DESPEDIDAS > ADIóS A BIGAS LUNA (1946 - 2013), EL EROTóMANO GOURMET QUE SE ADELANTó AL DESTAPE Y LO FILMó MEJOR QUE NADIE
A pesar de que a través de su sitio panvinoychocolate.com arengó a sus seguidores a consumir “sólo huevos de gallinas felices” y a comer “COMIDA, básicamente vegetales y en poca cantidad” (sic), Bigas Luna se caracterizó, en su cine, por el exceso y la glotonería. Considerado por los críticos como un erotómano no particularmente refinado, ahora que murió –-hace una semana, a los 67 años, de una leucemia que mantuvo oculta al público, mientras preparaba una nueva película, sobre la ecología y la sexualidad, en 3D y destinada al público adolescente– Juan José Bigas Luna aparece citado en una que otra necrológica como uno de los más importantes cineastas de la España posfranquista, aunque no estuvo ligado a la movida madrileña como su contemporáneo –y afín en más de un aspecto– Pedro Almodóvar.
La idea de su filmografía, según lo definen –no sin cierto desdén– Ramón Freixas y Joan Bassa en su libro El sexo en el cine y el cine de sexo, era “ofrecer un retrato irónico de la España contemporánea, ajoarriera, de puticlubs y topless, barata más que pobre, folklórica por mal modernizada, ruin y mediocre, completada por la visión de una Catalonia rica i plena donde la tradición ancestral convive y se mezcla con el mestizaje más charnego, en una evidente, sí, pero mentirosa pérdida de las señas de identidad de todos sus habitantes. La posesión es un leitmotiv en su cine y se manifiesta en todos los órdenes, situando en idéntico rasero los bienes, las ganancias y los cuerpos”.
Su cine fue todo eso, sí, y acaso también y antes que nada el producto de unas ganas tremendas por filmar gente cogiendo. Haya o no dominado el arte del comentario social pretendido en sus películas, la mayoría van a quedar grabadas en la memoria de quienes las vieron en su momento –o aprovechen ahora para hacerse una retrospectiva póstuma– por un puñado de escenas calenturientas que, se diga lo que se diga sobre ellas, no son cosa común en el cine que se estrena en las salas jueves a jueves. Bigas Luna filmó, entre muchas otras cosas, sexo entre hermanos y sexo con perros (Caniche, 1979). Pero lo que más filmó fueron escenas que vincularon íntimamente sexo y comida. Fellatios representadas a través de un pescado con una salchicha en la boca, como en Bilbao, de 1978; o con una baguette, como en La teta y la luna, de 1994; y la leche (de vaca) derramada de los más diversos e imaginativos modos: en La teta y la luna hay inclusive un colchón de leche en lugar de agua, que se pincha en pleno acto. También diseñó una secuencia onírica alucinada con unos huevos flotantes (de gallina, pero claramente alusivos) en Huevos de oro, seguidos por la imagen de cientos de hormigas devorando el sexo de una mujer. Es la misma película en la que lo hace decir al inescrupuloso protagonista (Javier Bardem, su descubrimiento) que “Este es un país de mierda, América sí tiene grandes negocios”, mientras hunde su cara entre las piernas de Maribel Verdú, ella arriba, más linda que nunca, el corpiño puesto. Sus ideas visuales se anticiparon al famoso destape del cine posfranquista: en la inquietante Bilbao (que hay quienes consideran un punto de referencia para Atame!, un Almodóvar de 12 años más tarde) filma el rasurado de un pubis femenino en tiempo real y luego ¡leche! derramada sobre la entrepierna lampiña; mucho después montó los créditos de apertura de Las edades de Lulú (1990), su adaptación de la novela de Almudena Grandes, con la imagen frontal y más bien polémica del sexo de una beba.
Pero ninguna de las películas mencionadas superó en su capacidad incendiaria a Jamón jamón, por varios motivos. El principal: que unió por primera vez en el cine a Penélope Cruz –iniciándola en el asunto, con 17 años– y a Bardem. Ellos son, sin más, su invento. Alguna vez Luna la describió como la historia de “una madre que es una gran puta (Stefania Sandrelli), una puta que es una gran madre (la infartante Francesa Neri) y de una entrañable hija de puta (la mismísima Pe)”. La madre empresaria y rica del novio de la pueblerina y más bien humilde Silvia (Cruz) contrata a Raúl, un aspirante a modelo de calzoncillos y a torero (Bardem) para que separe a la parejita. Raúl vive en un galpón donde almacena una cantidad obscena e irresistible de patas de jamón que eventualmente devienen armas letales. “Eres un guarro. Y tú una jamona”, intercambian los futuros marido y mujer, estrellas españolas de exportación, como parte de su agresivo juego de seducción, y eventualmente se entregan, en ese mismo polvoriento galpón, al no-va-más de la unión de sexo y comida, puramente verbal pero explosivo, del cine de Bigas Luna: “¿A qué saben mis pechos?”, le pregunta ella, despatarrada en el piso, chupando un diente de ajo; a lo que él le contesta, extasiado: “A jamón, a tortilla de patatas, a cebolla, a ajo”.
Si Bigas Luna sólo hubiera filmado esa escena, habría alcanzado para colmar ese cine tan famélico en materia de sexo que fue el de los ’90. Eso era COMIDA, básicamente carne y en grandes cantidades.
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