Supo ser integrante del experimental y mítico grupo El Periférico de Objetos. En 2010 dirigió en un teatro público de Alemania una versión de La ópera de tres centavos, de Kurt Weill y Bertolt Brecht. Después de años de dirigir, volvió a subirse al escenario para actuar y cantar. Lejos de tirar todo ese caudal por la borda, Alejandro Tantanian lo potencia por estos días al convertirse en el hombre multiteatro: estrena Vale todo, un lujosísimo musical de Cole Porter con Enrique Pinti y Florencia Peña; dirige a Soledad Silveyra en el papel de una costurera que se debate entre Libertad Lamarque y Evita en Nada del amor me produce envidia; enseña teatro en Panorama Sur, cuya cuarta edición se realiza por estos días en Buenos Aires. Y como si todo esto fuera poco, escribió letras para un espectáculo de cabaret. En esta entrevista, Tantanian reflexiona sobre su historial todoterreno, la diversidad como consigna y este flamante desembarco en la avenida Corrientes.
› Por Mercedes Halfon
Tantanian está sentado en el hall de entrada del Teatro El Nacional, bajo un fresco que ocupa todo el techo abovedado en el que brillan los rostros de Niní Marshall, Tita Merello y otras grandes figuras de nuestro espectáculo, que como ángeles guardianes supervisan lo que allí sucede. Habla, mientras pasan algunos técnicos, actores y cantantes que van rumbo al ensayo con sus mochilas, pero él no se desconcentra de su relato: para Tantanian es muy serio todo este asunto del teatro comercial en el que, sorprendentemente para algunos, ha incursionado en el último tiempo. Vale todo, la enorme producción con Enrique Pinti, Florencia Peña, Diego Ramos y más de treinta y cinco artistas en escena con su dirección, está a punto de estrenarse. Se trata de una adaptación de la pieza que Cole Porter estrenó en 1934 en Broadway, una comedia musical blanquísima que transcurre en un crucero de lujo, donde los protagonistas viven disparatados entuertos amorosos mientras van cantando, de a una, las quince inolvidables, pegadizas, ingeniosas y románticas canciones de Cole Porter.
Tantanian acaba de estrenar también una versión de Nada del amor me produce envidia, del elogiado Santiago Loza, y con protagónico de Soledad Silveyra, en el mismísimo teatro Maipo. De pronto Tantanian invade la calle Corrientes, haciendo surgir la pregunta de cómo es que esto ocurrió. ¿Se trata del mismo autor y director que emergió con la renovación de la dramaturgia a principios de los ’90, el germanófilo, el régisseur, el director fascinado con Dostoievski?, ¿el de la versión polémica y alucinada de Las islas de Carlos Gamerro en el teatro oficial?
Y sí, es el mismo. Y para colmo, eso no es todo. Tantanian es también director del festival Panorama Sur, que está sucediendo por estos días y que desde hace cuatro años viene aggiornando la cartelera local con producciones internacionales de lo más contemporáneo, clases magistrales y workshops donde se produce, entre otras virtudes, un intercambio imprescindible entre dramaturgos y directores del mundo. Por último, Tantanian puso su pluma al servicio de una particular pieza llamada La hora azul, un cabaret al mejor estilo Alemania entre guerras, dirigido por su pareja desde hace diez años, Ernesto Donegana. Aquí, como dramaturgo y letrista, le pone el contenido a este género oscuro y procaz, que retorna para encarnar crítica y delirio, a través del siempre vivo monólogo político. Casi el anverso de sus iluminadas producciones de la calle Corrientes. Derecho y revés, positivo y negativo: tensiones a las que Tantanian les pone el cuerpo.
Si hubiera que contar brevemente los inicios de este director en el terreno que hoy parece suyo desde siempre y que recorre de un extremo al otro sin agitarse, habría que decir que arrancó, como cualquier hijo de vecino, haciendo juegos teatrales en un espacio cultural cerca de su casa. Ahí, en la Universidad Popular de Belgrano, fue que conoció a Manuel González Gil, con quien hizo El loco de Asís, digamos, la primera obra en la que trajinaba escenarios cantando y bailando, siendo prácticamente un niño.
