Dom 21.04.2013
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FENóMENOS > PINK FLOYD EN TODOS LADOS: LIBRO, VISITA Y DESPEDIDA

EL COLOR DE LA NIEBLA

Al mismo tiempo que se edita en castellano la novela Rojo Floyd (ed. La Bestia Equilátera), de Michele Mari, una novela que se vale de personajes reales e inventados para elaborar una teoría conspirativa sobre la historia de Pink Floyd que tiene como centro a Syd Barrett, visitó Buenos Aires Peter Jenner, el hombre que descubrió a la banda, para dar una conferencia en el MICA sobre la industria de la música en la era digital. Y Radar habló con él un poco del negocio de la música actual, pero mucho más sobre aquellos años de Floyd y especialmente de Barrett. Y se encontró con un hombre que tiene recuerdos y opiniones polémicas no sólo sobre el grupo y especialmente sobre Roger Waters, sino acerca de muchos otros artistas con los que trabajó, desde T-Rex hasta The Clash.

› Por Sergio Marchi

Una extraña niebla de origen no identificado estuvo cubriendo la ciudad por espacio de una semana. No era una niebla gris como la que suele poblar algunos amaneceres húmedos e invernales en Buenos Aires. Si bien los meteorólogos no se han expedido al respecto, atando cabos se puede suponer que por su tonalidad, entre rosa y purpúrea, tiene que ver con algún inexplicable fenómeno cosmológico. Es aventurado relacionarlo con un rebrote de la fiebre Pink Floyd, cepa 2012, que hace aproximadamente un año infectó a más de trescientas mil personas que gastaron lo que no tenían, colmando nueve veces nueve el estadio de River para ver el show de Roger Waters presentando su espectáculo The Wall. Aunque la añoranza suele producir, aproximadamente al año, algunas décimas de fiebre que asustan a los padres primerizos, no es suficiente para un fenómeno de esta naturaleza.

Algunos musicólogos, en cónclave cerrado, se han mostrado más proclives a pensar que el aniversario de los nueve River de Waters, en conjunción con los cuarenta años que cumplió The Dark Side of The Moon en el mes de marzo, han creado una suerte de estado sugestivo que afectó a personas propensas a aniversarios, fechas célebres y discos viejos. Muchos de ellos coleccionan vinilo en el más absoluto secreto y lo acumulan en cuartos sellados. Llamativamente, han proliferado las formas piramidales en las casas de mujeres solteras, que suelen colocarlas entre las plantas como objetos que atraen la buena suerte. Pero todo esto no termina de configurar un microclima en el que una niebla de este tenor pueda gestarse.

La niebla de por sí ha sido asintomática entre la población general, pero fue motivo de agitación entre los fanáticos del mundo Floyd, que se vieron gozosamente afectados en simultaneidad por varios eventos relacionados. Al momento de redactar este informe las entradas para el espectáculo Pink Floyd: The Dark Side Of The Moon, en sistema de video Full-Dome, que se proyectó en el Planetario de Buenos Aires en el marco del Bafici, ya estaban absolutamente agotadas. Sólo quedaban algunos tickets para una proyección similar dedicada a Wish You Were Here, otro de los grandes discos de la banda de Cambridge.

Pero hay más elementos a tener en cuenta como para poder pensar en una trama que justifique la aparición de esta niebla tan intrigante.

¿Qué es lo que hace que un prestigioso profesor de letras italiano, refinado escritor, descubra un amor tardío por la música de Pink Floyd y escriba una novela al respecto? Esa podría ser la apretada síntesis de la gestación de Rojo Floyd, la flamante novela de Michele Mari, que se editó hace pocos días en Argentina a través de La Bestia Equilátera. Más allá de la exquisita prosa de Mari y de la excelente traducción al castellano (y no al español, Dios sea loado), que no están en discusión, Rojo Floyd no se parece a ninguna novela tradicional y mucho menos a una biografía, aunque de algún modo lo sea. Michele Mari, y he aquí lo que lo conecta con la niebla porteña, cayó presa de lo que en la medicina musical se conoce como “Mal de Barrett”. Rojo Floyd es un relato coral, de múltiples voces, que se superponen y se repiten, a la manera del coro que los propios Pink Floyd insertaron en su suite Atom Heart Mother en 1970, y tiene una estructura como en espiral parecida a la que la banda desarrolló en “Echoes”, parte esencial del álbum Meddle (que significa entrometerse, interferir), antecesor directo de The Dark Side of The Moon.

