PERSONAJES > EL LEGENDARIO CRíTICO DE CINE J. HOBERMAN, CON FLAMANTE LIBRO EN CASTELLANO
Para los cinéfilos, su nombre inspira el mayor de los respetos y sus textos son guía e influencia. Desde fines de los años ’70, desde las páginas del semanario neoyorquino The Village Voice, J. Hoberman escribió sobre cine como nadie, con gran pasión, inteligencia y subjetividad, reivindicando aquellas películas que nadie más se atrevía a considerar obras importantes. Pero, hace tres meses, Hoberman fue echado del semanario: fue el último clavo en el ataúd del The Village Voice, que ha perdido por completo su espíritu de agitación y vanguardia. Mientras tanto, en Buenos Aires, un grupo de adoradores de Hoberman acaban de editar un libro, Underworld USA: el cine independiente americano por J. Hoberman, con varios de sus textos fundamentales inéditos en castellano. Y el crítico vino a Buenos Aires a presentarlo y charló con Radar sobre las películas malas, la decadencia de la crítica y crecer en los años ’60.
› Por Mariano Kairuz
Tres meses atrás, cuando el legendario semanario neoyorquino The Village Voice echó a J. Hoberman, para muchos de sus seguidores, lectores asiduos y especializados de críticas de cine, pareció que estaba llegando el fin de una época. El apocalipsis había sido anunciado: hace algo más de cinco años la publicación se fusionó con la compañía New Times –con base en Phoenix, Arizona– y pronto comenzó una “reestructuración” a manos de la nueva administración, léase: reducción de empleos, muchos de ellos los de varios de sus periodistas de mayor reputación, como el editor de la sección de cine Dennis Lim. Pero fue con Hoberman que se fue el último gran nombre de la crítica de cine neoyorquina del Voice, una de las últimas firmas verdaderamente personales por las que esta publicación, ligada desde los años ’50 y ’60 con el espíritu más bohemio y contracultural del Greenwich Village, había construido su identidad.
“No tengo remordimientos, toda tristeza que sienta está compensada con creces por un sentimiento de gratitud. Treinta y tres años es mucho tiempo para hacer algo que uno ama hacer y que incluso le paguen por hacerlo”, escribió Hoberman –que no hizo sino seguir una tradición cimentada por el ensayista y realizador Jonas Mekas en sus “Movie Journals” de los ’60– cuando se hizo público que el Voice lo había “dejado ir”.
Referente para varias generaciones de cinéfilos y de críticos, uno de los periodistas especializados más inteligentes de su país, Hoberman no se ha retirado, sino que sigue escribiendo free lance para diversos medios, críticas que va compilando en su nuevo blog: http://j-hoberman.com/ (en su página de entrada se lee: “Das Blog of Shameless Self-Promotion!!!”: “¡¡¡El blog de desvergonzada autopromoción!!!”). Otro aliciente para los Hober-fans: la 14ª edición del Bafici, que hoy llega a su fin, acaba de editar el libro Underworld USA: el cine independiente americano por J. Hoberman, compilación de varios textos fundamentales del autor que jamás habían sido publicados en castellano, pertenecientes en su mayoría a varios de los doce libros que lleva editados en su país, y también algunos textos inéditos.
Editado por Juan Manuel Domínguez y Pablo Marín sobre un proyecto previo gestado por este último, Agustín Masaedo y Diego Trerotola –febriles lectores de Hoberman que unos años atrás iniciaron contacto con el crítico para consensuar un recorte posible sobre sus notas y ensayos– Underworld USA atraviesa diversas formas de esa cosa mutante que es el cine independiente, yendo de los experimentales Ken Jacobs, Jonas Mekas, Stan Brackhage y Warhol, sobre el film de culto Flaming Creatures (Jack Smith, 1962), que él mismo ayudó a recuperar, a John Waters, Ed Wood y Oscar Michaux, pasando por una poco vista serie televisiva de John Cassavetes que recomienda fervientemente, Eraserhead (la primera crítica que publicó en el Voice) y sobre autores y movimientos contemporáneos (Harmony Korine, el mumblecore, etcétera).
“En los 34 años entre mi primer y mi último texto publicados en el semanario debo haber escrito para el Voice aproximadamente dos millones de palabras, la mayoría de ellas sobre películas. Miles de esas palabras se encuentran aquí, milagrosamente trasladadas al más melifluo de los lenguajes: el español”, escribe, con evidente gratitud –ya ha hablado sobre lo consciente que está de lo difícil que puede ser traducir a otro idioma su estilo lúdico, ingenioso y muchas veces atestado de juegos de palabras a otro idioma– en el prólogo de su libro argentino. Invitado por el Bafici para presentarlo, Hoberman estuvo durante los primeros días del festival, donde charló con Radar, hablando de su trabajo, de los buenos años en el Village Voice y de cómo nace un crítico de cine y su manera de ver el mundo.