Pero el bautismo de fuego fue algunos años después, en otro lado: “Tuve una especie de momento epifánico cuando vi El casamiento, de Gombrobiwcz, en la sala Martín Coronado de Teatro San Martín, que dirigía Laura Yusem, con escenografía y vestuario de Graciela Galán. Fue una epifanía para mí, que empezaba en el teatro. Me fascinó por completo algo de esa estética y el texto encriptado y hermoso. Me dije: quiero hacer esto. Y ahí empecé a estudiar actuación y dirección con Laura, que considero mi primera maestra. Fue un modo de empezar a ver un teatro más afín a como era yo: hijo único, bastante solitario e introvertido, cautivado por la literatura... Todo ese mundo que involucraba el pensamiento estaba ahí”. Luego, sus maestros fueron Juan Carlos Gené y Augusto Fernández, dos hitos de una época. “Fueron maestros de una doxa muy fuerte. Y si bien me hizo muy bien en la formación, después tuve que ver cómo me sacaba esa zona tan rígida. Porque yo no era solamente eso. Yo empecé en El loco de Asís bailando y no es que aquello me disgustara o fuera un tránsito para otra cosa. Muchos años después logré darme cuenta de que eso también era yo.”
Luego vino el desarrollo y despegue del Alejandro Tantanian que todos conocemos: como integrante del pionero grupo El Periférico de Objetos, como parte del mítico combinado de autores teatrales que fue Caraja-jí (donde compartió publicaciones con Rafael Spregelburd, Jorge Leyes y Javier Daulte entre otros), como autor y director de obras celebradas como Los mansos (2005), Los sensuales (2008), como director de textos ajenos como Cuchillos en gallinas (2006) de David Harrower en el Teatro San Martín; Recital Ibsen (2006), con Alfredo Alcón y Elena Tasisto, también en el Teatro San Martín; como régisseur en El caso Elsa, con dirección musical de Santiago Santero, o Fuego en Casabindo, ópera de Virtú Maragno, basada en la novela de Héctor Tizón. Una cumbre fue haber sido convocado por el Nationaltheater Mannheim de Alemania, donde estrenó nada menos que una versión de La ópera de tres centavos de Kurt Weill y Bertolt Brecht, en 2010. Fue la primera vez que un director argentino montaba este clásico brechtiano en un teatro público alemán. Esto como una pequeña muestra entre muchas otras producciones, a lo largo de muchos años de trabajo y estrenos aquí y en Europa.
Pero hubo un quiebre en la producción de Alejandro Tantanian. En el año 2000 se sucedió una serie de piezas de pequeño y gran formato, que tuvieron su puntapié inicial en De lágrimas, donde este director volvió a subirse al escenario, tal y como había hecho esa primera vez en la adolescencia. Subió y su puso a cantar: “Cuando estrené esa obra comprendí algo de quién era yo, pero con el cuerpo. Y ahí surgieron una serie de chistes como que soy un intelectual que se calzó en conchero. Yo tengo esa zona diversa. Yo la puedo pasar muy bien dirigiendo un texto de Strindberg y dirigiendo a Cole Porter. También trabajo en la gestión y pareciera que eso no está ligado a hacer algo con por ejemplo, Peña y Pinti. El medio tiene voluntad de etiquetarte. Y si bien me apasionan las ideas y el conocimiento, creo que el teatro tiene la posibilidad de traficar eso, pero desde otros lugares. Si lo veo con cierta distancia, pienso que esas cosas siempre estuvieron en mí”.
