Mar 29.01.2002
radar

VICIOS

en las mejores salas

Siempre fueron reductos de la vanguardia artística y de los espectadores que se resisten a quedar definitivamente atrapados en las redes del cine comercial. Y lo siguen siendo. Radar propone una recorrida por los cine clubes que hoy están en actividad en la ciudad, con o sin debate al final.

POR NATALIA FERNÁNDEZ MATIENZO
Algunos años han pasado ya desde que los cine clubes de la calle Corrientes hacían furor entre la intelectualidad porteña. De los tiempos del Lorraine, por ejemplo, cuando en plena dictadura militar un puñado de cinéfilos organizaba, a todo riesgo, ciclos de películas prohibidas por la censura. O, antes aun, de la época en que Borges, Horacio Coppola y Victoria Ocampo inauguraran el Cine Club Buenos Aires, con sus celebrados clásicos del cine ruso.
En un tiempo en el que ver cine de vanguardia ya no está vedado por el poder político, algunos de estos reductos todavía subsisten. Es cierto que de aquel movimiento contestatario que, dado el contexto, suscitaba las más ardientes pasiones sólo queda, en algunos casos, la nostalgia de viejos espectadores que acuden para recrear antiguos debates. Presenciarlos, ahora, puede parecer anacrónico. Y no es que en cierto modo no lo sea. ¿Qué mejor, sin embargo, que poder escapar de las muchas veces patológicas radiaciones de la cinematografía hollywoodense para darse un chapuzón de cine de calidad en 16mm? Aunque los films en cuestión ya no sean puertas abiertas a nuevas corrientes de pensamiento sino objetos de culto, sacralizados por una generación que los ha visto cuando sí lo eran.
VIAJES DE PELÍCULA
Una de las propuestas más interesantes en lo que a tradición cineclubista se refiere es la de Ernesto Flomembaum y Pastora Campos, que desde 1988 mantienen intactas las funciones de su Taller Estudio de Arte (Aráoz 1460 PB 3), en el que intentan integrar el cine con diferentes manifestaciones artísticas. “Nuestro proyecto siempre estuvo dividido. Por un lado queremos ampliar el público cinéfilo, proporcionando un lugar más en el que encontrar buen cine, ya que su difusión no abunda. Por otro, se trata de una cuestión casi pedagógica: brindar pautas estéticas, conocimiento del lenguaje cinematográfico y un marco teórico e histórico a partir del cual poder disfrutar las películas de otra manera, bien entendidas”, dice Ernesto. Ciertamente no es sólo cine lo que se provee en este espacio, porque antes de cada función los coordinadores ofrecen una aproximación a la película y al director, para delicia de los estudiantes de cine que suelen concurrir. Al finalizar, además, se plantea el tradicional debate acerca de lo que se ha visto, en los que los ya mencionados nostálgicos suelen monopolizar la conversación, haciendo gala de viejos estandartes ideológicos que dejan atónitos a los advenedizos, que intentan imitarlos aunque haya transcurrido medio siglo.
En cuanto a la temática de los ciclos, la intención de TEA es agrupar las obras por corrientes o temáticas. “Durante este mes, por ejemplo, el ciclo se llamó Viajes de película: tomando en cuenta la situación actual y el hecho de que la gente no se va de vacaciones, se nos ocurrió proyectar films que aludieran a travesías. Que no tienen que ser físicas en todos los casos sino que también pueden ser mentales, metafóricas”, cuenta Pastora.
Además de las proyecciones semanales, la pareja publica un fanzine de divulgación cinematográfica que puede adquirirse durante las funciones, y dirige los talleres de apreciación que se dictan en el mismo estudio. “Nuestra propuesta no es un pasatiempo: se trata de una suerte de cruzada educativa a la que dedicamos todo nuestro tiempo, porque tenemos la preparación suficiente para hacerlo. Creo que cuando el cine pica, se convierte en una adicción. Y eso se nota. Tanto que la Embajada de China, por ejemplo, nos otorgó exclusividad para la difusión de las películas que tienen en su cinemateca, y estamos registrados en el Instituto del Cine como sala no comercial. Esto no pueden decirlo todos los que se dedican a pasar películas los fines de semana. Además, nosotros no resignamos el formato fílmico por la comodidad del DVD, como otros sí hacen”, dice, intrigante, Pastora, que además coordina la sección de directoras en el Festival de Mar del Plata.