“Hay un número de razones para tener en cuenta las películas malas”, escribe Hoberman al principio de su extraordinario ensayo “Bad Movies”, publicado en la revista Film Comment en 1980 y que abre su libro local en castellano. “El más obvio es que los gustos cambian; que muchos, sino la mayoría, de los films que admiramos fueron una vez descartados como basura intrascendente, y que la basura en sí misma no es tal sin ciertos encantos socio-estéticos. Además, las películas malas tienen un valor de uso pedagógico; la evolución de la forma cinematográfica se ha basado principalmente en errores. Una tercera razón es que las películas, hasta cierto grado, tienen una vida por sí mismas. Mezclan lo documental con lo ficcional, y las peores cosas involuntarias de una pueden superar fácilmente a las mejores intenciones de otra. Esto quiere decir que para una película es posible triunfar porque ha fallado.”
Hoy, dice, ya no se hacen tantas películas malas: “Ojalá se hicieran más. La última que amé por lo mala que era fue The Man Who Cried de Sally Potter, con Christina Ricci haciendo de gitana, era una cosa muy loca, que no estaba realmente mal hecha, era visualmente coherente pero imposible. Aunque supongo que la última gran película mala de los últimos tiempos es La pasión de Cristo, de Mel Gibson. Y no soy muy fan de Harmony Korine, pero tengo que decir que me gustó Trash Humpers, porque tenía cierta cualidad deforme, era como una cachetada en el gusto del público. Se necesitan más películas como ésa”.
El argumento del “mal gusto” cundió mucho entre la crítica (local e internacional) cuando las butacas de los llamados complejos multipantalla empezaron a llenarse de frente a la salvaje escatología de los hermanos Farrelly (Tonto y Retonto, Loco por Mary) a la par que en el cable llevaban la vanguardia las bestialmente incorrectas South Park y Ren & Stimpy. Lejos de jugar al crítico “ofendido” en su gusto o su moral, Hoberman fue abrazando cada uno de estos fenómenos alguna vez marginales y reflexionando sobre ellos. Al principio de “Modernismo vulgar” (segundo texto de su libro en castellano, tomado de su tomo Vulgar Modernism) escribe: “En su intento incansable por significar todo a todos y en su disposición empírica por probar todo al menos una vez, la industria cultural norteamericana genera intermitentemente a sus propios precursores, paralelos y análogos a la vanguardia local o europea”. En otras palabras, puede decirse, Hollywood lo engulle y reprocesa todo, y si Hoberman siguió con interés los actos más radicales del marginal John Waters de los ’60 y ’70 –Divine comiendo mierda de perro– se encontró en los ’90 con el jopo engominado en semen de Cameron Diaz (en Loco por Mary) como una de las imágenes icónicas del cine mainstream contemporáneo. “Creo que en su momento me preocupé con Loco por Mary”, dice. “Me pareció que era tan graciosa y tan genuinamente desquiciada que pensé: ahora los próximos años vamos a ver cien imitaciones sin talento, y eso es un problema. Pero cuando aparece una película con alguna capacidad de ofenderme, y eso me pasó con Team America, de los chicos de South Park, tuve que darles crédito por hacer algo de verdad ofensivo; eso en sí ya era algo, y por eso no lo descarté”.
Sus casi tres décadas y media en el Voice convierten a Hoberman en memoria viva de lo que muchos han pasado a considerar la buena época del Village Voice, el periódico fundado en 1955 en un pequeño departamento del Greenwich Village por Ed Fancher, Dan Wolf y Norman Mailer y que en pocos años se transformó en el espacio más contestatario del Village en los años de Vietnam y los Black Panthers. “Crecí en Nueva York, así que para mí el Voice era una invaluable fuente de información en mis épocas de estudiante”, le cuenta a Radar J. Hoberman, nacido James Lewis Hoberman en 1948, como bien puede chequearse en ¡su propia entrada en Wikipedia! “Esto era sí por las reseñas de cine pero también por lo que se escribía sobre la ciudad, así que fue muy natural para mí trabajar allí. Era un gran trabajo: un periódico hecho por los redactores, nosotros éramos los textos, los que llevábamos las ideas, cada uno con su estilo, con puntos de vista muy fuertes. Uno escribía de lo que creía que era importante, armaba su propia agenda. La redacción era al principio un espacio pequeño, loco, abarrotado, en un edificio de forma extraña, de unos tres o cuatro pisos ubicado en una esquina. Al principio de cada semana, cuando teníamos nuestra reunión editorial, todos participaban sin dejar sus lugares, y era una cosa colectiva, caótica pero que funcionaba; una gran atmósfera.”
