PERSONAJES > LA ASOMBROSA JENNIFER LAWRENCE, DE LOS BOSQUES DE WINTER’S BONE A LOS DE LOS JUEGOS DEL HAMBRE
› Por Mariano Kairuz
Hasta hace un año y pico no la conocía nadie. Apenas después, era la gran tapada de las nominadas al Oscar a mejor actriz por Lazos de sangre (Winter’s Bone), la película independiente de Debra Granik en la que interpretaba a una adolescente endurecida por las terribles condiciones de vida de los bosques de los Ozarks de Missouri, que hace lo que puede para salvar a su madre y a sus hermanos del destino que esa zona de los Apalaches les tiene preparado a sus habitantes. Desde esta semana, su hermosa cara redonda está en buena parte de los cines del mundo en Los juegos del hambre, la primera de una trilogía de superproducciones en la que interpreta a una adolescente endurecida por la vida en los bosques de un territorio arrasado que ya no es los Estados Unidos, y que hace lo que puede para salvar a su madre y su hermana del destino que este pauperizado lugar en el mundo les tiene preparado a sus habitantes.
Entre una y otra, Jennifer Lawrence (Louisville, Kentucky, 1990) ya apareció en una película mediana, La doble vida de Walter, dirigida por Jodie Foster y protagonizada por Mel Gibson, haciendo de una adolescente que lidia de manera enrevesada con la muerte de su hermano, y en otra superproducción: X-Men, primera generación, la sorpresiva y notable precuela de la saga de los paladines freaks y mutantes de la Marvel. En esta última, Jennifer encarnó –en el sentido más carnoso del verbo– a la seductora, camaleónica y letal Mystique en su versión púber. No era la primera vez que interpretaba a otro personaje adulto en sus años de pubertad: aunque pocos los recordarán, ella fue Mariana, la chica que le prendía fuego (un poco sin querer pero fatalmente) a su madre adúltera en Camino a la redención, la ópera prima como director del guionista mexicano Guillermo Arriaga. En su adultez, esta Mariana tenía la cara y el cuerpo de Charlize Theron: nada mal, hay que decir, que más de un productor y un director hayan pensado en Jennifer para las versiones jóvenes de Charlize y de Rebecca Romijn, la infartante Mystique de las primeras X-Men.
Y tan pronto como pasó la nominación al Oscar que la puso a la vista de todos, Jennifer accedió a hacer una nada sutil producción fotográfica para la revista Esquire destinada a demostrar que ella es mucho más que un cerebro precoz y un instinto feroz. Cansada, había dicho Lawrence, tanto del estereotipo de la linda y tonta como de la inteligente y fea, “quería demostrar que también podía estar buena”.
Una demostración similar, podría decirse, ensaya la película que desde esta semana la convierte en una de las bellezas más observadas del mundo: que no por sus aspiraciones de masividad comercial y target adolescente tiene que ser una pelotudez de la calaña de la saga Crepúsculo o de los peores momentos de la serie Harry Potter. Basada en los best-sellers millonarios de Suzanne Collins (quien dijo haberse inspirado en sus sesiones de zapping “entre reality shows y escenas de la guerra en Irak”), The Hunger Games llama la atención desde su título: la palabra “hambre” no parece anunciar una mera fantasía pasatista, y de hecho, este raro artefacto está ambientado en un futuro distópico en el que los adolescentes de un territorio postapocalíptico llamado Panem, son obligados, de a dos por distrito, a batirse anualmente a muerte, como tributos para el poderoso y dictatorial Capitolio, mientras el país entero mira la cacería humana por TV. Lucha de clases, manipulación mediática, totalitarismo, etcétera: todos temas que le han dado algo de qué hablar a los reseñistas de las novedades literarias primero y ahora a los de cine. Ojo, tampoco la pavada: por momentos Los juegos del hambre es como una suerte de Batalla real para quinceañeras, y la violencia cede paso a la atracción romántica entre los tortolitos tributados para el poder.
Alguien ha escrito por ahí que Los juegos del hambre es, por su protagonista Katniss Everdeen, una suerte de redux futurista de Winter’s Bone. Tal vez sea una lectura forzada, pero no se puede negar que esto de enfrentar pobres contra pobres en un reality bestial, es una idea cuando menos de cierta incorrección. Además, el relato no opta por dotar a sus héroes del aura todopoderosa de “elegidos” con que han sido bañados los protagonistas de las series de los magos y de los vampiros anoréxicos a las que supuestamente hereda, sino que a éstos no les queda otra que tratar de salvar las papas superando innumerables pruebas físicas, cerebrales y morales. En fin: que lo que pudo ser una perfecta porquería es una obra casi digna de la amarga ciencia ficción futurista de los ‘70.
En todo caso, en lo que hay acuerdo absoluto es en que Jennifer interpreta a su heroína una vez más en el punto de equilibrio justo entre dureza y vulnerabilidad. Hambre seguro que no pasa, esta chica esbelta pero con una encandilante cara de torta, capaz de inyectarles a sus personajes, se ha dicho de ella, “dosis parejas de ternura y fiereza”, como las de ese ciervo al que la vemos cazar para sobrevivir al principio de todo el asunto.
Y muchos siguen preguntándose y preguntándole cómo lo hace, imaginando que detrás de tanta madurez sólo puede alojarse una de esas cachorras de actriz-de-carácter, un intenso monstruito de método, una pequeña artista que ya, tan joven, sufre por su arte. La respuesta es que nada de eso: Jennifer no tiene ni método ni entrenamiento formal ni nada por el estilo. “Es probable que tras ver mis películas, crean que lo que hago es emocionalmente agotador”; dice, “pero lo cierto es que no me dejo agobiar emocionalmente, porque no invierto ninguna de mis emociones reales en esto. No sólo no me quedo con mi personaje y su sufrimiento entre tomas: diría que ni siquiera me llevo mis emociones hasta el almuerzo en el set. ¿Que qué uso en lugar de mis emociones reales? ¡La imaginación! Nunca me ha pasado lo que les pasa a mis personajes y no puedo estar buscando papeles que se parezcan a mí. Si alguna vez llego a un punto en que para hacer mejor un papel tengo que perder parte de mi sanidad mental, me dedicaré a la comedias”, ha dicho, y sólo por eso ya es una de las mejores actrices de la actualidad.
Una que sabe lo que esperan de ella.
Y que sabe lo que quiere.
“A mí, denme instrucciones técnicas: ‘Levantá los hombros, bajá la cabeza’. Nada de: ‘Ahora, imagínate que se acaba de morir tu perrito’. Si lo que querés es que llore, decime ‘llorá’.”
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