CINE > SIETE DIFERENCIAS ENTRE EL VENGADOR DEL FUTURO MODELO 1990 Y 2012
Hace 22 años, el cine de ciencia ficción estrenaba una de sus mejores películas y la primera adaptación comercialmente exitosa de Philip K. Dick: El vengador del futuro, con Arnold Schwarzenegger y una historia marciana sobre la memoria, las luchas obreras y la privatización del aire. Ahora, se estrena su remake con Colin Farrell, pero sin humor ni Marte. Y ésas son sólo algunas de sus diferencias.
› Por Mariano Kairuz
En un mundo en el que cine está hecho para chicos de 15 años, parece tener sentido que se rehaga una película perfectamente moderna como El vengador del futuro (Total Recall, 1990), una obra de culto absolutamente contemporánea, vigente, estrenada hace apenas 22 años. Y no, no estamos hablando de una nueva versión basada en el cuento “Podemos recordarlo todo por usted” de Philip K. Dick, en el que se inspiraba muy libremente la película dirigida por el holandés-en-Hollywood Paul Verhoeven, sino sencillamente una remake de aquella película, con unas pocas variaciones argumentales y una reformulación visual. Primera adaptación cinematográfica exitosa de la obra de Dick (Blade Runner había sido un sonoro fracaso comercial en su estreno, en 1982), anclada en temas esenciales del autor como la memoria, la identidad, el discernimiento entre realidad y artificio, aquella Total Recall de 1990 puede disfrutarse hoy tanto como en su momento. Para parte del público actual acaso pueda resultar demasiado pop o caricaturesca en relación con la ciencia ficción solemne de los años posteriores (digamos, Matrix, que tanto le debe a Dick), y demasiado analógica en medio de un cine que ha abrazado la virtualidad, pero ¿y qué?
El director de la nueva versión, Len Wiseman (el de la saga Inframundo y Duro de matar 4.0) argumenta, a modo de pretexto para una remake demasiado temprana, que en las últimas dos décadas el mundo se ha movido más y más en la dirección marcada por la primera película, con cada vez más gente abocada a todo tipo de experiencias vicarias, o dispuesta a rediseñar completamente sus identidades a través del anonimato internético o sus perfiles en Facebook. Pero poco es lo que ha cambiado de verdad entre una película y otra, y en todo caso, Philip K., alias Dick el paranoico, ya lo había anticipado todo sobre el cine basado en su obra en 1981, el año antes de su temprana muerte: “Me gustaría ver que el cine usara algunas de mis ideas, y no solo los efectos especiales de mis ideas”. A continuación...
1 El primer cambio (y el más notable) con respecto al film del ’90 es su ambientación geográfica. Antes eran la Tierra y Marte (el paraíso vacacional que resultaba ser una colonia minera esclava de intereses corporativos). Ahora, las dos regiones superpobladas de un planeta Tierra devastado por la guerra y la contaminación: la Federación Unida de Bretaña y La Colonia (ex Australia), comunicadas a través de una suerte de ascensor mastodóntico bautizado The Fall (“La caída”) que atraviesa el núcleo del planeta, junto con algún que otro apéndice de las leyes de gravedad. La Colonia es una urbe caótica y algo sórdida de diseño retrofuturista atravesada por culturas asiáticas; acaso lo más parecido al hacinado Los Angeles 2019 de Blade Runner que haya dado el cine en treinta años. El colorido y encantadoramente artificioso mundo del film del ’90 cambia por el cliché del gris-azulado, oscuro y sucio, propio del fotorrealismo digital de películas como Inframundo.
2 El Doug Quaid que interpreta Colin Farrell (en su segundo Dick cinematográfico, tras Minority Report) ya no vive en el departamento hi-tech y claramente cómodo de su antecesor Arnold, sino en una oscura y desordenada tapera, más acorde con la condición de obrero del personaje. El Quaid del por entonces futuro gobernador de California era un trabajador de la construcción; el nuevo ensambla robots-policías en una fábrica. Autómatas que pasan a ocupar un lugar importante en la trama. Porque los héroes ya no luchan por el control del oxígeno en Marte, sino contra un descabellado plan de automatización forzada de la fuerza de trabajo. Este último quizá suene hoy como un asunto más inmediato, pero el argumento original (la restricción y venta del aire, intercambiable, digamos, por el de la provisión de agua potable) tiene una resonancia de más largo aliento.
