en el marco de la participación de la galería en la muestra colectiva Buenos Aires Photo: Charly García, Roberto Goyeneche, Atahualpa Yupanqui, Luca Prodan. “Debo tener unos 1500 retratos, y de entre eso unos 200 de muy buena calidad, de personas importantes”, dice Grossman, que nació en 1946 en esta ciudad y es un maestro de la fotografía contemporánea argentina. Hizo su primera exposición individual hace tres décadas y trabajó cuatro como fotoperiodista: diario Noticias, Goles, El Periodista, Humor, Editorial Perfil, Clarín. “Toda la vida laburé en medios –dice–, hasta hace dos años y medio, cuando me ofrecieron el retiro voluntario, estaba en Ñ como editor. Ya estaba muy, muy harto, hacía años que quería dejar de trabajar así. Ahora, siempre que pueda, quiero dedicarme nada más que a esto.”
“No puedo contar demasiadas cosas de cómo fueron las sesiones de los retratos”, dice. “De alguna gente terminé siendo amigo, pero no siempre una buena foto tiene que ver con eso. Y por la dinámica de trabajo, muchas veces la cosa era esperar a que el redactor hiciera su trabajo y luego cinco minutos, haber visto más o menos qué era y resolver sobre el pucho. Cuando voy a sacar fotos me cuesta conectarme con la otra persona: estoy concentrado por completo en qué estoy haciendo fotográficamente, en buscar la luz apropiada, los elementos que combinen con una cara. Todo eso me parece más importante que el personaje. Nunca intenté un análisis psicológico y siempre busqué una estructura formal que potencie al personaje. Luego, que el tipo salga simpático o antipático, lindo o feo, jamás me interesó”. ¿Y los fotógrafos que retratan a la dama o al caballero subidos a la palmera? “Nunca me gustó Annie Leibovitz, por ejemplo, una gran fotógrafa, que sobre todo en sus primeras épocas tenía unas fotos extraordinarias. Pero después empezó a hacer todas esas producciones, en las que la importancia pasó a depender de una idea genial, como meter a Whoopie Goldberg en una bañadera con leche. No me gusta Hollywood en fotos. Que la idea sea original me puede divertir, pero para mí no es un valor hacer al escritor del avión subido a la hélice. Son cosas que hice mil veces para las revistas: me las pedían los editores, está bien, es un laburo. Pero...”
“Hoy encontré un Rothko tirado en la basura. ¿Cuánto podré sacar?”, anotó hace unos meses Grossman en su página de facebook -–qué lindas fotos suyas hay ahí–, y debajo añadió una imagen que parece un cuadro abstracto del pintor letón y en realidad es una foto que le hizo a un pedazo de puerta placa ajada, despintada: tuvo que salir a aclarar y a disculparse con algunos visitantes de la página que dieron por cierto el hallazgo. “Mirá, lo tengo acá”, dice Grossman, que va hasta el cuarto en el que tiene la computadora y vuelve la madera castigada. “Yo siempre hablo de las actitudes corporales de los fotógrafos, y del tipo de foto que se hace de acuerdo a la cámara que se tiene -–empieza a contar respecto al desemboque en su etapa concreta–. No es lo mismo una grande arriba de un trípode que una chica en la mano. Y cuando agarré la digital, la primera que tuve y que sigo usando, tenía una pantallita móvil estilo filmadora. Y eso te permite ver el piso sin necesidad de agacharte. Así que cuando arranqué a experimentar con esto empecé a ver manchas aleatorias por todos lados. Qué sé yo, un tarro de pintura derramado, texturas, chorreaduras. Tenía una fijación tipo obsesiva.” Grossman relaciona este entusiasmo con su aburrimiento por las imágenes que venía haciendo. “Hacía tiempo que se repetían, que los retratos o las imágenes en la calle no me satisfacían: no encontraba nada que me hiciera sentir que expresaba algo importante. Con esto primero salgo de lo anecdótico, del relato, y empiezo a encontrarme con lo abstracto. Por eso de alguna manera le puse concreto, porque no hay metáfora: el que ve algo en estas fotos está proyectando. Siempre uno tiene necesidad de asignarle alguna figuración, pero la intención era salir completamente del relato, que la foto fuera pura imagen, pura forma. Por supuesto que salieron muchas asociaciones con la pintura: en las muestras anteriores el lugar común era decir ‘uh, este parece un Grego’, ‘y este un Pollock’. Y sí, tenían parentesco: pasa que en una misma muestra tenías a todos.”
En las muestras anteriores, también, dice Grossman, “los que menos entendían qué era lo que estaba pasando eran los pintores amigos. En general los pintores tienen una dificultad con la fotografía. Yo no voy a analizar cuál es la dificultad. Esto tiene puntos de contacto, pero nada que ver. Toda la actitud física e intelectual con que están hechas estas fotos no tiene nada que ver con la pintura. En la familiaridad formal, en un punto, por ahí hay un sentirse cuestionado. ¿Entonces qué, pintar es tan fácil como sacar la foto de una pintura que se derramó por casualidad? No, la muestra no dice eso, ni estoy ironizando. Pero los comentarios me resultaban divertidos”. Grossman llama la atención sobre otra particularidad estética: la falta de perspectiva. “Casi no hay foto sin perspectiva, y éstos son recortes tales que resultan un plano”, dice. “En ese sentido también se asocia mucho a la pintura.” En estas fotos, asevera, talla algo más: el azar. “Es muy, muy determinante. Para mí el azar es un ingrediente necesario. Para casi todo. Hay que tenerlo en cuenta, porque está presente en cada instante de nuestras vidas.”
24.10.11 / 2
Inaugura mañana a las 18 en
Arcimboldo galería de arte,
Reconquista 761 Depto 14.
Lunes a viernes de 15 a 19,
hasta el 11 de noviembre.
Buenos Aires Photo
Stand 21
Palais de Glace. Posadas 1725
26 al 30 de octubre
Entrada: $ 30 (estudiantes y
jubilados con descuento)
(Versión para móviles / versión de escritorio)
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