Dom 21.04.2013
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CINE > SE ESTRENA TABú, DEL PORTUGUéS MIGUEL GOMES

HISTORIA EXTRAORDINARIA

Considerada una de las mejores películas del año pasado por la prensa especializada internacional, el tercer largo del portugués Manuel Gomes es una obra en hipnótico blanco y negro, dividida en dos partes, la primera cotidiana y contemporánea, la segunda colonial y alienada. Para quienes necesiten una referencia más: las dos partes de la misma historia, presente y pasado, narrada con una libertad formal y un placer por el cine y sus posibilidades –y especialmente un gusto por la voz en off– la acercan con regocijo a las películas de Mariano Llinás.

› Por Martín Pérez

Un cocodrilo melancólico, acompañado por el fantasma de una mujer. Otro cocodrilo bebé, cuyas huidas terminan siendo la excusa para un romance prohibido. La aparición del primero marca el final del pequeño prólogo con el que comienza Tabú, mientras que el segundo es apenas como una simpática nota al pie de su segunda parte, pero funciona de tal manera como icono que termina estelarizando el afiche del tercer largometraje del director portugués Miguel Gomes, que ha confesado no haber pensado mucho en el significado de semejante animal a la hora de incluirlo de manera tan recurrente en su película. “Cuando me lo preguntaron en el Festival de Cine de Berlín, donde fue el estreno mundial, apenas si pude responder que está ahí porque me gustan mucho los cocodrilos”, explicó Gomes en más de una entrevista. Pero cuando entendió que tenía que tener algún significado, el director empezó a responder que los cocodrilos “son animales con un aspecto prehistórico, así que tal vez sean tan viejos que recuerdan cosas que la gente puede haber olvidado”. Una respuesta que tiene algo de irónica y al mismo tiempo no deja de esconder una verdad, que se resignifica cuando se toma en cuenta el hecho de que el cocodrilo del afiche de Tabú es un recién nacido. Lo mismo se puede decir de la maravilla cinematográfica que firma Miguel Gomes, una deslumbrante película en blanco y negro que es al mismo tiempo joven y sin tiempo, que dialoga con el cine de antaño aventurándose en lo desconocido, y que es una celebración del cine sin ser pura cita sino al mismo tiempo mirándolo todo con ojos nuevos. Recién nacida pero eterna, como el cocodrilo del afiche. Así es Tabú, una película sobre el tiempo, sobre las pasiones y la culpa, sobre la juventud y la vejez, sobre la aventura y lo que queda de esa aventura. Una película fiel a su nombre, que dentro de su ficción hace referencia a un monte y en la historia del cine a la última obra del director alemán F. W. Murnau, pero que tampoco se olvida del significado literal de su bautismo. “El pensamiento religioso y el pensamiento sociopolítico proponen un orden para el mundo”, le explicó Gomes al periodista Roger Koza, cuando fue jurado el pasado Bafici, trayendo su película bajo el brazo. Y agregó, didáctico: “Los tabúes son las interdicciones sociales y religiosas, acciones prohibidas que desafían ese orden”.

