ENTREVISTAS > ELSA OSORIO HABLA DE SU NOVELA SOBRE MIKA ETCHEBéHèRE
La vida de Mika Etchebéhère es fabulosa, épica y legendaria: nacida en Moises Ville, provincia de Santa Fe, fue parte de la mítica revista Insurrexit, expulsada del PC argentino, recorrió la Patagonia con un consultorio odontológico ambulante investigando junto a su marido la masacre de obreros rurales en 1922. Viajaron a la turbulenta Europa, asistieron en Berlín al ascenso de Hitler y se enrolaron en defensa de la república durante la Guerra Civil Española, hasta que él murió en combate y ella lo sucedió en el mando de la columna. Sobreviviente y emigrada, fue amiga de Breton y Sartre, publicó artículos en la revista Sur, formó parte de las revueltas del Mayo francés del ’68, le consiguió su primer trabajo como traductor en la Unesco a Cortázar y murió a los 90 años, después de haberlo contado todo en sus memorias. Sin embargo, en Argentina casi nadie la conoce. Por eso, Elsa Osorio la volvió el personaje central de Mika (Seix Barral), su flamante novela, y en esta entrevista cuenta la fascinante investigación detrás de tan impresionante vida.
› Por Angel Berlanga
La bomba cayó muy cerca de la trinchera y una montaña de tierra podrida se le vino encima y la sepultó. 25 de noviembre de 1936: Mika Etchebéhère combatía contra el fascismo franquista desde julio, en los comienzos de la Guerra Civil Española. Llevaba varios días en el frente de Moncloa, en defensa del ataque contra Madrid, y luego de tres horas intensas de tiroteos y bombazos le llegó la explosión que la enterró viva. En la negrura pegajosa, contó en sus memorias, supo que no la había alcanzado la metralla y que no podía moverse: “Ningún grito es posible: mi boca está en la tierra –escribió–. Sólo el pensamiento funciona, anda, estoy lúcida, demasiado, rechazo esta muerte nunca prevista, sucia, estúpida, infamante”. Del otro lado de la penumbra sus compañeros se pusieron a cavar, desesperados. Lo primero que encontraron fue el tacón de una bota. Cuando consiguieron sacarla vieron que sangraba por la nariz, la boca, los oídos. Pero estaba entera. Al rato –coñac mediante– ya la seguían de nuevo, al mando de sus milicianos.
Micaela Feldman: ése era su nombre al nacer. Sus padres eran unos colonos que en 1989 llegaron desde Podova en el vapor Weser, que trajo a bordo a ciento treinta familias que se instalarían al norte de Santa Fe, en unas hectáreas vírgenes negociadas con un terrateniente, donde fundarían la primera colonia agrícola judía de Sudamérica: Moisés Ville, el sitio en el que nació Mika, el 14 de marzo de 1902. Y aunque tuvo una vida extraordinaria, aunque fue la única mujer que comandó una columna contra los fascistas durante la Guerra Civil, es muy poca la gente en la Argentina que conoce su historia. Publicó sus memorias en los ’70, en Francia y en España, pero aquí permanecen inéditas. Ahora, luego de 25 años de investigación, pesquisas imposibles, intentos fallidos de escritura y recomienzos, Elsa Osorio publica Mika, una novela que rescata y retrata su velada y fabulosa vida.
Cuenta Osorio que cuando se enteró de su existencia se preguntó, también, por qué Mika sería tan poco conocida. Supo de ella en 1986 por el escritor Juan José Hernández, que en una reunión, después de unas copas, le habló de ella. “Me encantaba quedarme escuchándolo, porque contaba muy buenas historias sobre escritores y artistas –evoca Osorio en su casa de Colegiales–. Y me acuerdo que cuando me habló de Mika pensé que sería un personaje, que estaba mezclando la memoria con un libro que habría leído, qué sé yo. Le pregunté y me dijo que no, que la conocía, que junto a Pepe Bianco la visitaban en París, donde vivía, y me prestó el libro en francés de sus memorias de la guerra. Aluciné: ¿cómo podía ser que fuera desconocida? Publiqué un par de artículos sobre ella en Crisis y en Todo es historia. Y unos años después, luego de investigar y de ir encontrando datos en España y en Francia, personas que la conocieron y cosas que escribió, se instaló la idea de que yo tenía que hacer un libro. Por lo que fui averiguando supuse que Guy Prévan, un viejo poeta y militante trotskista, podía tener los papeles que ella había dejado, los cuadernos que fueron escribiendo junto a Hipólito, las cartas. Cuando encontré a este hombre confirmé lo que intuía: después de horas y horas de fascinante conversación me fue dando, de a poquito, todo lo que tenía de Mika. Había cartas de Alfonsina Storni y de Cortázar, notas de lectura, agendas, fotos, los cuadernos sobre sus días en la Patagonia, en París, en Berlín.”