Rojo Floyd se parece mucho a un divague lisérgico, tanto como la esquizofrenia se asemejaba al estado mental que Syd Barrett, el genio original de Pink Floyd, contrajo en 1966 después de una brutal ingesta de LSD (ácido lisérgico) que se prolongó en el tiempo durante varios meses. Como el propio autor ha aseverado, “Syd Barrett es como un agujero negro que todo lo succiona detrás de sí”. La fascinación por este excéntrico compositor y artista de culto, fallecido en 2006, a poco menos de treinta años de dejar Pink Floyd, es lo que constituye el “Mal de Barrett”.

En vez de amarrarse al mástil de la normalidad para no escuchar el canto del “Loco Syd”, Michele Mari se dejó llevar por las voces y las capturó todas juntas en este relato. Algunas, muy pocas, las inventó y será una tarea para detectives musicales discriminar entre ficción y hecho histórico. Syd Barrett es el sujeto silente de Rojo Floyd, y a la vez la fuerza motora de Pink Floyd en toda su historia, al menos en la tesis que desarrolla Mari. Es como si Barrett hubiese partido hacia la locura en un plan para que Pink Floyd pudiera existir, y allí, en el altamar de su demencia, refugiado en su sótano de Cambridge en el cual no puede entrar parada una persona normal, maneja los hilos de una banda que triunfa en los cinco continentes como un dios salvaje y, hay que decirlo, esquizofrénico.

La galería de personajes que despliega Michele Mari en su libro es impresionante y van desde los integrantes de Pink Floyd, caracterizados como hombres-animales, hasta oscuros investigadores de la vida de Syd Barrett, pasando por algunos de sus familiares, la madre de Roger Waters, Robyn Hitchcock, Eric Clapton, David Bowie, Alan Parsons, Stanley Kubrick, Bob Geldof y unos hermanos siameses (Pink Anderson y Floyd Council, en la vida real), que discuten entre sí y se agreden, haciendo manar una sangre rosa que fluye constantemente a lo largo del texto.

Rojo Floyd, un libro cargado de humor y delirio, como corresponde, va colocando ladrillo sobre ladrillo en una teoría conspirativa sobre la historia de Pink Floyd que tiene como centro a Syd Barrett. Sus acólitos y los fanáticos del grupo (que no siempre pertenecen al mismo bando) serán los que más golosamente devorarán las palabras de Mari, aunque no los únicos.

BANCOS DE NIEBLA

Para agregar certeza a este fenómeno de neblina colorida, visitó Buenos Aires Peter Jenner (también una de las voces de Rojo Floyd), para dar una conferencia en el MICA, Muestra de Industrias Culturales Argentinas, que versó en torno del nuevo estado de las cosas en la industria musical a partir de la revolución digital. Este gentil británico de 68 años fue quien junto a Andrew King descubrió a Pink Floyd, y deslumbrado por el brillo del diamante loco que era Syd Barrett, formó BlackHill Enterprises para manejarlos. Cuando los trastornos mentales de Barrett hicieron de él una carga imposible de seguir acarreando, Jenner y King, artífices del contrato que ligó a Pink Floyd con EMI, decidieron ceder la marca Pink Floyd a Waters, Gilmour, Mason y Wright, y a cambio conservaron derechos sobre el primer disco del grupo, The Piper at the Gates of Dawn. Su apuesta sobre la viabilidad de Syd Barrett como solista no dio los resultados esperados, pero como Jenner mismo explica, “a lo largo de los años seguimos cobrando regalías sobre el primer disco de Pink Floyd”.

Hoy, Peter Jenner se define como un “activista intelectual” por sobre los derechos de autor que ha generado la venta de música digital. “A finales del siglo pasado –cuenta Jenner– me involucré en temas de derechos de copyright, neighboring rights, etc. Cuando se votó la legislación en 1996, coincidió con la revolución digital y la convergencia con el video, y me pareció que eso iba a cambiar radicalmente la industria musical, tal como sucedió. Ahora deberíamos encarar una nueva negociación entre los artistas y las compañías discográficas, que se acerque más al modo en que se distribuyen los derechos radiofónicos: mitad y mitad. Los porcentajes pueden variar, por supuesto, pero tampoco pueden permanecer más tiempo en el 90 por ciento para las compañías discográficas y 10 por ciento para los artistas. Estoy interesado en que el artista esté mejor pago y que la distribución de los derechos que generan las canciones, sea más justa.”

