Dom 17.06.2012
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MúSICA > REEDICIóN DE LUJO PARA MY BLOODY VALENTINE

ES AMOR LO QUE SANGRA

Con apenas dos discos, especialmente Loveless, de 1991, se convirtieron en un mito y en una contraseña, grupo de culto y favorito de los críticos, pero también en banda intratable, liderada por el obsesivo y meticuloso Kevin Shields, cuya idea de sólo grabar discos perfectos –y si no, mejor el silencio– va totalmente a contramano de una industria ansiosa y de un tiempo donde ser prolífico es una virtud. Este año, aquellos dos discos extraños, que enamoraron a una generación, se acaban de reeditar en un boxset que incluye versiones, outtakes y todos esos fetiches de fans. Pero, además, Shields ha anunciado que, posiblemente, haya disco nuevo de My Bloody Valentine. A cruzar los dedos.

› Por Micaela Ortelli

El crítico Simon Reynolds los puso “en algún lugar entre medio” de Sonic Youth, Dinosaur Jr. y Hüsker Dü, pero con un sonido “decisivamente propio”. Para muchos, la banda irlandesa My Bloody Valentine inventó el idioma de los músicos estáticos mirando el suelo, perdidos en su propio ruido, que la prensa bautizó shoegaze (la mirada clavada en los zapatos). Para otros, ese subgénero de guitarras reverberadas y voces etéreas, que se instaló a la sombra de los éxitos comerciales del momento –el grunge en Estados Unidos y el movimiento Madchester en Inglaterra–, lo habían inaugurado los Cocteau Twins. Las comparaciones van de Spacemen 3 a The Jesus & Mary Chain; incluso hay quienes los insertan en la tradición de The Velvet Underground. Cualquiera sea el caso –y lo cierto es que no suenan como nadie más–, a la banda de Kevin Shields le bastaron apenas dos discos y un conjunto de EPs para marcar una época y convertirse en mito. Su segundo álbum, Loveless, es considerado una obra de culto por músicos, periodistas y fans, y es recordado como uno de los mejores y más influyentes lanzamientos del ’91. En ese momento, Shields, el anti-showman en tiempos de Bon Jovi, el artista pálido y contrariado que cree en la inspiración y no le interesa hacerse rico, se prometió nunca sacar algo peor que ese disco. Desde entonces, My Bloody Valentine se sumió en una existencia casi espectral.

Aunque el vacío que siguió a Loveless tiene su explicación técnica: después del tortuoso proceso de grabación sufrido (contrataron y despidieron a dieciocho ingenieros y pasaron por casi la misma cantidad de estudios a lo largo de más de dos años), sumado a que las ventas distaron de ser las esperadas (el álbum no pasó del puesto 24 en los charts de Gran Bretaña), el entonces dueño de Creation Records, Alan McGee, que rozó el colapso nervioso durante el período (según el relato, al ¿para cuándo?, Shields le respondía con nombres de canciones: “To Here Knows When”, “When you Sleep”,“Soon”), los echó de la discográfica. Firmaron con Island que, bajo protesta, les financió la construcción de un estudio que nunca funcionó. Llegó el ’94 y My Bloody Valentine no tenía nada nuevo para ofrecer. Ante la incertidumbre, la bajista, Debbie Googe, y el baterista, Colm ó Cíosóig, buscaron nuevos rumbos. Shields y la segunda guitarra y voz, Bilinda Butcher, siguieron grabando esporádicamente hasta el ’97, momento en que el sello les cortó los víveres; y ahí, prácticamente, se les pierde el rastro. En adelante, se sabe que Shields tocó con Primal Scream, produjo bandas como Placebo y Yo La Tengo, y firmó un par de covers, mezclas, remixes y colaboraciones varias. Mientras, My Bloody Valentine, desde el silencio, inspiraba a las nuevas generaciones de músicos y seguía creciendo en libros, tesis y una infinidad de artículos que se escribieron sobre ellos.

El rumor de que la banda remasterizaría y reeditaría parte de su obra empezó a circular en 2004 (el trabajo habría arrancado en 2001) y se fortaleció en 2008, cuando se reunieron después de quince años para una gira que resultó “la segunda más ruidosa de la historia”, según la revista Mojo. Que recién ahora haya aparecido el resultado (un boxset con cinco CDs que incluye la versión remasterizada del primer disco, Isn’t Anything, del ’89, dos versiones de Loveless –la remasterizada del original y otra masterizada de cintas analógicas–, un compilado con cuatro EPs y otro con siete tracks inéditos), confirma los patrones que se repitieron mientras My Bloody Valentine estuvo activa: Shields, el gran postergador, el meticuloso que no para hasta que la versión terminada de los temas sea igual a la que tiene en la cabeza; y la imposible reconciliación entre esa personalidad romántica y obsesiva y una industria ambiciosa y siempre a las corridas. Ahora el músico dice –casi al pasar, como si no fuera la gran cosa que es– que este año también podría salir el tercer álbum de la banda; que el material acumulado es mejor de lo que pensaba y que vale la pena terminarlo. Y aunque a esta altura nadie se toma literalmente la parte de “este año”, alcanza con saber que el espectro va tomando consistencia otra vez.

Hablar de My Bloody Valentine es hacerlo de la formación 1987, porque antes existió otra –integrada por Shields, ó Cíosóig y dos más– que se disolvió después de una estadía en Alemania y Holanda y un mini LP que nadie recuerda. Es hablar de cuatro personajes de los que poco se sabe, que parecieran haber vivido siempre en una foto en blanco y negro, o en un video como el de “Only Shallow”: borroso y con imágenes superpuestas. El punto de encuentro entre los cuatro era el vivo, cuando cada uno se concentraba en lo suyo para crear una música entera y catártica, que alcanzaba el clímax al final de cada show, con una versión de “You Made me Realise” tan larga, agresiva y estridente que al set lo llamaban “el holocausto”. El estudio, por su parte, siempre fue tierra de Shields, la cabeza creativa del asunto, un convencido de que es preferible hacer una sola cosa bien que varias más o menos. Así, en lugar de preocuparse por convertirse en un guitar hero, se dedicó a perfeccionar un estilo propio, sabiendo que es posible ser completamente expresivo tocando una misma nota y añadiendo efectos que rompan, saturen y complejicen el sonido. Esa distorsión adquiere melodía con las voces lánguidas de Shields y Butcher, que repiten incoherencias hermosas y potencian lo indescifrable de My Bloody Valentine, de esa oscuridad adolescente que gusta tanto no se sabe bien por qué. Porque escucharlos provoca un placer casi sádico, incómodo; como el goce, que puede ser tan perturbador como adictivo. ¿Cuál es el fuerte de la banda? ¿Qué es lo que resulta tan seductor? No hay una respuesta exacta. My Bloody Valentine es grandiosa por lo enigmática; y es precisamente ese punto indefinible lo que la hace verdadera. Es en esa imperfección donde el que escucha puede reconocerse.

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