TELEVISIóN > PAN AM Y THE PLAYBOY CLUB: LAS MUJERES EN LOS ’60 DESPUéS DE MAD MEN
El éxito de Mad Men abrió la puerta a ese momento bisagra de la segunda mitad del siglo: los comienzos de los ’60 en que se forjaban las protestas sociales y los derechos civiles a la vez que el capitalismo profesionalizaba su encanto. Pero si en la serie de Don Drapper las mujeres se abren camino con ingenio por la férrea misoginia del mundo, las series The Playboy Club y Pan Am les dan el protagonismo absoluto, y muestran hasta qué punto aquellos conflictos determinan todavía nuestra época. Sin ir más lejos, The Playboy Club acaba de ser levantado por protestas conservadoras.
› Por Paula Vazquez Prieto
El inesperado éxito de público y la importante repercusión en la crítica internacional que tuvo Mad Men desde su estreno, en 2007, ha comenzado a hacer escuela en la televisión norteamericana. El año pasado se estrenaron en EE.UU. dos series que recuperan ese estilo retro, aunque con resultados tan interesantes como dispares. Tanto The Playboy Club como Pan Am, que se estrenó en la Argentina el martes pasado por el canal de cable Sony, hunden sus raíces en el inicio de los dorados ’60, una página del calendario que marcó definitivamente los destinos del sueño americano construido en la posguerra. Los ’60 fueron años de profundos cambios en el escenario mundial, con la Guerra Fría en su etapa más álgida, la emergencia de un creciente sentimiento antibelicista, el lento despertar popular hacia las movilizaciones eco del Mayo Francés, la paulatina visibilidad de los conflictos raciales y los nuevos desafíos de la mujer, que se afirma en la conquista del mercado laboral y en la lucha por derechos hasta entonces relegados.
El retrato de la mítica Manhattan de 1963 es el puntapié inicial de Pan Am, apenas posterior en tiempo y espacio a los inicios de Mad Men, que tomaba como epicentro de la acción la Avenida Madison, calle emblemática de las grandes agencias de publicidad de aquellos años. Los vidrios que reflejaban los rostros de los frenéticos publicistas de la agencia Sterling Cooper se reemplazan aquí por los cristales transparentes del aeropuerto JFK, donde las azafatas desfilan impecables en sus trajes turquesa recién planchados, dispuestas a elevarse en un vuelo, tan simbólico como real, que las llevará directamente a una vida nueva. El brillo refulgente del Pan Am Building evoca aquella pátina dorada de un mundo donde el juego y el disfraz eran parte de la vida, tal como evoca la mirada del eternamente adolescente Steven Spielberg en Atrápame si puedes. Así como DiCaprio asume una y mil identidades en sus viajes sucesivos, y la estafa se torna orgiástica y placentera, aquí las chicas desafían los límites de lo permitido y, si no violan la ley, por lo menos la ponen en tela de juicio.
En la era pre-feminista, la perspectiva de una carrera profesional como vía de escape al destino inevitable del matrimonio parecía evidente. Era la única alternativa posible para desafiar lo previsto por la sociedad para toda mujer: ser esposa y madre de familia. En el primer capítulo de Pan Am, Laura escapa de su boda en un convertible rojo, desoyendo los designios de su madre, para enfrentar la incertidumbre de una vida errante, aparentemente sin ataduras. Su imagen impresa en la tapa de la revista Life, mientras mira al cielo esperanzada, se erige como el emblema de toda una generación de mujeres, que bendice esa incipiente liberación, así como atestigua la presión de una sociedad que no se rinde ante batallas perdidas.
El brillo y la seducción de los ’60 oscurecen la permanencia de una inquietante desigualdad que aun hoy no ha sido del todo superada, y que no parece pasarse por alto en la ficción. La latente misoginia de la época se manifiesta en diversas situaciones: la constante amenaza de agresión sexual (que va desde el manoseo en Pan Am hasta el intento de abuso en The Playboy Club, o directamente la violación en Mad Men), la discriminación que sufren las mujeres en el campo laboral (las azafatas no pueden tener más de 32 años y son controladas militarmente para no subir de peso), el tratamiento de la sexualidad como objeto de consumo (el merchandising sexual de Playboy) y la angustia que supone la aparente vida bucólica de los suburbios (la Betty Draper de Mad Men, una ama de casa tan oscura como fascinante). Esos residuos de un pasado que oscila como un péndulo sobre las cabezas de los personajes ponen de manifiesto que los ’50 aún acechan expectantes a la vuelta de la esquina.
La cercanía cronológica de los reclamos de las distintas minorías, que harían eclosión luego del Mayo Francés del ’68, posibilita un guiño anticipatorio que se percibe en la concentración simbólica del poder femenino en la vestimenta, sobre todo en los atuendos de las azafatas o en el disfraz de las conejitas. “Las conejitas de Playboy son de las pocas mujeres en el mundo que pueden llegar a ser lo que ellas quieren”, dice la voz en off de Hugh Hefner, el creador de Playboy, en las primeras imágenes de The Playboy Club, serie centrada en el mundo de las conejitas que trabajaron en el primer club de la famosa revista, en Chicago. Pero es difícil creer que las mujeres de los ’60 sólo anhelaran ser una mascota sexy, o servir aperitivos en los pasillos de un Boeing 707, sino que es posible pensar que la exposición del envase se convierte entonces en catalizador de la rebeldía.
