CINE > DRIVE, EL NEO-NOIR QUE LE HACE HONOR A LA VELOCIDAD AL VOLANTE
Un hombre al volante de su auto y de su vida, que se gana la vida manejando como nadie para cualquiera que pague lo suficiente... hasta que la decisión de ayudar a alguien lo mete en la carrera de su vida: la de maniobrar entre mafiosos para sobrevivir. Inspirados por una canción de REO Speedwagon, Ryan Gosling y el director danés Nicolas Winding Refn filmaron Drive, un noir como los de antes, y le devolvieron la elegancia a algo tan propio del cine como las persecuciones a toda velocidad. Niña mimada en Cannes, celebrada por los críticos, premiada por todos lados, ahora estaciona en los cines argentinos.
› Por Javier Alcacer
Antes que nada: Drive no es una película de acción. Drive no sigue el camino de las Rápido y furioso ni tampoco es la respuesta snob a esa saga. ¿Por qué empezar así? Porque la campaña de publicidad de la película (“acción a máxima velocidad”) le juega en contra a lo que verdaderamente es Drive. Por lo tanto conviene olvidar todo lo que uno cree que sabe antes de sentarse en la sala y poner las cosas en su lugar: Drive, sensación en el último Festival de Cannes, es un film noir canchero, ambientado en Los Angeles, que tiene, sí, un par de persecuciones filmadas con pericia, y en la que Ryan Gosling interpreta al héroe, un personaje anónimo que viste una campera de satén con un escorpión de terciopelo en la espalda y que deambula por las noches escuchando synth pop y masticando un escarbadientes. Se gana la vida trabajando en un taller y manejando, ya sea como piloto de carreras, como doble de riesgo en rodajes o como conductor en robos; se sabe poco y nada de su pasado. Al acercarse a su vecina (Carey Mulligan), las cosas se complican y termina en la mira de la mafia (un Albert Brooks que mete miedo). Y, como éste es un film noir, no hay lugar para finales felices. Algo de eso sabe el director, el danés Nicolas Winding Refn.
Personajes que conviven con la marginalidad sin inconvenientes hasta que una mala jugada del destino termina involucrándolos en una puja de poderes mucho mayor de la que imaginan; un hombre que mientras cumple una condena por robo se vuelve una máquina de matar; un vikingo obligado a pelear por sus captores en las Cruzadas que termina perdido en una región desconocida y hostil que podría ser el infierno. La obra de Winding Refn (1970) está plagada de personajes condenados. Drive es el debut en Hollywood del director y también la primera de sus películas que se estrena en las salas nacionales, aunque algunas pudieron verse en distintos festivales y la primera entrega de la trilogía Pusher, que le ganó el reconocimiento fuera de su país, fue editada en video. Gosling, que llegó al proyecto después de que Hugh Jackman (X-Men) y el director inglés Neil Marshall (El descenso, Centurión) se bajaran, fue quien eligió a Winding Refn gracias a Bronson, película que catapultó a la fama a Tom Hardy (El origen y El topo). Después de algunos papeles olvidables en la peor tradición del indie (Half-Nelson, Lars y la chica real) y del papelón que protagonizó cuando Peter Jackson tuvo que dejarlo afuera de Desde mi cielo porque el actor decidió, motu proprio, engordar para el rol, Gosling necesitaba –nunca mejor usada la expresión– pegar un volantazo. Winding Refn no parecía el indicado para esta adaptación de la novela homónima de James Sallis publicada en 2005, los autos no le interesaban en absoluto y no sabía manejar. Aun así, Gosling insistió en reunirse con él. No hubo demasiadas coincidencias en el encuentro y, al terminar, el actor se ofreció a acercarlo hasta el hotel. En el camino empezó a sonar “I Can’t Fight this Feeling Anymore”, de REO Speedwagon. Emocionado, Winding Refn empezó a llorar y a cantar a los gritos. “¡Ya sé de qué se va tratar la película! –le dijo a Gosling–. Es sobre un tipo que pasa las noches manejando escuchando pop y ése es su alivio emocional.”
A lo mejor haya sido porque el tono de voz de Gosling arruina cualquier pretensión de tipo duro, pero durante el rodaje la cantidad de líneas de diálogo del protagonista fueron reducidas al mínimo. Sus silencios y su estoicismo recuerdan tanto a Alain Delon en El Samurai como al cowboy sin nombre de las colaboraciones entre Clint Eastwood y Sergio Leone. Hay también algo de Frank Bullitt y de Mario “Cobra” Cobretti en el ADN del conductor y en la devoción con la que Winding Refn retrata a Gosling enfrentándose a mafiosos fanáticos de los conjuntos deportivos y las camisas holgadas. Aunque está plagada de citas y homenajes (algunos impensados, como los guiños a Halloween y al videojuego Grand Theft Auto: Vice City), no llegan a ser un estorbo como pasaba en A prueba de muerte, de Quentin Tarantino, otra película similar sobre un conductor de escenas de riesgo, pero que usaba su talento al volante para aterrorizar mujeres. La referencia directa de Drive es un oscuro clásico de culto del ’78 de Walter Hill: The Driver, un poliladron minimalista en el que Ryan O’Neal interpretaba a un asaltante de bancos que escapaba de Bruce Dern. A pesar de su posmodernismo bien llevado y de su preciosismo visual –por momentos asfixiante– que no se quiebra ni ante las secuencias más brutales, Drive pertenece a una estirpe rabiosamente clásica que, en paralelo con el laconismo del protagonista, economiza todo lo posible la narración. La decisión de Winding Refn de prescindir de golpes de efectos sonoros y de recurrir a la mínima cantidad de planos indispensables para mostrar una persecución, un tipo de conflicto de puro movimiento que sólo el cine puede retratar y en cuyo salón de honor están William Friedkin, John Frankenheimer y Michael Mann, ubica a la película a contramano de la tendencia de la industria. En lugar de elegir atronar con el rugido de los motores y el chirrido de las ruedas, Drive encuentra placer erótico en el reflejo de la luz sobre la superficie cromada de un Chevy Malibú del ’73.
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