Dom 03.02.2013
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CINE > LA CHICA DEL SUR, DE JOSé LUIS GARCíA

LOS SOÑADORES

A los 24 años, el documentalista José Luis García hizo un viaje increíble: poco antes de que se derribara el Muro de Berlín, la URSS organizó un Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes nada menos que en Pyongyang, la capital de Corea del Norte. El estuvo allí, junto a una comitiva argentina de ¡90 personas!, asistiendo a los estertores de la utopía comunista. Y conoció a Lim Sukyung, una hermosa chica de Corea del Sur que soñaba con unir su país y pretendía cruzar la frontera a pie. La película La chica del sur que se estrena esta semana es el registro de aquel evento, pero sobre todo es la búsqueda de aquella joven hoy, el descubrimiento de qué fue de su vida veinte años más tarde y qué pasó con aquella impetuosa juventud.

› Por Mercedes Halfon

Pyongyang, verano de 1989. El Muro de Berlín no ha caído todavía, el comunismo engendra aún esperanzas en jóvenes de todas partes del mundo que recorren las calles de la capital de Corea del Norte, cantando la Internacional, levantando sus puños al cielo. Se trata del XIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, un evento organizado por la URSS, para dar a conocer al mundo ese “reino ermitaño” comunista liderado por Kim Il Sung, y difundir algunas ideas que parecen sostenerse pese a los totalitarismos de izquierda y la reciente matanza de estudiantes en Tien An Men, China. A ese lugar fue José Luis García con veinticuatro años, un poco de casualidad, y filmó con su cámara VHS lo que se ve en el largo tramo inicial de La chica del sur, el documental que va a estrenarse este jueves en el Malba y en el Gaumont. La película ganó el Premio del Público y Mención Especial del Jurado en el Bafici 2012, y el Premio Gli Occhiali Di Ghandi, en el Torino Film Festival.

Las imágenes son fascinantes, como de un tiempo mucho más remoto que esos veintitrés años que indica el calendario real: jóvenes franceses pidiendo la condonación de la deuda a los países pobres, firmas de tratados bilaterales, como uno en el que comunistas ingleses reconocen la soberanía argentina de las Islas Malvinas; cubanos abrazados con orientales hablando de las bondades del ron, fiestas electrónicas con rusos con estrellas rojas con la cara de Gorbachov. Y más: banderas, coreografías, marchas y esculturas gigantescas, multitudes de niños y mujeres cantando con antorchas y flores. Todo esto registrado con la mirada perpleja del documentalista en ciernes que era José Luis García por ese entonces, mucho antes de que realizara Candido López, los campos de batalla, su festejada película acerca de ese heroico pintor rioplatense manco. Pero también con la mirada de alguien que llega a un lugar como un paracaidista huyendo de otra cosa y trata de comprender un idioma, un paisaje y unas certezas completamente desconocidas. José Luis García fue con la comitiva argentina, un conglomerado heterogéneo de barbudos pertenecientes al “progresismo de izquierdas” de esa época. Así es que de reojo se ve alguna que otra cara conocida. El cuenta: “Eramos 90 en total, la mayoría del PC, pero había también del PS y de otros partidos que el PC consideraba ‘potenciales aliados’ en Argentina. Así aparecen varios peronistas, algunos radicales de la línea de Hernán Lombardi en ese momento –cercanos a Alfonsín, que en esos mismos días estaba entregando la presidencia por anticipado a Menem, razón por la cual mi hermano, que dirigía una agrupación del PJ en la universidad me pasa la posta del viaje a mí, que no era militante–. Había una delegación de Madres, artistas como Baglietto y Copani, ¡iba a ir la Mona Jiménez, pero suspendió!, y periodistas como Aliverti, Polimeni y otros.”

