› Por Juan Bautista Duizeide
¿De qué se hace una voz? Ni la elección de las palabras, ni la forma de combinarlas, o de darles un tempo y un ritmo alcanzan a explicar el milagro de la música que acecha en una página. Cuando se escucha a Alvaro Mutis leer uno de sus poemas, se comienza a comprender su carácter de extrañas partituras. Mutis no escribía para que sus textos sonaran como hablaba, sino para inventarse una voz, una voz ajena que lo convirtiese en otro. Cuanto escribió suena ahora como si su personaje Maqroll lo dijera.
En un poema en prosa de 1947 (“El hastío de los peces”) apareció por primera vez Maqroll. Desde entonces, Mutis se convirtió en hijo de su propia invención. Su poesía reunida lleva el título Summa de Maqroll el gaviero. Sin embargo, recién pasados los sesenta años empezó a publicar el ciclo narrativo de Maqroll: las novelas La nieve del almirante (1986), Ilona llega con la lluvia (1987), Un bel morir (1989), La última escala del tramp steamer (1989), Amirbar (1990), Abdul Bashur soñador de navíos (1992) y los relatos de Tríptico de mar y tierra (1993). Un par de incursiones narrativas previas habían estimulado a sus amigos, Gabriel García Márquez entre ellos, a pedirle más. Solía responder que iba a dedicarse a narrar cuando se jubilara.
Sus primeros escritos los publicó en Colombia, de donde tuvo que exiliarse por sustraer fondos de la Standard Oil. Según su descargo, se trató de una suma desviada para ayudar a amigos opositores a la dictadura de Rojas Pinilla. Se exilió en México y el gobierno colombiano solicitó la extradición. Pasó dieciocho meses a la espera de una sentencia en el penal de Lecumberri. Tras las rejas, Mutis había empezado a escribir el Diario de Lecumberri, publicado en 1960 por la Universidad de Veracruz gracias a Elena Poniatowska. Tras ser liberado se quedó a vivir en México. Trabajó como locutor de radio, jefe de relaciones públicas de una empresa de aviación y corredor de films. Pero su actividad más notable fue el doblaje al castellano de series televisivas.
Continuador del diálogo con la poesía moderna en francés iniciado por José Asunción Silva y León de Greiff, Mutis incorporó el poema narrativo en prosa, el monólogo dramático, la reflexión acerca de las (im) posibilidades de la palabra y de la poesía, y las imágenes oníricas, aunque sin practicar la escritura automática. Sus cofrades son Francisco de Quevedo con su recuerdo de la muerte, que Mutis traduce en una proliferación de óxidos, carcomas, verdines y malezas que acosan al hombre y su creación; y también el Neruda de Residencia en la tierra, Eliot con sus correlatos objetivos, y autores franceses de los siglos XIX y XX: Aloysius Bertrand, Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud, Lafforgue, Corbière, Saint-John Perse, Blaise Cendrars, Pierre Reverdy.
Hay un guiño cervantino en el ciclo de Maqroll: el autor aparece como un personaje que escribe acerca del gaviero, quien está a su vez al tanto de la existencia de tal biógrafo. Mutis protestaba cuando le era señalada una presunta influencia de Joseph Conrad. Sin embargo, escribió dos breves epifanías conradianas. Más allá de esas incursiones, resulta notable la subversión del tópico de los viajes por mar que hicieron Conrad y Mutis.
Herederos de la Odisea, los relatos anglosajones del género suelen narrar un itinerario metrópolis-periferia-metrópolis del cual los héroes regresan enriquecidos, material y simbólicamente. Si en Conrad el tipo de itinerario permanece invariable, la ganancia de los protagonistas es una comprobación aviesa: aprendizaje de los propios límites, de lo que son las relaciones humanas en momentos críticos y conciencia de la índole criminal del imperialismo. En Mutis, los itinerarios siempre son derivas entre periferias, y el saber que se adquiere no es sino la conciencia de la vanidad de las empresas humanas.
El gaviero es un marino sin ocupación permanente ni rumbo fijo. “Siempre al filo del desastre y rodando por los rincones más apartados del mundo, sin cuidar un instante lo que pudiera suceder mañana.” Con amigos de su misma calaña comparte planes tan fabulosos como insensatos para convertirse de la noche a la mañana en potentados. La mayoría de las veces concluyen como fracasos rotundos. Y cuando triunfan, dada su vocación irrefrenable de catadores de hembras soberbias, licores traicioneros y manjares picantes (los adjetivos son intercambiables), el dinero obtenido se les escurre como agua en una clepsidra.
Hay una continuidad notable entre el estilo poético de Mutis y su prosa narrativa, así como en los temas abordados. Maqroll oscila entre el fatalismo y el voluntarismo para asumir la vida como sucesión de aventuras. En La nieve del almirante, un narrador en tercera persona cuenta haber encontrado el diario de Maqroll y lo reproduce: “Las empresas en las que me lanzo tienen el estigma de lo indeterminado, la maldición de una artera mudanza. Y aquí voy, río arriba, como un necio, sabiendo de antemano en lo que irá a parar todo”.
La nostalgia es la alienación de Maqroll. Un viajero baudeleriano desilusionado por el saber amargo que destilan sus singladuras. Pero aun en este mundo desencantado, estar en el camino es su vida. En La nieve del almirante puede leerse: “No hay que buscar otra cosa que probar los caminos del mundo que, al final, van pareciéndose sospechosamente unos a otros. Así y todo, vale la pena recorrerlos para ahuyentar el tedio y nuestra propia muerte”.
Alvaro Mutis había nacido en Bogotá en 1923 y falleció la semana pasada en México, a los 90 años. Creó un personaje imborrable como Maqroll el gaviero, un marino sin rumbo fijo que fue protagonista de seis novelas, un libro de cuentos y decenas de poemas.
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