HALLAZGOS > LA FOTOGRAFíA CALLEJERA DE VIVIAN MAIER
Durante toda su vida, Vivian Maier fue una niñera de las tantas que proliferaban en la Norteamérica del baby boom y la posguerra. Nadie supo nunca qué hacía con su tiempo libre hasta que en 2007, un joven que reconstruía la historia de su barrio encontró una caja con el fascinante resultado de ese tiempo que pasaba callejeando sola: miles de negativos con escenas callejeras tomadas en Chicago y Nueva York que revelan la vida de habitantes tan desconocidos como ella. Hoy, cuando ella ya murió y su descubrimiento es la nueva sensación del mundillo, y ante la inminente avalancha de libros, documentales y biografías, Radar rescata su figura y su misterio.
› Por Martín Pérez
Un caballo muerto tirado a un costado de la calle. Un hombre vestido de cowboy caminando por la vereda con un paquete bajo el brazo. Los restos de un sillón quemado, aún humeante, al lado de un tacho de basura. Cualquier buena foto callejera suele esconder una historia. Pero lo que no suele ser tan común es que también el fotógrafo esconda una de esas historias.
Todas las ejemplares fotos seleccionadas para el volumen Vivian Maier, Street Photographer, editado a comienzos de año en los Estados Unidos, responden a esas características. Son fotos en blanco y negro, de formato cuadrado, tomadas con una cámara Rolleiflex, protagonizadas por gente común paseando por las calles de Nueva York y Chicago durante los años cincuenta. No sabemos nada de esos personajes, salvo lo que nos cuentan las fotos. Pero lo más sorprendente es que, antes de que su descubridor se topase por absoluta casualidad en una subasta con una caja conteniendo parte de su obra, dentro del mundo de la fotografía nadie sabía nada de Maier, una niñera y fotógrafa aficionada que murió en 2009 sin haberle mostrado a nadie su trabajo.
“Vivian Maier representa una instancia extrema del descubrimiento póstumo: la de alguien que existe únicamente en virtud de lo que vio”, escribe Geoff Dyer en el prólogo del libro, el primero en compilar una obra que desde hace un par de años gira por festivales de fotografía de todo el mundo, y tiene por delante una biografía y también más de un documental.
“No sólo era totalmente desconocida en el mundo fotográfico, sino que casi nadie parecía saber siquiera que se dedicaba a sacar fotos”, continúa Dyer. “Mientras que esto parece desafortunado, incluso cruel, también dice algo sobre el potencial desconocido de todos los seres humanos. Como Wislawa Symborska escribió sobre Homero en uno de sus poemas: Nadie sabía qué hacía en su tiempo libre.”
“En 2007, cuando estaba trabajando en la historia definitiva de mi barrio, Portage Park, en el sudoeste de Chicago, me encontré accidentalmente con la obra fotográfica de Vivian Maier. La cadena de eventos que este descubrimiento puso en funcionamiento desde entonces ha cambiado el mundo de la fotografía callejera y también mi vida”, escribe John Maloof en la presentación del libro que compiló a partir de su colección.
Joven comprador y vendedor de objetos usados, e incipiente agente inmobiliario, Maloof tenía el proyecto de escribir sobre el barrio olvidado donde acababa de comprarse una casa, y su posible editor le advirtió que para que semejante libro fuese viable necesitaba conseguir al menos unas 200 fotos antiguas del lugar. Por eso es que cuando descubrió un lote de negativos en una subasta que se estaba llevando a cabo en una casa de remates del barrio, no dudó en ofertar por él, aun cuando no podía saber si iba a serle útil para su proyecto.
Cuando escaneó algunos de los negativos y se dio cuenta de que no le servirían, Maloof no se pudo desprender de su compra. Aunque sabía poco y nada de fotografía, intuía que había algo especial en esas fotos. Cuando puso algunas a la venta por Internet, empezó a recibir ofertas cada vez más interesantes, hasta que el fotógrafo y crítico Allan Sekula le recomendó que no dividiera ese archivo. Y fue a través de Internet que comenzó a crearse el boca a boca que llevó primero a las exposiciones –la primera en Chicago, luego en Londres y a comienzos de año en Nueva York, entre otras– y finalmente a la edición del libro.