El sexismo, presente en un pasado no tan superado, requiere una mirada consciente y aguda que las series ensayan con resultados sorprendentes. En Mad Men (cuyo equipo de guionistas cuenta con amplia participación femenina), el lugar de la mujer es puesto en crisis permanentemente, desnudo en sus tensiones, a merced de una fuerza invisible que determina la opresión en todas las relaciones sociales presentes. “El tratamiento de las mujeres en Mad Men es el tema principal”, explicó el creador de la serie, Matthew Weiner, en una entrevista realizada por Tom Matlack para la revista de la Universidad de Wesleyan. Ex alumno de esa casa de estudios, Weiner dialogó extensamente sobre la relación de la serie con los temas más conflictivos de la década, y destacó que en su formación académica la poesía de autoras como Emily Dickinson, Adrienne Rich y Sylvia Plath le permitió “descubrir una forma de exploración del marginal, del outsider, que intenta asequir una máscara de aceptabilidad, pero a menudo fracasa”.
El riesgo en el tratamiento de temas controvertidos tal vez no sea tan ostensible en estas nuevas series como en Mad Men, que de hecho aborda los siete “pecados” profundamente arraigados en esos años: tabaquismo, alcoholismo, adulterio, sexismo, homofobia, antisemitismo y racismo, como escribió en su momento la crítica del New York Times, Alessandra Stanley. De ese punteo pecaminoso, el humo del cigarrillo como referencia inocultable a la incorrección política (presencia que en Mad Men es capital, tal como lo atestigua el que alguien la haya definido como una serie construida alrededor de exhalar humo) parece haberse evaporado aquí, en parte porque las cadenas de TV abierta como la NBC y la ABC –responsables, respectivamente, de The Playboy Club y Pan Am– sufren mayores condicionamientos en la inclusión de determinados contenidos. Sin embargo, la homosexualidad femenina adquiere una visibilidad elíptica o manifiesta, pero que no deja de estar presente. En The Playboy Club, la emergencia de la lucha por los derechos de las minorías sexuales cobra importante protagonismo ya desde el primer episodio (aparecen los comienzos de la Mattachine Society, una de las primeras organizaciones de defensa de los derechos de los homosexuales), mientras que el beso lésbico entre Christina Ricci y Ashley Green en el capítulo 11 de Pan Am levantó varias especulaciones sobre el posible desarrollo de una historia de amor entre ellas.
La inclusión del racismo en The Playboy Club no fue del todo satisfactoria, e incluso algunos críticos encontraron en la frase “A Hef no le importa el color de la gente en tanto sea interesante”, puesta en boca de una de las conejitas, una señal un tanto preocupante. Lo cierto es que la conejita “chocolate”, como la nombran tres veces en el piloto, resulta un aditamento curioso más que un foco de conflicto latente. La historia de gangsters y policías corruptos en Chicago, sumada a la rivalidad entre la vieja conejita próxima al retiro y la arribista en ascenso, define un escenario demasiado disperso, que no confía plenamente en la potencia de ese costado amargo y provocativo de la década.
La sensación que potencia el inicio de Pan Am es justamente esa mezcla de euforia revisionista con amarga desazón, resultante de una mirada examinadora que revela las aristas más incómodas del mito pasado y exhibe sus falencias. El trabajo profesional como antídoto a la costumbre o como propulsor del cambio trae aparejados nuevos inconvenientes. Una de las azafatas se convierte en agente encubierta de la CIA, realizando “trabajos” de espionaje alrededor del mundo (una de las productoras de la serie, Nancy Hult Ganis, recuerda de su época de azafata que era frecuente que la CIA reclutara a los miembros de la tripulación aérea como espías). Lo que no deja de ser un juego en un principio, representa el inminente peligro que supone adentrarse en un mundo donde no se conocen del todo las reglas. La idea de que las mujeres son libres de elegir su forma de escapar de las constricciones sociales refuerza su ambigüedad cuando el costo de la aventura se traduce en amargos renunciamientos.
Al igual que la era dorada de la publicidad vuelve a la vida en la agencia estrella de Mad Men, donde sus miembros disfrutan las mieles del éxito y la gloria del reconocimiento de su talento como artistas, Pan Am regresa a los años del despegue de la aviación comercial, cuando los vuelos transatlánticos eran un negocio asegurado para las líneas aéreas. Luego de la emisión del primer capítulo en EE.UU., el Sindicato de Azafatas (Asociation of Flight Attendants) hizo una declaración pública que destaca las numerosas injusticias que debieron superar aquellas primeras mujeres, injusticias que marcaron el camino hacia la conquista de sus derechos en una profesión que recién estaba naciendo: “Como trabajadoras organizadas, la generación de las primeras azafatas de la línea aérea Pan Am elevaron su voz ante los directivos de la firma y el mismo Parlamento para lograr el respeto de sus derechos laborales, el reconocimiento de la importancia de su trabajo y la mejora de los niveles de seguridad e higiene que hoy son los estándares en la legislación de los vuelos comerciales”.
