Sáb 24.12.2011
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MúSICA > LA VIDA SOLISTA DE DIEGO GARCíA, EL GUITARRISTA DE CALAMARO

Entre las cuerdas

Instalado en Buenos Aires, Diego García pasó de querer tocar la guitarra como los bluseros norteamericanos a querer hacerlo como un tanguero argentino. Amigo de Ciro Fogliatta, el guitarrista de Los Gatos, y después de un curso intensivo de rock argentino por parte de su compinche Andrés, García está presentando su tercer disco solista, el instrumental Twanguero, donde asegura que su guitarra habla por él.

› Por Juan Andrade

“La primera vez que toqué aquí fue en Boris. Y fue un poco a ver qué onda. Contra todas las supersticiones, hoy es martes 13. Pero yo ya me casé y me embarqué, que fue para venir aquí. Así que todo va a salir bien”, dice Diego García desde el escenario del reducto jazzero palermitano. El local luce lleno para la presentación de Twanguero, su tercer trabajo solista, con el trío que completan Gastón Baremberg, en batería, y Gonzalo Fuertes, en contrabajo. Un gran disco de blues y lo que él define como “música americana”, de raigambre instrumental y espíritu de banda sonora, en el que los temas están muy por encima de la búsqueda del lucimiento individual.

Entre las mesas del piso superior aguarda uno de los invitados de la noche, Ciro Fogliatta. El tecladista había sido testigo de aquella noche que marcó el debut local del guitarrista español en plan solista. Después de ser presentado por el anfitrión como “uno de los históricos del rock nacional”, Fogliatta se sienta al piano para hacer de las suyas. García le cuenta al público que lo conoció en Madrid, cuando a los 15 años iba a escuchar al ex Los Gatos al antro blusero La Coquette. Ninguno de los dos podía imaginar entonces que, veinte años más tarde, iban a verse las caras en uno de los más cotizados de los cien barrios porteños, ahora con el español en el lugar del músico que busca nuevos horizontes musicales y laborales del otro lado del Atlántico.

“En esa época no conocía nada del rock argentino. A España sólo llegaban cosas de, no sé, Soda Stereo. En los ‘90, una vez lo vi a Spinetta y no sabía ni quién era”, recuerda García dos días más tarde, en el living de su casa de Villa Urquiza. Lo que provocó un vuelco y lo encarriló en su actual dirección fue, claro, su entrada en la banda que acompaña a Andrés Calamaro. “Pero cuando, hace seis años, descubrí el rock de aquí encontré –resopla con admiración– un repertorio espectacular. Yo le decía a Andrés: ‘Me gusta la música americana’. Y él insistía: ‘Tenés que escuchar rock argentino’. Entonces, la primera vez que vinimos con Andrés fuimos a Miles, en Palermo. Y me compré cincuenta discos: Manal, Vox Dei, Pescado Rabioso, Almendra, Clics modernos, Tango, de Charly García y Aznar, Pappo. Mucho folklore. Mucho tango.”

¿Los compraste por trabajo?

–No, fuimos porque se lo pedí. El único referente de rock argentino que tenía era Andrés. Y no por Los Rodríguez, que eran muy españoles. Ya había escuchado a Spinetta y a Charly, pero cuando los descubrí de verdad fue... ¡guau! El rock argentino es tremendo. O sea: es el mejor, después del cantado en inglés. Evidentemente. Y yo sabía que Ciro tocaba en una banda. Y él me habló de Litto Nebbia, que también tiene una carrera espectacular. En España no hay tipos así, de rock. Están Serrat y Sabina, pero yo no los escucho (se ríe). Sinceramente.

