TEATRO > CENANDO CON RAYMOND CARVER
Con la sencillez, la austeridad y la cotidianidad de los relatos de Raymond Carver, pero también con la inminencia ominosa del desastre acechando entre las grietas de actos simples, Adrián Canale completa su trilogía teatral basada en los cuentos del héroe literario de la clase trabajadora norteamericana con Parte de este mundo. Una mesa en la que actores y espectadores comparten el deleite y la miseria de su condición humana.
› Por Mercedes Halfon
Pese a lo que digan las nuevas tendencias de Palermo, compartir una mesa es un acto íntimo, cargado de potenciales emociones y sellado por alguna clase de compromiso previo. Compartir una mesa donde se va a comer y beber tiene reminiscencias cristianas y por eso, si nos quedamos con la mejor parte de aquel relato, se trata de estar en un espacio de comunión que nos vuelve iguales. Tanto sea tomando una Quilmes fría, un bourbon añejo o comiendo un asado. Así lo debe haber entendido Adrián Canale, director de Parte de este mundo, la pieza teatral que usa como espacio escénico precisamente eso: una mesa donde la comida y la bebida circula entre actores y espectadores.
Todo ocurre de la siguiente manera. Uno va al teatro Puerta Roja, atraviesa el galpón en dirección hacia el fondo y una vez en la sala se encuentra con algo muy parecido a una reunión de amigos. Están todos parados, tal vez tomando algo, o conversando en pequeños grupos. No hay gradas, ni butacas, ni del otro lado telón. En su lugar hay, en el centro del espacio, una mesa con caballetes en forma de cruz, cubierta con manteles de cuadrillé rojo y blanco. Sobre ella se apoyan platos con ingredientes, bebidas espirituosas, copas, servilletas. Algunos espectadores también llevan sus bebidas o snacks y las dejan cerca de donde van a sentarse. Lo que sucederá allí en pocos minutos es una extraña escenificación de textos del escritor norteamericano Raymond Carver. De pronto, la luz se hace más tenue, todo indica que hay que sentarse y escuchar a uno de los presentes que sólo se revelará como actor en el momento de tomar la voz.
Pero, ¿qué tiene que ver el padre del minimalismo literario, el gran narrador realista de los grises suburbios norteamericanos, con una cena? Aunque no lo parezca, mucho. Con esta obra, Adrián Canale finaliza su trilogía sobre Carver que comenzó en 2005 con Parece algo muy simple y siguió en 2006 con Hablar de amor. Aquí, sin embargo, a través de su planteo espacial, cambió su abordaje del autor. Canale cuenta: “Hacía un tiempo que estaba tratando de reflexionar sobre nuevas maneras de comunicación en el teatro, donde los actores estén muy cerca y se pueda sentir hasta la respiración del artista, sin que haya invasión ni intervención sobre el cuerpo del público. Nada más cercano a esto que el universo carvereano, donde la identificación con lo que les pasa a los personajes es total. Simple, directo, sensible, emotivo, austero y a la vez celebratorio. Me parecía una coincidencia entre el texto y la puesta, algo totalmente ajustado, y por eso fuimos en la aventura. La idea de que el público traiga también alguna consumición, completa la propuesta”.
Hay que decir también que el autor es llevado a escena de un modo que no desvirtúa su género, es decir, no se abandona la idea de “narrar un cuento”. Mezclados entre los espectadores, los actores los cuentan, pero no como “cuentacuentos” –relatores que se ponen en la piel de todos los personajes de una historia– sino encarnando sólo un personaje en particular. El vendedor de autos que se encuentra con su padre en un aeropuerto para que éste le confiese cómo engañó a su madre, la esposa del pescador que tropieza con el cadáver de una chica mientras va de camping con sus amigos, y así. Compartimos mesa con seres carvereanos que nos abren su corazón, mientras nos/se llenan la copa con vino, y luego, empinando el codo, vuelven a vaciarlo.
Y si pensamos en los posibles orígenes del teatro, la capa primera sobre la que se han asentado épocas y estéticas, la idea de compartir un círculo no es rara. Así empezó todo, en un ritual, una fiesta donde los que hacían y los que miraban eran iguales. Luego, esa utopía de equivalencia fue mutando y ambos grupos tomaron un espacio propio: escena y platea. Pero Parte de este mundo vuelve a relajar ese vínculo y no desde el lugar de provocación que muchas veces se practicó sino, por el contrario, amablemente. La obra deja en su interior ciertos huecos, zonas de indeterminación para que en la interacción con el público se llenen. Los textos improvisados, los lugares y nombres americanos cambiados por otros más familiares, acercan la escena al aquí y ahora. Todo esto hace que lo que presenciemos sea único, que no haya una función igual a la otra. Y por eso mismo, más que una obra de teatro, creemos estar en una cena familiar. Una de esas donde por más que haya humor e historias compartidas, sabemos que en cualquier momento alguien va a recordar algo que desencadenará un desastre emocional. Como se trata de textos de Carver, ese desbarajuste no va a ocurrir en escena sino sólo a insinuarse, dejando lo más conmovedor apenas delineado con golpes secos.
Carver ha pasado una y otra vez por la escena porteña, incluso por este mismo teatro. Es válido preguntarse entonces el porqué de la insistencia. Canale explica: “Creo que Carver produce en mí una especie de alquimia extraña entre lo que escribe y lo que yo imagino de cómo se debe actuar. Su literatura pareciera responderme cuestiones que todo el tiempo me pregunto sobre la actuación. Cuestionamientos a la noción de cierre de situación y, en especial, su piedad desgarradora con los personajes. Son cosas que hacen vibrar en mí cuerdas insondables y a la vez precisas, que me ayudan a desentrañar el mundo de lo actoral. Incluso sus ensayos sobre cómo escribir un cuento resuenan en mí cuando dirijo, en especial una receta sencilla, casi banal, que propone para escribir y que yo suelo usar para decirles a los actores: ‘Nada de trucos baratos’. O tal vez más sencillo aún: ‘Nada de trucos’”.
Carver ha pasado una y otra vez por la escena porteña y aun así sigue aportando su cuota de autenticidad. Parte de este mundo retoma su espíritu más esencial, apelando a cierta espontaneidad, a contar historias sencillas y conmovedoras. Parte de este mundo recuerda la frescura de cualquier reunión o cualquier arte que se despoja de aquellas convenciones que lo vuelven predecible.
Sábados a las 20.30, en Colectivo Teatral Puerta Roja,
Lavalle 3636. Entrada general: $ 50.
El que quiere, puede, además, llevar algo para comer.
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