Dom 15.07.2012
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¡Ay, Paraguay!

› Por Marcos Zimmermann

La tarde del 28 de febrero de 1870, Esteban García marchaba junto a los últimos 409 soldados paraguayos que quedaban vivos de entre los 100 mil que el mariscal Francisco Solano López había alzado en armas durante aquellos cinco largos años de guerra. El joven fotógrafo empujaba una carreta desvencijada donde llevaba el pesado equipo con el que estaba fotografiando a ese ejército acorralado por las tropas de la Triple Alianza. El sendero por el que caminaba se elevó de repente. Desde allí García pudo ver a lo lejos la sobriedad elemental del Cerro Corá, erguido al final de la selva de Amambay que se extendía bajo sus ojos como un manto verde infinito. La enorme roca que sobresalía entre los árboles parecía un monolito clavado en ese lugar por algún ser sobrenatural para indicar el final del Paraguay.

García siguió andando exhausto, junto a aquella caravana que se replegaba agonizante hacia la última frontera de la nación. El joven caminaba en medio de hombres esqueléticos semidesnudos, de mujeres que tiraban de los carros reemplazando a los bueyes con los que habían alimentado a los soldados durante las últimas semanas y de niños descalzos que se habían comido sus propios zapatos de cuero luego de haber sido ablandados por sus padres en el agua de los bañados. Durante aquella retirada, Solano López fundaba una nueva capital del país en cada uno de los pueblos por los que pasaba, donde resistía por un tiempo. Después, ante el avance enemigo, volvía a partir para instalar una capital reiterada un poco más allá. La cuarta y última había sido San Isidro de Curuguaty. Pero, ahora, en el confín de aquella selva inextricable, el territorio paraguayo se le acababa.

Esteban García había elegido aquel destino trágico cuatro años antes, sin saberlo, cuando se había incorporado como aprendiz de la casa fotográfica W. Bate & Co., recién instalada en Montevideo. Allí había aprendido los rudimentos de la novedosísima técnica de toma con placas de coloidón húmedo, que debían ser reveladas mediante un complicado proceso in situ, por demás inestable. Al poco tiempo, convertido en asistente de Javier López, fotógrafo oficial de la empresa, había sido enviado junto con él a realizar aquel primer reportaje bélico de nuestra tierra. Las fotografías de López, que se venderían luego en colecciones de diez copias de albúmina dentro de unas carpetas tituladas La Guerra Ilustrada eran, en general, imágenes triunfalistas. Pero había una desgarradora. La imagen en cuestión, hecha el 24 de mayo de 1866, día en el que Paraguay perdió la batalla de Tuyutí, lleva por título “Montón de cadáveres paraguayos” y muestra una pila de hombres muertos, listos para ser incinerados. Pero esta fotografía no fue tomada por Javier López sino por Esteban García, aunque en el álbum nunca haya sido aclarado.

Una cita del famoso libro de Richard F. Burton Letters from the battle-fields of Paraguay, advierte que el 1º de marzo de 1870, el mismo día en que terminó la guerra, Esteban García –que se había pasado al bando paraguayo al ver la injusticia de aquel conflicto– fue obligado por los aliados a destruir, una por una, la pila de placas de vidrio que había tomado durante la larga agonía de la derrota. Luego había sido fusilado. El registro del valor con el que el Paraguay enfrentó su exterminio, y que García fotografió, fue hecho añicos junto con esos negativos. Se salvó sólo esta imagen: “Montón de cadáveres paraguayos”, por un hecho fortuito que la crónica no aclara.

Hay miles de testimonios –como este relato novelado– sobre el coraje paraguayo durante la guerra de la Triple Alianza. Pero lo cierto es que la valentía de ese pueblo pasó a la historia gracias a tres frases reales. La primera, perteneciente al propio Mariscal López, que, luego de negarse a un ofrecimiento de rendición o de exilio que le hiciera el enemigo, peleó hasta morir junto a sus últimos hombres mientras gritaba “¡Muero con mi patria!” (no, “por” mi patria) en el arroyo Aquidabán Nigüí. La segunda frase: “¡Un coronel paraguayo nunca se rinde!”, fue dicha apenas horas después por su hijo Panchito, que a pesar de sus quince años de edad demostró el mismo temple que su padre, al ser muerto defendiendo a punta de sable a madame Elysa Lynch, su madre, y a sus hermanos más pequeños. La tercera, lanzada por ella misma a los verdugos de esas dos tragedias que la atravesaron el mismo día, cuestionaba: “¿Es esta la civilización que ustedes han prometido?”.

Hoy, la pregunta de madame Lynch cobra nuevamente actualidad. Es que aquel Paraguay al cual nuestro país le declaró la guerra cuando acudía en ayuda del presidente constitucional uruguayo Bernardo Berro; ese Paraguay que combatió solo contra los ejércitos de Pedro II, Bartolomé Mitre y Venancio Flores pintando bigotes falsos en la cara sus niños imberbes para hacerlos pasar como aguerridos soldados mientras cargaba sus cañones con vidrio de botella a falta de municiones; el Paraguay que más tarde le puso el pecho a Stroessner y que dio poetas y escritores refinadísimos como Herib Campos Cervera, Josefina Plá y Augusto Roa Bastos, el Paraguay que produjo pintores exquisitos como Livio Abramo, Ofelia Echagüe Vera y Carlos Colombino; el Paraguay originario rescatado por Ticio Escobar y Guillermo Sequera, y el Paraguay de hoy, fotografiado por Carlos Bittar o Juan Britos; ese Paraguay sensible y esencial, golpeado una y mil veces, pero pletórico de razón cierta y de un humanismo a toda prueba, acaba de ser, una vez más, ofendido.

Existen escasas fotografías que muestren la verdadera masacre de la guerra contra el Paraguay. Quizá la más explícita sea ésta, tomada por Esteban García. Los modales “civilizados” a que se refería madame Lynch evitaron que los hechos más atroces de esa masacre quedaran registrados en imágenes, para la historia. Pero tampoco se han visto demasiadas fotografías que grafiquen con claridad los hechos reales sucedidos hace poco tiempo en Curuguaty, antigua cuarta capital de Solano López. Tal vez la pregunta de madame Lynch esté aún vigente... y no sea verdadera civilidad aquello que el nuevo gobierno de nuestro vecino país promete... ¡Ay, Paraguay!

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