Hay que decir que este paso que dice haber dado no fue sólo el hecho de haber pasado de atrás del escenario hacia adelante con un micrófono y un seguidor. El cambio surgió de un lugar más profundo y hay una anécdota que lo ilustra perfectamente: “Me acuerdo como si fuera hoy de los ensayos de De lágrimas: tenía cinco músicos del carajo que habían sido convocados por Edgardo Rudnitzky, que fue el director musical, y yo estaba como cantando nota por nota, letra por letra, ¡era como un muerto! Y los músicos, que no me conocían, me miraban como diciendo: ¿y éste de dónde salió? Pero bueno, confiarían en Rudnitzky. Cuando llegó el día del estreno pasó algo que fue increíble. Hice algo que venía haciendo desde hacía años, encerrado en mi cuarto, desde chico y hasta los veinte, que era poner discos que me gustaran y hacer shows. Me refiero a hacer cosas que no tienen el tamiz de la censura porque son momentos privados. Como ese ejercicio de teatro que indica hacer algo que deberías cortar si alguien abre la puerta, por el pudor que te daría. Cosas como las que yo hacía cuando ponía en mi cuarto canciones de Nacha Guevara o Liza Minelli, siempre mujeres, siempre divas. Eso es lo que hice. Cuando me subí al Club del Vino y empezó a sonar esa música, sentí que tenía que hacer eso, aunque no lo había hecho nunca. Pero sentí que yo había ensayado durante quince o veinte años. Fue un salto al abismo. Y a su vez era algo tan anómalo, porque ¡yo era el que había hecho la obra sobre Hölderlin! (se ríe). Era como decir... ¿Se volvió loco? ¿Qué se fumó? Pero yo había estaba preparándome para eso toda la vida”.
Bajo los rostros ilustres y glamorosos del techo de El Nacional, Tantanian sonríe. Afuera, sobre la calle Corrientes, una enorme marquesina con lucecitas de cartel muy Broadway enmarca su nombre y el de su nueva obra: Vale todo. Un tanque producido por Javier Faroni, que es, sin dudas, una pieza soñada para alguien que, como él, siempre amó el musical. El director cuenta que las reuniones con Faroni fueron el año pasado y que él le dejó claro que su sueño era un musical a gran escala. No pasaron muchos meses entre esa conversación y el momento en que el director comenzó a comandar ese barco de lujo. “Yo me posiciono para trabajar acá de la misma manera que en cualquier otro lado. Claro que te relacionás con gente que ha vivido otras cosas, que tiene otro standard de vida, otros intereses que los que tiene la gente del circuito alternativo, o la ópera. Pero me parecía que era algo que me interesaba probar. Ojalá que le vaya todo lo bien que pueda, porque creo que el show es precioso.”
Vale todo es la típica historia de enredos, con continuos equívocos entre personajes, muy bien hilvanada, dinámica y humorística. Cada canción, que en la versión americana se resume a lo musical (pensemos que Cole Porter es en Estados Unidos tan popular como si dijéramos aquí un Cadícamo), en la puesta de Tantanian está convertida en un número completo de canto y baile. La puesta es descollante. Y además están, claro, las canciones en su aspecto letrístico, que Tantanian, como buen dramaturgo, no descuidó: “Cole Porter es de una inteligencia monstruosa. Y como todo gran autor, es un poco intraducible, trabaja muchísimo con los sentidos de las palabras, es casi joyceano lo que hace, hay sentidos que se chocan, que se anulan entre sí. Cosas que al trabajar en una traducción son imposibles. Pero hubo un esfuerzo grande en que no se pierda el espíritu y que además no suenen a traducción”. Si pensamos que las canciones tienen en sus estribillos frases como “sos lo más” o “es un garrón”, es fácil notar que el objetivo está logrado.
Y haciendo unos pasos más por Corrientes hacia el Bajo, para luego doblar en Esmeralda, nos topamos con el teatro Maipo, acaso el más emblemático e histórico espacio dedicado a las producciones a gran escala. Allí también Tantanian está en los carteles, como director de Nada del amor me produce envidia, protagonizada por Soledad Silveyra. Se trata de un monólogo escrito por Santiago Loza en el que una costurera de barrio confecciona un vestido que se disputan Libertad Lamarque y Eva Perón, como los dos símbolos de un país enfrentado. Y así como se cose y descose una prenda, surge el relato de un ser herido de una soledad absoluta. Interpretado por, justamente, Soledad Silveyra. Solita.