Otro de los emblemáticos lugares en los que puede verse buen cine por módicas tarifas es el Cine Club ECO (Corrientes 4940), regenteado por Luis Colantonio y Rosa De Angelis en su propio domicilio. Con una modesta infraestructura que sólo incluye un proyector y un equipo de DVD recientemente adquirido, las funciones tienen lugar sábados y domingos con una concurrencia de alrededor de 20 personas interesadas en conocer la filmografía completa de cada director que se aborda. “Empezamos a proyectar en DVD porque las copias en 16 mm son muy difíciles de conseguir. Además, hay que limitarse a la buena disposición de las embajadas que prestan el material, como la de Francia o Italia, pero si uno quiere pasar una película húngara, es casi imposible”, dice Luis. Al término de la función, entre bizcocho y bizcocho, y tal vez para suplir un poco la tradicional escapada al café de la esquina, se realiza un prolongado debate que, según los coordinadores de ECO, siempre resulta de alguna utilidad. “El cine es una sumatoria de infinitas complejidades”, dice Rosa. “Cada espectador es dueño de un pedacito, por eso hay que socializar cada impresión a través del debate. Es como un aprendizaje colectivo.”
Caso similar es el de la Sociedad Hebraica (Sarmiento 2255), reducto tradicional por de más, en el que fue velado Leopoldo Torre Nilsson por propia voluntad. “Reabrimos en octubre del año pasado porque creo que debemos mantener una apuesta cultural, aun en una Argentina difícil como ésta”, dice su director, Gerardo Mazur. La propuesta de Hebraica, según Mazur, es la de proporcionar hallazgos de directores consagrados, como la filmografía muda de Alfred Hitchcock que se está proyectando en estos días. Además, para promover el conocimiento de las nuevas corrientes o directores, se promueven visitas en las que se realizan charlas y seminarios. “Una de las primeras fue la de Pedro Almodóvar, que vino con Carmen Maura y toda su troupe cuando acá todavía no lo conocía nadie”, recuerda Mazur.
Entre los cine clubes que practican el sano ejercicio del debate, resta mencionar a IRCA (Moldes 2155), un espacio similar a los anteriores que funciona desde los setenta y que ahora, tras la reciente muerte de su fundador, Ariel Sandoval, es coordinado por Bruno Carbone. Las funciones se realizan principalmente en video y privilegian el cine europeo (los favoritos son, a grandes rasgos y como en casi todos lados, Godard, Fellini, Truffaut, Wenders, Herzog y Fassbinder), aunque también pueden encontrarse algunas rarezas orientales.
Además de estos reductos que intentan ser fieles a lo que era tradición cineclubista por los setenta, también existen algunas otras posibilidades dentro del rubro que, si bien no cumplen con todos los rituales (léase: introducción, debate, café y cigarrillos durante la proyección), son dignos de tener en cuenta. Un ejemplo es la ya célebre Sala Leopoldo Lugones que funciona dentro de las instalaciones del Teatro San Martín (Corrientes 1530). Se trata aquí de una experiencia que remite más a las funciones de un cine convencional y no a las escasas butacas improvisadas de un cine club, pero que muchas veces proporciona reliquias nunca vistas (recuérdese, por ejemplo, la proyección de La maman et la putain, de Jean Eustache, que recién ahora está siendo transmitida en los cines), interesantes retrospectivas y otros hallazgos muy celebrados por los cinéfilos que todavía quedan.
En la misma línea cabe destacar al Cine Cosmos, en el que tampoco se encontrará un coordinador apasionado con esa vocación formativa que alienta a los viejos cineclubistas, pero que de todas maneras se inscribe en el marco de los reductos que todavía hoy homenajean a los directores de la nouvelle vague. Reabierto y refaccionado en 1997, de su viejo esplendor sólo han quedado dos salas empequeñecidas: en una de ellas todavía se utiliza el proyector en 16mm (su directora, Susana Vainikoff, tiene una colección de 600 clásicos que van rotando según las temporadas), y la otra fue aggiornada para video en la que se pasan preestrenos (actualmente, Rerum Novarum, de Sebastián Schindler, y Nada que hacer, de Marion Bernaux). Para los aficionados al terror existe el Cine Club Nocturna, coordinado por Christian Aguirre y Roberto Faggiani. La propuesta también remite a los clásicos, pero apuntando no a la calidad sobre todo sino a lo bizarro de los films. Otra alternativa potable son los ciclos que cada tanto organiza la Librería Gandhi, destinados sobre todo a los cinéfilos obsesivos y a los jóvenes entusiastas que deseen someterse a empresas titánicas como, por ejemplo, tolerar sin desmayos toda la saga de episodios de Berlin Alexanderplatz. El abono suele ser por temporada y el que no resiste puede transferir su abono o ir a llorar a la iglesia por el porcentaje de ignorancia que le reste purgar.
Pero no todo remite a por lo menos quince o veinte años de trayectoria: también hay, por ventura, nuevos proyectos para consuelo de los que vienen tratando de salvar el celuloide del naufragio, aunque tener un cine club en esta época no sea ya redituable como lo era en los setenta. Un caso es el de Un Gallo para Esculapio (Uriarte y Costa Rica), un bar que además de emprendimientos musicales cuenta con una sala de proyecciones en la que se realizan ciclos de autor.