Peter Jenner ha llegado a esta conclusión por experiencia. “Históricamente los artistas han sido irresponsables, cortos de miras, y en algunos casos muy estúpidos. Básicamente necesitaban pagar sus gastos, alguien les puso delante un pedazo de papel que ellos firmaron dinero de por medio, y perdieron para siempre. Como economista puedo decir que la industria discográfica ha sido mucho más inteligente a la hora de pensar en el futuro que los artistas. Cien libras, mil libras en la mano es mucho mejor que veinte mil libras en el futuro. Los músicos piensan que eso es cierto pero no. Y la industria discográfica lo sabe. Muy temprano aprendí que no es una buena cosa el firmar un derecho de copyright sin saber bien lo que firmás. Los primeros discos en los que trabajé fueron discos de culto que no eran editados por EMI en América, y en términos de razones prácticas no los podíamos editar en ningún lado por nadie. Lo que era una locura. Pasó el tiempo, y fui consciente de que firmar derechos globales con una compañía es una mala jugada. Porque los usan para que vos no los edites. Y no te los podés llevar a ningún lado.”

Luego de trabajar con Pink Floyd y no poder trabajar con Syd Barrett, Jenner y King probaron suerte con un dúo inglés de formación curiosa: guitarra acústica y bongós. Se trataba de Tyrannosaurus Rex. “¡Ese era un dolor de huevos! Marc Bolan era la persona más horrible que te pudieras imaginar. Un cacho de madera. Porque Bolan aparentaba ser una cosa y era otra. Trabajamos con él a partir del segundo disco de esa formación con guitarra acústica y bongóes. Cuando se fue me mandó una nota con esa letrita horrible que él tenía. ‘Me voy porque estás tratando de interferir en mi música diciéndome que me vuelque al formato eléctrico.’ Cosa que hizo un año más tarde con T. Rex. ¡Me encantó! ¡Si hubiera conservado esa nota podría haber hecho una fortuna! Yo le decía: ‘Sos bajo, chiquito, tocás música suave en clubes acostumbrados a música fuerte, los escenarios son bajos, tocás con las piernas cruzadas en el suelo, tu guitarra acústica acopla: ¡La gente no te ve y está todo mal! Parate, usá una guitarra eléctrica que acople de un modo correcto’. Era sentido común, no ciencia espacial. Porque después, cuando lo hizo, se transformó en un ídolo juvenil con T. Rex. Pero además era un hipócrita, porque Bolan era un súper-mega-hippie, no una estrella de rock.”

Después fue manager de otras estrellas de rock como Billy Bragg (con quien todavía está vinculado), Ian Dury y The Clash. Y de todos tiene buenos y malos recuerdos, más algunos adjetivos con dedicatoria. “Para mí, el mejor músico de The Clash era Topper Headon, su baterista. Joe Strummer era genial y junto a Mick Jones era una dupla compositiva muy buena. Pero a veces se comportaba como un auténtico imbécil, y podés citarme en esto: yo les dije que Sandinista! podría haber sido un mejor disco que London Calling, pero ellos querían hacer un disco triple. ¡Típico de estrellas de rock!”. Jenner se deshace en elogios para The Blockheads, la banda que acompañó a Ian Dury, que a su juicio “comenzó siendo un tipo encantador, y terminó convirtiéndose en alguien muy difícil. Cuando lo tomamos, nadie quería saber nada con él porque tenía más de treinta años y era lisiado (tuvo poliomielitis de chico), entonces nosotros financiamos el primer disco. ¡Y con el disco grabado tampoco lo quisieron! Finalmente firmamos con Stiff Records”.

Era inevitable formularle a Peter Jenner, testigo de primera mano, la pregunta que todo el mundo se hace: ¿qué le sucedió verdaderamente a Syd Barrett? “Mi teoría personal es que fue una mezcla de cosas que incluyen la fama y el negocio de la música, que seguramente le debe haber provocado cierto grado de dolor aunque realmente le gustara. Y pienso que había cierta culpa subyacente con dificultades psiquiátricas, y a eso se suma cierto impacto que debe haber tenido su consumo de LSD. ¿Qué grado o qué importancia tuvo un factor sobre otro? Es algo discutible. Demandaba mucho trabajo hacer que Syd se pusiera a tocar, a componer, a trabajar o siquiera a dormir. Pero no sentías que fuera algo a propósito. Un grano en el culo es alguien que te hace sufrir innecesariamente. ¡Roger Waters es un grano en el culo! Syd, en cambio, era alguien que sufría de algo sobre lo cual no tenía la menor elección”.

Se fue Peter Jenner, se terminó el Bafici y los shows en el Planetario con música de Pink Floyd; los personajes de Michele Mari descansan en su libro. Sin embargo, en algunos atardeceres, si uno espera el momento exacto, todavía se pueden divisar en el cielo rastros de esa niebla que durante una semana pareció cubrirlo todo en una tonalidad rosa.

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