Hoberman publicó su primera crítica allí en 1977, cuando la sección de cine estaba dirigida por Andrew Sarris, el legendario e influyente crítico neoyorquino que fundó la teoría autorista norteamericana inspirado en los cahiers franceses, ubicado en la vereda de enfrente de la hoy todavía más mítica Pauline Kael. “Yo había estado en una de las clases de Sarris en la Universidad de Columbia, y fui su proyectorista. Nuestras posiciones sobre el cine estaban muy distanciadas, lo cual era muy típico de la manera en que funcionaba el Voice en esos tiempos: todos tenían opiniones muy fuertes y esa contraposición era muy saludable, la discusión engrandecía al periódico. Tuvimos algunas peleas con él, pero yo era muy joven y a veces exageraba mis reacciones en algunas situaciones. Pero bueno, todo el periodismo empezó a tener problemas, a principios de los ’90: aunque Internet todavía no había crecido tanto, mucha publicidad se fue a los sitios online, y el semanario perdió parte de sus avisos clasificados.” Los avisos clasificados, muchos de ofertas de servicios sexuales ubicados en las últimas páginas, también fueron parte de los rasgos fundamentales del Voice, que, ya en crisis, en 1997 siguió una tendencia en alza y se convirtió en un periódico gratuito. “Antes de eso”, recuerda Hoberman, “solíamos decir que en Nueva York había tres cosas cuyos precios eran siempre los mismos: una porción de pizza, el viaje en subte y el Village Voice. Y era cierto. El Voice sufrió por haberse vuelto gratis: algunos dicen que tiene que ver un factor psicológico, pero lo cierto es que ahí fue donde comenzó el declive. Cuando en el 2006 se fusionó con una cadena más grande de periódicos semanales, el New Times, la idea de la nueva administración era expandir el Voice a otras ciudades, como el LA Weekly. Originalmente el Voice iba a comprar New Times, pero había sido mal manejado y empezó a perder dinero, así que la fusión terminó siendo al revés y fue la nueva compañía la que impuso su nueva visión de las cosas, irónicamente, poco después del 50º aniversario del Voice. Su expansión nacional no fue buena: en muchas otras ciudades de Estados Unidos hay una gran antipatía hacia Nueva York, así que vinieron y lo diezmaron. Fue un proceso destructivo: las críticas fueron cada vez más chicas, se pagaban menos, y mucha gente a mi alrededor empezó a perder su trabajo. De alguna manera a mí me perdonaron, pero fue muy doloroso y deprimente. Tampoco me llegaban presiones sobre lo que escribía, las quejas le llegaban a nuestro editor, Dennis Lim: fue a él a quien los jefes le hicieron la vida miserable. Yo, que había sido un militante muy activo en el gremio que teníamos allí en mis primeros años, volví finalmente a la carga. Pero como resultado de todo esto, el Voice se convirtió en una sombra de sí mismo”.
Ahora que ya no forma parte del Village Voice, Hoberman podría limitarse a llorar por los años de absoluta libertad que ganó en el semanario del que fue desvinculado, o experimentar con la nueva forma de libertad que propone el blog, que es un tema con sus complejidades, dice: puede ser valiosa, aclara, “cuando uno ha pasado años formándose con un editor”. Y puede también dedicarles más tiempo a nuevos libros centrados exclusivamente en estudiar los temas que le interesan. El último hasta ahora, lanzado unos meses atrás en Estados Unidos –e inédito acá, como todos los demás– es An Army Of Phantoms: American Movies And The Making Of The Cold War, donde rastrilla el cine de los años ’50, la Guerra Fría, el efecto residual del “esfuerzo de guerra” en que se había encaramado Hollywood en los ’40. En el fondo lo que está haciendo es seguir buscando las películas que lo marcaron desde joven, esas que filtraron para siempre su manera de ver el mundo. “El libro que hicimos con Jonathan Rosenbaum, Midnight Movies, fue en cierto modo autobiográfico. Manny Farber, mentor de muchos de nosotros que nació en 1917, decía en uno de sus libros que, si creciste en Estados Unidos en los ’30, jamás lograbas superar esa época, te quedabas allí para siempre. Y sin ser dramático, debo decir que pasa lo mismo si uno creció en los ’60: haber sido un adolescente en esa época marca la manera en que uno ve el mundo. Es una ley de la naturaleza que se mantiene: las películas que viste cuando tenías unos 15 años son las que vas a seguir buscando toda tu vida. Yo sé que son tres tipos de películas, en mi caso: Dr. Insólito, que me impresionó porque por primera vez en mi vida tuve la sensación de que estaba ante una película que realmente trataba acerca de algo; los films under, que eran muy importantes en Nueva York, y las películas de la Nueva Ola Francesa. Esas son las películas en las que me gustaría vivir.”
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