Desde su temprana juventud hasta sus últimos días, Julio Cortázar vivió una vida que lo llevó a recorrer el mundo y mudarse de ciudades, provincias y países infinidad de veces, pero en todo momento mantuvo sus vínculos a través de una correspondencia tan copiosa como informal. En el año 2000, su primera mujer, Aurora Bernárdez, preparó una edición magistral de esas cartas. Pero ahora, la edición en cinco tomos de la correspondencia, con más de mil cartas inéditas, abre todo un universo íntimo de un escritor clave del Boom latinoamericano, testigo de su época, desde la Argentina de provincias y el ascenso del peronismo, hasta los ’60, las revoluciones y el advenimiento atroz de las dictaduras. Amigos, libros, intimidades, placeres, secretos, política y proyectos se despliegan a lo largo de más de 3000 páginas. Radar las leyó y ofrece, como estampilla de muestra, algunos de sus más grandes momentos epistolares.
› Por Susana Cella
Testimonio de lo que se añora en la distancia, confesiones, recuentos de quehaceres, entusiasmos, quejas, promesas de índole varia, reproches o divergencias, cariñosos envíos hasta formales pedidos o tajantes rechazos; las cartas parecen responder al imperativo de establecer un diálogo específico, señaladamente dirigido a un destinatario singular, con cierta cualidad de expectativa de respuesta o promesa de envío, de ahí que se esperen con ansiedad y aun se reclamen, quizá por eso el habitual tópico de la disculpa cuando se ha demorado la contestación.
Pero además, según quién escriba estas cartas, se abren otras perspectivas, en tanto, si se trata de una figura conocida, eso que circulaba en un ámbito de privacidad, puede, por el mismo interés que despierta todo lo atinente a quien de algún modo queda incluido en el conjunto de personajes públicos, propiciar nuevos lectores, indirectos remitentes, más allá de la voluntad de quien las enviara. Quizás esto se intensifica si se trata de un escritor, porque su correspondencia es susceptible de integrarse, en tanto letra y aun con sus rasgos particulares, al resto de su escritura, y puede bien mostrar su grado de afección por ese tipo de textos que se agrupan como género epistolar. Y así efectivamente es en el caso de Julio Cortázar, quien estaría agregando, con su cuantiosa correspondencia, esta vertiente a los otros géneros que cultivó, sean poemas, cuentos, ensayos, artículos, además de sus valiosas traducciones, como las de Edgar Allan Poe.
Las cartas de Cortázar reunidas fueron surgiendo, publicadas desde fines del siglo XX, como la continuación de su extensa obra. Aurora Bernárdez –compañera de tantos años de Cortázar, destinataria de varias de esas cartas, y asiduamente nombrada en muchas– junto con Carles Alvarez Garriga, ampliaron la primera edición hasta cinco gruesos tomos pautados por lapsos (1937-1954; 1955-1964; 1965-1968; 1969-1976 y 1977-1984). No es casual que la cantidad de años y por tanto de cartas sea dispar, marca también ritmos en cuanto a reflexiones y actividades, intensificación en un tramo que puede asociarse a los años del Boom.
Pero además, consideradas en conjunto, cabe preguntarse: ¿qué significan estas cartas de Cortázar, qué son? Una miscelánea, como no podría ser de otro modo, si se consideran las diferentes modalidades que exhiben, entre ellas y aun en muchos casos dentro de una misma misiva. Un conjunto vario donde se transmiten experiencias, impresiones, opiniones políticas, valoraciones artísticas (literarias en especial), recuerdos y afectos, así como, muy particularmente, recuentos de viajes, pero también algo que de algún modo hace recordar a su famoso Cuaderno de Bitácora de Rayuela, y que les da, podría decirse, un valor agregado, esto es, referencia a sus propias obras en proceso de escritura, según cómo avanzan o esperan, cómo se publican o traducen, y aun se destruyen, qué efectos tienen sobre editores, lectores, y de qué manera todo esto revierte sobre quien las compuso.
Así, en parte estas cartas son un relato de cómo va surgiendo y consolidándose lo que en los inicios eran intentos literarios concretados en poemas (que más de una vez aparecen transcriptos, sobre todo en las primeras cartas) en cuentos, en novelas, proyectados o mientras se llevan a cabo, y que en el devenir se afianza hasta constituir el legado literario cortazariano, con sus traducciones y múltiples ediciones. De ahí que numerosas cartas tengan como destinatarios a editores, por ejemplo Paco Porrúa, a los traductores, o cuando llegaran al cine, a Manuel Antín, además de la mención a Michelangelo Antonioni.
Su traductor al inglés, Paul Blackburn (también poeta), fue un asiduo destinatario y correspondiente. Las cartas de Cortázar no sólo muestran la entrañable relación con este “cronopio”, sino que además esos intercambios despliegan interesantes consideraciones sobre los problemas de la traducción, en particular cuando se trata de pasar a otra lengua palabras muy afincadas en el habla coloquial o, simplemente, palabras inventadas. Difíciles textos, afirmaba Cortázar, cuando le mencionaba, entre otros, a César Vallejo.
