MUESTRAS > LOS JUGUETES FILOSóFICOS DE HERNáN SORIANO
Con un repertorio de maravillas mecánicas dignas del siglo XIX, la luz como tenebrosa sustancia de lo fantasmagórico y el placer por la sorpresa de los trucos de magia, Hernán Soriano convirtió la galería Foster Catena en un laboratorio y un experimento al mismo tiempo: proyectando sus propios dibujos, calibra la emoción para llevar a quien se adentre en su universo a ese lugar donde el asombro adulto y el terror infantil se entregan a la risa siniestra y el vértigo de lo desconocido.
› Por Veronica Gomez
–Veo veo.
–¿Qué ves?
–Una cosa.
–¿Qué cosa?
–Maravillosa...
Si la facultad de ver es una cosa maravillosa en sí misma, un acto de ribetes mágicos por el cual la imagen o semejanza del mundo adquiere representación, la escenificación escrupulosa del acto de mirar, con su parafernalia de dispositivos símil siglo XIX agarrados a las mesas, nos posiciona como una clase de espectador muy cercano a un detective o a un viajero del tiempo. Un espectador curioso y medio chusma. Resumiendo: un mirón anacrónico.
Tal experiencia es la que propone Hernán Soriano en su muestra vigente en la Galería Foster Catena, cuyo título es el comienzo de un conocido refrán: “El que solo se ríe...”. Madera, metales, lámparas, lupas, acrílicos, vidrios, espejos y vinilos se conjugan para construir aparatos que, entre juguete y experimento científico, parecen salidos de las páginas de la argentina revista Hobby de los años ’40.
Entramos en las salas de la mano de la lógica del funcionamiento. La primera mirada es pura estructura, visualización de aparatos colocados en la habitación con cierto toque museístico. Después, al agacharse, torcer el cuello, meter la nariz en un recoveco o tomar conciencia de las paredes que rodean estas máquinas escultóricas, descubrimos la razón de ser del artefacto: son dibujos proyectados o raspados, de calaña violenta, triste o caricaturesca, pero siempre inasibles, evanescentes, lanzados al espacio por las máquinas.
“Un amigo me regaló un libro llamado Una juguetería filosófica, de David Oubiña, que habla del origen del cine, la cronofotografía y una serie de objetos de la época victoriana llamados juguetes filosóficos. Eran objetos con efectos ópticos relacionados también con la fantasmagoría y los shows de magia. Me di cuenta de que los objetos que estaba haciendo se ajustaban perfectamente a ese grupo”, así narra Soriano la génesis de su trabajo actual.
Una de las piezas destacadas de la muestra es un reflectoscopio, un instrumento del campo de la física acústica que a mediados del siglo XX fue de la mano con la ecografía y que Soriano adapta en esta ocasión a sus necesidades. En un espejo de primera superficie hizo un dibujo donde la luz rebota y proyecta la imagen en un vidrio esmerilado suspendido arriba del espejo. Es un dibujo de trazos algo toscos donde vemos cómo la tierra se traga a un señor suplicante y bastante patético. Como único testigo hay un perro que no entiende lo terrible de la escena. La elección de un espejo de primera superficie, que son aquellos que evitan dobles o triples reflejos, nos da la pauta de que si Soriano se dedica a convocar fantasmas o aparecidos, tiene el suficiente rigor selectivo para no multiplicarlos en vano.
Con meticulosidad de relojero, Hernán nos muestra los trucos de fábrica, expone sus secretos casi pedagógicamente, por si a alguno se le ocurre, de vuelta a casa, retomar la poética de una óptica geométrica retro. Utiliza la técnica para llevarnos de las narices hasta el asombro, calibrando la emoción. Cada pieza tiene el encanto de lo peculiar, encanto que recorre un camino pautado: desde la investigación y desentrañamiento del funcionamiento del artefacto hasta el descubrimiento de la razón de ser del andamiaje; la perla oculta dentro de la concha, es decir, el dibujo.
“Los dibujos que hice tienen como temática el mal dentro de uno, el mal personificado en demonios y personajes atormentados. Una especie de película de terror para chicos porque las imágenes son caricaturescas”, reconoce Hernán.
