Dom 25.03.2012
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CINE > CRONENBERG FILMA LA RELACIóN ENTRE FREUD Y JUNG

Divanes en el ring

A comienzos de la década de 1910, el psicoanálisis estaba en plena ebullición en Europa: Freud había descubierto un nuevo continente llamado “inconsciente” y “la cura hablada” atraía pacientes a las clínicas y los divanes que con sus propias mejorías ampliaban las exploraciones. El joven Carl Jung ya era considerado por Freud uno de sus sucesores más brillantes y probablemente su heredero. Al menos hasta que Sabina Spielrein llegó a su consultorio. Basado en un libro de John Kerr y una obra de teatro de Christopher Hampton, David Cronenberg decidió filmar ese enfrentamiento profesional y hasta personal entre dos mentes obsesionadas por comprender los mecanismos humanos. Y el director del morbo y la representación literal de toda patología lo hace a través del efecto especial más sutil pero contundente: la palabra.

Aberraciones de boiserie

Por Alan Pauls

Se habla mucho en Un método peligroso, probablemente más que en todas las películas de Cronenberg juntas. Se confiesan deliciosos traumas de infancia, se cuentan e interpretan sueños, se imparten lecciones, se susurran verdades de amor, se debaten teorías... En su primer encuentro en Viena, Freud y Jung hablan trece horas sin parar (pero el tiempo ha pasado para ellos mucho más rápido que para el espectador). Tanta logorrea (con su obligación de planos y contraplanos) ofuscará a los cronenbergianos básicos, esos que ya en las secuencias de títulos paladean magmas sanguinolentos, organismos en metamorfosis, identidades mutantes y otros clásicos del director. Pero ¿qué otra cosa que una fiebre de palabras podía desencadenar en el cineasta más literal del planeta la noción de talking cure, genial slogan de lanzamiento del psicoanálisis que es, por otra parte, una de las primeras cosas que se dicen en la película? “Le propongo encontrarnos aquí y hablar”, le dice Jung a la histérica que acaban de traerle, la gran Sabina Spielrein, que –como los cronenbergianos básicos– se ve que esperaba otra cosa. “¿Hablar?”, dice extrañada. “Sí, sólo hablar”, sonríe el médico, gozando del desconcierto de su paciente casi tanto como ella gozará más tarde con sus fustazos.

Pero no es sólo la cura lo que el film –leal al precepto freudiano– pretende hacer pasar por la palabra. Es también, por supuesto, la enfermedad: el cuerpo histérico de Sabina está entero en su mandíbula, su boca, sus dientes desfigurados –como uno de esos hocicos de Bacon– por eso que se muere por decir. Son también el deseo, la memoria, la carne, la pedagogía, el poder. Es todo. Si hay anomalías en este Cronenberg trajeado, circunspecto, más burgués y victoriano que los burgueses victorianos que retrata, esas anomalías nacen y fermentan en el lenguaje, el único laboratorio experimental que no necesita efectos especiales y es un caldo común, compartido por todo el mundo, y por eso puede transmitir la peste como ninguno. Y anomalías hay en Un método peligroso. El hecho de que vivan en las palabras las asordina, las vuelve sutiles, a la vez visibles y clandestinas, como un ready made. Pero ahí están, recortándose con brutalidad sobre el fondo de una época sofocada por una represión masiva. ¿Neurólogos obsesionados con sueños, ninfómanas, defecaciones que hacen gozar? No se sabe qué es más gore: si Seth Bundle amancebándose con una mosca incauta o Jung y Freud envarados como muñecos de torta, impecables, eminencias científicas de principios del siglo XX embriagadas de boiserie, bibliotecas, alfombras, diplomas, antigüedades, hablando de pijas y fluidos corporales o discutiendo el papel del orificio anal en el desarrollo de la sexualidad.

Qué decir entonces de este catálogo de aberraciones de relación: un médico sorprendido en plan de fustigar las nalgas de su paciente; un psiquiatra internado por su adicción a las drogas (el irresistible Otto Gross, antipsiquiatra avant la lettre) que da vuelta como un guante al médico encargado de curarlo; una histérica capaz de leer síntomas con más perspicacia que el especialista que los aisló y nombró. Sin duda son esas anomalías del entre dos (mucho más que el mundo del inconsciente, con el que ya se había metido y naufragado en Spider) las que fascinaron a Cronenberg de un material que tenía todo para dejarlo impávido: relaciones de saber y autoridad, bien codificadas por el protocolo médico de la época, que de golpe se enrarecen, intoxicadas por el lenguaje común que médico y paciente comparten, se salen de quicio y entran en toda clase de reversibilidades insólitas: la histérica sabe más que su médico, el doctor hace gozar a la enferma, los discípulos desasnan a sus maestros. Es ahí, en la transmutación radical que sufre la lógica del entre dos, donde Cronenberg detecta la inestabilidad, el principio de incertidumbre que alguna vez graficó en sus ginecólogos indiscernibles, sus axilas dotadas de concha o sus máquinas de escribir-cucarachas, y es en la audacia con que Freud apostó a esa máquina experimental de relaciones donde Cronenberg reconoce la intrepidez de sus pioneros más flagrantes, científicos locos, autoexperimentadores, videntes, adictos. En el idioma del psicoanálisis, esa máquina se llama transferencia, exactamente igual que la primera película que Cronenberg escribió y dirigió en su vida, en 1966, un corto de siete minutos cuyos héroes son un psiquiatra y su paciente.


