Dom 14.07.2013
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PERSONAJES > GRACE CODDINGTON, LA DIRECTORA CREATIVA DE LA REVISTA VOGUE

Fabricante de sueños

En 2006, la película El diablo viste a la moda hizo ingresar a una nueva villana en el imaginario colectivo: Anna Wintour, editora de la revista Vogue en su edición norteamericana, según la implacable actuación de Meryl Streep. Pero todo villano necesita su reflejo, su némesis, y cuando un año después se estrenó The September Issue, un documental sobre la producción de la revista más importante de la moda, apareció la talentosa y simpática Grace Coddington, su directora creativa. Eterna rival de Wintour, la ex modelo británica pelirroja y pálida, desfigurada en un accidente de auto en los años ’60, protagonista del Swinging London y el jet set de Saint Tropez, es la mujer que inventó los ensayos fotográficos para las producciones de moda. Hoy, junto a Wintour, marca el pulso de la moda mundial a los 70 años y acaba de consagrarse como la mejor vendedora de fantasías con Grace: a memoir, su recién editada autobiografía.

› Por Ana Wajszczuk

Es ese pelo. Ese pelo como una llamarada roja: su marca registrada. Una marca física que señala lo perdurable entre lo efímero, al igual que la marca que Grace Coddington, la mujer del electrizado pelo rojo fuego, ha dejado como estilista tras las fotografías de moda más icónicas de los últimos cuarenta y cinco años: es la marca de una maga de Oz, una contadora de historias de ensueño que rebasan el mundo de la moda para retratar su tiempo. De Grace Coddington y su pelo de fuego decía la Vogue británica en 1959: “Una chica radiante con un estilo que brilla. Vive en Putney, es camarera y modelo part-time. Creemos que hará mucho más de modelo que de camarera”. Con dieciocho años, recién salida de una islita rocosa al norte de Gales, había ganado el concurso Young Idea de la revista. Y todo estaba aún por suceder: el Swinging London, ella. Durante estas décadas donde el mundo de desfiles y producciones que rodea la moda se expandió del haute couture al streetstyle y de París a las marcas globales, su cabellera de leona, su palidez de porcelana y su frente prerrafaelista eran reconocidas sólo en el estrecho mundillo de la moda. Para el resto de los mortales, ese pelo oculto tras los mejores reportajes fotográficos de moda del último medio siglo pasó a ser una celebridad cuando, ya con décadas de estilista encima y como directora creativa de la Vogue estadounidense, fue la involuntaria protagonista, por contraposición a la temida Anna Wintour, editora en jefe de la revista, de The September Issue (2009), el primer documental que las mostró tras bambalinas. Volvió a participar en In Vogue: The Editor’s Eye, un segundo documental –esta vez sobre las editoras de moda de Vogue– estrenado en diciembre de 2012 como parte de los festejos por los 120 años de la revista (y que HBO repondrá en agosto). Y con setenta y un años e impecable timing, publicó al mismo tiempo Grace: a memoir, un libro parte autobiografía, parte coffee table, que le valió un anticipo de más de un millón de dólares con Random House. Como una suerte de Patti Smith en Just Kids –aunque sin nada de su talento como escritora: no le tiembla el pulso al decir que apenas leyó un par de libros en toda su vida que no fueran de fotografía–, sus memorias son un fresco de época que atraviesa, entre Londres, París y Nueva York, los momentos más glamorosos de la última mitad del siglo XX. ¿Mick Jagger? ¿Helmut Newton? ¿Catherine Deneuve? ¿Richard Avedon? ¿Karl Lagerfeld? ¿Las supermodelos de los ’90? De 1960 a hoy, nombren a una celebridad del mundo de la música, la fotografía, el cine o la moda: por delante o por detrás de las fotos imaginadas por Grace Coddington, estuvieron todos.

