Dom 05.08.2012
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DESPEDIDAS > GORE VIDAL, ADIóS AL POLEMISTA AMERICANO

El último americano virgen

De aires patricios, nieto de senador, defensor de la república, satirista hasta lo incorrecto de las costumbres sexuales de la contracultura, crítico feroz de la decadencia política y cultural de su país, Gore Vidal fue un novelista y un ensayista que se dedicó con pasión, pero sobre todo con aguda lucidez, al gran tema que lo obsesionó siempre: Estados Unidos. Esta semana murió, a los 86 años, y dejó a su país sin la última mente brillante de una generación que molestaba porque entendía.

› Por Liam Hoare

Si el legado de un hombre puede ser medido por la inmediata respuesta ante su muerte, entonces Gore Vidal está en peligro de ser reducido a una sucesión de agudas y cáusticas frases que van a resonar por Internet y ser abaratadas por el descenso hacia la histeria que rodeó las opiniones políticas que sostuvo durante sus últimos años. Aunque era de verdad muy citable, para bien y para mal, también vale la pena recordar a Vidal el novelista: su escritura ayudó a definir la novela norteamericana de posguerra porque su tema –así escribiera sobre conflictos religiosos en la antigua Roma o sobre la clase media como una comedia– siempre fueron los Estados Unidos.

El más sustancioso cuerpo de trabajo de Vidal es su serie de siete libros Narrativas del Imperio, una crónica de los Estados Unidos teñida por la visión vidaliana de que la nación se metamorfoseó desde su nacimiento como república a imperio. Con frecuencia, la heterodoxia de Vidal afectó la calidad de su trabajo; como apuntó Christopher Hitchens en su ataque a Vidal en Vanity Fair, para cuando The Golden Age fue publicada, en 2000, la obsesión con una supuesta conspiración que rodearía Pearl Harbour ya lo había sobrepasado.

Pero Burr –su novela sobre la fundación de la república– y Lincoln no han sido superadas en el campo de la ficción histórica. Siempre a contramano, Vidal construyó a su Lincoln como un líder con tendencias dictatoriales que suspendía hábeas corpus y que llevó al Norte a un conflicto sanguinario para mantener la república unida. Vidal desplegó citas verificables para demostrar que al Gran Emancipador no le importaba mucho la emancipación: “Si pudiera salvar a la Unión sin liberar a ningún esclavo lo haría, y si pudiera salvarla liberando a todos lo haría; y si pudiera salvarla liberando a algunos y librando a su suerte a otros, también haría eso”.

No obstante su retrato de Lincoln, el hombre es afectuoso e impresionante. Al final del libro, Charles Schuyler, personaje ficticio, le pregunta a John Hay, el secretario de Lincoln, dónde lo ubicaría entre todos los presidentes pasados. La voz es, claramente, de Vidal: “Oh, lo pondría en primer lugar. El señor Lincoln tuvo una tarea más grande y más dificultosa que la de Washington. Los estados sureños tenían todos los derechos constitucionales de abandonar la Unión. Pero Lincoln dijo no. Dijo que esta Unión no debía romperse nunca. Ahora, ésa es una terrible responsabilidad para un solo hombre. Pero la tomó, sabiendo que se iba a ver obligado a pelear la mayor guerra de la historia de la humanidad, y lo hizo, y la ganó. Así que no sólo conservó la Unión sino que hizo un país completamente nuevo, y lo hizo a su imagen”.

Vidal consideraba que sus mejores libros eran aquellos a los que llamaba “fantasías” o “invenciones”, incluyendo Duluth –ambientada en un pueblo donde los límites entre la vida real y la ficción son indistintos–, o Kalki o Live From Golgotha. El más famoso de éstos, y el mejor, fue Myra Breckinridge, protagonizada por un transexual que se revuelca en la edad dorada de Hollywood y se venga de la humanidad de formas brutales y lujuriosas. Desafío a cualquiera que abra Myra Breckinridge y lea sus primeras líneas –“Soy Myra Breckinridge, a quien ningún hombre jamás va a poseer”– a no continuar y disfrutar su humor y su espíritu.

Pero todas las novelas de Vidal, incluso aquellas que son consideradas creaciones de su imaginación, están apoyadas en la realidad de una manera u otra y buscan propagar un argumento político o histórico. En el caso de Myra Breckinridge, Vidal habló de la fluidez entre los géneros, avanzando en una cuestión que había apuntado antes: que no existen las personas homosexuales o heterosexuales, sino, como él lo explicaba, “sexo entre personas del mismo sexo y sexo entre personas de distinto sexo”. Además de la política y el sexo, Vidal estaba preocupado por la religión, y en su magnum opus Julian, Vidal hace la crónica de la vida de un emperador romano del siglo IV, que intentó restaurar el pluralismo y los valores helénicos a un imperio que había comenzado a promover el cristianismo en sus territorios. Siempre patricio, republicano y secular, Vidal se puso del lado del César en la novela, otorgándole algunas polémicas apasionadas y anticlericales: “¿Puede creer uno que miles de generaciones de hombres, entre ellos Platón y Homero, están perdidos porque no alabaron a un judío que supuestamente era un dios? ¿Un hombre que no había nacido cuando el mundo empezó? Me temo que hace falta engañarse a sí mismo extraordinariamente para creer semejante cosa”.

Otra vez, sin embargo, Vidal volvía a su gran tema, al que le dedicó la vida: los Estados Unidos. Al elegir contar una historia del declive y la caída de Roma, Vidal estaba enviando una advertencia, expresando la opinión de que su país de nacimiento estaba empezando a tomar el mismo camino, abandonando sus valores democráticos y republicanos por el cuidado del Imperio. Quizá no siempre tuvo razón en este punto, pero sus novelas sobre el tema siguen siendo esenciales. Véanlo pelear con Buckley y Mailer, escúchenlo insultar a Capote. Pero también lean sus libros: es donde se encuentra el mejor Vidal.

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