Integrante del colectivo de artistas Provisorio Permanente desde 2004, pareciera que Soriano ha volcado su sapiencia e imaginario mayoritariamente en el trabajo grupal. Sin embargo, en su muestra actual, que si bien no es su primera muestra individual es quizá la más relevante, vemos a un Soriano que, aun compartiendo un innegable aire de familia con las obras pergeñadas junto a Provisorio Permanente, toma distancia para hablar de manera personalísima principalmente a través de su dibujo. Un dibujo incómodo, menos romántico quizás. Un poco más bruto y definitivamente despegado de la línea Tim Burton.
Artefactos, bestias, hombres y mujeres... cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere. Y la escalera que Soriano transita bien podría ser la de un antiguo castillo medieval, frío, húmedo y tenebroso, castillo en transición epocal que comienza a ser habitado por el sabihondo hombre renacentista con sus alforjas hinchadas de instrumentos de medición y planos de experimentos. O podría ser también la escalera de una ciudad futurista en ruinas donde la tecnología ha llegado a tal sofisticación y eficacia que, volviéndose monstruosa, no tuvo más remedio que colapsar para retornar a las bases y recuperar los mecanismos de la emoción. Recordemos el mundo posapocalíptico en el que despierta 9, el dulcísimo y valiente protagonista de la película dirigida por Shane Acker, un mundo todo medio atado con alambre, chisporroteando y con mucho trapo cosido por doquier, parches de lata y luces ambarinas flotando en una atmósfera predominantemente marrón. Ante el poder desorbitado de las máquinas, el único camino parece ser reunir las partecitas de alma dispersas y volver a empezar. Ya nos lo había advertido Holbein en su cuadro “Los embajadores” al colocar solapadamente a los pies de los hombres de ciencia una calavera camuflada por los efectos de la anamorfosis: la única certeza que tenemos es la muerte. Pero si bien es cierto que podemos viajar en la máquina del tiempo, Soriano al mando, a estos ambientes más o menos remotos o imaginados, la visión que propone nuestro comandante es, antes que trágica o moralista, una visión tierna de lo terrible, apta para todo público, especialmente aquel espectador que no supere el metro de altura.
Los instrumentos que fabrica Soriano pueden ser usados, como todo aquello de lo que nos servimos, para convocar el Bien o para convocar el Mal. Y en este caso la balanza parece inclinarse para el siempre mucho más interesante Mal. Los proyectores escupen escenas de pesadilla. Guturales y violentas hasta la exageración caricaturesca, las figuras son sometidas a metamorfosis tortuosas. Los seres-fantasmas que habitan las paredes cumpliendo breves acciones en el sistema stop motion, vomitan y tienen la piel lacerada, como el Cristo leproso pintado por Matthias Grünewald. La distorsión, el fuera de foco y la penumbra son los recursos válidos a la hora de ponernos en situación dramática, de meternos en la caverna donde viven los monstruos, comprando el paquete entero de la ilusión, con el envoltorio mágico y el interior siniestro.
Goya, El Bosco y Brueghel han escarbado en figuraciones similares. La risa de los personajes que engendraron, unidos más por el espanto que por el amor, suele convertirse en mueca. En todos ellos, el juicio moral sobrevuela aquello que acontece a los rostros y a los cuerpos sin dejar de lado una empatía inmensa por lo deforme, una atracción a veces lujuriosa hacia lo monstruoso.
Bien sabemos que lo monstruoso no sólo es horror. El monstruo también es prodigio, misterio, potencia y singularidad. Es nuestro recinto subterráneo y salvaje. Y es donde la tragedia se toma un cafecito con el humor. La criptozoología, joven ciencia de los cazadores de monstruos, sigue explorando los océanos, persiguiendo rumores y desentrañando mitos en busca de lo no catalogado todavía. Será que, secretamente, aún queremos ser sorprendidos, aún sentimos que es posible toparnos con una isla ignota, el Nahuelito o más cavernas de Chauvet. El universo que Soriano convoca logra remontarnos a esta pulsión colonizadora de la infancia y alimenta nuestro deseo de que, un día de éstos, alguna cosa poseída por la extrañeza nos salga al paso, nos dé un buen susto, se nos corte el hipo y dejemos de crecer.
El que solo se ríe
Hernán Soriano
Hasta el 27 de abril
Galería Foster Catena
Honduras 4882, piso 1º
Martes a sábados, de 13 a 19.30 hs.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
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