LA CENICIENTA DE ANGLESEY

“Para mí, siempre se trató de Vogue”, escribe en Grace... “Cuando era una adolescente viajaba una vez al mes al pueblo especialmente para comprarla, tenían uno o dos ejemplares atrasados. Lo que más amaba eran las fotos, sobre todo las tomadas al aire libre. Me transportaban a toda clase de lugares exóticos, lugares donde podías usar esa ropa. ¡Conjuntos para después de esquiar bajo árboles cargados de nieve! ¡Túnicas sobre un traje de baño, en playas de coral besadas por el sol...!” Cuando las opciones en Anglesey, su isla natal, eran trabajar de operaria en una fábrica o de camarera, Grace Coddington hizo su valijita y aterrizó en Londres. “No sos rubia, y no sos lo suficientemente linda”, le dijeron en una escuela de modelos ignota. Grace Coddington siempre lo supo. Eppur se muove. “Yo era una chica con carácter más que una chica linda, y supongo que es eso lo que busco hoy en las chicas que selecciono para Vogue.” Lo cuenta con el mismo tono tan escueto con que cuenta en el libro las grandes tragedias de su vida, “como una heroína de Brontë, con una quieta determinación”, dice Michael Roberts, editor de moda de Vanity Fair y su coautor. Apenas unas líneas para lo que podría darle verdadera profundidad a lo que cuenta: los barrabravas de Chelsea que tiraron su auto con ella embarazada de siete meses adentro, la pérdida de ese bebé –el único que concibió–, la muerte de su hermana por sobredosis, las trabas burocráticas para adoptar a su sobrino, el accidente de auto que le rebanó de una tajada su párpado izquierdo. Grace Coddington sólo dice frases como: “Por suerte encontraron mis pestañas”. Porque lo que le interesa contar es lo que le interesa a la moda: un mundo de ensueño, no los sinsabores de la vida. En sus memorias, tal como lo hace en sus producciones, hay un aire de película, y por eso sus dibujos que recorren todo el libro y su selección de fotografías dicen más que lo que pone en palabras. Pero es entre el jet set de París, Londres y Saint Tropez de los años ’60 cuando desfilan las mejores anécdotas: era un mundo en ebullición donde todo estaba cambiando para siempre, y ella estaba en el centro del torbellino. “Ya no era todo una cuestión de privilegios, títulos o dinero. Fue un giro sensacional para el statu quo.” Era la época de sus romances impetuosos, en que huía de Roman Polanski, su novio la engañaba con la hermana de Catherine Deneuve, se casaba con el joven restaurateur que creó Mr. Chow –“donde pronto se congregó una galaxia de celebridades”– para convertirse en la pareja del momento justo antes de divorciarse, se pintaba las pestañas exageradas que luego popularizó Twiggy. Había nacido “The Cod”, su apodo como guiño a la modelo Jean Shrimpton, “The Shrimp” (el calamar), pero la pelirroja con frialdad de bacalao (cod, en inglés) y habilidad camaleónica para cambiar entre sofisticada y atrevida, tenía un estilo que iba a perdurar mucho más que su apariencia. “Vidal Sasoon creó esos cortes geométricos para mí. El estaba entre ese grupo de gente que eran lo más en Londres. Mary Quant, fotógrafos como David Bailey y Terrence Donovan, Los Beatles y Los Rolling Stones. ¡Y yo los conocía a todos! Y de repente, ya no importaba que no fuera una rubia linda.”

GRACE EN EL PAIS DE LAS MARAVILLAS

Para 1968, Grace Coddington ya era editora de modas junior en Vogue. Con el fotógrafo Norman Parkinson, su mentor, aprendió a viajar y a tener, siempre, los ojos bien abiertos para crear esos largos ensayos fotográficos de veinte páginas o más que se convertirían en su sello durante los años ’70 y ’80, ya como editora senior, cuando su estilo avant garde supo incluir algunos de los atuendos de Delia Cancela en sus producciones. Fue una época de lujo: como si fuese una National Geographic de la moda, las producciones de Vogue duraban semanas para “captar el ambiente” en las Seychelles, en la China comunista –donde descartó toda la ropa para vestir a sus modelos a lo Mao– o en Rusia, donde una Jerry Hall vestida de rojo agitaba una bandera del mismo color ante un monumento soviético. Sus imágenes de moda siempre ofrecieron ese algo extra: una pista del signo de los tiempos. “Yo no creo que la fotografía de moda sea arte. Porque si es arte, no está cumpliendo su trabajo. La regla número uno es hacer la imagen bella y lírica, o provocativa e intelectual. Pero aun así hay que vender el vestido. Aunque me guste correr los límites.” Para fines de los años ’90, su estilo teatral y narrativo se convertía en algo que todos trataban de imitar dentro de la fotografía de modas. A principios del 2000, editó dos libros gráficos, uno para celebrar sus treinta años como estilista; el otro con sus dibujos: es la única editora de modas que se sienta en la primera fila de los desfiles para dibujar los bocetos de las pasadas en vez de hacer que toma notas mientras se deja fotografiar. Una de sus producciones paradigmáticas, que ella misma cuenta en The Editor’s Eye, fue la recreación en 2003 de Alicia en el País de las Maravillas. Convocó a los diseñadores más importantes: Jean Paul Gaultier fue el Gato de Cheshire; Tom Ford, el Conejo Blanco; John Galliano se convirtió en una Reina de Corazones drag queen, la top rusa Natalia Vodianova fue una Alicia en Yves Saint Laurent. Los fotografió Annie Leibovitz. A partir de ese año fue marca registrada: cada diciembre Vogue, esa fábrica de fantasías, recrea bajo la batuta de Grace Coddington alguna gran historia, de Hansel y Gretel al Mago de Oz. Y ella parece tener un gusto especial por las historias clásicas: para muestra basta el estilismo de la actriz Carey Mulligan vestida a lo Gatsby en uno de sus últimos trabajos en la Vogue estadounidense, en mayo pasado. Cuando uno ve a la actriz no hay duda de que si algo brilla en ella, es porque está inserta en ese mundo de maravillas que sólo Grace Coddington puede crear.

