TEATRO > POR QUé VER A RICHARD MAXWELL EN BUENOS AIRES
Considerado uno de los directores más arriesgados del teatro contemporáneo, su osadía no está en puestas monumentales, estrambóticas o violentas, sino en todo lo contrario: suelen ser escenarios pequeños, con personajes emocionalmente vulnerables y actores muy cerca de un público reducido que producen una empatía asombrosa. La semana que viene, Richard Maxwell viene a dar una charla y trae su obra Showcase, con un solo actor en un cuarto de hotel porteño. Sepa por qué hay que ir a verlo.
› Por Agustina Muñoz
El director y dramaturgo norteamericano Richard Maxwell llega a la Argentina invitado por Panorama Sur para dar una clase magistral y presentar su espectáculo Showcase, una obra de teatro de treinta minutos que sucede frente a un grupo mínimo de espectadores en una de las habitaciones del Hotel Continental. Maxwell es un estrella de culto en el off neoyorquino que hace varios años lleva sus espectáculos por los festivales más prestigiosos y avant garde del mundo generando fanatismo e indignación por igual. Y es que las críticas van desde la alabanza del New York Times que lo declaró uno de los directores experimentales más innovadores de la década pasada, hasta un escándalo en Londres cuando suspendieron las funciones de su Enrique IV porque el director del teatro que los había convocado no quiso hacerse cargo de las críticas que se venían sobre su “Shakespeare robótico, superficial e inexpresivo”. En esa oportunidad, una periodista de The Guardian escribió: “Tal vez el error fue meterse con el gran dramaturgo nacional; cuando dirige sus textos, eso es justamente lo que adoramos, la supuesta falta de expresividad y artificio; no supieron entender lo que quería y creyeron que era una parodia”. Nacido en Fargo, Dakota del Norte –dato que lo vuelve bastante curioso después de los Cohen–, estudió actuación en la universidad, como lo hace la mayoría de los artistas escénicos norteamericanos, donde hacen Shakespeare y comedia musical mientras vuelven su cuerpo virtuoso y maleable a cualquier género. Es por esto que Maxwell sabe lo que dice cuando declara que está harto del artificio de la actuación y pone a sus actores a buscar ese grado cero de la representación, si es que existe algo como eso. Hace varios años que vive en Nueva York, donde lleva a cabo su método, muchas veces clasificado –para bien y para mal– por algunos críticos como el anti-teatro. Forma parte de la compañía deluxe New York Players, un comando de directores y actores que cuestionan las bases mismas del teatro definiendo el suceso dramático como “lo que pasa cuando varias personas se encuentran en un cuarto”.
Maxwell es uno de los autores y directores más prolíficos y arriesgados de la compañía y el que llevó más lejos su intención de mostrar la realidad en escena. Esto llamó mucho la atención dentro del teatro norteamericao y europeo, donde aun las obras del llamado teatro de autor tienen puestas sofisticadas y ambiciosas y cuyos textos abarcan grandes temas universales como la guerra, la política y la ecología. Las puestas de Maxwell son sencillas, el público suele estar muy cerca de los actores, obligándolos a impregnarse de esa mutua presencia, y los textos son excesivamente cotidianos e íntimos, al punto de que las onomatopeyas están específicamente apuntadas como parte del texto a memorizar. Entre sus obras se cuenta ADS, en la que no hay ningún componente vivo en el escenario (¿qué es el anti-teatro sino eso?), apenas un video en el que personas de distintas edades son vistas de cuerpo entero durante cinco minutos para hablar de lo que creen (“creo en el karma”, “creo en Dios”, “creo que el mundo está llegando a su fin”, “creo que los adolescentes deben recibir información para evitar los embarazos”) o la obra Héroe neutral, en la que doce actores vestidos como irían a pagar las cuentas al banco, cantan canciones y se turnan para decirles al público y a sus compañeros cosas como “Hay una diferencia entre lo que pensamos y lo que no entendemos” o “Te extraño, ¿no te das cuenta?”