DOS PARAÍSOS

Aunque la historia que desarrolla Tabú de manera muy particular es una sola, en realidad es una película dividida en dos partes, con dos claros protagónicos. En su primera parte, subtitulada Paraíso perdido, el trabajo de Gomes es un film realista, ambientado en la Lisboa contemporánea. Centrada en la vacía cotidianidad de una jubilada llamada Pilar, cuenta cómo una estudiante que iba a parar en su casa declina la invitación y la deja sola, cómo Pilar rehúye la seducción de un hombre tan mayor como ella, y cómo su vida se terminará llenando con las desventuras fabuladas por su vecina, Aurora, abandonada por su hija, que desvaría y debe ser contenida por su sirvienta Santa, a la que ella imagina como su carcelera. La segunda parte, bautizada simplemente Paraíso, llegará a partir de lo que parece ser una fábula más de Aurora, pero que se materializa a partir del relato de un viejo conocido, que aleja la historia del realismo y la lleva a una especie de sueño que es Africa, donde vivió y amó Aurora, y que se materializa en Tabú de una manera fantasmal y al mismo tiempo celebratoria. “La primera parte de la película nació a partir de una historia que me contó una pariente mía, que tenía una vecina mayor y un poco paranoica –reveló Gomes–. Quería que tuviese muchos diálogos entre las señoras mayores y un sonido casi subliminal de cine de terror: sonidos graves, tormentas lejanas que le dieran al film un peso invisible.” La segunda parte, en cambio, creció extrañamente a partir de los recuerdos del exitoso pasado africano de los músicos que habían interpretado la versión original de una canción que Gomes incluyó en Aquel querido mes de agosto, su película anterior. Por eso es que en ese Paraíso uno de sus protagonistas es el baterista de una banda que intenta grabar sus canciones románticas, como una entrañable versión en castellano de “Be My Baby”, el clásico de las Ronettes de Phil Spector. Si en la primera parte la historia trascurre día a día, para la segunda el tiempo transcurre en meses, y todo está teñido por una voz en off que recuerda o lo inventa todo. “La primera parte es como la resaca, y la segunda es la borrachera –ha resumido Gomes–. Por eso es que en esa segunda parte sus protagonistas parecen no saber qué sucede a su alrededor. Porque están muy ocupados jugando a interpretar, no sé, Africa Mía de una manera muy disfuncional. Cantan canciones de amor. Juegan a ser estrellas de cine protagonizando un drama prohibido, mientras no se dan cuenta de que a su alrededor el imperio colonial está a punto de romperse en mil pedazos.”

CHICOS DISFRAZADOS

A pesar de que, cuando se recopilan las sucesivas explicaciones que Gomes ha ido revelando de su película durante el largo recorrido de festival en festival que ha realizado durante el año pasado –y que terminó ubicándola en el podio de las mejores según la crítica especializada–, Tabú parezca un trabajo demasiado anclado en lo formal, en realidad es una película libre. Y su libertad reside en que el pacto que le propone al espectador está ubicado exactamente a medio camino entre el realismo de su primera parte y el fantasioso romanticismo de la segunda. Un poco a la manera de las Historias extraordinarias de Mariano Llinás, hay un exceso de imaginación en Tabú que no solo se acepta sino que se celebra, muy bien contenido por los formalismos que apenas si completan el pacto con el espectador, sin forzarlo. Por eso es que Tabú es una película que, desde su delicioso prólogo con cocodrilo y fantasma (un cortometraje en sí mismo), se deja ver con ganas, sin poder anticipar lo que viene, pero celebrando cada una de las libertades que el narrador se va tomando, hasta que queda claro de qué clase de película se trata: una que celebra el cine sin sobreprotegerlo, y que confía en sus espectadores. “El único cine que es interesante es el que tiene una conexión con la realidad”, ha dicho Gomes, que sin embargo aclara lo obvio: que el cine siempre va a perder si trata de imitar la realidad. Porque la realidad –subraya por si hiciese falta– es más real que el cine. “Creo que una de las cosas que más me molestan del realismo es que siempre parece que el director está haciendo un gran esfuerzo para convencer al espectador de que lo que está viendo es la realidad. Y entonces tienen que creerle. Yo creo que el camino opuesto es mucho más interesante: es mucho mejor no ver al animal en la jaula, pero decidir creer que está ahí. Hacer el esfuerzo como espectador por aceptarlo, de decidir creer en lo que no es real. Hay un director norteamericano que me encanta, se llama Wes Anderson. En su película Los Tenenbaums hay una escena con Gene Hackman, en la que su personaje va a ver a su hija actuar en una obra con sus hermanos, y cuando le preguntan qué piensa de lo que vio, él responde: ‘Bueno, son sólo un grupo de chicos disfrazados de animales’. Porque él no cree. ¡Y el cine es sólo un grupo de chicos disfrazados de animales! Es uno el que tiene que decidir si cree, si acepta el pacto. Y para mí en eso reside toda la belleza del cine.”

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