Amantes judías

Por Pedro Lipcovich

Ya antes de Un método peligroso, David Cronenberg había filmado una relación entre dos médicos basada en hechos reales: fue en 1988, en Dead Ringers (traducida acá como Pacto de amor), basada en el caso de los ginecólogos canadienses Stewart y Cyril Marcus, hermanos gemelos. En ambas películas se narra el intento de un hombre –Beverly, en Dead Ringers, Carl Jung ahora– por diferenciarse de otro que es él mismo; en ambas, una mujer los une y los separa. Sin embargo los universos son distintos. En Dead Ringers, pero no en Un método..., está presente el horror. Cada una de estas películas es emblemática de un período en la obra de Cronenberg: las películas de los ’80 y los ’90 (The Fly, Naked Lunch, Crash) concedían lugar, no al horror sobrenatural –éste es más fácil de comercializar–, sino al que, último, reside en el cuerpo. Entonces, ¿cómo se pudo pasar de aquellas pesadillas a películas amenas y recomendables como Promesas del este, Una historia violenta o ésta, Un método peligroso? ¿Cómo se logra prescindir el horror? ¿Cuánto cuesta la sesión de esa terapia?

Al final de Un método peligroso aparecen unas placas donde se narra qué fue de los personajes principales: Freud “fue echado de Viena por los nazis y murió de cáncer en Londres en 1939”; Sabina Spielrein “volvió a Rusia, donde formó a importantes analistas; en 1941, ella y su hija fueron llevados por los nazis a la sinagoga local y baleados”. En cuanto a Jung, ninguna referencia al nazismo: “Sufrió un colapso nervioso durante la Primera Guerra, del que emergió para convertirse en el principal psicólogo del mundo. Sobrevivió a su mujer y a su amante, Toni Wolff, y murió pacíficamente en 1961”. La hiperbólica referencia a una primacía mundial cubre una omisión: Jung fundó y presidió la Sociedad General Médica para la Psicoterapia, sostenida por el nazismo como alternativa a la Asociación Psicoanalítica Internacional, y no denunció el horror.

En 1919, Freud publicó el artículo “Pegan a un niño”, donde comunica la versión real de la amable escena de flagelación que –interpretada por Keira Knightley y Michael Fassbender– promete alegrar las alcobas de los espectadores de Un método peligroso. Aquel texto de Freud, en lo que tiene de crepuscular e inquietante, anuncia una de sus obras mayores, Más allá del principio del placer, que en 1920 define la inclusión del horror en la teoría psicoanalítica: Freud llama “demoníaca” a una compulsión a la repetición, insensata, con raíz en el cuerpo. En cambio, el universo junguiano no reserva un lugar para los mecanismos del horror. En verdad la diferencia entre las dos teorías, o entre los dos hombres, existía desde el principio: el inconsciente que propone Freud es plebeyo y quien recorra La interpretación de los sueños no encontrará, bajo la represión, otros pensamientos que esos que, todos los días, preferiríamos no pensar. Pero el inconsciente de Jung brilla en contenidos, cincelados en la teoría de lo hereditario con que la ciencia de principios del siglo XX autorizó los campos de concentración. El horror, desestimado en la teoría, iba a llegar desde afuera.

Jung ciertamente no es Heidegger pero, al igual que el gran filósofo y como se ve en Un método peligroso, era aficionado a las amantes judías. ¿Valdrá esto como principio generalizable a los intelectuales arios? Tal vez el nazismo fue creado por una asamblea secreta de altos profesores: ellos guiaron a un puñado de lúmpenes de Munich para que tomaran el poder y así, por virtud de los trenes de la muerte y las cámaras de gas, erotizarse mejor con sus amantes judías. ¿Será ésta una buena idea para una película? Un guionista entusiasta podría desarrollarla y ofrecérsela a algún director, a David Cronenberg. Tal vez el de hace 25 años, el de Dead Ringers, se hubiera interesado en hacer esta película; pero el director de Un método peligroso lo piensa, calcula los precios y las perspectivas y decide que no, que ya no, por favor no.