La particularidad del caso es que se trata de un texto que hasta hace pocos meses podía verse en cartel, con otra dirección y otra actriz. Cuando se supo que Tantanian iba a dirigir este exitosa pieza que hasta ahora había sido interpretada por la extraordinaria María Merlino y dirigida por Diego Lerman, una módica polémica tuvo lugar en el mundillo teatral. ¿Se puede versionar un mismo texto con tan poca distancia temporal entre producciones? La respuesta es sí, se puede. Pero además, como toda polémica, lo interesante es lo que se puede pensar a partir de lo que deja atrás: “Me parece que está bueno hacer un montaje de un texto tan contemporáneo, con una puesta tan cercana, poder generar un montaje pegado al otro pero con una lectura completamente distinta, ni mejor ni peor. Es interesante porque se relaciona con algo que yo defiendo mucho que es la marca de director, pensar cuál es la huella que imprime sobre un texto. Y hubo mucha resistencia al principio, pero porque se entendía que iba a hacer lo mismo. Como si hubiera una forma que predetermina un montaje. Como si el director dirigiera eso que está escrito y punto, y hubiera una sola manera de leer un texto. Es una estupidez pensar así. Sobre todo en un texto como el de Santiago, que no es unívoco”.
La historia de Tantanian con el texto de Loza, de todos modos, no arrancó en esta producción, sino que venía de larga data: “Tomé contacto hace ya algunos años con el texto de Santiago, en los tiempos de su cursada en la EMAD, en el Curso de Dramaturgia, en el que fui docente suyo. Le supe decir, ante la fascinación que despertó en mí leer un texto que se escabullía de las tendencias de género, o de encriptamiento tan al uso por aquellos tiempos, que debía hacer circular su obra para que pudiese ser hecha por una actriz popular. Vi en ese texto una enorme tragedia política y creí –y sigo creyendo– que esa manera que tiene el texto de Santiago de leer la Argentina iba a ser capturado por una enorme cantidad de público y que por eso se precisaba una actriz que pudiese hablar desde la historia en común con el público. Y el tiempo pasó. Y el texto se estrenó y circuló y se volvió de culto”.
Y si volvemos por Corrientes algunas cuadras, cruzamos 9 de Julio, cruzamos Callao y seguimos hasta llegar a Riobamba veremos un hermoso edificio llamado La Casona Iluminada, donde Tantanian también está, esta vez en el rol de dramaturgo y letrista. La hora azul es este intenso cabaret dirigido por Ernesto Donegana, donde todo lo que se dice y se canta fue escrito por el director y dramaturgo de apellido armenio. Un presentador, tres prostitutas, un cantante y dos bailarinas exóticas arman atrevidos cuadros y coreografías. El espectador forma parte y se transforma en un verdadero asistente del cabaret, que puede incluso acompañar con una bebida espirituosa y moviendo la patita durante la función.
Este recorrido por la ciudad es también el recorrido por los matices que hoy integran el espectro de un director. Que si bien arrancó escribiendo textos teatrales, a esta altura del partido es una figura que excedió cualquier nomenclatura, que a veces se pone delante de la escena, a veces detrás, a veces escribe y otras canta, a veces encontraremos su nombre en un sótano y otras veces en una marquesina monumental. En ese desafío de los roles en los que se divide la práctica escénica aparece la noción de teatrista, con la que suele denominarse hoy a estas personas todoterreno. Una palabra que sin embargo no le cae nada bien: “¿Teatrista? Me parece repugnante. A uno le da pudor decir artista, porque también se la ha manoseado mucho. Pero bueno: si artista es aquel que hace lo que quiere en el terreno del arte...”. Tantanian deja la frase abierta. Pero podemos completarla: alguien que ha puesto en escena palabras de Dostoievski a Ibsen, de Brecht a Gamerro, que ha dirigido y cantado canciones de De Cole Porter a Ricardo Arjona, de Contursi a Paz Martínez, bueno, a esa persona nadie, ni siquiera él mismo, debería dudar en llamarla artista.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux