TEATRO > LILA MONTI LLEVA POVNIA A EL BOLSóN
Hija de Ricardo Monti, formada en el Théâtre du Soleil y con maestros como Guillermo Angeleli y Raquel Sokolowicz, Lila Monti es una clown en total dominio de su herramienta, que hace reír y después incomodar y después reír otra vez y después darnos cuenta de que era ridículo estar incómodos. Desde hace un tiempo viene deslumbrando con su espectáculo Povnia, una pieza sobre el desarraigo y la migración. Ahora mismo la está llevando al Festival Patacómico de El Bolsón, justo cuando ha decidido mudarse al Sur. Y parece que va a ser necesario seguirla adonde vaya.
› Por Mercedes Halfon
Es posible imaginar a Lila Monti metida en un teatro desde la mismísima panza materna. Hija nada menos que de Ricardo Monti, uno de los dramaturgos locales más reconocidos de nuestro país, también es posible imaginarla correteando por teatros desde el jardín de infantes y rápidamente pasando de esos pasillos a las bambalinas y de ahí al centro de la escena. No sorprende que haya empezado de chica a actuar, en ese epicentro del teatro independiente que fue el Payró, donde textos de su padre eran montados una y otra vez. Sin embargo no fue en ese teatro –no el físico sino al ideal– en el que Lila Monti iba a recaer. La búsqueda de hacer reír fue la que la capturó, despegó del realismo, y llevó a otra parte. Y así como el teatro la acunó desde la panza, la acompaña también adonde quiera que vaya. Esa condición es esencial para Lila Monti: payasa itinerante, viajera, acaba de dejar de hacer funciones de Povnia, su último trabajo, porque se muda al sur del país. Allí, en El Festival Patacómico en El Bolsón, hará las próximas funciones de la obra que trata nada menos que de una chica que viaja. Una payasa exiliada del mundo.
El puntapié inicial de su camino lo dio un curso de entrenamiento físico con Guillermo Angeleli, que la sacó de la típica preocupación actoral en el binomio texto/actuación. El acento de esta nueva práctica estaba, desde luego, en el cuerpo. En seguida un viaje a Francia consolidó esas intuiciones: “A mediados de los ’90 me fui al Théâtre du Soleil a hacer un seminario de máscaras balinesas, japonesas y comedia del arte con Ariane Mnouchkine. Fue muy hermoso, me cambió completamente. Los actores del Théâtre du Soleil me parecieron sublimes. Su teatro, que se llama la Cartoucherie, es un hangar enorme donde se guardaban armas de la época de la Revolución Francesa. Es un espacio grande y helado y con toda esa historia atrás y ellos lo llenaban todo. Muy proyectados, con mucho deleite corporal, nada enroscados en la interioridad. Sentí en ese momento algo de eso que dice Peter Brook del teatro sagrado. Veía a esos tipos como canales que vehiculizaban algo que no era sólo lo que pasaba dentro de ella. Una plasticidad que yo no veía en Buenos Aires. Verlos me hizo despertar, pero no la cabeza, el cuerpo”. Tiempo después, a partir de un seminario de clown, también con Angeleli se calzó la nariz roja, y no se la volvió a sacar más. “Fui como por una ‘herramienta más’ para ser ‘actriz’, y después no pude parar. Me puse una nariz y no me la saqué más. Fue tanto el disfrute de ese vínculo que se creaba con el público, que se volvió adictivo para mí.”
Monti es hoy una referente del clown, con participaciones en diversos grupos –Clowns No Perecederos que se presentan en lugares a beneficio, Papota Payaso Group con otros iconos del género y más–, con espectáculos bajo su dirección, espectáculos que comparte con otros payasos y espectáculos que protagoniza. Povnia es uno de los últimos casos. Dirigida por sus dos más grandes maestros –Guillermo Angelelli y Raquel Sokolowicz–, se puso en la piel de Una, la chica que sufre el más absoluto desarraigo; sin embargo logra sobrevivir y reír para contarlo. La obra hizo tres temporadas cortas de funciones y viajó mucho. Al Clownin (Festival Internacional de Payasas de Viena), al Ciclown (Ciclo Internacional de Clown en Sevilla), al Ciclo Very Important Women (El Almazen, Barcelona), al Encontro Internacional de Palhacas de Brasilia y más. Esta semana se presentará al Patacómico, festival de clown que desde hace seis años se realiza en El Bolsón, nucleando artistas del humor de la Argentina y el mundo.
Entre los festivales visitados por Lila y otros existentes en el mundo, llama la atención la cantidad dedicada a la comicidad y el género femenino. Como si hubiera que romper todavía con el ancestral prejuicio de que las mujeres no tienen humor. “A esta altura del universo ya hay un millón de mujeres cómicas que se hicieron camino entre tanta testosterona graciosa. Igual hace falta seguir teniendo espacios porque la historia de la cómica mujer se está escribiendo ahora. Pero hay que dejar de aclarar que las mujeres son graciosas. Los que lo dicen son obsoletos. Sí creo que antes las mujeres que se despegaban de lo que se esperaba de una mujer, como Niní Marshall o Nelly Láinez, necesitaban ser un poco más valientes. El gordito gracioso en los hombres estaba habilitado, pero la gordita graciosa daba pena. Hoy, en cambio, está Bridget Jones, Little Miss Sunshine, Fiona de Shrek, y las amamos, más que a las princesitas”, afirma.
¿Por qué no hay que perderse Povnia, donde quiera que nos la crucemos? No sólo porque su actriz es una clown en total dominio de su herramienta, que hace reír y después incomodar y después reír otra vez y después darnos cuenta de que era ridículo estar incómodos, porque nada merece tomarse tan en serio. Ver a Lila Monti actuando saca prejuicios de encima. Y no lo hace a partir de recursos pasatistas sino todo lo contrario. La obra es la historia de Una (así es el nombre de la protagonista), quien cae –literalmente– en escena. Llega con las últimas pertenencias de un país que se extinguió. Dice ser sobreviviente de la cadena de catástrofes acaecidas en Povnia, un lugar perdido que podría ubicarse entre Opa y U. R. Una es una inmigrante involuntaria que desconoce el idioma y las reglas del lugar al que llega. Está lejos de casa, sus amigos no aparecen y no tiene casi nada, salvo problemas. Y aunque parezca que las calamidades no paran de sucederle, sin negar lo que perdió, se repone. Reinventa, reconstruye, aprende, se aferra a lo que encuentra, se enamora de lo nuevo.
Monti explica que una particularidad del clown –o el payaso, ella no hace diferencias– es que nunca puede estar muy alejado de quien lo compone. “En los payasos la raíz es en uno mismo, a lo que se le agregan algunas capas de escena. No se puede decidir, yo quiero que sea buena, hábil, etc.” ¿Cuál es la relación de Lila y Una entonces, en este avatar llamado Povnia? Lila explica: “Viajar es una de las cosas que más me gusta en el mundo. Y uno de mis sueños recurrentes era que de la nada aparecía en un país extraño, sin plata, sin mis cosas, sin ninguna agenda para llamar a nadie y después de un momento de preocupación me invadía un pensamiento tipo ‘ya estoy acá, ahora: a aprovecharlo’. Por otro lado, siempre me fascinaron las historias de los inmigrantes. Ver cómo las colectividades intentan sostener sus tradiciones, o reproducir situaciones de sus tierras natales. Cómo los suizos emigrados vieron los Alpes en la sierra cordobesa. Cómo los italianos poblaron el mundo entero de pizzerías. Como en Argentina se come una morcilla vasca que de vasca no tiene nada. Y, sobre todo, siempre me gustó conocer esas historias de cómo los inmigrantes construían sus vidas desde la nada. Desde lo poco material que traían guardado en una valija y lo mucho que traían en la sangre, inevitable”.
Povnia, Buenos Aires, El Bolsón. Lila Monti va a contar la historia de la emigrada que con el corazón roto por las pérdidas vuelve a amar un paisaje nuevo. Un paisaje de montañas, lagos y ríos.
Más info: www.festivalpatacomico.blogspot.com
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