Domingo, 16 de junio de 2013 | Hoy
FENóMENOS > LAS FANS DE LA NOVELA ROMáNTICA
Por Ana Wajszczuk
En una escena de Casi famosos, Penny Lane le explica a William –el adolescente que sigue a los Stillwater en su gira por los Estados Unidos, tratando de entrevistarlos para la revista Rolling Stone– que ella no es una groupie. Que las groupies se acuestan con las estrellas para sentir esa fama. Y que ella y sus amigas, fanáticas que siguen a la banda vaya donde vaya, inspiran la música. Están ahí por la música. Pero si en el mundo del rock sería raro encontrar hoy día groupies como Penny Lane, en otros mundos, como el de las lectoras de novela romántica (digámoslo desde el principio: son mujeres por amplia mayoría, y son miles), florecen Penny Lanes todos los días. Fanáticas que apoyan la novela romántica y le devuelven inspiración, que están ahí, siguiendo donde vayan a sus autoras favoritas, leyendo lo que escriben, por la novela romántica. Tienen esa pasión dedicada y adolescente hacia el objeto que les disfraza la existencia cotidiana, y las hace viajar entre amores y épocas diferentes, pero también se pueden pintar la cara y salir a guerrear a las editoriales y exigirles qué autoras adoran; y a las autoras, qué personajes aman.
“¿Cuántos libros leo por mes? Sólo de romántica, mínimo tres”, dice Andrea Vázquez, diseñadora de indumentaria que administra El Pantano de Fiona, uno de los blogs de lectoras del género más activos. “Hace unos años, una amiga me recomendó la saga de Lisa Kleypas. De no ser por ese libro nunca hubiera leído romántica; es más, cada vez que me acuerdo que por puro prejuicio los consideraba literatura de segunda mano, me quiero matar. Fue un enganche, de ahí pasé a Flor Bonelli, de ahí a Gloria Casañas y después a Cristina Bajo, y no paré más. Te digo una gran verdad: cuando leés uno de esos libros, es un camino de ida. Llegué a leer ochenta libros en un año.” Para el grupo de lectura en Facebook, Mundos de Papel, que cuenta con más de 1500 miembros y hace rigurosas estadísticas de sus lecturas, el promedio del último abril fue, exactamente, 4,45 libros por persona, con tres escritoras de novela romántica a la cabeza: Bonelli, Gabriela Margall y la española Angeles Ibirika. “Amo este género porque me da felicidad, es un gran oasis en medio de la rutina. Las que más me gustan son las novelas en las que el romance se mezcla con otros géneros (histórico, por ejemplo)”, dice Daniela Medina, estudiante de Comunicación y miembro del grupo. “Leo entre tres y cinco libros al mes, y siempre llevo uno en mi cartera.” Según las principales editoriales y cadenas de librerías, entre autoras nacionales y extranjeras de los diversos subgéneros de la novela romántica (rosa, histórica, paranormal, contemporánea) se llevan aproximadamente un 20 por ciento del mercado, con tiradas iniciales que no bajan de los 15 mil ejemplares: dentro de la ficción, la novela romántica, particularmente la histórica, es hoy la subcategoría que más vende, para horror de cierto esnobismo literario.
“Siempre hubo lectores ávidos de historias de romance, pero no eran visibles, los libros circulaban sin que el fenómeno llamase la atención. A partir de los foros y grupos de lectura en Internet, esa afición tomó cuerpo y en poco tiempo adquirió una dimensión impactante. Y por fin se unieron los dos caminos, el del lector que reclama más y más libros, y el del editor que busca satisfacer esa necesidad. Este es un momento ideal para la novela romántica”, asegura Gloria Casañas, con cuatro novelas publicadas por Random House Mondadori. Un momento que en la Argentina tuvo su coronación unas semanas atrás, en el Centro Cultural Recoleta, con el gran cierre gran de Romántica Buenos Aires, primer festival del género: fueron cuatro días, veinticinco escritoras y lectoras en malón que llegaron de todo el país para ver a sus autoras adoradas, homenajear los 200 años de Orgullo y prejuicio, rendir pleitesía a Bonelli y a Bajo, reinas madre del romance histórico local. Si bien la popularidad de la “novela rosa” tiene raíces tan lejanas como el melodrama y el folletín –y más acá en el tiempo, en Estados Unidos, es un género bien establecido desde los años ’80, con más de 1,4 billón de dólares anuales en ventas y más de 10 mil escritoras, según las estadísticas del Romance Writers of America, la asociación más importante del género–, en la Argentina este boom, que está en un pico de popularidad y publicación de escritoras locales, se da de un modo particular. Con los grupos de lectura de romántica explotando en las redes sociales, la relación entre autoras y lectoras vive un romance sobre todo con el subgénero histórico, que sitúa estos amores heroicos de final complicado, pero feliz, con mucho personaje secundario pidiendo pista para la próxima novela y un toque erótico infaltable, en algún contexto turbulento de nuestra historia: los años de Rosas, la Conquista del Desierto, las primeras inmigraciones, la Revolución del Parque. “Contar eso que sé como historiadora es uno de los objetivos principales a la hora de escribir, junto con el de contar una historia de amor”, dice Gabriela Margall, que acaba de publicar La hija del tirano por Ediciones B. Historia y romance: algo que autores argentinos, desde José Mármol hasta Manuel Mujica Lainez, hacían en su momento, aunque nadie los catalogaría como escritores de “novela rosa”. “La novela romántica pura tiene seguidoras fieles, cien por ciento mujeres, pero son muy pocas”, asegura Julieta Obedman, editora de Bonelli en el sello Suma de Letras. “Ella no escribe novela romántica pura: todo el agregado histórico, el entramado social y político de sus libros es central y, en mi opinión, es lo que marca la diferencia a la hora de las ventas”, dice de su autora, que lleva –según la editorial– casi un millón de ejemplares vendidos entre todos sus libros, algo inaudito para casi cualquier escritor argentino de ficción.