Estudió guitarra clásica española desde los 8 años, en el conservatorio de su Valencia natal. Hasta que un día, a los 14, vio en vivo a Eric Clapton. Y, a los pocos meses, a los Stray Cats. Los dos recitales fueron en Barcelona. Y fueron demasiado. “Ahí me convencí de que quería tocar la guitarra eléctrica el resto de mi vida”, evoca. A los 15 ya formaba parte del grupo Rock’n’ Bordes. “Los demás eran todos mayores que yo: tenían 30, 28... Nos metíamos en una combi en Valencia y acabábamos, tres meses más tarde, en Estocolmo. Y ahí me curtí: fueron tres años de carretera, de tocar en antros, de no dormir. Luego cambié. Me dije: ‘Quiero vivir de la música y vivir bien’. Me fui a Madrid y empecé a trabajar en jingles para publicidad, bandas sonoras y televisión.”

La Gibson antigua color madera que usó el martes ahora ocupa la mitad de un sillón doble. Sobre la mesa, una notebook encendida contiene la música que está terminando de componer contrarreloj para una ópera prima que se va a estrenar en el próximo Bafici. “Anoche estuve trabajando sin parar y, cuando me di cuenta, eran las siete de la mañana. Al rato tenía que estar en el consulado de España para hacer un trámite. No dormí”, asegura, sin rastros de cansancio a la vista. En un rato, de hecho, tiene planeado pasar por la inauguración de una muestra de fotos de rock y de ahí seguir derecho a San Telmo, para tocar unos blues con Fogliatta.

“En España no pasa nada, estaba preocupado: soy un poco un exiliado cultural”, se define, sin dramatizar su situación. “Ahora me voy para allá para traer unas guitarras y otras cosas para el estudio, pero mi idea es quedarme aquí y que Buenos Aires sea mi base”, adelanta. “Conocí a la ciudad como guitarrista de Calamaro: iba del hotel al Luna Park y de ahí a alguna fiesta. O sea que no sabía nada. Y ahora que vivo aquí veo que hay muchísima actividad. La verdad es que tengo muchos amigos en Buenos Aires: me siento como en Madrid. Yo he vivido en Nueva York o en el DF mexicano, pero nunca acababa de estar cómodo. En cambio, aquí nunca me sentí extranjero.”

Este flamante porteño por adopción ya sabe que, para llegar a la calle Monroe, no tiene que pronunciar “Mónrou” si no quiere que el tachero lo mire desconcertado por el espejo retrovisor. Y no sólo eso: está fascinado con la obra de Horacio Salgán, Piazzolla, Troilo, Grela y Juanjo Domínguez. “Estoy estudiando tango, guitarra, con un profesor. Y mi próximo disco posiblemente va a tener un repertorio argentino: rock, tango y también algo de folklore, pero llevado a mi estilo. Cuando llegué a Estados Unidos quería tocar la guitarra de la forma que canta un cantante de blues. Ahora me gustaría tocarla como un cantante de tango”, confiesa.

¿Te considerás un guitarrista de rock?

–Tengo una actitud de guitarrista de rock. Pero estudié. Mil horas. Puedo leer música. Y toqué mucho jazz cuando tenía 17, 18 años, en un hotel cinco estrellas para un público de americanos. De hecho, hay un chiste: “¿Cómo se hace para callar a un guitarrista de rock? Poniéndole una partitura”.

¿Qué significa “twanguero”?

–Viene por el sonido “twang” de la guitarra en Nashville. El de Johnny Cash, Willie Nelson y toda esa escuela que hace que la guitarra sea la voz cantante. No es el sonido de guitarra de una banda. O sea: yo puedo cantar con mi guitarra. O al menos lo intento. Y voy a tratar de defenderlo a muerte, aunque tenga el proyecto de hacer un disco con letras y con voz. Lo que hago es una cosa especial, porque está en medio de la música popular, no es algo intelectual, pero a la vez lo puede escuchar el público que ve a Wayne Shorter. No es un revival: no soy ningún especialista en estilos. Siempre busqué la forma de que no sonara a nadie. Es la música por sí misma. Y esa es una razón suficiente para que pueda estar en este mundo.


Diego García presenta Twanguero el miércoles 28, a las 21, en Ciudad Vieja, en La Plata (calle 17, esquina 71).

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