Luego de esa larga introducción donde nos ponemos a tono con la singularidad extrema y coloridamente internacional de la circunstancia, entra en escena el personaje que da título a la película y que capturó la atención de García, no sólo en aquel entonces, sino todo el tiempo transcurrido hasta hoy. La chica del sur. Una joven activista política, que llegó de manera clandestina a Pyongyang –obligada a dar la vuelta al mundo para poder llegar al norte de su propio país– representando a los estudiantes de Corea del Sur en el reclamo de la reunificación pacífica de todo el pueblo coreano. Lim Sukyung –tal es su nombre– es delgada, sonriente y tiene una melenita que mueve de un lado a otro graciosamente, mientras cuenta a los periodistas que se le acercan cómo en Corea del Sur les hacen dibujar a los niños en la escuela a los comunistas del norte como seres con cuernos y rojos, casi diablos. Con mucha sencillez y evitando entrar en la dicotomía comunismo-anticomunismo, insta a su pueblo a unificarse. Ella, prácticamente una adolescente, en esa misma conferencia de prensa dice entre risas que no va a volver al sur a través de un tercer país sino cruzando directamente la frontera más vigilada y militarizada del planeta. Alguien le pregunta cómo piensa hacerlo y ella dice “Voy a caminar”.

LO QUE SE DESVANECE Y LO QUE NO

Luego la película retorna al presente del director. El tiempo pasó, pero él no olvidó a esa chica, que entró en prisión apenas llegó a tierra surcoreana y de la que no tuvo más noticias. Con la aparición de Internet a fines de los ’90 y al integrarse al proyecto Alejandro Kim, traductor y coprotagonista del film, la búsqueda se hace más aguda. Empiezan a aparecer datos de su paradero. Después de un encierro de tres años salió, se casó, tuvo un hijo y le pasaron otras cosas, que no conviene revelar. En cuanto a su activismo político, participó en la cumbre de las dos Coreas en el 2000 y nuevamente, siendo una surcoreana que no abrazaba exactamente el comunismo, recibió el abrazo de Kim Jong-il. Pero Corea, sabemos, sigue dividida. Su sueño se extinguió. ¿O no? José Luis García viaja a Seúl a encontrarla y constatar en qué quedaron todas aquellas consignas.

“Cuando la conocí, en Pyongyang, en el ’89, ella era una chica común, de la que podría haberme enamorado –o quizás me enamoré– a los veinticuatro. Podría haber sido una de mis compañeras de colegio. Una persona luminosa que se reía y hacía chistes. Capaz de emprender la aventura de dar la vuelta al mundo para poder llegar a un sitio prohibido. Con todo el misterio que alguien de Oriente puede provocar en alguien de Occidente. Ella estaba decidida a atravesar todas las barreras políticas, militares y culturales que se le pusieran delante. Una especie de Juana de Arco, decidida a sacrificar su vida en nombre de toda una generación de jóvenes coreanos que luchaban por la reunificación. En ese momento sentí que era la encarnación de todas las utopías que se podían imaginar, especialmente en medio de un evento en el cual miles de jóvenes de todo el mundo no hacíamos mucho más que turismo revolucionario. Creo que volví a Corea porque quise saber si seguía siéndolo.” Todo olía a espíritu adolescente, joven, idealista. Las grandes causas unidas a las de la juventud. “Un amigo me dijo una vez que hay un momento, cuando pasás los cuarenta, en el que empezás a ver ‘el otro lado del río’ y dejás de creer en las utopías. Aunque quisieras seguir creyendo. Ese fue más o menos el momento en que decidí ir a buscarla, una búsqueda tan insensata como inevitable, se podría decir”, reflexiona García.

¿Cuándo se termina la juventud? ¿Qué significa aprender a ver las cosas ‘del otro lado del río’? ¿Qué lugar ocupan las utopías en ese recorrido? No por azar José Luis García elige encabezar su película con la célebre frase de Marx: “Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado y los hombres al fin se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”. Esto no quiere decir que las utopías “se caen” y haya que volverse “realista”, sino que esas utopías exigen la reconsideración permanente para no convertirse en dogmas que no le sirven a nadie. ¿Cómo sería Lim Sukyung en 2009? Y ¿cómo se sentiría él filmándola veinte años después de la fascinación inicial? El encuentro con la chica del sur actual es mucho más complejo, incómodo y triste que lo que García se había imaginado. Los encuentros son intensos, se habla y se bebe mucho, hasta se canta en karaokes, pero hay cosas que no se pueden decir. Un cineasta hace un documental a sus cuarenta años acerca de un material que filmó –que quedó registrado, antes que en su cámara, en sus ojos– a los veinte. Hay dos formas de ver el mundo que están enfrentadas, mirándose. Y en el medio, claro está, la chica del sur.

La chica del sur se podrá ver los viernes y sábados a las 22, en el Malba y partir del jueves 7 en el Incaa Km 0 - Gaumont, en distintos horarios.

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