. Esos textos son dichos de un modo tan sincero que uno se pregunta si son de verdad actores o ese espacio fue cedido a personas reales para que expresaran sus pensamientos. En escena están ellos, los instrumentos y una silla para cada uno. Y los actores se mueven como alguien que intenta hacerse entender, sin ocultar un posible nerviosismo, sin querer agradar, diciendo los textos como les van saliendo en ese día en el que ese público se sentó ahí a escuchar. Y, llamativamente, esa comunidad que se crea entre los actores que cantan y tocan los instrumentos en vivo como en un fogón, como en una misa, y los espectadores que prestan su oreja, produce un hecho artístico muy conmovedor, tan sencillo y emotivo que cuesta entender por qué pasa lo que pasa, por qué al público le saltan las lágrimas con textos que en cualquier otra obra resultarían cursis, afectados o, incluso, tontos. Aquello que otro director descartaría por obvio, Maxwell lo explora con una fe profunda en lo que hay debajo de lo que nadie sospecha. Como la performance de Marina Abramovic en el MOMA en el 2010, en la que la artista serbia se sentaba y esperaba a que los asistentes se sentaran frente a ella y la miraran durante el tiempo que ellos quisieran. Algunos lo hacían durante medio minuto, otros durante media hora. ¿Una chantada? ¿El colmo del arte contemporáneo? Puede ser, pero gracias a ella, a la que se le ocurrió hacerlo, y a los programadores que se animaron a darle el espacio, se produjo una de las obras más hermosas de los últimos años, en la que los asistentes experimentaban un estado de gracia que no entendían de dónde había venido. En la sensibilidad de artistas como Abramovic o Maxwell para permitir que la verdad y la humanidad aparezca entre personas ajenas y en lugares ajenos radica el secreto de sus obras. “Hay una compulsión de los actores y los directores a trabajar para que la actuación se vea creíble. Esa no es mi preocupación. Eso sucederá sólo si no trato de controlar lo que pasa en la escena. No me importa que no se note que es la vez número cincuenta que el actor dice el texto. Olvidarse la letra parecería ser la peor pesadilla, y para mí esa es la mejor parte, cuando se revela lo que no se puede controlar. El teatro tiene la suerte de no tener que darle la espalda al caos universal, por eso la actuación en vivo me parece tan fascinante: ver cómo el actor lidia con ese estar vivo frente a otro”, dice Maxwell en una posible máxima de su arte.
En Showcase, la obra que se presentará en Buenos Aires, un hombre de negocios se encuentra solo con su sombra en un cuarto de hotel; ahí asistimos a su derrotero mental sobre sus frustraciones y sus sentimientos a medio digerir. Esa soledad se vuelve profunda, un adulto en traje no es alguien que sabe cómo vivir, él también está solo y no sabe cómo se sigue. Los espectadores son conducidos por los pasillos del hotel hasta el cuarto, la puerta se abre y ahí está él, a medio metro de nosotros. La extrema cercanía nos convierte en compañeros de esa humanidad que se revela mísera y frágil, la empatía es feroz, y el actor es una maravilla que hace de esos treinta minutos un acto único de voyeurismo donde no hay psicología sino sólo humanidad. Esto se repite en la dramaturgia de Maxwell, donde sus personajes suelen ser personas frustradas en sus realizaciones personales, y emocionalmente vulnerables, pero no más que cualquiera que camina por la calle, sólo que no suelen exponer sus debilidades con tanta franqueza. En un país donde el éxito es ley y la vida privada es tomada por la publicidad y la television para reescribirla al antojo del mercado y la política, esos relatos mínimos en un tono lo más lejos posible de la declamación, resultan un oasis y, a su vez, una provocación. “La gente necesita del arte como espejos de ellos mismos; la gente va cada vez menos al teatro porque no se ve reflejada en esos espejos. Muchas veces se tiene la sensación de que cuando empieza la función el actor se va a otro mundo y permanece ahí hasta que termina. Yo pido todo lo contrario, que el actor se quede con nosotros y, desde ahí, hable.”
Clase magistral de Richard Maxwell: miércoles 18 de julio 18 hs., en el auditorio del Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415 $ 50.
Funciones de Showcase: jueves 19, viernes 20, sábado 21 y domingo 22 de julio. Tres funciones diarias a las 19, 20.30 y 21.30 hs. Hotel 725 Continental, Av. Roque Sáenz Peña 725. Entradas: $ 60. En venta únicamente en alternativateatral.com Para más información sobre otras conferencias y espectáculos internacionales programados por Panorama Sur:www.panorama-sur.com.ar
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux