Dom 10.02.2013
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CINE > LAS PRIMERAS PELíCULAS DE WIM WENDERS EN LA LUGONES

HUBO UN TIEMPO QUE FUE HERMOSO

› Por Paula Vazquez Prieto

Wim Wenders nació en suelo alemán el año en que la guerra de Hitler llegaba a su fin y comenzaba el duro proceso de reconstrucción económica y rendición de culpas políticas. La presencia norteamericana, física y espiritual, en la Alemania Federal de entonces marcó sus inicios en el cine y en la crítica y –junto a otros jóvenes de su generación, como Rainer W. Fassbinder y Werner Herzog– ayudó a despuntar el llamado Nuevo Cine Alemán, un poco heredero de la renovación que promovían las vanguardias cinematográficas en toda Europa desde el neorrealismo italiano. Como un Jano moderno, su mirada hacia EE.UU. se hizo presente ya en sus primeros largometrajes de principios de los ’70, donde esa fantasía capitalista, fuente de angustia y deseo, se hacía parte de un imaginario etéreo y casi indescifrable, pero no menos fascinante. Imágenes fotográficas y televisivas de ese ensueño pueblan las películas de esa década como una obsesión punzante, que condiciona el movimiento de sus personajes, a menudo itinerantes. Más tarde llegaría su etapa más prolífica y conflictiva, ya en el corazón de Hollywood, en una era en la que los códigos del cine clásico parecían regresar de a poco, seducidos por una industria que necesitaba del pasado para poder mirar hacia el futuro.

Esa disyuntiva entre dos hogares, uno real y otro soñado, puede verse con claridad en la relación entre dos de sus mejores películas, ambas presentadas en el ciclo Reencuentro con Wim Wenders que comienza este mes en la sala Lugones del Teatro San Martín. Con diez años de diferencia, Alicia en las ciudades (1974) y Paris, Texas (1984) recrean el dilema en el que vive su cine, entre el poder expresivo de las imágenes –y su relación ambigua con el tiempo y el recuerdo– y la exigencia de un relato que conduzca a sus criaturas en esa travesía que se hace tan caprichosa como indispensable. Ambas historias marcadas por mujeres que desaparecen, cuya ausencia define itinerarios erráticos e impredecibles, viajes sin destino fijo que despiertan el murmullo sordo del autoconocimiento y la liberación.

Phil desea regresar a Alemania luego de un frustrante viaje a lo largo de EE.UU. que lo dejó desconcertado, sin ideas ni inspiración para sus escritos. Sólo una serie de fotografías son testimonio de ese recorrido hasta que, cuando se prepara para la partida, Alicia irrumpe en su vida. Como un ángel solitario y perdido, Alicia, de tan sólo 9 años, lo reencuentra con sus propios anhelos y temores, lo conduce por distintas ciudades europeas en un regreso a su origen, a aquello que parecía olvidado. Pero detrás de ese hilo dramático, lo que verdaderamente propone Wenders, desde un lacónico blanco y negro, es la intromisión del espectador en ese vínculo curioso y mágico que nace entre Phil y Alicia –que podría ser de padre e hija, pero no lo son–; un vínculo que atraviesa todos los estados de ánimo, desde la complicidad hasta el enojo, que se hace único en esos ojos infantiles trajinados por las lágrimas de la soledad y el desconsuelo. Alicia es para Wenders la inocencia de una Alemania que ya no existe, que sólo queda en su recuerdo de eterno niño que quiere mirar hacia adelante, pero que no puede despegar la vista de aquello que anida al inicio de su camino.

Luego de El estado de las cosas (1982), resultado del triste desencanto con una idea de América que sólo podía proyectarse desde Europa –desencanto nutrido por los desencuentros con la productora Zoetrope de Francis Ford Coppola que hicieron del rodaje de Hammett (1982) una pesadilla–, llegaría Paris, Texas. Mezcla de espacios del western y alma de road movie, el título hace referencia a una pequeña ciudad del sur americano que lleva el mismo nombre de la capital francesa y que marca el destino de un viaje de reencuentro y redención. Ganadora de la Palma de Oro en Cannes y basada en una serie de relatos cortos escritos por el actor Sam Shepard, Paris, Texas fue su reconciliación crepuscular con esa herencia dividida, entre el origen y el destino, entre Alemania y EE.UU. La búsqueda de Travis (Harry Dean Stanton) encuentra al final de su agonía una recompensa única y deslumbrante: la inolvidable aparición de Nastassja Kinski, con un suéter fucsia de plush caído a la altura de los hombros, seductora tras el vidrio de un peep show en plena ciudad de Houston. La imagen de esa Jane idealizada, rubia como la Helena de Troya, mediada aquí por el cristal, representa ese sueño que no pudo ser, que quedó trunco como toda ilusión de familia para Travis. Con los acordes memorables de la música de Ry Cooder, Wenders filma el reencuentro de Jane con su pequeño hijo y la partida final de Travis con la luz que sólo se descubre en la evocación de la inocencia perdida.

Ver nuevamente las imágenes de una Jane luminosa y arrebatadora en la piel de Nastassja Kinski en la cumbre de su belleza, o la sonrisa encantadora de la pequeña Yella Rottländer, que hace de su mágica Alicia un recuerdo imborrable, son el legado de un director que ha seducido en su tiempo a la exigente cinefilia vernácula con su exploración del potencial reflexivo del cine, sus retratos de viajeros solitarios, sus orígenes divididos. Wenders, pese a las críticas encendidas que despertaron sus últimas películas, a experimentos arriesgados como la reciente Pina (2011), a la suspicacia de algunos que creen inútil cualquier revisionismo, mantiene intacta su capacidad para despertar intensas emociones, viscerales, reflexivas, impronunciables. Un cine que muestra que la realidad se esconde tras ese cubículo de vidrio donde Jane se conserva intacta, libre del paso del tiempo, joven como en el recuerdo, eterna como si viviera en una película.

Reencuentro con Wim Wenders se llevará a cabo del miércoles 13 al miércoles 27 de febrero en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530). Entre otras, se verán en formato digital Alicia en las ciudades (1974), El amigo americano (1977), Las alas del deseo (1987), Paris, Texas (1984), El estado de las cosas (1982) y más, todas de cuando Wenders era, todavía, el gran favorito de la cinefilia. Más información en http://complejoteatral.gob.ar/

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