FOTOGRAFíA > LAS IMáGENES SUBACUáTICAS DE TALI ELBERT
La artista chaqueña Tali Elbert tomó las fotos que hoy integran su muestra Pasaje, que se exhibe en el Museo Caraffa de la ciudad de Córdoba, cuando estaba haciendo el duelo por la muerte de su padre. Son fotos de cuerpos en el agua, cuerpos de ancianos, sacadas con una cámara subacuática; los ancianos no tienen cara ni nombre y esa falta los hace etéreos y parecen flotar en un espacio azul que puede ser una pileta, el mar o el cielo: un lugar que los despide suavemente.
› Por Mercedes Halfon
La primera reacción frente a un llanto desconsolado suele ser ofrecer un vaso de agua. Nadie sabe exactamente el motivo, pero se le presuponen unas insoslayables propiedades curativas. El agua calma, recuerda ese otro lugar de donde venimos, en el que no había sonidos, ni necesidad, ni molestias de ningún tipo. Es asombroso que ese entorno líquido y nutritivo, la placenta, comparta una resonancia si bien no etimológica pero sí fonética, con la palabra placer. Algo hay en el agua que nos reconforta, y eso fue a buscar la artista chaqueña Tali Elbert hace algunos años, cuando decidió hacer fotografías subacuáticas. Hacía veinte días que había muerto su padre y de todos los lugares posibles era ahí donde mejor se sentía, el único espacio donde encontraba alguna clase de refugio. Fue un largo proceso, con muchas etapas, que recién ahora, con la muestra montada en el Museo Caraffa de la ciudad de Córdoba, termina de cerrarle. La muestra se llama Pasaje, como si esas imágenes no fueran solamente lo que ahí se ve, sino una parte, una estación más de un viaje hacia otro lado. Algo que Tali conoce muy bien, porque es lo que siempre ha fotografiado. Movimientos vitales, transiciones muy profundas, en este caso, ocurridas metros debajo de la luz y el aire. En el fondo de un líquido muy azul.
EL AGUA NOS LLEVARA
Algunas de las fotos de Pasaje se vieron en Buenos Aires, ya que formaron parte del Premio Foster Catena de Fotografía Contemporánea 2010. La muestra del Caraffa conforma un panorama más completo de ese trabajo, son once fotos en gran formato, nueve de 120 x 80 cm y dos de 120 x 180, en las que el rasgo predominante es el color azul. Allí adentro se ven cuerpos con muchos años de vida, flotando en posiciones extrañas, diagonales, verticales, cubiertos por mantos de burbujas. Hay algo que se repite en las fotos y es que los cuerpos no tienen ninguna marca que permita subjetivizarlos. Es decir, no están los rostros. No parece importar quiénes son exactamente, sino más bien lo que están haciendo: ese gesto de flotación anónimo, partes de un movimiento cósmico, universal como el magma donde están metidos.
Tali cuenta acerca del proceso: “Yo hacía las fotos los días que iba a la pileta. En una primera instancia fotografié a las mujeres cuando se cambiaban en el vestuario. Luego hice muchos retratos de los nadadores antes de sumergirse. Y me empezó a pasar que mientras nadaba veía unas luces rarísimas abajo del agua. Así que me conseguí una cámara acuática para fotografiarlas”. El meollo de la cuestión llegó en ese momento, un poco de la mano del azar. “Sucedió que por una cuestión de horarios, cuando iba había mucha gente mayor. Yo tengo mucha admiración por los ancianos y cuando empecé a editar el material, ésas fueron las imágenes más contundentes. Fue decantando. Partió de una coincidencia, pero me encantó, me cautivó. Finalmente ésa es mi manera de construir: tomar lo que me va apareciendo en la vida.” Desde el 2005 hasta el 2007 nadó y sacó fotos. En la actualidad sigue nadando, pero ya no lleva la cámara.
