PERSONAJES > JACK WHITE SOLISTA: (OTRA VEZ) EN EL CENTRO MUSICAL DE LA NUEVA DéCADA
› Por Micaela Ortelli
Dicen que Blunderbuss es el primer disco solista de Jack White, pero él no es tan tajante con las definiciones. Podría haberlo firmado con un nombre inventado, del mismo modo que los White Stripes se llamaban así pero lo que hacían eran covers de sus canciones (aunque era Meg la que en verdad controlaba la banda y fue por ella que se terminó, asegura él, pero es conocida su fama de fabulador). A Jack le gusta trabajar en equipo porque calma el ego, y no llama nunca “colaboración” o “proyecto paralelo” a algo que hace con otros. De manera que hacer un disco solista para él significó trabajar con una decena de músicos al servicio de sus propias canciones y no de las de otros, como cuando hace de productor. Atrás quedó la autolimitación estética e instrumental de los White Stripes, que sólo vestían de rojo, blanco o negro, y creían –al menos en sus comienzos– que con guitarra, voz y batería bastaba para reunir todos los componentes de la música: ritmo, melodía e historia. Ahora el esfuerzo (también es conocida la manía de Jack por imponerse dificultades) pasa por recordar qué versión de los temas hace cada banda, porque formó dos durante la creación de Blunderbuss, una femenina y otra masculina. Cuando hay show, decide en el día con cuál se va a presentar, y los músicos acatan. Jack es un Dios. Al menos para su hija de cinco años, Scarlett, que cree que puede controlar el clima. Porque como la acústica de su habitación no lo dejaba escuchar la lluvia, instaló micrófonos bajo los aleros y los conectó a unos parlantes. Ahora Jack White puede encender la lluvia. “¿También podés encender el sol?”, dice que le preguntó Scarlett.
También parece que Blunderbuss es el disco de divorcio de Jack White: el poético de Meg White (en febrero de 2011 anunciaron oficialmente que los White Stripes no volverían a grabar ni a tocar) y el real de Karen Olsen, la madre de sus dos hijos (Henry tiene cuatro). La tapa, en principio, es elocuente en este sentido (si el tono azulado, la ropa negra, la mano en el pecho y el buitre en el hombro no hablan de melancolía, de qué si no). Y aunque ambas separaciones fueron en buenos términos (con Olsen hicieron una fiesta “en honor al tiempo compartido”, y ella incluso participó del disco), el comienzo con “Mi-ssing Pieces” es un grito de dolor ante una ruptura. Un hombre despierta y ve que le faltan partes del cuerpo: “A veces alguien tiene todo el control sobre ti, y cuando te dicen que no pueden vivir sin ti, no mienten. Tomarán pedazos tuyos, te pisarán y se irán”. Ella se llevó todo, hasta el colchón, y de la almohada sólo queda la etiqueta: “Sonaba la alarma pero no podía escuchar nada”, canta Jack (canta mejor que nunca en este álbum), y el tema es pura tensión, pura angustia. Una apertura brutal, dramática. Sin respiro, le sigue la furiosa “Sixteen Saltines”, donde se pone en la piel de lo que parece ser un adolescente muerto de celos. “Love Interruption”, cantada a dúo divino con la ghanesa Ruby Amanfu, confirma la idea de que el amor en sus distintas facetas atraviesa todo el álbum. Pero no sólo eso. Esta canción le canta al amor como pocas, exigiéndole la pasión y el delirio que a veces parecieran no existir en la era de lo light: “Quiero que el amor me revuelque despacio, que me clave un cuchillo y lo revuelva adentro. Quiero que el amor me tome los dedos con dulzura, los estruje con una puerta, me ponga la cara contra el piso”. Y “Blunderbuss”, bueno, no podría llamarse de otra manera (un trabuco no es un arma de precisión; se usaba a corta distancia para blancos múltiples, y si te alcanzaba, te destrozaba): “A romantic bust, a blundered turned, an explosive blunderbuss”, dice, y la pronunciación de la “b” acá es el punctum de la canción, si Barthes lo permite (por eso no hace falta traducir la frase); es el detalle que punza, que desgarra (si te alcanza, como el trabuco). Habla de una relación que por alguna razón encuentra resistencia: “Te recosté y te toqué como los dos lo necesitamos. No hace falta decir que hay quienes no aprobarán esto y se opondrán. ‘Qué egoístas’, exclamarán, y quién se atrevería a discutir. Hacer lo que necesitan dos personas nunca está en el menú”. Blunderbuss –la elección del nombre del disco es perfecta, claro– definitivamente consagra a Jack White como letrista.
Musicalmente, el álbum es todo lo que hizo hasta ahora y más, mucho más: hay riffs y baterías implacables (atención con los brazotes de Carla Azar), teclados y voces celestiales, contrabajo y violines elegantes, una mandolina que es una delicia. Blunderbuss lo tiene todo; es una experiencia física y emocional: es desbordante. Y cuando pasa eso con una obra de arte, no se puede más que agradecer –y en este caso, escuchar una y otra vez–. Algo similar producía Elephant, disco glorioso, el que convirtió a los White Stripes en la banda de la década. A propósito, otro punto para Jack es que al mismo tiempo que con Blunderbuss se reinventa, no se separa del pasado; al contrario, escucharlo incita a volver a recorrer la discografía de los White Stripes de punta a punta (algo más por lo que estar agradecidos: reencontrarse con esas canciones). La evolución de Jack White en diez años (desde la trompada en la cara que fue “Fell in Love with a Girl” –con el histórico video de Lego animado de Michel Gondry–, que los hizo conocidos en todo el mundo) es alucinante. Jack White es la prueba de que los grandes no sólo están muertos o tienen más de sesenta, y Blunderbuss, el empujón que faltaba para confirmar que es el parámetro de la contemporaneidad musical. Que alrededor de él giran los demás.
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