Mientras tanto, Maloof intentó averiguar la historia detrás de las fotos que había comprado. A través de la casa de remates, descubrió que su lote era apenas uno de otros similares, armados a partir de los objetos retirados de un depósito cuyo dueño había dejado de pagar el alquiler. Contactó entonces a los otros compradores, y fue reuniendo las pertenencias de alguien que, por entonces, sólo conocía por su nombre. Intentó contactarse con ella, pero le advirtieron que era una anciana que había caído enferma, y no quería que la molestasen.
Por entonces el nombre de Vivian Maier no aparecía en ninguna búsqueda de las que Maloof realizaba cada tanto en Internet, hasta que dos años después de aquella primera compra apareció en un breve obituario del Chicago Tribune. Lo firmaban tres hermanos que despedían a la niñera que los supo cuidar cuando ellos eran chicos, y de la que habían cuidado ellos hasta entonces. Lo poco que se dejó cuidar al menos, porque Maier resultó ser un espíritu libre y reservado, que durante gran parte de una vida solitaria se dedicó a ganarse la vida como niñera, y sacar fotos antes, durante y después de su trabajo.
“Para nosotros era como estar con Mary Poppins”, recuerdan los niños, hoy adultos, que la cuidaron hasta su muerte. Nacida en Nueva York en 1926, y criada en un pequeño pueblito de Francia por una madre que volvió a casa luego de fracasar su matrimonio, Maier regresó a su ciudad natal en 1951, hasta que la cambió por Chicago.
Allí trabajó durante casi dos décadas con la familia de sus futuros benefactores, que la adoraban, y luego comenzó a vagar por diferentes familias, algunas de las cuales no sintieron la misma pasión por sus excentricidades. Porque Maier siempre llevó el pelo corto y hablaba con un fuerte acento francés, y sus opiniones eran contundentes: para ella los norteamericanos sonreían mucho, los indios habían sido estafados, las mujeres eran iguales de capaces que los hombres, y el matrimonio, no gracias.
Cuando los firmantes del breve obituario se reencontraron con ella, Maier apenas si podía valerse económicamente por sí sola. Ellos sabían de su pasión por la fotografía –en un baño de su hogar había armado un pequeño cuarto oscuro, donde reveló las pocas copias que realizó de sus fotos–, pero nunca les comentó del depósito donde guardaba los negativos, por eso el alquiler se venció y terminaron saliendo a remate. Cuando Maier falleció en abril de 2009, no sabía que sus fotos habían empezado a sacarla del anonimato que tan bien conservó durante toda su vida.
Desde que descubrió las primeras fotos de Meier en aquella subasta, John Maloof ha reunido gran parte de una obra de la que aún queda mucho por descubrirse. Además de las extraordinarias escenas de la vida urbana de Nueva York y Chicago recopiladas en Vivian Maier, Street Photographer, existe también una etapa previa en Francia, y después una posterior a color, donde las personas comienzan a desaparecer del cuadro, y aparecen cada vez más paredes, objetos y graffitis. Y esto parece sólo recién estar empezando. Además de Maloof, un artista llamado Jeff Goldstein consiguió armar su propia colección con un lote perdido de fotos subastadas, y su equipo anuncia no sólo una biografía para antes de fin de año, sino también un documental. Mientras tanto, los intentos de Maloof de sumarla al canon oficial de los grandes fotógrafos callejeros del siglo pasado, a pesar del éxito de las exposiciones, aún no ha conseguido cierta unanimidad. Los grandes museos norteamericanos, por ejemplo, consideran para sus colecciones sólo las fotos reveladas por sus autores, por lo que su descubrimiento aún deberá seguir buscando su propio camino. Algo con lo que Vivian Maier seguramente estaría de acuerdo. “Tenemos que hacer espacio para otra gente”, dice su voz desde una de las escasas grabaciones que Maloof logró recuperar, y transcribe hacia el final de la presentación de su libro. “Es una rueda: uno se sube, llega al final, y algún otro tiene la misma oportunidad de llegar hasta el final. Y así alguien más ocupa su lugar. No hay nada nuevo bajo el sol.”
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