Esa forma espiralada que comienza como algo casual y al girar sobre si misma adquiere su sentido fue la misma que la guió en Parir, su trabajo anterior. En ese entonces Tali se encontraba en la ciudad de Córdoba –la misma que hoy, años después, la recibe– estudiando Ciencias de la Comunicación. Por un trabajo para la facultad se vinculó con el Hospital Misericordia: “Entré al hospital a hacer entrevistas y me quedé por mucho tiempo. Eso fue simultáneo a mi primer taller de fotografía, así que se me ocurrió registrar las salas de espera. Después estuve un año fotografiando la sala de postparto. Y estando ahí una vez, una enfermera me preguntó si no quería presenciar un parto. Al principio me pareció raro, pero entré. Naturalmente empecé a fotografiarlos y seguí haciéndolo de forma obsesiva, durante un año y ocho meses”. De la espera previa al después y de ahí al acto mismo, al meollo, al campo de batalla. “Hice muchísimas fotos de partos. Hoy esos nenes ya son grandes, el primero que saqué debe andar por los ocho años.” En el taller de Adriana Lestido terminó de editar ese material, que fue montado recién en 2008, en el Centro Cultural Recoleta.
Ver las fotos de Parir es una experiencia contundente, difícil, inolvidable. Son imágenes muy cercanas de algo que todos atravesamos pero nadie ve en detalle. Hay dolor y emoción en esos partos y las fotos lo trasmiten sin aditivos, sin edulcorar. Tan bello y tan cierto como un bebé llegando al mundo, en cierto modo horrorizado, deslumbrado por la luz. En Pasaje en cambio lo que vemos es algo mucho menos real o mejor dicho, menos realista: algo precisamente diluido. Sin embargo las fotos también tienen que ver con la vida, justo en el otro de sus extremos.
DEL AGUA VENIMOS
La edición de Pasaje la realizó con el fotógrafo y editor Gabriel Díaz, que fue quien curó lo que se puede ver en el Museo Caraffa. En ese intercambio Tali terminó de otorgarle un sentido a la totalidad de las imágenes. Un sentido que, como suele sucederle, no tenía cuando la tarea se inició: “Me dio mucho alivio pensar este trabajo como una despedida de mi papá. Una despedida amorosa. Viendo las fotos me cayó la ficha de lo que para mí era la muerte de mi padre: un pasaje, sin esa cosa oscura y dramática que a veces le damos a la muerte, o que yo le di al principio. No hay manera de detener el tiempo, es un ciclo natural”.
Con esa misma intención de alivianar, se tomó la decisión de retocar las fotos para evitar cualquier marca de objetividad, buscando un registro icónico más laxo, más indefinido: “Así como elegimos las imágenes donde no hay rostros, también buscamos alejarnos de la presencia concreta de la pileta de natación. Hubo una búsqueda para que esos seres que aparecen, sean aún más etéreos y que sus cuerpos vayan perdiendo ese peso denso que a veces tiene la existencia. De este modo cobraba más importancia el espacio acuático como una dimensión que contiene a estos seres longevos, sin importar si es una pileta, el mar, el cielo o un espacio azul que los despide suavemente”.
Y es curiosa la oposición: en las imágenes de Parir Tali sorprendió por su cruda intimidad en el intenso trance del parto. En Pasaje, en cambio, imaginó un espacio dulcísimo para ese otro trance que habitualmente se piensa como una implosión triste y solitaria. Lo que se repite en ambas series es el movimiento de fotografiar intuitivamente y develar en la edición los motivos de lo que ella siente como “una necesidad de estar ahí”. Después todo cierra como si hubiera estado durante meses, incluso años, planificándolo. En este sentido es curiosa la anécdota acerca del Museo Caraffa. “Yo viví ocho años en Córdoba. Me fui cuando estaba en los inicios de mi trabajo con la fotografía y nunca había vuelto. Es gracioso, porque mi casa de allá era a una cuadra del museo y el camino obligado para ir a la facultad era pasar por la puerta. Durante años todos los días pasaba, lo miraba desde abajo, porque está construido como en una elevación, y pensaba que eso era El Arte”, se ríe. Pasaje más que una elevación propone una inmersión. Profunda y casual como todos los grandes hitos de una vida.
Pasaje, Museo Emilio Caraffa, Ciudad de Córdoba.
Av. Poeta Lugones 411. Salas 8 y 9. www.museocaraffa.org.ar
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