La historia de Mika e Hipólito Etchebéhère es fabulosa: ¿cómo es que todavía no hay una película? Ella se crió en Rosario y era adolescente cuando se enganchó en un grupo femenino anarquista; a los 18 se vino a Buenos Aires, a estudiar odontología. En esta ciudad conoció a Hipólito, que le ofreció formar parte de la mítica revista Insurrexit, a través de la que conoció a Alfonsina y a Salvadora Medina Onrubia de Botana, entre tantos. El había estado preso por difundir la represión contra los judíos durante la Semana Trágica; estudiaba ingeniería en la UBA, y si no fuera porque venía de familia bien lo mandaban a la cárcel de Ushuaia: los hechos le reforzaron su anarquismo, se fue de casa, las pasó duras y se resintió su salud. En el surco de la Revolución Rusa, de la Reforma Universitaria, de las luchas obreras y de las búsquedas y acciones continuas, se afiliaron al Partido Comunista argentino: muy discutidores, duraron poco, los expulsaron. “Estábamos en desacuerdo con las políticas del PC, pero era nuestra referencia”, dice la Mika de Osorio. Ella se había recibido de odontóloga cuando a él le diagnosticaron tuberculosis y le aconsejaron salir de la ciudad. Entonces se fueron unos años a la Patagonia, a vivir de pueblo en pueblo de lo que diera el consultorio dental ambulante, a indagar sobre la masacre de obreros rurales en 1922, la historia que rescataría Osvaldo Bayer años después. Se tentaron con quedarse en el sur, pero finalmente rumbearon hacia donde las cosas ardían: Europa.
“Desembarcamos en España dos meses después de proclamada la república –escribió Mika muchos años después, cuando él ya había muerto–. Nos calentamos el corazón al fuego de aquellas manifestaciones tumultuosas que reclamaban la separación de la Iglesia y el Estado, comprobamos que la guardia de asalto republicana ya sabía dar palos como cualquier policía veterana, aprendimos a querer al pueblo español y emprendimos viaje a Francia”. Con lo que habían juntado en la Patagonia vivían despreocupados por mantenerse y preocupados por robustecer su “formación de militantes revolucionarios”. En octubre del ’32 se instalaron en Berlín: Alemania, pensaban, era entonces el sitio de la “lucha decisiva”. “Por el cuaderno alemán, supe que asisten al ascenso de Hitler –dice Osorio–. Cortan cosas de los periódicos, hacen comentarios. Ahí, en 1933, se da el desfile de los nazis ante la casa del PC. A Hipólito lo desespera ver cómo la desunión entre comunistas y socialistas propiciaba la subida del Führer. Tenían una amargura tremenda. Y esa conciencia internacionalista me parece admirable, porque se trasladan donde está el conflicto y ese conflicto es de ellos: no es que dicen ‘no, nosotros somos argentinos’. Y hay otras figuras importantes, como Kurt Landau o los Rosmer, con quienes se vincularían mucho en París, que tienen una conciencia similar.”
Con la tuberculosis haciendo su trabajo, la salud de Hipólito le requiere cada tanto una internación, un cambio de clima. La represión a los mineros de Asturias en 1935 no les daría chance de ir a España, pero ya estaban en Madrid en julio del año siguiente, cuando el alzamiento franquista. Tiempo de las armas. Que es tiempo de la sangre.
Uno de los intentos fallidos, cuenta Osorio, procuró contar a Mika a través de la investigación, del rastreo de sus papeles. “En realidad caí en la trampa de querer saber todo de una persona que realmente existió –explica–. Y ésa puede ser una tarea interminable y agobiante. Todas mis novelas son de temas históricos pero con personajes inventados; con uno real, ¿hasta dónde inventás? Otra cosa que me frenó fue entender el lugar del POUM, del Partido Obrero de Unificación Marxista, al que pertenecía la columna que comandó. Si hoy preguntás, te dicen que el POUM era trotskista; eso viene de la simplificación de llamar trotskista a toda la oposición antiestalinista. Pero en los papeles inéditos que Trotsky dejó se ve que tenía un serio enfrentamiento con el POUM. Eso habla de los inconvenientes que trae encasillar a una persona. Mika siempre se dice comunista, pero no del PC. La verdad es que es bastante anarquista en su manera de comportarse, porque cuando una orden le viene mal, hace lo que se le da la gana. Es medio inclasificable, aunque yo diría que era una antifascista, esto es claro, y una revolucionaria internacionalista pura.”
