PERSONAJES > LA REINA MALVADA DE BLANCA NIEVES: CHARLIZE THERON VUELVE AL CINE DESPUéS DE TRES AñOS
› Por Mariano Kairuz
Espejito, espejito. La respuesta es obvia desde el momento en que emerge, imponente, de su baño de leche. Charlize Theron es la más bella del reino. Nada tiene que hacer frente a esta Reina Malvada, Madrastra Diabólica y Viuda Negra, la Blanca Nieves que interpreta en la recién estrenada Blanca Nieves y el Cazador la anémica chirusita de la saga Crepúsculo, Kristen Stewart, con su impostación de fortaleza y sus ya demasiado gastados mohínes. Es cierto, Kristen tiene de su lado toda la juventud, toda la lozanía, pero cara a cara con la platinada sudafricana de 37 años lleva la batalla perdida desde el había-una-vez.
Así que la película no valdrá gran cosa, pero verla a Charlize adoptar con convicción un personaje icónico, artificioso, hasta caricaturesco, resulta esperanzador. Su Reina Malvada vestida y coronada por Coleen Atwood (la vestuarista de Tim Burton) proyecta finalmente una monstruosidad digna de su belleza. Por suerte, bien lejos está de los tiempos en que se dejó avasallar por el cliché de que las rubias demasiado lindas están obligadas a demostrar que hay algo más, y se afeó para protagonizar Monster, la historia real de la asesina serial Aileen Wuornos. Adulteró su pulido cutis, engordó 14 kilos, ganó un Oscar. Un par de años después obtuvo una nueva nominación por su papel de trabajadora de las minas de hierro de Minnesota embarcada en una lucha contra el machismo y el acoso sexual en Tierra fría (North Country), siguiendo el camino de las actrices de carácter de los ’70 y principios de los ’80, la Sally Field de Norma Rae o la Meryl Streep de Silkwood (o Jessica Lange o Sissy Spacek o, más acá en el tiempo, la Julia Roberts de Erin Brockovich). Fue la chica dañada de The Burning Plain, de Guillermo Arriaga; la investigadora de los crímenes entre soldados estadounidenses en Irak en La conspiración (In the Valley of Elah). En esta última llevaba la cara lavada, el pelo castaño apenas atado en una colita sin esmero. “Ese es mi cabello verdadero. Esa soy yo”, aclaró la rubia, para quienes todavía, por puro prejuicio, creyeran que ella no era sino otra princesita dorada que había encontrado su lugar en California.
Hubiera alcanzado con que contara su historia. Para empezar, nada de California: de ascendencia francesa, alemana y holandesa, Charlize nació en el pueblo sudafricano de Benoni, y allí vivió una infancia sin privaciones, pero tampoco demasiados privilegios, en la que conoció la vida de campo y se asomó al mundo del trabajo físico, embarrándose en el excremento de las vacas que la mandaban a ordeñar. Allí también presenció, cuando su lengua todavía era el afrikáans, dos eventos que la curtieron y marcaron. El primero fue a los 5 años, durante un accidente rutero: atrapado sin escapatoria entre los hierros retorcidos de su vehículo volcado y en llamas, un camionero pidió que alguien lo rematara antes de que lo alcanzara el fuego. “En Sudáfrica –recuerda Charlize–, todo el mundo lleva un arma, así que no faltó quien cumpliera con su pedido. Eso me enseñó desde muy temprano a no dar nada por sentado.”
El siguiente evento la tocaría más de cerca: a los 15 años estuvo ahí cuando su madre liquidaba de un tiro al borracho y violento padre de Charlize. Defensa propia, sentenció la Justicia. “Salí de la experiencia sabiendo que tenía dos opciones claras: o me ahogaba o empezaba a nadar, rápido”, dice hoy Theron, quien tras años de ocultarlo se refiere al tema abiertamente y asegura que su madre es una de sus mejores amigas. La que se encarga de mantener su pies en la tierra. La que no le permite que fama y dinero se le vayan a la cabeza. A ella, a la dorada imagen de Dior J’Adore, a la que, cuando recién empezaba, Woody Allen convocó para hacer un personaje incandescente bautizado sencillamente Supermodel (en Celebrity); a la rubia terrenal, pero capaz de adoptar un aura angelical y engañosamente aristocrática a lo Grace Kelly (o Tippi Hedren o Kim Novak), acaso toda una Hitchcock blonde que nació 50 años tarde; a la que después del Oscar pasó a ganar más de 10 millones por película. Hoy, cuando le dice a su madre “chau, mamá, me voy al trabajo”, es mamá quien está ahí para sentarla de culo con una sola pregunta: “¿Alguna vez estuviste en una mina metalífera verdadera? Porque eso es trabajo”.
Ahora, después de tres años sin trabajar (delante de cámara), Charlize está de vuelta con su Reina Malvada, con una glacial expedicionaria interplanetaria en la inminente Prometeo, y probando también que puede ser una gran comediante en Young Adult, lo último de Jason “Juno” Reitman. En la que se calza los incómodos zapatos de una mujer estancada, a menudo patética y odiosa, camino a la crisis de los 40. La película se permite un giro irónico y amargo sobre la extendida percepción de que en este mundo las rubias perfectas lo tienen todo servido en bandeja.
Hasta que el giro irónico y amargo da otro giro no menos irónico y amargo, y la rubia perfecta decide rescatarse, pulir la bandeja y encarar su reflejo con convicción, segura –después de haberse despeinado y deformado para sus películas más “relevantes”– de cuál es, espejito espejito, la respuesta.
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