Domingo, 11 de agosto de 2013 | Hoy
FLORENCIA CATERINA (1986-2013)
Por Rafael Cippolini
Hace un año y medio descubrí a Florencia Caterina en una pintura de Maurycy Minkowski. Se trataba de una imagen de los años ’20 en la que vemos a unas adolescentes polacas yendo a la escuela. Cuando Flor se vio (le envié el detalle por mail), me contestó enseguida: “Waaaaaaaw! No lo puedo creer. Definitivamente soy yo”.
Florencia murió, a los 27 años, el pasado martes 6 de agosto, en la que los medios señalan como la mayor tragedia que sufrió la ciudad de Rosario. Vivía en el edificio que se derrumbó.
Era una de mis artistas favoritas, además de mi amiga.
Cada generación reactualiza la avenencia arte-vida. Ernesto Ballesteros se refirió no hace mucho al “yo aéreo o gaseoso” –que diferencia a tantos creadores nacidos a fines de los ’70 y durante los ’80, un yo tan mudable como fluctuante– de aquel “yo rocoso” más habitual en sus antecesores, máquinas de guerra que observaron su tarea necesariamente como una batalla.
“No entendemos las disciplinas arquetípicas (nos parecen aburridas)”, dice el texto-manifiesto que sirve de carta de presentación de La Herrmana Favorita, grupo que Florencia integraba desde 2008 junto a sus cómplices de siempre, Angeles Ascúa y Matías Pepe (el amor de su vida, como me dijo alguna vez). “Concebimos el arte como una posibilidad de encuentro de las pasiones del ánimo: la ira, el estrés, el amor, el orden, la dicha, el odio, etc. (especialmente el amor). (...) Reconocemos nuestra labor sobre un cruce: la gestión, la curaduría, la producción visual e intelectual.” Sus voraces coordenadas, múltiples y cambiantes, podían fácilmente desorientar a todos los que no teníamos su prisa. Tres mentes aceleradas y ansiosas –la de Florencia, más que ninguna– que se interpotenciaron sin descanso. Una infidencia: en el verano anterior desactivé la posibilidad de chat que ofrece el servicio de correo electrónico porque en todo momento ahí estaba Florencia consultándome por su último proyecto (tenía uno por minuto, de promedio). Un campamento teórico, una investigación sobre un detalle del arte de la región, una instalación en su casa, una presentación, una exposición con La Herrmana (así, con doble r), una acción callejera, una clase en una universidad, una edición numerada, un video, una nueva tanda de pinturas, clases de yoga, que le recomendara más libros, planes para explorar las islas del Paraná, y no sigo porque la lista abarcaría páginas enteras. Su adorado Maxi Rossini (otro artista brillante) le diagnosticó en su oportunidad: “Sos una mujer de cuarenta en el cuerpo de una de veinte”. Florencia siempre fue un tumulto, en todos los sentidos del término.
Una belleza-Kraken disparada en todas las direcciones, con una avidez ilimitada. Volviendo al primer párrafo, no debería ser en absoluto desconcertarte que también haya viajado en el tiempo y visitado otras épocas.
La Herrmana Favorita se presenta en su blog con una declaración de Julia Enriquez, que estoy convencido de que es un programa milimétricamente diseñado para Caterina, y que además cultivó devotamente, incluso sin ser consciente, o no del todo. Dice así: “Me gusta la gente muy cebada con ser sí misma. No necesariamente en extravagancia sino por responder a un núcleo de actitud que andá a saber de dónde carajo salió”.
Alguna vez alguien me contó una conversación que había tenido con Yves Klein. También recuerdo el comentario que me hizo otro artista, de una tarde que pasó en la Factory con Andy Warhol. En lo que respecta a las impresiones memorables, realmente memorables e imprescindibles, puedo ufanarme de haber conocido y querido a Florencia Caterina. No se amparó en ninguna celebridad para cambiarme definitivamente.
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