Con idas y vueltas en el tiempo y distintos escenarios, Osorio se centra en los días de la guerra y en el tiempo compartido con Hipólito hasta ahí. Hay, también, un par de saltos significativos adelante, para mostrar la riqueza de Mika: en 1982, por ejemplo, para mostrar sus discusiones con unos montos entusiasmados con la guerra de Malvinas y también para narrar un encuentro con Cortázar, su mirada coincidente al respecto (fue Mika quien le consiguió su primer trabajo como traductor en la Unesco); en 1968, por citar un segundo ejemplo, estuvo involucrada en las revueltas del Mayo francés. Luego de la Guerra Civil pasó a Francia, regresó más tarde a Buenos Aires –publicó artículos en la revista Sur– y volvió en 1976 a París, donde se ganó la vida escribiendo y traduciendo. Fue amiga de André Breton y conocía a Jean Paul Sartre y a Simone de Beauvoir. Tenía 90 años cuando murió. Había pedido que echaran sus cenizas al Sena, y sus amigos le cumplieron.
Dos días después de iniciada la Guerra Civil, Hipólito Etchebéhère comandaba una columna del POUM, la organización política con la que mejor se identificaban. Con un grupo de milicianos salió hacia Guadalajara y combatió en Sigüenza. Mika le pidió que no se expusiera tanto, que no se hiciera matar antes de lo necesario. “Aquí el que manda no debe agacharse cuando silban las balas –le respondió, evocaba ella–. Para que los demás avancen, el jefe tiene el deber de marchar primero, aunque sepa que puede morir.” Lo mataron el 16 de agosto del ‘36, cuando les ordenaron tomar un castillo en Atienza. Ella se había quedado en la retaguardia. “Una bala lo quebró como se quiebra un árbol herido por un rayo”, le contaron. Los milicianos le pidieron que ella tomara el mando. Aceptó.
La guerra: ¿lo monstruoso, el deber que hay que afrontar, ambas cosas? A Mika se la percibe haciendo lo que tiene que hacer. Y eso implica dar órdenes, asumir riesgos, ver cómo se mata y se muere, ver cómo caen los chiquilines. Y también, más adelante, discutir con los compañeros sus prejuicios sobre que sea mujer, sobre lo que esperan que hagan las otras mujeres que también quieren pelear. Osorio trabaja eso en su novela; eso aparece también en las memorias de Mika. Conjugaba, han contado sus compañeros, valentía con solidaridad. En septiembre, cercada su tropa en Sigüenza, les ordenaron refugiarse en la catedral; grave error: los sitiaron. Consiguió escapar por la noche junto a un grupo y volver a Madrid. La nombraron capitana y le encargaron otras misiones. Pero con el correr de los meses la larga sombra del estalinismo cayó sobre el POUM y sus dirigentes y la detuvieron con el cargo de “desafecta a la República”. Un jefe de división que la conoció, Cipriano Mera, cuenta en sus memorias que intercedió para su liberación. “Cuando di con eso confirmé que no había caído en manos franquistas, como se dijo en algún momento –explica Osorio–. Y confirmé, además, una frase que Mika había escrito en un cuaderno: ‘Nos echaron de guerra’.”
“Nunca un libro me costó tanto –concluye Osorio–, incluso cuando reuní todo el material fue muy difícil. Hay algunas cosas que no sé y voy cosiendo con la ficción: al meterte en los personajes y en la historia vas descubriendo cosas. Yo bien podría haber escrito una novela con una mujer a la que le pasaba todo esto, pero me parecía muy injusto, la verdad, porque resulta que esta mujer no tiene un lugar en la historia, y realmente se lo merece. Ahora, si quería esto, ¿por qué no hice una biografía? Bueno, hace tiempo que no tengo una cosa ingenua con eso. Sé que la ficción es un camino paralelo a la historia, pero muy efectivo.”
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