SEÑORAS DE NADIE

“Las revistas de ahora sólo tratan de moda en parte, lo que no nos resulta fácil a las de la vieja guardia como yo”, dice. “Me alegro mucho de haber vivido diez años en la Vogue estadounidense cuando aún el elemento crucial era la moda. Desde entonces, Anna ha abierto el foco de forma radical.” La dupla con su jefa, Anna Wintour, saca chispas como ésta desde siempre: hasta hay disfraces de Halloween de ambas. A fines de los años ’80, Anna Wintour tomaba el mando en la Vogue británica y la convertía en todo lo sexy, terrenal y exigente que Grace Coddington no era. Y Grace Coddington renunciaba para irse a Nueva York como estilista de Calvin Klein, que imponía el minimalismo como estilo de toda una época. Para él creó la exitosa campaña del perfume Eternity. Justo cuando comenzaba el bling bling que caracterizaría toda la década siguiente, Anna Wintour tomaba el mando de la joya de la corona: la Vogue estadounidense. Y Grace Coddington se sumó como editora de modas, y desde 1995, como directora creativa. Sin señales de que vayan a retirarse, y en un mundo cuya prerrogativa es la juventud, estas dos señoras que pasan largo los sesenta años marcan el pulso global de la moda. Más que su jefa, aunque Grace Coddington lo niegue, Anna Wintour es su némesis, aunque es ella quien se reveló como el arma secreta de Vogue. Después de que Meryl Streep interpretara a Anna Wintour como una tirana en la taquillera película El diablo viste a la moda (The Devil Wears Prada), basada en las memorias de una ex asistente de la revista, la respuesta de la editora suprema fue The September Issue, sobre el número de septiembre de 2007, el más importante del año, que tuvo cifras record: pesó dos kilos, más de 900 páginas, 13 millones de compradores. El documental catapultó a Grace Coddington al primer plano como involuntaria heroína al negarse a ser seguida por los camarógrafos, para finalmente unirse a ellos: pidió mayor presupuesto para sus producciones delante de cámaras, no dejó de ser una cascarrabias cada vez que su jefa vetaba alguna toma, e incluso incluyó a un camarógrafo barrigón en una de sus puestas. “Si Wintour es el Papa, Coddington es Miguel Angel, tratando de pintar una nueva versión de la Capilla Sixtina doce veces al año”, publicó la revista Time al respecto. Otra vez Anna Wintour recogió el guante, y volvió esa fama inesperada de Grace Coddington a su favor: el resultado fue The Editor’s Eye. Bajo su batuta, ahora las protagonistas eran las casi desconocidas editoras de moda –Grace Coddington incluida–, que volvieron Vogue lo que es desde los años ’60, desde que hacían el estilismo de Marilyn Monroe hasta la portada con Lady Gaga. “Son productoras, directoras y psicólogas”, dice a cámara Anna Wintour. Entre todas ellas, Grace Coddington hizo más por crear el patrón sobre qué se cuenta cuando se cuenta una historia de moda que cualquier otra persona en la industria. “Uno de los aspectos de mi trabajo que más me importan es darle a la gente algo con lo que soñar, igual que soñaba yo de chica mirando fotografías hermosas.” Aunque para ella Vogue parece más que nada la manera de volver a la época de la vida donde toda fantasía es posible, incluso para una chica de una islita perdida.

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