El ordenamiento cronológico de las cartas apunta también a otra inflexión genérica, una suerte de ordenada autobiografía en clave epistolar. “Me fui a París cuando era un perfecto desconocido”, escribiría Cortázar muchos años después a Saúl Sosnowski, y efectivamente, el primer tramo de esta historia, que se inicia en 1937, comienza con los pasos del egresado del Nacional Mariano Acosta que trabaja como profesor en localidades del interior, Bolívar y Chivilcoy en la provincia de Buenos Aires, o en Mendoza. Hay en esas cartas, destinadas a amigos como Eduardo Hugo Castagnino, Lucienne Chavance de Duprat, Marcela Duprat, Mercedes Arias, entre otros, además de comentarios sobre la vida pueblerina, varios poemas (propios o citados no sólo en castellano), sin que faltaran referencias admiradas a clásicos como Rilke o Neruda, al principio con la recurrente firma de Julio Denis, que poco a poco cedería ante Julio Florencio y luego a Julio Cortázar o Julio.
El lapso que abarca el primer tomo (hasta el ‘54) incluye el hito de su partida a París. El anhelo de viajar más allá de esas localidades de trabajo ya se había insinuado en los sueños de ir a México y se concretaría luego en otros recorridos, así como a la zona misionera, donde invariablemente iba a recordar a Horacio Quiroga, y, luego de un primer viaje a París, sería la definitiva instalación en la capital francesa a partir de 1951, después de haber renunciado en 1946 a sus cargos docentes ante el triunfo peronista, visto por Cortázar durante muchísimo tiempo como un sinónimo de asfixia y opresión. La impronta autobiográfica incluye muy detalladamente otro subgénero, por así decir: el relato del viaje.
A partir de su residencia en París, tanto por razones laborales (su desempeño en la Unesco), como luego, ante el reconocimiento que iba alcanzando con su obra, los traslados irían en un crescendo por momentos vertiginoso. Además de que los encabezamientos de las cartas nombran estadías muy diversas, los destinatarios reciben minuciosas descripciones de ciudades y paisajes con apreciaciones que abarcan tanto las obras de arte y edificios, cafés, teatros, conciertos, vegetación, clima, como rasgos, agradables o no, de los moradores. La experiencia en la India, en este sentido, posibilita una mirada hacia otra forma de vida, de estar en el mundo, y sin embargo, con toda lucidez, no deja Cortázar de señalar que su perspectiva sigue siendo indefectiblemente la de un occidental a gusto sobre todo en París.
Durante los viajes a Buenos Aires, suele manifestar disgusto por la situación nacional que, pese a los avatares por los que iba pasando el país, se califica de negativa. Claro que no sólo en su obra, sino también respecto de ciertos destinatarios, los lazos con la patria no se deshacen, hay permanentes relaciones que continuarían en postales a la abuela, cartas a la madre y a la hermana Ofelia, correspondencia con el pintor Eduardo Jonquières, Fredi Guthmann, Sergio Sergi, Julio Silva (en una indiscernible mezcla de temas artísticos y familiares). Después de una carta al poeta Enrique Molina en los primeros tiempos, se incrementa la correspondencia con escritores y especialistas como Ana María Barrenechea. Hay entonces tramos de crítica literaria, visibles por ejemplo en la respuesta que le enviara en 1958 a Carlos Fuentes, respecto de La región más transparente, así como, entre muchos otros, con José Lezama Lima, a quien conoció primero por lecturas, para luego entablar una amistad duradera, y una valoración expresa en La vuelta al día en ochenta mundos. Tuvo con Vargas Llosa una relación de amistad, lo que no impidió que le enviara una carta donde cuestionaba su ausencia en La Habana cuando los debates en torno del caso Padilla en Cuba suscitaran controversias que motivaron otros intercambios, así como con Haydée Santamaría o Roberto Fernández Retamar. Habiendo asumido una posición favorable a los cambios en América latina, visible en sus viajes a La Habana y luego Nicaragua (además de correspondencia con Sergio Ramírez, por ejemplo), su condición de argentino que santificaba París (según declaró David Viñas) y que se había marchado por propia voluntad, compartió al instalarse las dictaduras del Cono Sur el destino de exiliado, tal como escribiría a su madre, para que supiera por qué en esos años, el que había conocido, según dijera en una carta muy anterior y no sin ironía, “la celebridad”, ya no era el que aparecía en la prensa ni circulaban sus libros como sucedía pocos años antes, cuando era reclamado por editores, agentes literarios y traductores. En contraste con las primeras, las cartas posteriores testimonian la actividad desplegada en la lucha antidictatorial.
Afortunadamente, Aurora Bernárdez y Carles Alvarez Garriga no sólo recopilaron, revisaron y repusieron alguna palabra ilegible de tan enorme correspondencia, mayoritariamente mecanografiada (preferencia del propio Cortázar), sino que además agregaron, como aquel tablero de dirección de Rayuela, señales camineras, algunas imprescindibles notas al pie y, afortunadamente, extensos índices que muestran la amplitud de los destinatarios de tantas cartas que su autor, sin demasiada preocupación por ordenarlas o clasificarlas, fue, más bien esparciéndolas. De lo que se infiere que otras pueden hallarse y también difundirse en favor de esta otra escena de escritura que es también la historia de la cultura y la política de un período fundamental del siglo pasado.
Cartas
Julio Cortázar
Buenos Aires, Alfaguara, 2012
5 tomos
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