MUESTRAS 2 > PAULA CASTRO Y SU CATáLOGO DE DESILUSIONES óPTICAS
El arte se ha valido desde hace siglos de los modos en que el cerebro procesa las imágenes. En su segunda muestra, Paula Castro se sumerge en la modernidad –de Internet al graffiti sexual en el baño de una pizzería– para desnudar que, finalmente, todo es tinta y papel transfigurados.
› Por Claudio Iglesias
Los aparatos de observación y reproducción que capturan, segmentan y transforman las imágenes, por fuera de cuáles sean sus componentes materiales, podrían considerarse una proyección del cerebro que recorre la historia humana. Técnicas muy antiguas de copiado vigentes en el sistema de bellas artes, así como los centenares de procesos químicos y ópticos que acompañaron la historia de la fotografía hasta llegar a los algoritmos y las estructuras de datos que modelan el cuerpo de las imágenes en la actualidad son contrapartes objetivas de mecanismos cognitivos de transfiguración visual. Parodiar estos mecanismos, cambiarlos de situación y de atuendo como si fueran muñecos (al punto de engañar al espectador o convertirlo en cómplice de una maniobra ocular) es una parte sustancial de la tarea de Paula Castro. Desilusión óptica, su segunda muestra individual en Buenos Aires (después de Esto no se mueve de acá, el año pasado en La Ene), pone en juego la posibilidad de transportar estos mecanismos a un principio de exhibición cargado de sensibilidad perceptiva, emoción y trampas.
A partir de un anecdotario muy simple, la exhibición desglosa distintos sistemas de imágenes, con un pie en el dibujo y otro en la reproducción de material encontrado, que van entretejiendo la cercanía entre distintos aparatos de edición de imágenes, comenzando con el ojo humano, continuando con las fotocopiadoras, llegando hasta Wikipedia y el graffitti sexual apurado. El material de partida es, siempre, voluntariamente pobre. La paciencia y la imaginación hacen el resto. Del mismo modo como una familia entera de figuras y espectros alucinatorios puede extraerse de un pixel negro sometido al arsenal de programas como GIMP o Blender, un trazo de lápiz o la página de un libro pueden fractalizarse en decenas de composiciones en un cerebro suficientemente cargado de filtros, texturizadores y mucha proclividad al matiz. Una ilustración de Gustave Doré para El Quijote es el punto cero, el pixel: la imagen, titulada Imaginación, da pie a un dibujo que consta de patrones inciertos, como un rulo de lana bajo un microscopio electrónico. El espectador debe moverse en la exhibición como en una búsqueda del tesoro, relacionando los fragmentos reproducidos con los dibujos, la información de las imágenes y la señalética: indicaciones como “en esta pared” o “en la de enfrente” se convierten en nuevos metadatos de las imágenes, como su fuente URL, su peso, su descripción, etcétera.
Otro grupo en el que una prueba minúscula, casi forense, de información visual es suficiente para desatar el frenesí imaginario es el díptico compuesto por un dibujo geométrico y una especie de poema visual pornográfico (“Morocha camionaza. Todo big. Med: 135, 65, 130”). El dibujo copia el patrón de una guarda del baño de mujeres de la pizzería que queda enfrente del Patio del Liceo, cruzando la calle Santa Fe, y que lentamente se fue convirtiendo en el comedor de todo el establecimiento. El texto es una extracción directa del lado interno de la puerta, reorganizado con ayuda de un procesador de texto. Otro trabajo hace honor al título de la muestra al enfocar en imágenes de referencia que antagonizan con las ilusiones ópticas tradicionales, exponiendo sus principios de acción. Estos dibujos, que parecen flotar enmarcados en una gran estructura de vidrio, en realidad están adheridos a la pared. El gran marco de cuatro módulos es una ficción de la cual la imagen tiene una independencia relativa. El aparato de exhibición, el aparato global de indexado de imágenes, el aparato de percepción mismo, son relevados en su matriz cognitiva común. Buscando los patrones, las sinuosidades de la materia y los juegos perceptivos en escorzos de realidad muy acotados, próximos y con una sutil carga de afecto y experiencia, Paula Castro reinventa la capacidad sintética (en el sentido filosófico del término) de la imaginación. Su idea, que fue también de Baudelaire y, antes, de David Hume, es que únicamente por la imaginación las percepciones se organizan, volviéndose cognitiva y emocionalmente significativas. En el fondo, hay todo un gesto: el de devolver los aparatos de procesamiento visual a la tinta china, el papel y el tiempo que puede transfigurarlos. La escalada neuronal de la imaginación resulta, entonces, una cuestión de paciencia y método.
Paula Castro
Desilusión óptica
Mite
Av. Santa Fe 2729, local 30
De lunes a viernes de 14 a 20.
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