El juego del ahogado

Por Luis Gusmán

En la correspondencia con su editora Harriet Shaw Weaver, Joyce, quien está preocupado por las internaciones de su hija Lucía, que terminará esquizofrénica, le escribe esta carta: “Un grupo de personas de Zurich se convencieron de que me estaba volviendo loco lentamente y hasta trataron de inducirme a entrar en un sanatorio en el que cierto Doctor Jung (el gemelo suizo al que no hay que confundir con el gemelo vienés, Dr. Freud) se divierte a expensas (en todos los sentidos de la palabra) de damas y caballeros que se ven molestados por abejas en sus sombreros”.

El mismo Doctor Jung al que Joyce se refiere es al que acude con Lucía mostrándole lo que ella escribe, y recibe la respuesta contundente de Jung: “Donde usted nada, ella se ahoga”. En la misma correspondencia, uno se encuentra con ciertas posiciones moralistas de Joyce, es extraño en alguien que firma sus cartas Jeems Joker (Jaimito Bromas) que critique la diversión o que en otra carta se disculpe ante su editora por la conducta licenciosa de un joven irlandés, un poco impetuoso, llamado Samuel Beckett, que estaba un poco borracho y cortejaba a alguna mujer.

La digresión viene a cuento. En principio, por cierta relación que algunos artistas mantuvieron y mantienen con el psicoanálisis. Extraña en Joyce, que en su libro Finnegans’ Wake pretendía reproducir el lenguaje del sueño ya que, como lo señala el crítico joyceano Harry Levin, “la convención del sueño le permite a Joyce una libre asociación de ideas y una distorsión sistemática del idioma”.

Sería una estupidez pensar que el sueño es patrimonio de los psicoanalistas, me refiero a ciertas opiniones ligeras sobre el psicoanálisis. Entonces la referencia a Joyce viene a cuento de la película de Cronenberg sobre la relación Jung-Freud.

Primero, porque pareciera que Joyce, hablando de lo gemelar entre Freud/ Jung, se hubiera anticipado al film. El espectador devoto de este director sabe que Cronenberg es afín a esta mitología. Su excelente película con Jeremy Irons (Inseparables), que cuenta la historia de dos gemelos, es la prueba.

En esta película sobre Jung, sin duda sobresale la reconstrucción de época pero el director olvida que hay también una reconstrucción del estado de lengua, sobre todo teniendo en cuenta la historia de la relación teórica entre maestro y discípulo, que alguna vez también fue una amistad.

Cronenberg plantea la película en el plano de una permanente rivalidad. Por supuesto, eso le permite sostener cierto conflicto dramático que desentona con las conversaciones pretendidamente teóricas acerca del psicoanálisis que distanciaron a ambos personajes. Sin duda, el director para su estética elige los ataques de una enferma histérica donde la gestualidad, las contorsiones y las convulsiones le posibilitan crear imágenes cercanas al terror que siempre acompaña al poseído.

Jung conoce a Freud en 1907 y en 1909 son invitados ambos a Estados Unidos. En la película, este viaje se resume a la envidia de Freud hacia Jung, quien por estar casado con una mujer adinerada puede viajar en la primera clase del transatlántico.

La discusión que lleva a la ruptura entre Freud y Jung podría condensarse de manera brutal, en relación con las posiciones opuestas acerca de la teorización de la libido; única y sexual para Freud; colectiva, plural y transformada en energía para Jung.

La película muestra caracteres estereotipados y un Jung entre moralista y perverso que se enamora de una paciente que con los años se transforma en psicoanalista. Jung establece una relación con ella, quien ha estado internada en su clínica. Las escenas del análisis muestran un interrogatorio dirigido por Jung hacia una curiosidad sexual morbosa que concluye en una relación perversa con la paciente. Jung, a partir de quedar asociado a la figura paterna, la humilla y la castiga con golpes de látigo en las nalgas cada vez que tienen relaciones. La mujer pierde la virginidad con su psicoanalista y esto le permite a Cronenberg mostrar la sangre roja sobre una sábana blanca. Sin duda, un símbolo de la inocencia desgarrada.

Jung defiende ante Freud una libertad absoluta, una especie de fantasma de la libertad, es un hombre pasional que sigue sus instintos, mientras Freud es una especie de jefe de partido que controla su redil. La escena de la reunión con los discípulos parece una reunión de ejecutivos de una empresa o de mafiosos que han devenido ejecutivos y que discuten acerca del monopolio internacional del psicoanálisis.

Sin duda, el título Un método peligroso (A Dangerous Method) refleja desde dónde el director quiso situar el registro de su película. Cronenberg ha filmado una especie de thriller sobre el poder. Pero el título también revela que es peligroso para Cronenberg incursionar en un terreno que ignora. Con la peor de las ignorancias: la del prejuicio. Se trata de eso, no de moralismo por respetar las biografías de Freud o de Jung. Empresa que no me interesa y que, por otro lado, estaría destinada al fracaso.

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