EL NÚCLEO
Para dar un cierre a este recorrido, qué mejor que unas palabras del que desde hace años ha ocupado el puesto de patriarca de la cultura cineclubista, Salvador Sammaritano, que además es director del Instituto Nacional del Cine. Con pocos años y la ayuda de un par de amigos del barrio, Sammaritano fundó en 1954 el Cine Club Núcleo, un espacio que todavía existe y que en principio estaba destinado a agrupación cultural que “nucleara” diversas disciplinas artísticas: música, cine, literatura y hasta danza hindú, que practicaba sin tapujos uno de ellos. Al ver que el proyecto era demasiado ambicioso, todo quedó en un proyector Kodascope. “La primera función se hizo en el sótano de la Facultad de Derecho, en la que por entonces cursaba”, cuenta. “Antes de cada función había que pedir permiso al departamento policial para que den la autorización. A los peronistas no les gusta nada que esto se recuerde, pero así eran las cosas.” Pasando por la Casa de la Provincia de Buenos Aires, el Lorraine y un memorable festival a cielo abierto en Parque Rivadavia con los clásicos del cine, la troupe de Sammaritano arribó al IFT, un reconocido reducto de la cultura judía de izquierda (la contracara de la tendencia sionista que por esa época manejaba Hebraica) en el que se instalaron, haciendo oídos sordos a las afiladas tijeras de Paulino Tato. “Con Tato habíamos sido compañeros de redacción en El Cronista, así que la relación estaba más o menos controlada por ese lado. Habíamos arreglado que, como el público de Núcleo era un público, según él, preparado (esa cuestión paternalista de la que los militares siempre hicieron gala), yo sólo tenía que llamarlo para avisarle qué película prohibida iba a pasar. Había algunas que de todas maneras no me permitía proyectar. Pero como en esa época la telefonía dejaba bastante que desear, me las arreglaba para mantenerlo a raya diciéndole que no había podido comunicarme. Nunca tuvimos mayores inconvenientes, aunque nuestra ingenuidad era galopante y no nos pasó nada de casualidad. La contraseña, cuando pasábamos una película fuerte y la gente nos llamaba para preguntarnos qué dábamos, era decir que todavía no estaba confirmada. Ese día no se podía faltar.”
Del IFT se trasladaron a otro espacio insólito: una capilla a las órdenes de la Hermana Amelia, que consintió en pasar cine censurado. “La primera que proyectamos fue La Vía Láctea, de Luis Buñuel, que incluye una secuencia en la que los anarquistas fusilan al Papa. Pensamos que la monja nos iba a echar a patadas de la casa del señor, pero para nuestra sorpresa comentó: ‘Este Buñuel es un loco, para mí que tiene un complejo de Edipo con la Santa Madre Iglesia’.”
En la actualidad, Núcleo funciona en el Complejo Tita Merello (Suipacha 442). Se proyectan preestrenos (el próximo martes 5 de febrero, El hombre que nunca estuvo, de los hermanos Coen), ciclos de cine digital y retrospectivas de autor en copias en 16mm que Sammaritano consiguemediante su habilidoso artífice, Fernando Martín Peña. Cuando se le pregunta por el porvenir de la cultura cinematográfica en una época en el que la película más vista es nada menos que Harry Potter, Sammaritano no se muestra para nada optimista. “El otro día, la bibliotecaria del Instituto me contó que en hora de clase había un chico leyendo una revista. Cuando lo interrogó por su insólito paradero, el alumno le contestó que no había entrado a clase porque el profesor estaba dando una película en blanco y negro. Le dije que la próxima vez me mande al sujeto en cuestión para que yo me encargue de expulsarlo sin demora. Con gente así, que quiere estudiar cine pero que jamás verá Citizen Kane, no vamos a ningún lado. La juventud desertó de los cine clubes porque sólo les gusta el cine de terror.”
Le queda a la juventud entonces, ya que los nostálgicos siempre salen de las cuevas los sábados y domingos a presenciar alguna que otra maravilla cinematográfica, revertir esta situación, darse a la deliciosa faena de revivir el buen cine y demostrar que, si de terror se trata, ningún mago de medio pelo tiene nada que hacer al lado de Boris Karloff y de Vincent Price.

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