Las escritoras de novela romántica saben que el trato personal con sus lectoras es fundamental. Basta mirar las colas interminables con mujeres entre 15 y (literalmente) 99 años con espera estoica de horas en la última Feria del Libro para entrar a ver una videoconferencia de Bonelli, o acceder a la firma de la best-seller cordobesa Viviana Rivero, o de Casañas, para ver una devoción que rankea alto en las decenas de blogs sobre “romántica” y grupos virtuales de lectoras. Algunas, incluso, arman grupos donde “siguen” a un personaje de la novela que las atrapa como si fuera una persona real: allí está por ejemplo el Facebook de “Matilde Martínez”, personaje de Bonelli que tiene 1300 seguidores (y en alza). En otra tradición típicamente estadounidense, la del “club de lectura” nacido a fines del siglo XIX, cuando leer por placer era una indulgencia que sólo las clases privilegiadas podían permitirse, las lectoras actuales recrean esta práctica virtualmente. En el último “té romántico” organizado por la revista Vanidades –donde históricamente publicaba Corín Tellado–, escritoras como Ana María Cabrera, Florencia Canale o Fernanda Pérez tenían su nombre en cada mesa, sentadas junto a fans convocadas especialmente para la ocasión, y se saludaban con las lectoras como amigas de toda la vida. Porque las invitaciones son constantes: son las mismas lectoras las que organizan concursos, reuniones y fiestas de fin de año, donde invitan a sus escritoras favoritas en un ida y vuelta que se traduce en ventas por un lado y en la sensación de ser parte de la historia que se lee por el otro. “Las lectoras muchas veces me proponen hacer presentaciones; ellas buscan un lugar, se avisan entre sí, llevan tortas, es una fiesta donde compartimos la misma pasión por las historias: yo cuando las escribo, ellas cuando las leen”, dice Rivero, autora de Lo que no se dice (Emecé). “Y nada como sus devoluciones”, dice Canale sobre su primera novela, Pasión y traición (Planeta), sobre los amores de Remedios de Escalada de San Martín. “Nunca lo hacen con la bondad indiscriminada de un club de fans.”
Porque estas fans saben de primera mano sobre qué están hablando: esta convivencia casi íntima entre escritoras y lectoras no se da en ningún otro género, y por otro lado se vive una camaradería entre las propias escritoras que pocas veces existe en otro segmento. Y rompe el techo de cristal de las lectoras: algunas escritoras que hoy cuentan con varias novelas exitosas en su haber, como Casañas, o primerizas con mucho éxito, como Gabriela Exilart, fueron primero participantes de estos foros, y empujadas por sus propias compañeras a mostrar sus novelas a las editoriales. “He sido gratamente sorprendida por la generosidad de las autoras del género. Yo soy una gran lectora, y antes de poder publicar, mi trato con Florencia Bonelli y Gloria Casañas era casi diario. Ambas fueron muy contenedoras, siempre apoyaron mi proyecto, nunca retacearon información y me animaban a seguir escribiendo, aun cuando todos me decían ‘no’. Hoy estoy de ese lado y trato de dar lo mismo que recibí”, dice Exilart, autora de Tormentas del pasado (Plaza & Janes). Abogadas, historiadoras y profesoras se volvieron autoras apoyadas en ese berretín de escribir por otras lectoras, que no dudan en golpear las puertas de las editoriales para pedir por las autoras que consideran deber ser publicadas. Saben de incunables, traen libros desde España que acá no se han editado, insisten con qué autora extranjera debería tal editorial traer a la próxima Feria del Libro, gastan fortunas en Amazon, organizan redes de búsqueda y si no encuentran los libros, tiemblen las editoriales: muchos grupos no dudan en pasarse copias piratas en su ansia por leer a tal o cual escritora. Editoriales que hoy tienen que volver la mirada hacia estos semilleros de Facebook, o las páginas “oficiales” de las autoras –hechas por fans que se autodenominan “bonellistas”, “riveristas” o “casañistas”, por ejemplo– para investigar qué nuevas autoras recomienda el boca en boca virtual de las lectoras, o qué libro sí está funcionando. “Las redes sociales marcaron un antes y un después en la difusión de las novelas y el contacto con los lectores. Hoy puedo saber qué piensan sobre lo que escribí, o qué desean que escriba, con sólo visitar mi Facebook unos minutos”, dice Casañas. “Se anuncian las firmas y presentaciones, se comentan libros leídos, se recomiendan otros, nadie se queda al margen de ese movimiento. Yo lo viví con El ángel roto durante un año, porque los lectores le hicieron una suerte de vigilia creativa: mandaban fotos, participaban en concursos de portadas, adivinaban títulos, o simplemente escribían para manifestar su impaciencia. Incluso me envían fotos o láminas para contarme cómo se imaginan a los personajes, o bien opinan sobre sus épocas favoritas, me cuentan sus preferencias... Me sentí acompañada todo ese tiempo, y luego, cuando por fin la novela apareció, la sensación fue similar a la de una fiesta muy esperada.”
Una fiesta que a veces se vuelve un aquelarre: “A veces dan un poco de miedo. ¿Viste Misery, la película donde la fanática secuestra al escritor para que escriba lo que ella quiere?”, sugiere otra escritora que prefiere, lógicamente, permanecer en el anonimato, porque las Penny Lane de la novela romántica serán enamoradas del amor, pero también pueden bajarles el pulgar. En la novela romántica quien lee también es protagonista. Las fans lo saben, y defienden ese lugar. Y tal vez ahí esté el verdadero secreto que lleva al éxito de estas novelas.
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