3 El asunto de las tres tetas: resabio del largo y esmerado manoseo que hizo David Cronenberg sobre el guión original de Total Recall –para el cual escribió al menos una docena de borradores, cuando estuvo a punto de dirigirlo–, el film de 1990 incorporó toda una veta al convertir a las clases oprimidas de Marte y los miembros de la resistencia en una colorida y tremebunda población de mutantes, de la cual muchos recordarán a la prostituta del busto triple, y al líder espiritual rebelde, Quato, protuberancia deforme que asomaba del vientre de un humano como un hermano siamés atrofiado, una criatura perfectamente cronenbergiana. (Cronenberg no fue acreditado por esto, pero luego filmaría su propia fábula a-lo-Dick: eXistenZ). En Total Recall del 2012 hay oprimidos, pero no hay mutantes; aunque, como un guiño para los fans del film original, hoy ancianos de más de 35, reaparece la chica que tiene tres glándulas mamarias en lugar de dos.
4 Está el detalle de la violencia. Las dos películas consiguen descomponer y traducir las ideas y divagues de Dick –no necesaria ni automáticamente cinematográficas– en una serie de escenas de acción. Pero lo que de verdad distingue a este film de su antecesor es que aquél asumía sin complejos el tenor de la violencia desplegada al exhibir de manera gráfica la sangre derramada y los agujeros de bala en las cabezas, que la remake omite discretamente aunque el número de tiros y muertes sea similar. Contrariamente a lo que se argumenta a veces, ese carácter explícito de la versión de Verhoeven no es mero exhibicionismo gore, sino que implica darle un peso específico, moral incluso, a toda esa carnicería.
5 Y las chicas: en 1990, la villana (la falsa esposa del héroe) era la demasiado-hermosa-para-ser-real Sharon Stone (dos años antes de que Verhoeven la convirtiera en el sex symbol de los ’90 con Bajos instintos) y la chica buena (líder de la resistencia y verdadero amor de Arnold) era Rachel Ticotin. Es decir, rubia contra morocha, en un esquema en el que quedaba bien claro dónde residía la opción heroica y romántica del protagonista. Ahora, esposa villana y novia heroica son, respectivamente, Kate Beckinsale y Jessica Biel; tan parejas, hasta parecidas entre sí, que aquel contrapunto con ribetes sociopolíticos y raciales que planteaba la película original queda diluido.
6 Total Recall (1990) fue ese raro prodigio que es la película de acción y fantasía inteligente pero no pretenciosa. Muchos la recuerdan por su trama compleja narrada con sencillez y algún one-liner divertido y celebrado como “Considero que eso es un divorcio” (Arnold antes de matar a Sharon Stone de un tiro en la cabeza). Total Recall (2012) no tiene ninguno de esos polémicos pero poderosos destellos de gracia; en su lugar, se pone “filosófica” (a lo Matrix) con reflexiones al paso acerca de si uno es su pasado o su presente.
7 Las nuevas tecnologías popularizadas entre 1990 y la actualidad tampoco aportan mucho realmente: si 22 años atrás faltaba la noción de hiperconectividad total que pronto iba a hacerse realidad, ahora lo vemos a Farrell leyendo un libro de James Bond ¡en papel!, y hablando por un teléfono implantado en su mano, cosa que no existe, pero tampoco parece necesaria ni exactamente revolucionaria. En el fondo, las innovaciones conceptuales son tan magras que caben en el espacio que hay entre los incisivos superiores del mastodonte austríaco, el mismo que, con esta película y las Terminator, se ganó un lugar único en la ciencia ficción. Y no tanto por los efectos especiales sino por las ideas.
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