Si bien existe una mirada nostálgica, propia de las exigencias de la ficción televisiva, respecto de los años previos a la desregulación de la aviación y la crisis del negocio en la actualidad, ese halo romántico coincide con “la idea, en boga por aquellos años, de que viajar era divertido y glamoroso”, como señala Jack Orman, creador de la serie, “una idea que suponía que el viaje era tan importante como el destino”. Una de las protagonistas de Pan Am, Christina Ricci, en declaraciones al portal Movieweb.com, concuerda con esta mirada sobre la transcendencia del viaje como avance y crecimiento: “Maggie, mi personaje, representa a esas mujeres que levantaron sus voces por primera vez, tratando de cumplir sus anhelos, luchando por ser alguien, por rozar, aunque sea, el mítico sueño americano”.
En este sentido es importante la elección de la era Kennedy como el marco de estas transformaciones en el tránsito hacia la madurez política de un pueblo todavía anclado en el falso ideal de prosperidad de los ’50. Un momento histórico clave para el capitalismo previo a la crisis del petróleo de los ’70, que trasuntaba cierta amabilidad asociada al progreso y la buena conciencia demócrata, algo que se perdió en la “era Reagan”. Es lógico, de alguna manera, que el regreso de los demócratas al gobierno permita evocar aquellos comienzos casi con algarabía celebratoria, como si los malos tragos de la administración Bush pudieran ser superados por esta vuelta a la etapa más civilizada de la nación regente.
La toma de conciencia de un inminente escenario crucial para el destino del mundo moderno no se hace sin incertidumbres, miedos y arrepentimientos, parece ser el diagnóstico de la autocrítica. Así como en Mad Men los cambios suponen el angustioso anhelo de que todo regrese a la normalidad (evidente en la última temporada), la salida del caparazón que experimentan las azafatas de Pan Am supone el contacto con universos tan inciertos como alejados, cuyo choque cultural cobra ritmo con el slogan “Come Fly With Me” que popularizó entonces la voz de Frank Sinatra. Esa autoconciencia del cambio, y el desconcierto que supone el camino hacia un futuro desconocido, se hace evidente en el episodio de Berlín, que transcurre durante el verano europeo del ’63, poco después de la construcción del Muro. Kennedy viaja a Alemania para dar un discurso en el corazón mismo de un mundo fracturado, prisionero de los fantasmas del pasado, discurso que sería un hito en la relación entre las dos potencias en puja, y que aparece en la serie como exorcismo de esas viejas heridas que no están del todo resueltas.
La suerte de estas nuevas apuestas vintage, con una producción de elevado costo, no ha sido del todo favorable. A diferencia de Mad Men, que fue estrenada por la cadena de TV paga AMC, alejada de un perfil familiar, tanto Pan Am como The Playboy Club cargaron con los contratiempos de ser proyectos de la TV abierta. Con tan sólo tres capítulos en el aire y críticas que la tildaban de “intento insípido de posicionar a las conejitas como la vanguardia de la revolución sexual” (como publicó TVGuide), cuestionamientos similares a los que recibió en su momento la incomprendida Showgirls de Paul Verhoeven, The Playboy Club fue suspendida por la NBC. Qué selló su destino, aún hoy es fuente de controversias. Si bien la audiencia no acompañó los primeros episodios, el embate de la Parental Television Council (Asociación No Gubernamental que controla los contenidos emitidos en TV abierta) considerándola inmoral aun sin verla, y recomendando a los anunciantes que retiraran los auspicios (siete de ellos lo hicieron), no fue un buen augurio.
El futuro de Pan Am, en cambio, no está cerrado todavía. Tal vez el aire cosmopolita que asume la historia desde el inicio le dio una sobrevida inesperada. Es cierto que los bajos ratings que cosecharon los primeros 14 episodios desestimaron la posibilidad de una segunda temporada al aire; sin embargo, en el mismo día que la ABC anunció su cancelación, los premios de la TV europea Rose D’Or la galardonaron como la mejor serie de la temporada. Este buen recibimiento en Europa alentó al portal de compras Amazon, interesado en la producción de contenidos propios, a iniciar las negociaciones con la Sony Pictures para una posible continuación de la serie on line. La propuesta aún no ha sido formalizada, pero es, a las claras, un signo evidente del interés creciente hoy en día, tanto en la TV paga como en la producción virtual de entretenimiento, por un período emblemático del pasado norteamericano que aún hace sentir sus ecos.
Pan Am se da los jueves a las 21 por Sony y se repite los domingos a las 22 (hoy, por ejemplo, se puede ver la repetición del primer capítulo).
The Playboy Club, que fue anunciado en el país, no llegó a estrenarse después de que lo levantaran por presiones conservadoras.
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